Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo único

Fic realizado para participar en la llovizna de 'Soulmates' del grupo Club de Lectura de Fanfiction en facebook.

Se me fue... un poco de las manos... un poquito no más. Título de la canción ''And So My Heart  Became a Void'' de Ursine Vulpine y Annaca

Advertencias: No beteado (aún), AU de ''La Vara de la Verdad'', Soulmate AU dónde las almas gemelas no pueden lastimarse mutuamente, angst, hurt/comfort

Arte de la portada de yummikkan (Tumblr)

------------------------

Y entonces mi corazón se volvió un vacío

La Guerra Interminable entre el Reino de Kupa Keep y el Reino de los Elfos está, luego de largos años que se sienten como milenios, a un paso de acabarse y la ventaja la llevan los humanos gracias al Gran Rey Mago.

El claro que les ha servido de campo de batalla permanece en silencio salvo por los hechizos de los reyes chocando entre sí, observados atentamente a la distancia por los soldados que aún se mantienen en pie. Están agotados, apoyándose unos a otros sin atreverse a curar sus heridas, demasiado absortos en la batalla que se desenvuelve frente a sus ojos; cada hechizo y destello de magia aviva o mitiga las esperanzas de cada raza, los humanos conteniendo la respiración cuando su rey parece finalmente subyugar al Alto Elfo; por su parte los guerreros del reino élfico miran con desespero como las plantas que su rey está usando en su defensa empiezan a desfallecer, el agotamiento mágico claro en sus movimientos a pesar de que testarudamente se mantiene en pie.

Sí bien el Gran Rey Mago lleva la ventaja, ninguno de los humanos desea celebrar aún, temerosos de perjudicar los resultados por adelantarse a los hechos. Para ellos, los elfos son escurridizos y no les sorprendería en lo más mínimo que en cualquier momento el Alto Elfo se saque algo de debajo de la manga para voltear la balanza. Para los elfos, que conocen la extensión y limitantes de su propia magia, aunque la de su rey sea más vasta por su posición y linaje, la batalla ya está perdida y solo pueden esperar por una bendición de los Dioses.

Nadie más que sus reyes sabe qué pasará con el bando que resulte perdedor, pero no pueden hacer más que imaginar lo peor.

Los presentes ahogan un jadeo colectivo cuando, de pronto, el Alto Elfo cae, tropezando con las raíces secas de su escudo y el Gran Mago sonríe victorioso alzando su báculo. El cansancio es claro en su rostro, aún a la distancia en que se encuentra, y más de uno se sorprende de que no haya caído primero.

—Esto termina aquí, Alto Elfo Judío —sentencia en voz alta, la punta de su báculo, apuntado al cuerpo del elfo, que intenta ponerse en pie, empieza a iluminarse—, diría que fue un placer conocerte, pero estaría mintiendo.

—Si terminarás conmigo hazlo de una buena vez, cobarde —escupe el rey de los elfos, aceptando su destino.

El Gran Mago bufa blandiendo el báculo, acumulando la poca energía mágica que le queda para dar el golpe final. Ante la horrorizada mirada de los guerreros élficos, la luz de su báculo se intensifica y un hechizo final es lanzado hacia su rey. Alguien grita, nadie tiene muy en claro quién o si todos a la vez, cuando la luz envuelve al Alto Elfo, el hechizo emite un silbido y luego se desintegra en el lugar que ocupaba el elfo cegándolos por un momento. Un grito victorioso se escapa de los labios del Gran Mago, pero pronto se corta convirtiéndose en un sonido de confusión.

Cuando los presentes recuperan la visión, se sorprenden al ver al Alto Elfo en la misma posición en que había estado, arrodillado ante el Gran Mago, sin un solo rasguño aparte de las pequeñas heridas que había obtenido a lo largo de la batalla, ni un solo mechón de pelo fuera de lugar y solo una pequeña parte de su túnica chamuscada.

—¿Qué demonios...? —el Gran Mago gruñe en frustración, negándose a que su poderoso hechizo haya fallado, pero incapaz de conjurar algo más. Frustrado, alza su báculo dispuesto a acabar con el contrario a la antigua, pero al bajarlo con fuerza con toda la intención de golpearlo, el báculo se detiene a centímetros del rostro del elfo, que lo mira igual de sorprendido que él.

—¿Qué está pasando? —murmura uno de los soldados humanos, o tal vez uno de los guerreros elfos, la confusión recorriendo todo el claro transformándose en murmullos que rápidamente inundan el lugar.

—Deja de... —el Gran Mago alza el báculo de nuevo, obteniendo el mismo resultado al tratar de golpear al elfo con él. —¡Déjame acabar contigo! —vocifera con frustración.

—¡Yo no estoy haciendo nada, gordo inútil! —rebate el elfo logrando levantarse, su cetro sostenido con fuerza en sus manos y esta vez es él quien intenta golpear al Gran Mago con este.

Intenta es la palabra clave, pues al igual que con los intentos del Gran Mago su cetro queda suspendido en el aire a centímetros de su cabeza. Ambos se quedan estáticos, observando con intensidad sus armas de elección, tratando de discernir si la falta de energía mágica está interfiriendo en su intento de acabar con el otro o no.

—¡Estás haciendo trampa! —declara de pronto el Gran Mago dejando caer su báculo y lanzándose al elfo, que al intentar de detenerlo deja caer su cetro. Sus cuerpos chocan y caen al suelo por el impacto. —¡Nada de magia protectora o amuletos! ¡Eso dijiste, judío estúpido!

—¡No estoy haciendo nada de eso! —protesta el elfo tratando de sacarse al humano de encima, sus cuerpos forcejean con el otro y ruedan alrededor en un despliegue ridículo y poco digno para dos mandatarios.

—¡Eres insufrible! —el Gran Mago gruñe quedando sobre el elfo sometiéndolo rápidamente aprovechando la ventaja de su fuerza física. Apoya una mano en el pecho del elfo presionando para mantenerlo ahí y alza la otra con toda intención de matarlo a golpes de ser necesario.

Nadie entiende lo que está pasando cuando, al igual que con el báculo, el puño del Gran Mago se detiene en el aire a centímetros del rostro del Alto Elfo y por más que lucha por propinarle el puñetazo que se muere por darle desde que se conocieron, es como si una fuerza invisible lo detuviera antes de tocarlo. Incluso podría jurar que su brazo es halado por esta fuerza invisible en la dirección contraria; solo la mirada igualmente confundida del elfo bajo él le asegura que realmente no tiene nada que ver con lo que está pasando. Una rápida mirada a su desalineada apariencia confirma que no lleva consigo nada diferente a sus accesorios usuales que pudiera estar ayudándole.

—¿Por qué? —grita, frustrado, enderezándose en el regazo del contrario, aún aprisionandolo con sus piernas. —¿Por qué? —repite frunciendo el ceño tratando de encontrar las respuestas en el rostro pecoso de su contraparte.

El Alto Elfo le regresa la misma mirada confundida, pero es claro en sus ojos que está pensando en todas las posibilidades que pudieran estar causando el impasse en su batalla. No tiene sentido que esté pasando ahora; habían forcejado antes, se habían halado el cabello, se habían metido el pie para hacer al otro tropezar; se habían hecho todas las bromas juveniles e infantiles que se les pudiera haber ocurrido cada vez que debían pasar tiempo juntos en un mismo espacio las veces que sus padres habían intentado establecer un tratado de paz entre sus reinos.

Pero... El Alto Elfo se alza, sus manos alzándose para tocar los hombros del Gran Mago, comprobando que obviamente si pueden tocarse. Pero... Piensa tratando de golpear al humano obteniendo el mismo resultado que este: su puño alzado a centímetros de su cara, sostenido por algo que no puede ver o sentir pero que le impide completar la acción. Todas esas veces en que se habían enfrentado con malicia infantil nunca habían...

La intención nunca había sido de hacerse daño permanente. El hecho de que ahora que tienen toda la intención de lastimarse...

Ambos reyes se observan llegando a la misma conclusión.

Solo existía una razón en todo su conocimiento de porque, justo ahora, en ese preciso instante en que el destino de la Guerra Interminable dependía de la muerte del otro, no podían cumplir con el cometido por el que se habían presentado a la batalla.

Cuando los elfos habían pedido una bendición de los Dioses para ganar, definitivamente no era esto en lo que estaban pensando.

----------------------------

El concepto de "almas gemelas", para los humanos, es meramente insignificante.

Sí, son conscientes de que desde que la existencia es existencia lo que sea que entretejida el telar del universo se tomó la molestia de brindarle a toda criatura con inteligencia y consciencia la virtud de enlazar sus almas a la de otra persona. La leyenda iba así: dos personas cortadas de la misma tela, destinadas a encontrarse y coexistir como uno solo; el propósito era completarse y llenar el vacío con el que nacían, encontrarse y pasar el resto de sus vidas juntos. El propósito, en pocas palabras, era que nadie, independientemente de su raza, estuviera solo.

El problema, desde el punto de vista de los humanos, es que este "algo" parecía tener un sentido del humor particular, o estaba profundamente aburrido, cuando tomó esa decisión, porque a todo el asunto le puso una única condición que, a su vez, servía para encontrar a tu otra mitad: las almas gemelas no podían, bajo ningún concepto, ocasionarse daño físico entre sí.

Les parecía arcaico. Salvaje incluso. Como si ese ente del que solo podían especular esperara que todos se lanzasen a pelear con quién cruzara su camino para así poder encontrar "su otra mitad".

Al principio, mucho antes de que el Reino humano fuera un reino, y de que Kupa Keep fuera siquiera un pensamiento en la mente de un noble mago, para los humanos era más fácil encontrar a su alma gemela. ''Fácil'', por supuesto, no significaba que era sencillo. Con las riñas y guerras que se desataban entre los diferentes pueblos humanos era común que alguien descubriera a su alma gemela en la persona con la que debía pelear del bando contrario, y más veces de la que se podían contar en los libros de historia ese encuentro terminaba en tragedia, pues la guerra es inclemente y nadie se molestaba en detenerse por más de dos segundos para comprender lo que estaba sucediendo.

Ese dolor, de perder a quién está supuesto a completarte pero que no habías tenido oportunidad de conocer, fue demasiado para los humanos. No fue la razón para unificarlos, pero fue el motor por el que los tratados de paz entre pueblos humanos empezaron a realizarse.

Y con su unificación bajo el mando del primer Rey Mago, todos en un solo reino bautizado como Kupa Keep, no dudaron en echar por la borda la idea del destino y las almas gemelas. Suficiente tenían con las carcasas vacías de aquellos que habían perdido a su otra mitad, el sufrimiento era más de lo que estaban dispuestos a tolerar y con la bendición de su Rey los humanos decidieron que lo mejor para su gente era abandonar toda búsqueda activa.

El conocimiento permanecía ahí, la historia pasada de generación en generación no como una motivación, sino como una advertencia.

----------------------------

—¡Esto debe ser un error! ¡Me niego a aceptarlo! —vocifera el Gran Rey Mago, cortando lo que sea que piensan decir los consejeros reales, ignorando la irritación escrita en sus rostros.

Luego de la revelación que tuvieron en el campo de batalla, ambos reyes decidieron hacer una tregua para comprobar el asunto. Todos los soldados fueron enviados a sus respectivos reinos, bajo ordenes de ser tratados inmediatamente, los caídos siendo llevados también para iniciar sus respectivos ritos funerarios. Mientras tanto, un tratado de paz temporal se había establecido en cuestión de horas para dar paso a una reunión de emergencia a ser llevada a cabo en terreno neutral.

Dicho terreno neutral era un castillo que nadie jamás había reclamado, en tierra donde sus reinos colindaban y donde las raras reuniones pacificas entre los anteriores mandatarios eran llevadas a cabo cuando intentaban darle fin a la Guerra Interminable. Era el mejor lugar decidieron mutuamente, quitándole importancia a su agotamiento y sus heridas para enfocarse en la reunión; los consejeros reales fueron llamados de inmediato, acompañados de un historiador o escriba de cada pueblo unificado bajo sus mandatos, y con las ordenes de llevar consigo cada libro, pergamino o manuscrito en que se supiera había detalles sobre las almas gemelas tanto para los humanos como para los elfos.

En las horas tras la batalla, con adrenalina aún corriendo por su sangre, el Gran Rey Mago no entendió la necesidad del Alto Elfo Judío de mandar a llamar tantas personas, ni tomarse tanto tiempo para analizar nada. Desde su perspectiva simplemente necesitaban que aclararan el error, convencido de que no podía ser verdad.

Completamente seguro de que el estúpido elfo no podía ser su...

—Con el... debido respeto que se merece, Su Majestad —el consejero real de los elfos lo mira con irritada calma, condescendencia brotando a raudales por cada uno de sus poros como si con ello pudiera aplastar la voluntad del Rey Mago. Dios, incluso la forma en que se dirigía a él como si todavía fuera un niño indicaba que no estaba del todo convencido de que merecía ''respeto''—, hemos comprobado de todas las formas mágicamente posibles. No hay ningún error...

El elfo continúa hablando, pero el Rey Mago decide ignorar su diatriba; en primer lugar, por la clara indiferencia a su autoridad, y en segundo lugar porque tenía cosas más importantes en las que concentrarse. Como en el otro rey, sentado al lado contrario de la mesa frente a él, diversos elfos sanadores revisándolo y curando sus heridas mientras este revisa los manuscritos que fueron desplegados frente a él; escritos en una lengua que el Rey Mago no puede entender, no que la distancia lo ayude por supuesto. Lo irrita, en demasía, la calma con la que el elfo examina los textos; se estaba tomando las cosas con demasiada tranquilidad luego de que las agresiones fueron puestas en pausa mientras que su propio humor empeora a medida que la reunión se extiende.

¿Cómo podía estar tan tranquilo? Contrario a él, que había iniciado la reunión a gritos e improperios, el Alto Elfo no había alzado la voz en ningún momento. Bueno, en ningún momento es un poco exagerado, lo había hecho con mucho gusto a las pocas horas de iniciada la revisión de la dichosa conexión entre ellos, utilizando un lenguaje poco propio de su real trasero, y que parecía reservar únicamente para su persona, haciéndole saber de la forma más grosera con la que nunca le había hablado de que "deje de lloriquear" y "con un demonio Cartman, simplemente déjalos hablar de una buena maldita vez para que podamos resolver esto."

La explosión lo tomó por sorpresa, callándolo efectivamente por un par de horas. En otra ocasión, años antes, el Rey Mago se habría regodeado de hacerlo perder la compostura; habría disfrutado inmensamente ver sus mejillas enrojecer y su lengua deslizarse al lenguaje antiguo de los elfos. Pero este momento no es como ninguno otro, el arrebato no había llevado a una discusión e intercambio de insultos como siempre, había terminado tan repentinamente como inició y el Alto Elfo había sido envuelto nuevamente en esa silenciosa calma que estaba empezando a sacarlo de sus casillas.

¿Por qué? ¿Por qué no estaba tan alterado como él? ¿Cómo podía simplemente estar ahí, tranquilo mientras es curado, escuchando las sandeces que ambos consejeros están escupiendo? ¿Cómo podía aceptar con tanta calma y paz lo que está sucediendo cuando horas atrás estuvieron a punto de matarse? Infructuosamente, ahora saben, los hechizos de ambos no chocaban por azar, pero estuvieron a punto de.

Por todo lo que es y no es sagrado.

¿Cómo podía simplemente aceptar como verdad absoluta que son almas gemelas?

---------------------------

La cosa es que, para los elfos, todo el asunto es mucho más serio y solemne que para los humanos.

Para ellos más que una jugarreta motivada por aburrimiento de un ente por encima de su comprensión es una bendición. Un regalo para compensar los largos años por los que se extiende su existencia, llenarlos de calma y alegría con alguien que compartiera la misma carga de su longevidad.

Las almas gemelas, para los elfos, no están diseñadas para completarlos sino para complementarlos. Alguien para compensar sus debilidades y aumentar sus fortalezas, con quien cuidar de la naturaleza y de los suyos, servir a su propósito en la tierra. Su visión en todo el asunto es, francamente, más romántica de lo que alguien se esperaría de criaturas que vivían más que el promedio. El detalle de que solo podían identificar su otra mitad por no poder hacerle daño es, en pocas palabras, una oportunidad de mantener la paz. Su magia, de por sí, estaba supuesta a guiarlos en su búsqueda en lugar de rebajarse a peleas sin sentido.

-----------------------

—¿Hay algún registro de que haya pasado antes? —es lo primero que pregunta el Alto Elfo luego de horas sumido en silencio. Su tono es comedido, plano, inflexivo. Tanto que el Rey Mago se remueve se remueve inconscientemente en su asiento.

No es un tono que haya escuchado antes, acostumbrado a la inflexión irritada con la que se dirige a él, o la familiaridad con la que se dirige a su segundo al mando, el Ranger Marshwalker, o la educada caballerosidad con la que se dirige hacia la princesa Kenny, su propia segunda al mando, o cualquier persona en general que no sea el Rey Mago. Incluso cuando habla con su gente su voz tiene más vida que está pobre imitación de su voz normal.

El Rey Mago no está muy seguro de si eso es bueno o malo, lo que sabe es que no le gusta en lo absoluto.

—¿No crees que si hubiera pasado antes lo sabríamos ya, Kyle? —pregunta en su lugar con irritación, cortando lo que sea que está a punto de decir el consejero de los elfos, que le lanza una mirada molesta por su intervención.

—No necesariamente, ¿quién sabe si ha sido ocultado para impedir...? —el Alto Elfo se detiene, frunciendo el ceño antes de mirar a su consejero.

El Gran Mago no tiene que escuchar el resto de la oración para considerarlo también, mirando a su consejero en busca de respuestas. Sí alguna vez, en algún punto de la historia entre ambos reinos, un elfo y un humano fueron almas gemelas y los registros fueron simplemente eliminados... ¿Cuántos años de masacre se pudieron haber evitado con esa información?

—Esto no había pasado antes, nunca —informa la princesa Kenny, obteniendo la atención de los presentes.

En teoría la mujer ni siquiera debería estar presente, considerando que es un asunto delicado para el que solo se habían llamado a expertos. Sin embargo, se había negado a perderse todo el drama que sabía se desataría y había usado la excusa de curar al Rey Cartman para estar allí; no es que sus sanadores no pudieran hacerlo, claro, pero era eso o abusar de su poder y no estaba de humor para ello.

Además, era un bono poder molestar al Rey Mago con varios susurros sobre el asunto, felicitándolo por haber encontrado su otra mitad o bromeando que se habían tardado mucho en descubrirlo.

—No tenemos registros —confirma otro de los humanos presentes, jugando nerviosamente con las mangas de su túnica.

—Tampoco hay registros en la biblioteca real —asiente el consejero élfico, apretando los labios ligeramente por tener que estar de acuerdo con los humanos.

—¿Pero es posible que haya pasado antes? —cuestiona el Alto Elfo, sus ojos escaneando la sala en busca de respuestas.

—¿Hay alguna forma de romper el lazo? —pregunta el Rey Mago al mismo tiempo, sus palabras colgando en el silencio que le sigue con mucho más peso que las de su contraparte.

Todos los ojos en la sala se giran hacia él y sólo años de soportar miradas similares, o peores, impiden que se encoja sobre sí mismo. La princesa Kenny lo mira con incredulidad, atreviéndose a pellizcar su costado en lugar de golpearlo como quisiera, pero es el dolor en el rostro del Alto Elfo lo que le hace realmente considerar lo que acaba de decir.

—No hay fuerza o magia capaz de romper el lazo entre almas gemelas, Su Majestad —dice uno de los consejeros humanos, midiendo sus palabras con cuidado. A nadie le gustaba la idea mucho más que su Rey, claro está, pero este no podía ser tan estúpido como para insultar a los elfos, ¿verdad? ¿Es qué en su preparación para asumir el trono no le habían enseñado nada?

Sí, tenían años en una guerra con los elfos, eso no significaba que eran ignorantes a sus costumbres y de todo lo que pudo preguntar, tenía que ser eso.

—Nada excepto, tal vez... —responde el Alto Elfo, enderezándose en su asiento mirando, por primera vez desde que inició todo el asunto, al Rey Mago directamente a los ojos—, la Vara de la Verdad.

El silencio en que se sume la sala es mucho más opresivo que antes.

------------------------------------

La Guerra Interminable había durado tanto que nadie podía recordar exactamente como inició. Lo que sí saben, por supuesto, es que la Vara de la Verdad estaba envuelta en el asunto.

La Vara era un objeto imbuido en una magia desconocida para elfos y humanos, pero cuyas propiedades se creían le garantizaba un poder descomunal a su poseedor. Nadie sabe de dónde había salido, o como el conocimiento de su existencia se había extendido a lo largo y ancho de los reinos, pero había causado tantas muertes para obtenerla que poco a poco el enfoque de la guerra cambió a quién debía protegerla en lugar de quién debía blandirla.

Los elfos aseguraban que las mentes humanas eran demasiado débiles para controlar esa magia desconocida, prometiendo que podrían tenerla bajo resguardo y nadie se vería tentado a usarla. Los humanos, por su parte, demasiado envueltos ya en el conflicto, no confiaban ni un ápice en las palabras de los elfos porque ellos mismos sabían que serían capaces de atrocidades si llegaran a poseerla; en su lógica, entonces, sabiendo de lo que serían capaces si estuviera en sus manos estaban seguros de que podrían protegerla mejor.

Y era, por supuesto, la única cosa que podría ir en contra del mismo destino.

----------------------------

—Retírense —ordena el Alto Elfo cuando el silencio empieza a volverse asfixiante.

—Su Majestad... —protesta su consejero, mirando con desconfianza al Gran Mago. Que no pudiera hacerle daño intencionalmente, no significaba que se podía confiar en el humano.

—Los dos estamos agotados mágicamente, y su propósito aquí se ha cumplido —dice, su mirada jamás abandonando la del Gran Mago, que se la sostiene luchando con el deseo de encogerse en sí mismo—. Retírense.

Sus palabras no dan cabida a duda o protesta, así que uno a uno los presentes se retiran, con diferentes grados de resistencia, hasta que solo quedan el Gran Mago y él. La última en salir es la princesa Kenny, que mira del uno al otro con preocupación, antes de cerrar la puerta tras de sí.

La sala vuelve a sumirse en un pesado silencio que ninguno parece estar dispuesto a interrumpir. Los dos permanecen así por largos segundos que mueren a paso lento, mirándose a los ojos e ignorando la tensión que carga el ambiente; finalmente, el primero en romper el contacto visual es el Gran Mago, incómodo con la sensación de que el Alto Elfo está mirando en lo más profundo de su alma.

—¿Realmente deseas romper el lazo? —el Gran Mago alza la vista nuevamente, sobresaltado ligeramente por la pregunta, seguro de que si no estuvieran ya en silencio no la habría escuchado por lo bajo que el Alto Elfo habló.

—¿Tú estás seguro de querer aceptarlo? —pregunta en lugar de responder, removiéndose en su asiento.

El Alto Elfo lo observa unos segundos más antes de ponerse en pie, acercándose al ventanal en el salón dándole la espalda y, por un momento, el humano se lamenta de no estar atrapado en el verde de su mirada un poco más.

—Eric —el aludido vuelve a sobresaltarse, está vez sorprendido porque debe ser la primera vez en años que lo llama por su nombre, si es que no es la primera vez en toda su vida. —¿Realmente deseas romper el lazo? —pregunta nuevamente.

El Gran Mago lo observa, notando la tensión en sus hombros, el ligero temblor en sus manos a pesar de la forma en que las sostiene a su espalda. Traga con fuerza considerando la pregunta, realmente pensando en las implicaciones de responder de forma afirmativa.

¿En verdad es lo que quiere o sólo preguntó porque piensa que es lo que Kyle, en el fondo, desea?

Pero, por supuesto, es una tontería si quiera pensar que el elfo estaría de acuerdo con algo así. Por más que desee aplastar el conocimiento que tiene del Alto Elfo, sabe que de todos los insultos y maldiciones que ha dirigido a su persona, sugerir romper el lazo es lo peor de todo.

—Me sorprende que no lo hayas sugerido tú mismo —miente descaradamente, levantándose con cuidado para tomar el lugar junto al elfo, observando el jardín.

—¿Sabes que les pasa a los elfos cuando la unión con su alma gemela es rota? —pregunta en lugar de responder a su comentario.

La respuesta es, obviamente, no.

Eric sabe lo que les pasaba a los humanos, no sólo por las historias que pasaban de boca en boca, sino también porque lo presenció de primera mano con su madre, al ser de las pocas con el infortunio de enamorarse de su alma gemela. El destino había sido cruel, en su opinión, enlazando a la pobre mujer con el hombre al que se vio obligado a llamar padre y quién, aún tras su muerte, solo le trajo sufrimiento. Lo que parecían olvidar siempre es que, a veces, el daño físico no era lo peor que podría pasarle a alguien.

¿Pero los elfos? Todo lo que sabía es que tenían sus formas de encontrarse mutuamente sin incurrir en daño, y que tenían una larga existencia por delante. Sin embargo, la expresión sombría en el rostro del rey a su lado le hace recordar los rumores que llegaron al Reino de Kupa Keep antes de que el Alto Elfo fuera coronado.

Como el entonces Alto Elfo Gerald pereció de forma misteriosa y la reina Sheila, una guerrera de los recónditos bosques Jersianos, lo siguió poco después. Muerta por un corazón roto, como su madre.

—Solo puedo imaginarlo —admite, sintiéndose incómodo por el pensamiento de muerte, más incómodo aún de pensarse causante de que el hombre a su lado pereciera de forma tan cruel y patética.

—Aunque me atreviera a siquiera pensar en negar lo innegable, hay que aceptar que estamos destinados a estar juntos, Eric —finalmente el elfo se gira hacia él y, en automático, Eric se gira para verlo de frente. El pesar en los ojos del Alto Elfo, mezclados con un sentimiento al que no se atreve a ponerle nombre, lo toma por sorpresa—. El problema es que no me atrevo, ni deseo, negar lo innegable.

¿Qué? Piensa sintiendo su respiración cortarse.

—¿Qué? —murmura en voz alta, o cree hacerlo. Está seguro de que algo ha salido de sus labios, pero no puede escuchar su voz por encima del sonido de los latidos de su corazón en sus oídos.

—Estaba preparado para morir por mi gente en batalla —la expresión en el rostro de Kyle se suaviza y Eric desea poder golpearlo, realmente golpearlo, para borrarla. Su expresión neutral o de ira es mil veces mejor que la vulnerabilidad desplegada ante él en ese instante—. Está guerra se ha tomado demasiado tiempo, y tú has negado todo intento de paz que te he ofrecido.

—Yo no...

—Y si la respuesta es sí —Kyle coloca una mano en su hombro, interrumpiéndolo con suavidad—, no necesitarás ninguna paz. Stan tenía instrucciones de qué hacer si Kupa Keep ganaba.

Cállate, quieres gritar, pero no puede hacer más que mirarlo, paralizado en su lugar. Cállate, no digas tonterías, piensa respirando hondo. Abre la boca, vuelve a cerrarla, las palabras trabadas en su garganta. El deseo de retirar todo lo que alguna vez le ha dicho al Alto Elfo, borrarlo de su memoria y de la de todos los demás, quema sus entrañas.

—Si respuesta es sí, de todas formas, estaba preparado a morir por tu mano —su mano se alza de su hombro a su mejilla, apoyándola ahí con una suavidad a la que ninguno está acostumbrado, regalándole una sonrisa que se siente como un puñal en el corazón.

No es justo, no es justo, no es justo, no es justo.

—Asi que te pregunto una vez más, Eric Cartman, Gran Mago Rey del Reino Kupa Keep —¿El Alto Elfo alguna vez había usado su título completo? ¿Su nombre completo? —¿Realmente deseas romper el lazo que nos une?

No es justo que Kyle deje el peso de la decisión en sus manos, creyendo que la tomará en detrimento del elfo. No es justo, en lo absoluto, tener que confrontar los sentimientos que tienen años carcomiendo su interior luego de un día tan largo y tenso, una semana, un mes, un año.

Todas sus vidas.

Luego de la revelación que se les ha hecho.

Por supuesto que el maldito Alto Elfo Judío lo pondría contra la espada y la pared dónde la única solución era admitir que nunca, ni siquiera cuando su primer encuentro fue un completo desastre, ha odiado a Kyle.

—Maldito... Elfo judío —logra decir ignorando cómo su voz se corta por un sollozo que lucha en salir—. Por supuesto... Por supuesto que no deseo hacerlo.

No sabe que duele más, si admitirlo en voz alta o la sorpresa en el rostro del pelirrojo.

—No quiero que mueras, maldito imbécil —sorbe su nariz alzando sus manos para envolverlas en la túnica del Alto Elfo, atrayéndolo hacia él con fuerza—. Acepto... Acepto este lazo y todo lo que implica...

—Eric... —el jadeo de Kyle le arranca una pequeña risa, las mejillas del elfo coloreándose de un rojo tan intenso como el de su cabello dándole un aspecto adorable al feroz rey.

—Y aceptó cualquier estúpido tratado de paz en que puedas pensar —continua como si no lo hubiera interrumpido, sus manos soltando la túnica para poder envolverlo en sus brazos aprovechando los pequeños centímetros que le saca de ventaja para apoyar su cabeza entre el lío de risos que llama cabello—. Y no te dejare fuera de mi vista ni un maldito segundo, ¿Me escuchas elfo estúpido?

—Hm —si Kyle ha respondido algo su voz es ahogada por la tela de su túnica, sus manos apretándose con fuerza en su espalda el único indicativo de que acepta sus palabras.

Si de pronto su túnica se torna un poco más oscura ahí donde el rostro del elfo descansa, o si algunos risos se aplastan por una repentina humedad entre ellos, ninguno de los dos menciona nada. Luego tendrían tiempo de burlarse del otro por perder el control de sus emociones, o lo dejarán pasar en favor de llevarse el secreto hasta sus tumbas.

Tendrán muchas cosas que arreglar de ahora en adelante. Como su boda, porque aunque los elfos y los humanos están en desacuerdo en muchas cosas, las dos razas podían coincidir de que una vez aceptado un lazo de almas gemelas debía ser formalizado ante sus leyes.

También se vaticinaba un dolor de cabeza político, entre la posible oposición a una paz más permanente o a la resistencia ante una posible unión de ambos reinos. Pero es un dolor de cabeza para después, cuando sus cuerpos se recuperen y su energía mágica se estabilice.

Por ahora, simplemente permanecerán allí por un largo rato, disfrutando de la calidez del otro y la cercanía que, por años, han ansiado tener sin saber que el otro deseaba lo mismo.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro