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#CDFx 8

Me siento tan bien cuando duermo tantas horas seguidas que no me importa la pérdida de tiempo que ha sido. En este caso diez horas de mi vida que no recuperaré.

     Salgo de la cama, tras estirarme un poco, y no me sorprendo al verme con la ropa del día anterior. Sonrío. Llegué en un estado tan lamentable que lo raro es que haya llegado a meterme entre las sábanas correctas y no me dejase caer sobre ellas de mala manera. Lo que hace que recuerde una extraña conversación con Jaime.

     —Estaré bien, no hace falta que pongas sábanas limpias, Sofía.

     —Es el sofá, Jaime, siempre estarás más cómodo con sábanas que sin ellas. 

     —Como quieras.

     Y ahí fue cuando pensé que lo que quería más bien era que se metiese entre las mías, que dejase su aroma personal en sustitución al suavizante de la ropa y que me ayudase a deshacerlas mientras me hacía el amor.  Hoy  después de mi sueño reparador  sigo pensando lo mismo, y con más ganas, porque estoy descansada.

     Entro al salón y es cuando lo veo tirado en el sofá con esa postura imposible. Jaime es tan alto que ha necesitado sacar una pierna y apoyarla en el sillón individual para estar más cómodo y se ha cubierto los ojos con el antebrazo, quizás esto último sea por la luz insoportable de las tres de la tarde que entra por la ventana y que hasta a mí me molesta.

     Cuando corro la cortina, me agacho a despertarlo. 

     No es la primera vez que Jaime duerme en mi casa, al inicio de conocernos lo hizo en un par de ocasiones, después de pelear fuertemente con su padre y jurarle que no regresaría a la suya, jamás. En cada una de esas ocasiones, yo le prometía a Don Jaime que estaría pendiente de su hijo, y acababa por convencer al hijo de que era mejor pasar la noche con una amiga que dejarse dominar por sus demonios mentales, capaces de hacerle dejar de hablar a su padre. Lo que sea que los distanció en aquel tiempo, parece que ya no existe ahora.

     Por eso, que se quedara anoche por voluntad propia, hace que mis avispitas duerman tranquilitas y que mi corazón frene un poco. Está aquí, y conmigo, qué más da que no quepa en el sofá.

     Retiro su brazo, antes de hacerlo también con el flequillo de su frente, y soplo con mucho mimo sobre sus ojos. Él hace un gesto extraño que me hace sonreír al verko encoger la nariz.

     —Sofía.

     —¿Qué? —No quiero pensar que esté soñando conmigo y que el que me llama sea su subconsciente. 

     Jaime abre un ojo, y después el otro, me mira sonriendo.

     —Si vas a hacer eso, deberías lavarte los dientes antes.

     —¡Serás imbécil! —le digo ya gritando. Al carajo el mimo con el que quería despertarlo, los vecinos van a flipar con mis gritos—. ¿Y tú qué? Si hubieras utilizado las sábanas anoche, ese olor de tus pies no estaría ahora en la tapicería de mi sofá. ¡Seré yo quien salga perdiendo!

     Apoyo mis manos en el sofá para poder levantarme, pero Jaime echa el brazo por detrás de mi cintura para impedirlo. Me acerca tanto a él que por vergüenza cierro la boca.

     Nuestros ojos conectan sin necesidad de más palabras. Los segundos parecen detenerse en el tiempo que no pasa cuando él retira el pelo de mi cara.

     —Olvidé decirle a Andy, ayer, lo mucho que me gusta hacerte rabiar —dice él a un centímetro de mi boca cerrada.

     Y para que no tenga dudas de que mentía,  Jaime pasa su nariz por mis labios, es un roce tierno y juguetón, que por más leve que sea no solo ha cosquilleado la piel de estos, sino los de más abajo.

     —Y yo no le dije a Elena la ganas de matarte que me provocas.

     Jaime apoya su frente en mis labios, obligándome a calmar los latidos de mi corazón, de nuevo despierto y enfurecido, que puede acabar oyendo en cualquier momento.

     —¿Solo ganas de matarme? —pregunta, y se le escapa el aire por la boca, con una sonrisa.

     —Solo —contesto yo sonriendo también—, aunque ahora mismo la que se muere soy yo, pero por comer una gran hamburguesa. Así que vamos, levanta de ahí que te invito —lo obligo a hacerlo cuando yo me pongo de pie y tiro de su mano—, y mientras comemos,  tú y yo haremos una escaleta como dios manda para esta noche. No dejaré margen de maniobra a Macarena —digo riendo.

     —Un momento. —Y él me retiene—.  Tenemos que hablar de lo que pasó anoche.

     Me detengo para girarme y poder mirarlo. Está muy serio. Miro luego las sábanas del sofá, las que están dobladas tal como se las di. No lo entiendo, si ambos seguimos vestidos, ¿qué ocurrió anoche?

     —Deja de pensar en nosotros, Sofía, —Y eso mismo hace que él sonría, pero no es del todo sincero—, hablo del bar, de tu malestar. 

     Jaime se levanta para venir hacia mí, y hoy me parece más fuerte que nunca, más protector. Ese hermano que no quiero ver en él. 

     —Debí cenar antes, lo siento, la euforia del éxito del programa me lo impidió —me disculpo por mi imprudencia. Tengo treinta años, que no se preocupe, sé beber, pero a veces pasa que no controlo y ya.

     —Creo que pudieron echarte algo.

     Me río a carcajadas, eso es imposible.

     No me moví de la barra, en todo momento estuve hablando con Macarena y con Quino, no perdí de vista mis vasos, y digo vasos en plural porque fueron varios, de ahí mi propia euforia con el alcohol. Eso sí, hablé durante un rato con su padre y los encargados de producción, solo que con ellos estuve comedida, porque siendo los jefes no podía dejar en entredicho mi profesionalidad. También bailé un rato, pero no fue lo suficientemente largo como para dejar mis vasos abandonados en cualquier lugar.

     —Estás equivocado,  Jaime. A veces pasa que uno está contento y no mide sus límites. No tienes de qué preocuparte.

     —Será eso —se conforma algo más relajado—. Promete que los medirás a partir de ahora, ¿vale?

     —Oye, te prefiero graciosillo y con ganas de reír  a que tengas esta cara tan larga.

     Alcanzo la comisura de sus labios, con ambas manos, y las estiro un poco para dibujar una sonrisa en su rostro Es tan bonita como siempre, y como siempre me enamora.

     —Así mucho mejor. —Y dejo de tocarlo en cuanto noto que una sensación extraña se instala en mi pecho. 

     Estupendo, como si no fuera ya bastante los dolores que Jaime me provoca que ahora añado escalofríos a ellos.

    Espera, Sofi, este hombre controla tu cuerpo, es lo normal ya, no te alarmes.

     —Creo que debería irme… —insinúa Jaime sin muchas ganas de hacerlo.

     En ese contacto nos ha pasado algo, vaya que sí, pero no diré nada. De nuevo me excuso.

     —Ah, no —interrumpo su huida, cogiendo su mano—, es cierto que ahora mismo tú y yo vamos a comer hamburguesa. Y  hablaremos del programa de esta noche, no creas que se me ha olvidado.

Llego al bar de Quino exaltada, y no es por la hora de entrada a la emisora. Me adelanto a ella porque me urge hablar con Macarena.

     La comida con Jaime fue de todo menos apropiada desde la perspectiva de mis sentimientos por él,  a ver, que estaré enamorada, pero no me encuentro por ello exenta de la calentura en mis partes bajas. Porque no solo consistió en morder, masticar y tragar las hamburguesas. Entre bocado y bocado se nos escaparon miradas furtivas, risas nerviosas e incluso algún que otro roce, para mí no tan inocente como pudieron serlo para él.

     —Tienes salsa de mostaza aquí —dijo mientras me pasaba el dedo pulgar por mi mejilla. Que luego viera que se lo chupaba, no contribuyó a relajar mi pelvis.

     —Deberías probar las patatas —le contesté yo con mis dedos dentro de su tentadora boca, la misma que los besó al dejarlos salir.

     Más salsa, más patatas, y por consiguiente, más calentón mientras duró la comida y el posterior debate del tema de esta noche: ¿LA SINCERIDAD EN LA PAREJA CUÁNDO DEBE APARECER?

     —No le veo una fecha concreta —comentó  Jaime distraído —, estaría bien que fuera al descubrir que la otra persona es especial para tí y quieres que dure esa relación. 

     —¿Algo así como que la mires con hambre, aún habiéndote comido una hamburguesa doble con extra de carne, y patatas grande? 

     Puede que me relamiese los labios para comprobar que no tenía mostaza en ellos, o que estuviese viendo al propio Jaime con esa hambre desmedida. Lo que sé seguro es que él siguió el recorrido de mi lengua con su mirada haciéndome estremecer.

     —Algo así, sí. Es hora de irme —dijo levantándose de la mesa para marcharse.

     De ahí que al cerrar la puerta cuando se fue me obligara a darme una ducha bien fría con extra de chorros a presión, ya me entiendes.

     —¿A qué viene la urgencia? En medio ahora te veo en cabinas, podrías haber esperado. 

     Lo que me ha hecho citarla antes de subir a la emisora es la verdadera urgencia, no debería frivolizar con el término.

     Macarena se sienta frente a mí, contagiada por mis nervios de la llamada. Y estamos apartadas de la barra esta vez porque necesito que la conversación sea del todo privada, más de lo que acostumbro, cuando le contaré lo que me ha hecho Jaime.

     —Un regalo —digo nada más. Y lo pongo sobre la mesa.

     Macarena lo mira desde varios ángulos, como si la vela aromática pudiera morder si la tocas.

     —¿Y es un regalo para mí?

     —No, mujer.

     —Ya me parecía a mí que pasas mucho tiempo con Jaime como para apreciar este tipo de chorradas.

     —Es de Jaime para mí, lo he recibido hace una hora. 

     Y así estoy, que ni tiempo me dio a arreglarme cuando quise salir a contarle a ella.

     —¿Perdona? —Macarena me acusa con la mirada—. ¿Qué leches pasó ayer entre vosotros al salir de aquí? ¿Por qué te regala algo tan característico de él?

     Eso es lo que trato de entender.

     —Cuando me fui no estaba en mi mejor momento.

     —Lo sé, tengo fotos —asegura con una sonrisita juguetona.

     —Esa es otra —le digo desviándome del tema urgente—. Mañana en tu fiesta me aseguraré de tirar tu móvil al retrete para que no haya pruebas de nada.

     Mi amiga ríe sin vergüenza alguna por lo que me hizo.

     —Venga, y ahora sigue, que no entiendo por qué Jaime te ha dado esto. —Ella coge la vela y la huele, para ser de coco y mango arruga la nariz de manera repulsiva.

     —Lee esta nota, porque yo no salgo todavía de mi asombro.

📝PARA QUE LA ENCIENDAS CUANDO ME QUEDE A DORMIR EN TU SOFÁ.  ME LAVARÍA LOS PIES, PERO YA TE DIJE QUE ME GUSTAS ENFADADA.

     —¿Eso de los pies es algo en clave? —me pregunta muy seria cuando la ha leído en voz alta—, porque de lo contrario sería asqueroso.

     —A ver, trae —Y le arranco el papel de las manos—. Aquí dice que está pensando en volver a dormir en mi sofá, y que le gusto…

     —Enfadada. —Macarena hace el inciso que no le he pedido.

     —Bueno sí, pero si de enfadarme se trata, ¿por qué no me pone los pies directamente en la cara? Ha querido decir que le gusto, y lo sabes.

     —No sé qué quieres que te diga, Sofía, aquí solo veo una broma más de Jaime.

     —¿Y por qué estás tan seria si es una broma?

     —¿Yo? 

     Ya te digo. En este tipo de conversaciones nunca faltaron nuestras risas, hoy sí. Yo tengo claro por qué me faltan, pero no averiguo por qué las de Macarena tardan en aparecer.

     —Sí, tú, y es porque estoy en lo cierto. Le gusto a Jaime.

     —¿Acabaremos discutiendo, Sofia? Porque si me vuelves a preguntar qué sentido le veo a esta mierda, —ella coge de nuevo la vela, que yo recupero para que no me la tire a la cara—, te diré que Jaime se está riendo de ti.

     Ambas no mantenemos un duelo de miradas interrogativas. La suya me pregunta que si en serio creo que Jaime está pillado por mí, la mía quiere saber qué mierda le pasa que no se aclara.

     Al inicio de conocer a Jaime me dijo que me lo tomase con calma, que él acababa de salir de una larga relación y podría agobiarle mi excesiva atención, por eso esperé dos meses. Después me dijo que mejor empezase a verlo como un amigo y ya, un mes que duró esa amistad porque luego tuve que verlo como el hijo del jefe, con influencias, que me impediría concentrarme en el trabajo. Total siete meses perdidos hasta que me propuso mirar a otro lado para que me echase un novio que me quitase a Jaime de la mente y mis ganas del chichi. Hasta que mi amiga pensó en Quino hace un mes. Macarena insiste más en que Quino es el hombre de mi vida que en buscarse uno ella misma.

     Me levanto de la silla tras esos segundos de silencio, dispuesta a irme. Ah, pero antes cojo mi vela, la que Jaime me regaló porque le gusto, aunque se joda.

     —Te veo arriba, voy a encerrarme con Jaime en la cabina.

     No me preguntes por qué le he dicho eso. Pero he tenido la necesidad de recalcarle que estaré tres horas con él y ella no podrá hacer otra cosa que, a través del cristal, vernos reír tras los micros. Y pobre de ella si revienta el programa estrella de En Cadena2, no tendrá excusas para hacerlo.

Como cada noche, bienvenido a tu programa, mi querido Fénix, aquí daremos voz a tu opinión, pregunta o propuesta en el amor.

Queremos oír tu sonrisa.

Hoy el tema será; CUANDO LA TOXICIDAD VIENE DEL ESTERIOR DE LA PAREJA

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