Capítulo 1
Sunny...
"He discernido algo: el futuro es impredecible".
John Green.
De frente al espejo del tocador, pinto mis labios y cepillo los nudos naturales de mi pelo.
Nunca me maquillo. Esta noche estoy haciendo una excepción por circunstancias muy especiales. Mi cotidiana rutina, después de salir de la ducha, está siendo corrompida... una vez más, por Ruby; mi mejor amiga y actual colega de fiestas.
Yo soy, algo así como su... ¿compinche? Creo que así se les dicen a los acompañantes de bebidas, cuando quieres conseguir carne fresca en tu cama. Yo atraigo a los chicos hacia ella, se los presento, y al final, terminan teniendo una noche pasional al lado de mi amiga.
Y hoy es la noche.
Y va a volver a suceder...
... una y otra vez.
Y tiene que ocurrir.
(Ay, perdón. Creo que eso es de Dexter.)
Lamento haberlos confundido.
(Sorry. Sorry.)
Retomando el tema anterior...
No quiero ser envidiosa, pero tengo un cutis resplandeciente, labios llenitos y carnosos, y una figura atribuyente al mal de ojo, de parte de mis compañeras de secundaria.
Aun así sigo siendo virgen.
La mitad de las chicas en mi salón ya la perdió; pero eso no me preocupa. Todavía tengo 15 años, tengo toda la vida para desperdiciar mi vagina en cualquier pene que invite a unirse a la fiesta en mi interior.
Eso no sonó muy bien.
(Sorry, I am Sunny.)
La despampanante figura de Ruby irrumpe en la habitación, —¿Ya estás lista?
Fue su idea colarnos a una fiesta de fraternidad; por si se lo preguntaron.
—Sí, ya me bañé. Mis partes íntimas están impolutas.
—No entiendo tu morboso sentido del humor, rubia.
—No es morboso, morena. Es único —me defiendo.
Me mira como si hubiese olido los desperdicios de mariscos en el callejón del restaurante Windsor. Lo que es irónico, porque... los británicos no pueden comer mariscos; al menos, no los de la realeza. Y ese apellido "Windsor", es el que ocupan los ingleses reales cuando lo necesitan.
—No entiendo cómo podemos ser amigas, si ni siquiera nos comunicamos en la misma onda.
—Porque soy buena onda —digo, simple y a la vez orgullosa.
—Decir que eres buena onda te vuelve patética.
—Sí, quizás lo sea. Una chica hermosa como yo no necesita una máscara como tú.
—Usar maquillaje no te hace una puta, Sunny.
—Válido.
Sé que parece que nos estamos peleando, pero lo cierto es que así nos llevamos nosotras. Sí..., jugamos muy pesado; ya lo sé. Papá dice que lo saqué del lado de la familia de mamá. Ella y su gemela Spencer, juegan en el mismo ritmo que nosotras. Si fuéramos hermanas, Ruby sería mi Spencer. Igual lo es, pero me gustaría que biológicamente también lo fuera. Así estaríamos juntas para siempre, no nos preocuparía la universidad o el tiempo separadas la una de la otra.
—Me estás dando la razón, únicamente porque tu cara parece Paleta Payaso.
—Sí, bueno... cada quien dice y hace lo que le conviene a la otra persona que escuches.
Su entrecejo se frunce en confusión, —¿Quién dijo eso?
Le sonrío a su figura reflejada en el espejo, —Yo —respondo.
Bufa en respuesta, —Mentirosa.
—Toda tuya —digo, honesta y condescendiente.
Me enseña el dedo de en medio, y yo correspondo su grata respuesta usando mis dos dedos de en medio.
Se ríe como posesa, —Vete a la verga, rubia.
Yo también me rio.
Termino de arreglarme, y me levanto del taburete de tocador. Ni corta ni perezosa, me pongo unas arracadas de oro que están en el alhajero enfrente de mí.
Ruby me mira con el diablo bailando en su sien, —Ni se te ocurra perderlas, Sunny. Fue un regalo de navidad muy costoso.
—Sí, pero de uno de tus exnovios —le recuerdo.
—Da igual, Xavier sigue siendo un amor conmigo.
—Sí, morena, todos escuchamos tus gritos de placer detrás de la puerta de Geografía.
—Además —continúa ella, sin prestarle atención a mi comentario—, ¿eso qué tiene que ver? Te dije que no las perdieras y punto.
—Hablas como si tuviera cinco años —mascullo—. Y sí, sí te oí. Y no, no las voy a perder.
—Más te vale —me avisa con voz de ogro.
—Te preocupas mucho. Tienes un par extra y, exactamente igual, aquí mismo —digo; y para que vea que no es mentira, se lo enseño—: Mira, mira el parecido. Son como dos gotas de agua.
—Las que sostienes son de fantasía —refuta—. Las que tienes puestas, esas sí son de oro.
Gruño como el mismísimo Shrek, —Está bien —digo de mala gana—. Para que veas que soy buena amiga, mira. —Me quito las de oro, y pongo las de fantasía en los lóbulos de mis orejas—. Para que te quedes más tranquila, me llevo las de regateo.
Pongo en su palma las verdaderas joyas, como si ella fuera la mendiga y yo la privilegiada. Cuando en realidad es al revés, Ruby es la rica y yo soy de clase media. Papá nos mantiene con su sueldo de editor, y mamá planchando ropa de extraños. Si no fuera porque tengo quince años, me pondría a trabajar.
—Gracias —responde, altiva y altanera, cuando me ve en plan cooperativa.
—De nada —imito su tono despectivo.
En ese momento: golpes meditados a la puerta del cuarto de Ruby, interrumpen nuestro ataque de miradas. Debe ser America, la madre de Ruby.
Los ojos de mi amiga se abren con exageración, cuando escucha a su madre del otro lado de la puerta. Ay, carajo. Ella y yo pensamos igual: si nos descubre, el escape se puede ir a la verga.
—¿Niñas? —La voz aterciopelada de America indica que no sospecha nada.
¡Pero no podemos darle razones!
Tenemos que movernos rápido.
A continuación, actuamos casi por instinto: entre murmullos y gritos en susurros sobre qué esconder y que no abajo de la cama, o en el clóset, nos la llevamos en cuestión de segundos. Guardamos el maquillaje, y metemos como cavernícolas los conjuntos de ropas desechados detrás de las puertas del armario.
—¿Niñas? —nos vuelve a llamar America, esta vez, un poco más insistente.
—¡Carajo! —blasfema en un murmullo su hija—. ¡Mueve esas nalgas, Sunny!
—¡Ya voy, maldita sea!
Como estoy toda arreglada, hasta con los tacones de doce centímetros puestos, sería una estupidez ponerme una bata y fingir que voy a dormir. Ruby sí tiene la suerte de pasar desapercibida, porque ni arreglada está la malgeniuda.
—¿Ruby?
—¡Voy, mamá! —exclama, dirigiendo su vista paranoica a la puerta, aún cerrada.
—¡Maldición! —mascullo.
Miro la cama en perfectas condiciones de Ruby, y luego a mí. Ni modos. Meto mi menudo cuerpo abajo de las sábanas perfumadas de mi amiga, y ella expresa la misma tortura que Harley Quinn en Aves de Presa, cuando perdió su "sándwich de huevo perfecto" en plena persecución.
Me tapo hasta la cara de Paleta Payaso, mientras ella va a abrirle la puerta a su madre. Ruedo mi cuerpo, de manera que mi espalda presencia la conversación que tienen madre e hija.
—Ruby.
—Hola, mamá.
—¿Qué pasa?, ¿por qué no abres la puerta? ¿Por qué tiene el seguro en primer lugar? —la regaña. Me la imagino expresando su disgusto con sus manos.
Maldición.
—Perdón, mamá. Ya sabes que no me gusta dejar la puerta sin cerrar cuando está tu novio por la casa —dice, echándole en cara, por enésima vez, su elección de mal gusto en hombres.
La cara de America es de cansino. Está cansada de escuchar a Ruby hablar de ese modo, respecto a su relación de seis meses con Tom. El nuevo novio de su madre le cae como una patada en los ovarios a Ruby; simplemente, no compaginan.
—Ruby, por favor, no esta noche —le pide.
—¿Por qué no? Ya me estás echando bronca.
—¡Ruby!
—¡Shhhh! ¡Baja la voz! —grita en un susurro moderado—. Sunny está durmiendo —miente; y lo hace muy bien, si alguien me preguntara.
—Bien, tengamos esta conversación en mi cuarto —declara, mandamás. Pero así es America, es algo a lo que Ruby se acostumbró con el pasar de los años.
—¡No, no quiero! —Habla de manera despectiva—. Tengo un sueño de resaca, y no quiero hablar contigo de esto ahora, mamá. Ya sabes lo que opino cuando traes a una de tus conquistas a la casa. No quiero tener esta discusión, otra vez.
—¿«Mis conquistas»? —expresa, ofendida e irónica, a punto del colapso—. ¿Cómo te atreves a hablarme así, niña impertinente? Yo soy tu madre.
—¡Mentiras, Mare!
La indignación de la boca de Ruby, y el impacto que produjo su cachetada cuando cruzó su cara, me provocaron agruras. Sé que Ruby se excedió un poquito, pero no es razón para levantarle la mano. Nadie merece una bofetada.
El arrepentimiento en los ojos de America es evidente, —Cariño, lo siento. Lo siento mucho.
Ruby se lleva la mano a su mejilla adolorida, y una sonrisa carente de humor se dibuja en sus labios, cuando dice, con ponzoña en sus sílabas, mientras habla:
—¿Sabes una cosa? Yo no, Mare.
Le cierra la puerta en las narices a su madre, de un portazo, antes de ponerle el seguro, y hacer caso omiso a las súplicas de America sobre abrir la puerta y conversar en su cuarto.
—Cariño, cariño, por favor —le pide mientras toca—. Cariño, abre la puerta.
Mi amiga se sienta, abatida, en un extremo del colchón, conmigo aún sin moverme y cubierta por sus sábanas. Su madre no desiste, y sigue atosigándola con abrir la puerta y platicar lo que sucedió. No es la primera vez que le pega, por cierto.
—Cariño...
—¡Jódete! —dice, no tan fuerte como su iracundo comportamiento desearía, pero estoy segura que America la escuchó porque ha dejado de insistir con Ruby.
Ningún ruido se percibe a través de la puerta o en el pasillo. Su madre se ha ido, y no sabemos si volverá o no. Por el momento: estamos solas.
Casi quiero creer que hemos superado este horrible encuentro, cuando... un sollozo controlado y entrecortado rompe el silencio de la penumbra, haciendo menos soportable la incomodidad que corroe mi cuerpo, cuando la realidad me golpea duro. Es Ruby, y está llorando. Oigo su nariz congestionarse, lo que me da luz verde para darle un abrazo.
Me incorporo y siento a su lado, deseando hacer cualquier cosa porque ella no sienta dolor emocional. Pero sí lo hace, y yo no puedo mitigar su pena haciendo otra cosa, que no sea rodearla con un brazo los hombros, y atraerla hacia mí para mostrarle mi apoyo en un abrazo sincero.
Su cabeza descansa en mi hombro, y se acomoda en el espacio de mi largo cuello, proporcionándole mimo a su dolor. Le susurro cosas dulces al oído, mientras la rodeo con mi otro brazo, completando mi abrazo de oso panda.
—Todo va a estar bien —musito contra la piel de su cuero cabelludo—. Todo va a salir bien.
—No —dice ella, sollozando aún—. Nunca estaremos bien. No, otra vez. Desde que papá murió, Mare está irreconocible —moquea—. La odio. La odio tanto. Ojalá se muriera.
Hago caso omiso a las súplicas de mi amiga, y me dedico a hacer mi tarea: consolarla. Cuando se enoja, sé que dice y hace cosas que no son ciertas, que no siente realmente. Así que no me preocupo por su estado abrumador.
—Todo va a salir bien —digo, segura de mí misma, al acariciar su pelo color chocolate en un grácil movimiento—. Tú estarás bien.
Pero... la mierda aquí es..., que debí haberme preocupado en su momento, y mucho. Debí haber ido a casa con mi madre, en lugar de ser egoísta y aceptar los cambios de humor de Ruby como normales y optimistas. No debí salir esa noche. Debí haber buscado a America y decirle que su hija, otra vez, estaba volviendo a escapar de casa conmigo, para ir a fiestas de fraternidad, fumar, drogarse, beber y tener sexo sin control con cualquier extraño.
—Bueno... —empieza a decir, levantándose de un brinco de su cama, y quitándose la bata de baño enfrente de mí, revelando un espectacular vestido de cóctel—. Vamos a alistarnos, rubia. Es hora de festejar nuestra larga y feliz vida —dice, haciendo pose disco, apuntando hacia el techo marino de su habitación.
Debí haber avisado a America o a su doctor. Debí haberles dicho que volvió a recaer con el oxicodona.
Pero... era demasiado inmadura para conocer la magnitud de un acto egoísta.
Repito: tenía quince años.
Sonrío en respuesta, ignorando las banderas rojas en mi cabeza, de ese tiempo, —Okey.
📝📝📝
Nota:
Una y mil perdones por haberlos hecho esperar por tanto tiempo. No saben lo agradecida que estoy por su espera.
Bueno, como saben, ésta es la tercera entrega de mi trilogía POLIAMOR.
La primera:
*POLIAMOR #1 ¿Se pueden querer a dos personas al mismo tiempo?
La segunda:
*Dos están bien, pero... ¿cuatro? [POLIAMOR 2]
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