Capítulo 26
Las evaluaciones forenses no habían errado en su diagnóstico. A raíz de la lesión en el lóbulo temporal, la psicosis se esparcía por el cerebro de Heliot Chadburn. Una peste negra había usurpado sus memorias, rediseñadas de acuerdo a un nuevo patrón, uno que se adaptaba a la nueva narrativa de su historia. Pero ni en su propio mundo de fantasía encumbraba el puesto de dios. No obstante, eso no minimizaba la situación. El delirio de grandeza que gobernaba su personalidad hacía que interpretara el mundo desde una óptica distinta, una en la que determinadas personas eran como él. Elegidos.
La pizca de lástima que provocó en Hale rápidamente quedó ensombrecida por la rabia. Si no hubiera antepuesto su ambición de aspirar a la gloria del cuerpo de policía, el porvenir de Heliot habría sido bien distinto. No habría conservado su nombre con aquel fervor enfermizo. La elaboración psicopatológica de sus vivencias le había integrado como uno más del elenco. Y nada menos que como personaje principal.
—Sé que no me crees —admitió Heliot.
Hale emitió una carcajada.
—Tampoco me lo pones sencillo. Puedo aceptar muchas cosas, pero que tú seas un semidios es... De chiste.
—Lo entiendo. A mí también me costó asimilarlo.
—No me digas... —Volvió a reír—. Menuda putada —murmuró para sí.
Batallar con enfermos mentales alteraba los nervios de cualquier profesional sin una paciencia infinita. La enfermedad es la que habla, exponían los expertos en salud mental en los cursos de formación de la comisaría. Tanto sus compañeros como él preferían guardarse lo que pensaban realmente. Ninguno de los expertos que recriminaba el trato inhumano ejercido contra sujetos mentalmente inestables había participado en operaciones que ponían en serio riesgo la vida de ciudadanos y agentes por igual.
Razonar con individuos perturbados era inviable. En su lugar, tenían que demostrarles que vivían en el mismo mundo imaginario que ellos.
Le gustara o no, debía acatar las reglas del juego de Heliot Chadburn.
—¿Y por qué yo? —indagó—. ¿Qué tengo de especial?
—Decírtelo no cambiaría las cosas. Tienes algo que te diferencia de mí. Solo unos pocos logran recordar sin necesidad de un suceso de gran relevancia.
—Eso significa que ya lo has intentado —dedujo Hale.
Heliot asintió.
—¿Y tuviste éxito?
—Dímelo tú.
El sonido de unos zapatos los guio hacia la persona que se unía al enfrentamiento en el centro de la plaza.
—¡Fitz! —profirió Hale con exaltación.
Con las manos en los bolsillos de un bléiser desabotonado, el jefe de la comisaría andaba con calma hacia Heliot Chadburn.
—¡Dispárale, joder! Pero ¿qué haces? —Extendió los brazos, juzgando incomprensible la pasividad con la que se aproximaba al hombre que tenía entre sus brazos a su siguiente víctima.
—Hale... —lo saludó de perfil. Luego dirigió una mirada concisa y grave a Heliot.
—Qué significa esto. ¿Estás con él? ¿Has sido tú el que lo ha mantenido escondido del FBI todo este tiempo?
—Lo entenderás pronto —respondió simplemente.
Hale hincó una mirada penetrante en su viejo amigo.
—No has avisado al inspector Taegan.
Fizt no se movió. Lo que su rostro reflejaba bastaba para que comprendiera que los refuerzos jamás llegarían.
—Ha comprado tu silencio. Es eso, ¿eh? Eres un fraude, ¡un maldito traidor! ¿Qué te ha prometido? —Se pasó una mano por el cabello, frustrado—. No puedo creer que te hayas tragado toda esa bazofia megalomaníaca.
—Hale, ten paciencia.
—¿Paciencia? —Con un gesto arrogante de los labios, recuperó la pistola que había enfundado y le apuntó al corazón—. La paciencia se me ha agotado.
Fitz llevó la mano a su costado y extrajo también su arma.
—Cómo has podido... Te creía un amigo.
—Mi lealtad hacia ti ha decaído un poco. —Sujetó el arma con ambas manos—. He hecho todo lo posible porque este día tuviera lugar. No compliques la situación más de lo que ya lo está.
—¿Has estado involucrado desde el principio? —En el acto cayó en la cuenta—. Tú me recomendaste a Alice Montgomery. Fuiste tú. Y también Lea... Tú la introdujiste en mi vida, me obligaste a tenerla cerca.
—En lo tocante a la cornuda, en realidad mantuve una charla distendida con una de sus amigas, conocida de la mujer con la que estoy casado. —Encogió los hombros con ese aire particular suyo con el que se atribuía el mérito de las confabulaciones encubiertas que salían según lo previsto—. Con esa chiquilla fue cosa de azar, ¡un azar cojonudo, ey! —añadió—. Ahora te lo pido por favor, deja que Heracles...
—¿Heracles? —repitió en una inflexión de voz punzante.
—Deja que termine lo que ha iniciado.
—Sostén a la chica.
Fitz tomó a Lea de las ataduras. Entretanto, Heliot se acuclilló en el suelo de la plaza y comenzó a delinear con tiza unos extraños símbolos en círculo.
—Lo siento, pero te has burlado del hombre equivocado —dijo Hale reafirmando la pistola que apuntaba al jefe de policía—. Tú no eres invencible.
—Pero ella sí —le rebatió, y situó la boca del arma en el cuello de Lea, que se revolvió al notar la frialdad del metal en la piel.
—Detente. —Heliot se había incorporado y comprimía la corredera de la pistola de Fitz, desviándola de su objetivo—. Ella nos es necesaria. Su sangre es la clave.
—¿Su sangre?
Tanto Hale como Lea clavaron en él una mirada alarmante. No había pedal de freno en una mente abocada al autoengaño.
—No voy a consentir que le hagáis daño.
—Eso está por ver.
En el momento en que Fitz hincó la pistola en el vientre de Lea, Hale efectuó un disparo. O esa fue su intención. El estampido derivado de la explosión de la munición no agitó la atmósfera. Ni siquiera había percibido el olor a pólvora propia de la deflagración ni el cosquilleo en el vello del dorso de la mano. Su dedo índice estaba paralizado a un centímetro del gatillo.
—Qué... —Sus dedos comenzaron a abrirse en torno a la empuñadora de la pistola—. Esto es imposible...
Una especie de corriente eléctrica se hizo con el control de su cuerpo. Las manos se le pusieron rígidas. Acto seguido, mientras la pistola retumbaba en el pavimento, los brazos de Hale fueron descendiendo hasta anclarse a su costado. Era como estar atrapado por una fuerza magnética. A pesar del empeño por moverlas, sus piernas tampoco respondían.
—¡Qué demonios me habéis hecho!
—Te aseguré que funcionaría. —Heliot miró a Fitz, que había enfundado su arma—. Hale no podrá moverse mientras llevamos a cabo el ritual.
—Lo siento. —Fitz se alzó de hombros—. Pero te queda bien.
Con la cabeza señaló el Rolex que Hale lucía en la muñeca. Un fogonazo amarillento partía de la correa, que había mermado en tamaño. Se acoplaba a su piel como un brazalete. Desde las alturas logró distinguir una serie de signos que se transparentaban en el acero.
—¿Me has envenenado?
—Sí y no —respondió el jefe de policía—. Es un recurso más antiguo y poderoso.
A un palmo de distancia de Hale, lo observó de arriba abajo.
—No te pareces en nada a él. Quizá algún atisbo puramente insignificante, pero eso es todo. Han hecho muy bien su trabajo.
Hale trató de abalanzarse sobre Fitz. Soltó un alarido y bajó la vista al reloj. El destello ambarino lo abarcaba en su totalidad. Cada vez que luchaba contra el bloqueo, un latigazo de corriente lo sacudía por dentro.
—No te resistas —le aconsejó—. Eso solo aumentará el dolor.
—Eres un desgraciado...
Las comisuras de Fitz esbozaron una contorsión soberbia.
—En breve cambiarás de opinión. Desde luego, te garantizo que estarás en deuda con nosotros.
—Vete al Infierno.
—¡Oh! —Prorrumpió en una de sus características carcajadas—. De eso no me cabe la menor duda.
—¡Voy a matarte!
—Suelta toda esa ira contenida, Hale, ¡vamos, adelante! Grita para desahogarte a tu viejo amigo. Ahora mismo no es más que palabrería. Estás petrificado, no puedes moverte. El reloj que llevas puesto tiene integrado una fina hoja de papiro con una protección.
—¿¡Qué...?!
—Su función es bloquear toda acción o movimiento con el propósito de que salgas ileso de incidentes que comprometan tu bienestar... O ese es su supuesto cometido. El papiro posee una pequeña artimaña: el nombre de Heracles como la persona que decide si te mueves o no. Por tanto, que estés inmóvil corre por cuenta suya.
Apretando cada músculo de su cuerpo todo lo que daba de sí, sintiendo aquella extraña energía perforarle como las hojas afiladas de centenares de cuchillas, vagó la vista hacia Heliot. Terminaba de trazar los últimos símbolos del círculo. No conseguía identificarlos. Pero estaba pendiente de la concentración con la que los escribía. Heliot sí tenía fe en lo que quisiera que representaran los signos.
Se temió lo peor cuando Fitz recibió la confirmación de que el círculo de invocación estaba completo. Heliot volvió a apropiarse de Lea. De la parte trasera del pantalón, sujeto al cinturón, extrajo una daga que había disimulado bajo la chaqueta. Unas incrustaciones talladas en espiral decoraban la empuñadura hecha de hueso.
—El ritual está a punto de comenzar. —Retuvo a Lea con un brazo y le inclinó la cabeza hacia atrás. Asentó el puñal en la garganta, justo encima de la arteria sobresaliente—. Hoy esta mujer ofrecerá su sangre para que tú y todos os desprendáis del velo que cubre vuestros ojos. Hoy veréis el mundo como verdaderamente es, y no como os han obligado a verlo.
La punta de la daga cortó la piel de Lea. Una gota de sangre resbaló por la hoja y goteó sobre los signos del círculo.
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