Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 16

Con delicadeza para no despertarla, Hale se introdujo en la habitación que había arreglado para Lea. Había cogido el sueño casi raspando el amanecer, por lo que no le extrañó encontrarla profundamente dormida. Junto a sus gafas redondas, dejó una nota y una de las pistolas que guardaba en la caja fuerte de su dormitorio.

Su intención, en un primer momento, era quedarse en casa y representar el papel de buen anfitrión preparando un desayuno medianamente decente. La leche grumosa y cortada del tetrabrik y un surtido de condimentos con la fecha de consumo cercana hicieron que recapacitara. Jamás se había preocupado de cuidar los detalles más redundantes de su hogar; su organismo había aprendido a alimentarse de las sobras y de comidas baratas y rápidas cuando reparaba en las horas que llevaba sin probar bocado. ¿Cómo iba a cambiar años de anodina subsistencia en un solo día? Y, para más burla, por otra persona.

Optó entonces por abordar el adiestramiento de Lea. Una tarea que aceptaba con el propósito encubierto de tenerla bajo su punto de mira. Pero en el telefonazo a Margot Tredman había terminado consintiendo una reunión cara a cara en una de las cafeterías que frecuentaban cuando se veían en secreto. Se negaba a escuchar lo que tuviera que decirle por teléfono.

En uno de los establecimientos independientes de la ciudad, Hale distinguió a la forense en la mesa retirada del tumulto que habían hecho suya en sus encuentros. Ya había pedido un café. Degustaba una onza de chocolate negro con menta que servían de complemento mientras contemplaba el dinámico ajetreo de la avenida.

—Mira quién resurge de entre los muertos —expresó con una ironía que destilaba amargura—. No has cambiado nada. Quizá un poco más cansado.

—Tú sigues igual de resplandeciente.

Margot entalló una media sonrisa. Removió el café con círculos lentos de la cuchara.

—Hace tiempo que me hice a la idea de que te habías olvidado de mí —dijo Margot—. Y de repente vuelves a entrar en mi vida para desbaratarla. No sé si he cometido un error proponiéndote vernos aquí. Creía que mis sentimientos por ti ya no existían. Pero mírame —rio en un gesto que a Hale le pareció bello—, de nuevo me confieso ante ti sabiendo lo que voy a recibir a cambio.

—Es un golpe bajo que me merezco.

—Te mereces mucho más —afirmó Margot—. Pero no seré yo quien te juzgue por ello. El que estaba en un dilema eras tú. Mi decisión era más sencilla: actuar en contra de mis principios o no.

La llegada de la camarera escribió un paréntesis en la conversación. Hale pidió un café espresso para ambos, conocedor de la adicción de la psicóloga a la cafeína.

—Omitamos ese tema. ¿Qué es lo que querías comentarme?

—Es sobre Heliot Chadburn.

El nombre provocó una arruga en el ceño de Margot.

—¿Estás al tanto de sus últimos movimientos? —Con la negativa de la forense, prosiguió—: La cárcel se le quedaba pequeña y ha decidido irse de viaje.

—¿Me estás diciendo que se ha fugado?

—Y le ha dado por hacerme una visita.

—¿Cómo? —expresó estupefacta.

—Toda una sorpresa, sí, y preveo que a todos los que trabajasteis en su caso, como yo, también os llegará el turno. Quería avisarte, Margot, porque estás en peligro.

—Mi dictamen no lo encerró en prisión —replicó.

—Cierto, pero ¿vas a esperar a ver si realmente es benevolente contigo?

Margot tamborileó el índice contra el borde del vaso vacío.

—Tú también corres un gran riesgo.

—Es una deuda que tengo pendiente —replanteó Hale su impresión.

—No digas memeces. —Margot apuró un sorbo del café que la camarera les puso en la mesa—. ¿Ahora quieres expiar la culpa haciéndote el mártir y recibiendo una bala en el corazón?

—Recuerda que su táctica era más física.

—Él no lo hizo —le contradijo—. Al menos, no conscientemente. 

—Pero sus huellas estaban en las gargantas de su familia. Solo las suyas. Sin rastros de un segundo que moviera los hilos. Eso es suficiente para señalarlo como único implicado.

—¿Y a quién ha matado ahora, supuestamente?

Le resumió en unos minutos las circunstancias actuales que ligaban un caso cerrado del pasado con uno todavía sin resolver. Margot movía los ojos a la par que asimilaba la información.

—¿Qué puedo hacer para ayudar?

—Ponerte a salvo. Tómate unos días de asuntos propios y márchate de la ciudad mientras lo encontramos.

—¿Tú y quién más?

—Tengo buenos colaboradores —nombró indirectamente al inspector de homicidios y su pupila.

—No voy a marcharme así por las buenas. Esto es grande, Hale, podemos tratar de mediar entre él y...

—¿La justicia? —terminó su frase—. Ha matado a una chica, y ha estado a punto de cometer otro asesinato ayer mismo. Ese hombre está dispuesto a arrojarnos a todos a su mismo infierno.

En un gesto inesperado, Margot posó la mano encima de la de Hale.

—¿Y tú? No quiero que te hagan daño.

—Haré todo lo que esté en mi poder para que eso no ocurra. —Quitó la mano despacio, consciente de lo que implicaba aquella retirada—. Pero tú tienes que protegerte. Procura desaparecer por un tiempo.

Margot, dolida por los límites que Hale había instituido entre ellos, se recluyó en el asiento con la mirada distante.

—Tú ganas —dijo finalmente, y clavó una mirada feroz en él—. Pero no quiero volver a saber de ti.

*

El juez Archer los había convocado en su despacho. Hale echó un breve vistazo a la escultura de una rama de laurel en la orilla del escritorio. Los retratos de juventud en el conservatorio de música se repartían a lo ancho de la estancia. Las condecoraciones al manejo del arpa y los conciertos ejecutados durante su etapa universitaria eran fuente de admiración entre sus compañeros de la carrera judicial y amistades más íntimas.

Tornó la cabeza ligeramente hacia el inspector Taegan. Había acudido a su oficina para buscar indicios de que había sido Heliot el responsable del allanamiento a su propiedad. Aparte, el portero le debía explicaciones sobre el estado y la ubicación de su perro. Le sorprendió encontrarse al inspector en la puerta con noticias del juez.

—Hale —los jóvenes ojos azules del juez Archer, indemnes frente al paso del tiempo, lo observaban con confianza—, tu amigo, aquí presente, me ha puesto al tanto del asunto. Jamás pensé que sería objeto de investigación tuya.

—No eres tú precisamente quien me interesa —respondió el detective—. Aunque reconozco que cada vez que sé de ti, estás embarcado en el descubrimiento de nuevas artes.

Acodado en la mesa, el juez descansaba la barbilla sobre sus dedos índices. Su afición por la música y la poesía lo hacían un ferviente apasionado de las óperas y obras que asolaban los teatros más célebres de Nueva York.

—Hasta donde yo sé, reconocer la belleza es una virtud que pocos atesoran.

—Y si por mí fuera podrías seguir deleitándote con gusto. Pero hay ciertos cuadros de una galería en concreto manchados de sangre.

—Sí, ya, Macie Blossom. —Movió la cabeza en una afirmación—. Una gran artista, preciosa, equivalente al nivel de sus obras. Una lástima haber perdido un talento como el suyo. —Juntó los dedos antes de continuar—. ¿Tenéis pruebas de que Heliot Chadburn sea realmente su asesino?

—Estamos en ello, juez Archer —dijo Taegan—. Las huellas dactilares tendrían que aparecer en los sistemas informáticos.

—Si es que es él. Una afirmación taxativa cimentada en la semejanza de las muertes es muy precipitada. Miles de individuos pueden hacer uso de la fuerza bruta para acabar con la vida de una persona, de manera similar y con las mismas consecuencias físicas. Las prisas no son un buen aliado.

—Macie Blossom es la víctima que nos vincula a todos —presionó Hale.

—¿De verdad ves una correlación ahí? Los hombres que socializaban con Macie Blossom no pertenecen al mundo de Heliot Chadburn. Y yo me incluyo. Entablé conversación con ella porque sus obras me habían maravillado, pero la chica, como tal, no me interesaba. Su muerte solo me despierta compasión, ningún otro sentimiento que ese hombre haya querido remover para que yo me sienta señalado.

—Nos estaba alertando —discrepó—. Un primer asesinato con el que precipitar un paso en falso en alguno de nosotros. Estoy seguro de que sus acciones escalarán en gravedad.

—Y llegas a esa conclusión porque... —dejó la cuestión en el aire—. Disculpad que sea franco con vosotros, pero me da la impresión de que estáis ajustando el caso a la teoría que más os conviene. Quizá alguno quiera limpiar su nombre y otro otorgarse una gran detención con la que recibir una promoción.

Hale aporreó la mesa con el puño.

—Te creía un hombre más sabio, Archer.

—Y yo a ti inteligente. —Se levantó y puso las manos en la mesa—. No voy a tolerar que te comportes de ese modo en mi despacho.

Le sostuvo la mirada mientras se retraía en la silla.

—Bien —dijo el juez tomando asiento—. Indirectas aparte, retomo lo dicho. Yo no me sentí ni me siento afectado por la muerte de esa chica, esté o no relacionada con el prófugo Heliot Chadburn. Pero, al parecer, tú sí.

—No la conocía de antes —negó Hale.

—Y, sin embargo, eres el primero que otorga vínculos emocionales con esa chica a todo hombre que ha hablado con ella. Haces que sospeche que el principal perjudicado eres tú.

—¿Me estás cuestionando?

—¿Tienes algo que desees confesarnos? —prosiguió el juez—. Los adictos sois unos grandes mentirosos. Esa faceta se afina con el tiempo. Pero ten en cuenta que las medias verdades solo ralentizarán la investigación a tu amigo.

—He cubierto mi cupo de cortesía —manifestó virulento—. Vete a la mierda, Archer.

De un golpe, se retiró de la mesa.

—Un placer verte a ti también, Hale —dijo a la espalda del detective que cruzaba su puerta—. Lo dicho —se dirigió al inspector—, hasta que no tenga pruebas concluyentes de que Heliot Chadburn es quien está detrás de la muerte de Macie e indicios que relacionen su asesinato con esa vendetta personal, esto no ha sido más que una charla entre colegas.

Hale se apresuró escaleras abajo. La insinuación del juez acerca de sus sentimientos hacia la artista fallecida le había tocado de lleno. Por más que quisiera darles explicación, no lograba esclarecer el motivo por el cual la muerte de Macie Blossom le atormentaba más que el abandono de su propia familia. Aquella tez blanca con el sello inocuo de la muerte incrustaba una mano pérfida en su interior. Le aturdía la furia salvaje que se apropiaba de él al evocar la agonía que habría tenido que soportar hasta exhalar su último aliento. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro