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#CDFx 7

Éxito rotundo. La palabra que mejor describe lo que ha pasado esta noche en la emisora, es Éxito. Y este ha sido de audiencia, de llamadas, de risas en las intervenciones y de mensajes de WhatsApp. De todo.

     Porque todo quedó multiplicado por diez cuando Elena colgó su teléfono. Y es que Jaime se atrevió a lanzar una pregunta al aire que fue la que reactivó el pausado inicio del programa, y que todavía ahora,  tres horas después de su emisión, se siguen descargando los podcast.

    —¿HAS SANGRADO ALGUNA VEZ POR ALGUIEN, TRAS ESE FLECHAZO INICIAL, Y AÚN NO SANAS DE TU HERIDA ? —les dijo Jaime a nuestros Fénix, mientras les pedía también que enviaran las respuestas al WhatsApp, que yo sería la encargada de leerlas y decir lo primero que se me ocurriese a la vuelta de cada cuña musical.

     De todos los disparates que se me ocurrieron para que nuestros oyentes cerrasen sus heridas y liberaran sus miedos con algo de humor, el peor consejo se lo dí a una mujer de cuarenta y tres años, la que encima me aseguró que lo pondría en práctica de inmediato  porque estaba en esa fase de aceptación de sí misma y sin vergüenza alguna por el qué dirán los demás: 

    —Atrévete a decirle a ese hombre lo que sientes por él —le dije más entusiasmada de lo que debería—. El NO ya lo tienes desde el inicio, pero quizás es un SÍ y estás perdiendo el tiempo durmiendo sola, y despertando con demasiadas preocupaciones.

     Ella fue muy amable y educada conmigo, y no me mandó a la mierda, cosa que yo misma hubiera hecho cuando me oí hablar al micro.

     —Deja de darle vueltas, Sofía. 

     —Elena cree conocerme muy bien, Macarena.

     —No puede hacer eso con tan solo una llamada, mujer.

     —Pero ¡habló de mis excusas con Jaime!

    —Que a ti te parece que lo hizo, porque yo no entendí lo mismo.

     —Yo  —le digo al darme un golpe en el pecho—, yo le he dicho a una mujer que sea sincera con quien le ha atravesado el pecho. ¡Yo!, ¡que soy incapaz de reconocer que sangro por ese hombre!

     Macarena me agarra el dedo índice con el que señalo a Jaime y está a punto de partírmelo. Me quejo sin obtener su lástima, porque bien que me regaña.

     —Para no haberle dicho nada en todo un año, este no es el mejor momento ni la forma más apropiada para hacerlo. Has bebido mucho —susurra Macarena en mi oído. 

     —¡Porque celebro que mis consejos han sido un éxito rotundo, amiga! —grito con mis brazos en alto.

     Estamos sentadas en el bar de Quino, mi jefe invitó a una ronda al cierre de emisión para celebrar, y ya vamos por la quinta.

     —Sofía, para.

     Pero no lo hago, estoy lanzada. Creo que el espíritu de Elena se apoderó de mí a través de las ondas. Al final insisto con Jaime, ya verás.

     —Si hubiera puesto en práctica uno solo de esos consejos que he dado hoy, durante este año, ya sabría qué hacer con mi vida sin que ese hombre la dirija.

     Hoy me quedo sin dedo, ¡joder,  qué dolor!

     —¡Auch! —grito recuperando mi mano, para amenazarla a continuación—: La próxima vez asegúrate de arrancármelo del todo, mala amiga, o yo misma te juro que te salto un ojo con él. 

     —Vas conseguir que se entere con tus gritos. Y no creo que al despertar, la Sofía sobria te lo perdone.

     —Mierda, de nuevo tienes razón. Por eso la Sofía ebria te besa la cara guapa que tienes, amiga —le digo cogiendo sus mejillas y dándole varios besos por la cara, supersonoros y superemotivos, que nos hacen reír.

     Macarena, a sus tan solo treinta y cuatro años de madurez, es todo sabiduría y un ejemplo para mí. Desde que adivinó mis sentimientos por Jaime —por cómo lo miro, o mejor dicho, babeo mientras lo miro, me dijo ese día—, siempre actúa de almohada conmigo, en la que yo descargo mis cuestiones amorosas, y ella, la que es mi confidente, emplea el sentido común para organizarme las ideas de rebote.

     —Tanto amor a mi alrededor y yo tan solo, ¡qué injusta es la vida conmigo! —Quino nos mira con cara de perrito abandonado con ganas de saltarse la barra y meterse en medio de nosotras para cumplir cualquier fantasía guarra de las suyas.

     —Estas bocas son muy exigentes, Quino, ¿te ves preparado para afrontar un reto así? —contesto, riendo.

     —¡Dios, nena, vas a matarme del deseo! —exclama el camarero tras la barra fingiendo que se estremece su cuerpo.

     Jaime llega hasta nosotros al oír que reímos.

     —Muy bonito, compañera —dice él tomando asiento en el taburete a mi otro lado—, yo allí en la mesa soportando a tu jefe hablar de barómetros de audiencia y posibles patrocinadores, y la verdadera fiesta te la montas tú aquí, sin mí. 

     Tomo mi vaso de ginebra para un brindis imaginario con él. 

     —Recuerda que la diversión y yo somos uno solo, chaval.

     —Vamos, Jaime, que tú ya celebrabas hace rato con la encargada de producción —le dice Macarena dando voz a mis pensamientos. Todavía puedo notar los picotazos de las avispas celosas que tengo en el estómago. 

     —Maca, cielo, déjanos solos, ¿sí? Hay algunas cositas del programa que me gustaría hablar con Sofía, y no me fío de tus filtraciones.

     Mi amiga saca el dedo corazón para dejarle claro por dónde puede meterse su acusación. Yo río al verlos así. 

     Para que me quede tranquila, Macarena pone la mano en mi rodilla, y con una afirmación silenciosa me hace prometerle que no le diré nada a Jaime de lo que siento por él. Puede irse tranquila, se lo aseguro con una sonrisa.

     —¿Me pones uno de estos que bebe Sofía, Quino,  por favor? —pide Jaime cuando ya Macarena se ha ido—. Quiero participar de tu fiesta, ¿me dejas? —me pregunta ahora a mí, que estamos verdaderamente solos. 

     Y para estar esperando a que Quino traiga su bebida, bien que bebe de la mía mientras tanto. 

     —¿Qué querías decirme con tanto secretismo, Jaime? —pregunto girando mi cuerpo hacia él y enfrentando su mirada. No sé qué nuevo brillo descubro en ella, pero me gusta más que la de hace unas horas en la cabina.

     —¿Crees poder recordar mañana lo que te diga ahora?, porque te veo muy “contenta” —asegura mirando mi vaso,  cuando él ya tiene el suyo en la mano.

     —Tú no digas, por ejemplo, que me amas, porque me daría rabia no ser capaz de acordarme luego —le digo riendo a carcajadas. 

     Pero ¿qué se ha creído?, para tumbarme a mí hace falta más de media botella de ginebra.

     —Vamos, Sofía, —Jaime se acerca más a mí, hasta que nuestras piernas se entrecruzan. Su rodilla queda presa por mis muslos, y en las mías además puedo notar el calor de las suyas, el calor de sus manos apoyadas en ellas—, de querer decirte eso no sería en un bar repleto de cotillas que disponen de micros abiertos, esperaría a tenerte en mis brazos. Eso sí sería especial.

     Espera, Sofi, no te entusiasmes demasiado, que eso no es más que una coña de este tío para reírse de ti, como tú pretendías hacer con él

     Y de pronto el dolor de mi estómago ya no se debe a los pinchazos, sino que ahora son convulsiones.

     —Jaime.

     —¿Sí? —Su respuesta es inmediata,  sin titubeos, sin vacilación. Miro sus ojos tan oscuros que me tienen hipnotizada. 

     —Tengo ganas de vomitar —digo al tiempo que trago saliva y corro hacia el baño tapándome la boca, alegrándome también de que Quino sea tan limpio con su bar.

     No sé cuánto tiempo llevo aquí dentro vaciando mi estómago, pero cuando salgo del baño privado con el poco orgullo que me queda intacto, este desaparece por completo cuando lo veo a él afuera esperando. 

     —Te llevo a tu casa. —Jaime mantiene su pose seria, apoyado en los lavabos, mientras yo uso uno para refrescar mi cara.

     —No será necesario, alguien más podrá hacerlo.

     —¿Quién?, ¿Maca?, ¿la misma que no ha dudado en fotografiarte, arrodillada, por si cotizas en alza a partir de ahora?, ¿o Quino?, ¿quien no dudaría en meterse en la cama contigo aprovechando tu situación? —Esas preguntas demuestran la seriedad de su enfado.

     Me miro al espejo y compruebo que mi estado es lamentable, no es que sea una belleza cuando me maquillo, pero al menos está todo el maquillaje en su sitio sin hacerme parecer churretosa.

     —Jaime, de verdad, no hace falta… ¡Jaime!

     Me he mareado de nuevo por el hecho de verme levantada metro y medio del suelo, porque estoy en brazos de Jaime, flotando. Y no es exactamente una manera más de hablar, ¡este hombre me lleva en peso hacia la salida! 

     Atravesamos el bar sin que nadie salga a nuestro encuentro, o al menos no se han atrevido a acercarse a nosotros porque el rostro serio de Jaime puede acojonar a cualquiera. Hasta su padre se mantiene quieto, el que me dice adiós con la mano desde su mesa.

     —Iré a por tus cosas, y le diré a todos que nos vamos —me dice cuando ya estoy sentada en el asiento del copiloto, de su coche.

     —Me voy yo sola.

     —Sofía. —Mi nombre en su boca, cuando aprieta así la mandíbula me gusta, tanto que me provoca mucho calor—. Puedes actuar con esa prepotencia tuya cuando no estés tan perjudicada. Ahora solo déjate ayudar, no por ello dejarás de tener el poder.

     Jaime cierra la puerta del coche con tremendo golpe que me sobresalta del susto.

     Cierro los ojos un instante, solo será un segundo hasta que Jaime vuelva, quiero fantasear con su cara mientras dice mi nombre y es él quien cierra sus ojos,  gimiendo cuando yo le beso el pecho, el abdomen, el pubis…  

     Un aire fresco alcanza mi oreja, sonrío, Jaime ha interrumpido mi orgasmo imaginario.

     —Deja de soplar en mi oído —le digo sonriendo. 

     Oigo la exhalación de su sonrisa, y más todavía quiero seguir soñando con él.

     —Ya hemos llegado.

     —¿Qué? —Abro los ojos, y el dolor de cabeza se agudiza. 

     Es cierto, estamos frente al portal de mi casa, pero ¿por qué estoy perdiendo la medida del tiempo esta noche? Ha sido alcohol lo que he engullido, coño, no es que me haya atiborrado de somníferos que me dejan tonta.

     La puerta se abre y la mano de Jaime intercepta mi visión. 

     —¿Crees que puedas caminar?

     —Lo intento. 

     Cojo su mano y salgo del coche, ya de pie el equilibrio me falta y necesito sujetarme a los brazos de Jaime. Mi altura hace que mi frente golpee su esternón.

     —¿Puedes llevarme tú? —Mi voz se ahoga en su chaqueta.

     —Vaya,  así que la autosuficiente Sofía me está pidiendo ayuda —dice riendo.

     —Puedo pedirte también que te lances a las vías del tren, pero no creo que me hagas caso.

     Jaime me coge del cuello con ambas manos y de nuevo yo veo ese brillo en sus ojos que ya no le hacen estar enfadado.

     —Si a mí me arrolla un tren, ¿cómo vas a cruzar y subir tres pisos hasta tu casa, tú sola? —pregunta levantando la ceja de manera irónica.

     Y a continuación me besa la frente.

    —No dejes que me arrastre, Jaime, por favor. —Y ya no sé si se lo pido para que me ayude a cruzar la calle o para que se mantenga alejado de mí y así yo no haga más el ridículo con él. 

     Sin excusa ya, yo sí que me dirijo a las vías de cabeza y sin frenos con este hombre.

🎙🎧🎙🎧🎙🎧🎙🎧🎙🎧🎙🎧🎙🎧🎙

Como cada noche, bienvenido a tu programa, mi querido Fénix, aquí daremos voz a tu opinión, pregunta o propuesta en el amor.

Queremos oír tu sonrisa.

Hoy el tema será; ¿HACER EL RIDÍCULO DELANTE SUYA, TE SIRVIÓ DE ALGO?

Cuéntanos:   

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