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#CDFx 4

Ya casi estamos en el aire, esto de hablar con Jaime, encerrados, a solas y sin filtro, pero con muchas ganas de hacerlo bien para devolverle su confianza, ha hecho que me olvide de mi responsabilidad. 

     —Como lo has planeado todo tú solito, ¿qué me dice de la sintonía?, ¿ya tienes una? —pregunto incómoda, regresando una vez más a la profesional que soy con él, la que puede pensar en algo más que en ese momento extraño que hemos pasado mirándonos, Jaime sumido en un silencio afectuoso y comprensivo,  al hablar de sus Fénix, yo derritiéndome de amor,  al oírlo.

     —Pues no, eso es algo que podríamos hacer juntos —dice con tono pícaro.

     —¿Más juntos todavía? —Y procuro que no le pase desapercibido mi ironía—, no, si tendré que hacerte un hueco en mi cama en vista de que es el único lugar en el que no te veo.

    —¿Es eso una propuesta, Sofía? —Mierda, y yo no sé si su pregunta es otra ironía, su expresión, por el contrario, es muy seria.

     —Vaya, quizás sí debas aprender algo más de mis chistes, o este programa será una tortura para ti sin saber descubrirlos.

     Él ríe a carcajadas espantado asi mi temor a ser descubierta.

     —Divertirme  sí que me divertiré.

    ¿Me está llamando payasa? Porque puedo…

     Espera, Sofi,  golpear esa cara que tanto te gusta no te servirá de nada, luego querrías besársela para consolarlo.

     —Todavía no me pasas la escaleta y ya casi empezamos. —Profesionalidad ante todo, así esté pensando en besos tiernos con Jaime.

     —Eso es lo bueno, que no tenemos.

     —Pero yo acostumbro a trabajar  ajustada a un horario. —Eso no estaba en mis planes. Estoy acostumbrada a respetar a mis tertulianos, así como ellos aceptaban mis cortes cuando se me iba de las manos la conversación.

     —Respira,  Sofía, ahora no siempre podrás controlar la duración de las llamadas que entren.

     —Mira que una llamada coñazo puede ser una mala publicidad para el programa.

      —¿Eso crees? —pregunta poniéndome en duda.

      —Claro, nuestros Fénix acabarán desconectando por no oír tantas chorradas. ¿No podemos colgarlas porque sí y ya?

     —Noooo —dice riendo—, necesitarás tirar de ingenio y llevarlo a tu terreno.

     —O tú puedes meter una cuña para quitármelo de encima.

     —Cobarde.

     —O hacemos una señal a Macarena y que ponga música desde el control.

     —Cobarde —insiste.

     —O tiro algo sobre los cables y nos abonamos a un dos por uno en el servicio de los bomberos de este mes.

    Jaime ríe y repite de nuevo:

     —Cobarde, cobarde y cobarde.

     —¿Qué pretendes, Jaime, ponerme a prueba para ver cómo reviento? Porque a ti puedo callarte solo con taparte la boca.

     —¿Y cómo lo harías desde ese lado de la mesa? —Quiere saber, y no deja de reír.

     Me levanto y camino hacia él, haciendo rodar las ruedas de la silla para sentarme a su lado, ya no parece tan gracioso cuando enfrenta mi mirada, esta vez mucho más de cerca.

     —Verdad. Desde aquí lo tendría más fácil, ¿no es así?

     Jaime me mira a los ojos, ya no sonríe y yo en cambio amo esa expresión de incertidumbre, tanto como su sonrisa más sexi.

     Los segundos pasan, nuestra mirada se intensifica. 

     —Jaime —digo yo la primera.

     —¿Sí?

     —Te he dejado callado, ¿que no?

     Y su gesto característico, cuando está en desacuerdo conmigo, me encanta. Niega con la cabeza mientras sonríe.

     El ambiente de la cabina se ha vuelto cálido,  demasiado, creo que tengo hasta calor.

     —¿Tienes otra pregunta que hacerme? —Quiere saber Jaime cuando vuelve a centrarse en el programa que en unos minutos estará surcando las ondas.

     —En cuanto a la parte de la llamada que entre, mi consejo y que he de dejar que hable el Fénix, no, ¿tienes tú alguna que hacerme a mí? 

     Me he retirado de su lado y regreso a mi lugar inicial, más lejos de él, aunque igual de próximo por estar encerrados.

     —¿Dejarás que hable yo sin interrumpirme…? 

     —¿Cuándo hago yo eso?

     —¿Cuándo no lo haces?, habrás querido decir. —Y ya no hay quién lo pare. ¿Es que todo lo que oye de mí le hace reír?

     —Entiéndeme, vengo de una tertulia animada y distendida con mis invitados en la que la improvisación incluía perfectamente cortar al que hablaba de más —digo con autoridad.

     —Por eso tal vez sí sea bueno que pactemos un gesto para hacernos ver que queremos intervenir sin pisar al otro.

     —¿Algo así como un guiño de ojo? —Es necesario que sea algo silencioso que no permita a los oyentes darse cuenta.

     —No estaré tan pendiente de ti como para verlo, ¿tú sí?

     Mierda.

     Espera, Sofi, rectifica eso, que Jaime no puede enterarse de que no dejas de mirarlo, y que te mueres por contemplar sus ojitos oscuros, mucho menos.

     —Pues no, yo tampoco —miento descaradamente—, por eso la opción de darme una patada en la espinilla es la más válida. —Porque yo no puedo dármela por mi estupidez, y ganas no me faltan de dársela a él.

      —Tendrás que firmar un documento en el que me permitas hacerlo, no veo yo que no tomes represalias después —dice con guasa.

     —¿Qué te hace pensar que te haré algo? —Mi pregunta le hace meditar.

     —A ver, noche de Halloween —comenta ya dando con la respuesta —. Hablaste sobre lo estúpido de ir disfrazado de personajes de películas de terror.

     —Sí, total. Son gente muerta ya, o a punto de estarlo, cuyo aspecto da más lástima que miedo. ¿A qué viene eso ahora?

     —A que no era necesario decirle a la gente que se disfrazase mejor de cobradores de morosos para acojonar al personal.

     —Sí —no puedo aguantar mi sonrisa— me hubiera gustado saber cuánta gente lo hizo.

     —Y luego hablaste de tu venganza particular con ese ex tuyo al que perseguiste durante más de un mes.

     —Pobrecito, no recordaba ya la cara que puso cuando su mujer me vio a la salida de aquel cine con mi disfraz de pollo gigante. La primera de muchas.

     El cabrón se lo tenía merecido, jamás pudo decir que me conocía de otra cosa. Sin saberlo, yo fui el cuerno esa vez, y no podía dejar que saliese airoso de su jugarreta, con su mujer y conmigo. Y como no tenía pruebas con las que delatarlo ante ella, en una cama, opté por inventarme una putada más gorda. Con la tranquilidad económica de la gente no se juega, por eso es que supe luego que su mujer le pidió explicaciones, las que él tuvo que desmentir confesando así la verdad sobre el pollo que le perseguía.

     Jaime hace un gesto nuevo que me pone a mil. Se muerde el labio inferior para contener su sonrisa.

     —¿Te ríes de ese pobre desgraciado al que su mujer dejó en la ruina con el divorcio y cuyo pene debería entrar en el Guinness por pequeño y torpón? Eres malo. Jaime —digo sonriendo, porque acordarme del final de ese ex me sigue llenando el alma de felicidad.

     Jaime ríe a carcajadas después de expulsar el aire por esa boca tan linda que tiene, en una pedorreta.

     —¿No crees ya que habrá abandonado el país la primera vez que hablaste de él? Puedes ahórrate el nuevo ridículo sobre su anatomía viril —me aconseja sonriendo.

     —Si todavía no he dicho que se llama… 

     ¡Ay, joder!, que no me salen las palabras cuando Jaime me guiña el ojo de manera tan insistente.

    Pero por si acaso, y para dejarme callada y que no revele mi fuente de información del chiste, se asegura y me da una patada en la espinilla. 

     —Lo siento, Sofía, nada de identidades.

     —¿De verdad? ¡Porque yo ahora mismo lucho por no decir el nombre de tu… santa madre, gilipollas! —grito con desesperación,  dolor y casi llanto.

     Alguien golpea la puerta desde el exterior, lo que resulta extraño porque siempre está abierta cuando los micros están cerrados. El golpe se repite al instante y yo miro a Jaime.

    —Abre la persiana.

    La pared exterior no existe, se trata de un cristal insonorizado, cuyas persianas venecianas nos aísla también de las miradas de los pasillos.

     —Será mejor que abramos la puerta. —dice Jaime cuando vuelven a aporrearla.

     —Eso podría hacerlo quien esté fuera.

     Los golpes son cada vez más frecuentes. Coño, él está más cerca, solo tiene que darse la vuelta en la silla, de ruedas giratorias, y levantar las lamas de aluminio de la persiana para saber quién es.

     —¿Te han dicho alguna vez que eres muy respondona?

     —¿Y a ti no te han dicho que deberías de obedecer por una vez en tu vida?, porque de haber abierto la persiana ya,  sabríamos de quién se trata y no estaríamos manteniendo esta estúpida conversación. 

     Y al último golpe que oímos, ambos miramos la luz de la cabina de control. 

     Son tres años en mi caso, y uno en el de Jaime, como profesional —aparte de los que pasó de niño correteando por aquí cuando su padre era locutor—, para saber de sobra el significado  de esa luz roja encima del ventanal que nos separa de Macarena. 

     Nuestra amiga y compañera, y más concretamente mi técnico de sonido,  que al parecer nos aprecia bien poco, es la culpable de lo que ocurre:

     ¡Ha activado su consola de audio y por tanto la alarma de grabación!  

     Ya no tenemos dudas cuando ella nos saluda con su mano en alto, para luego hacernos un gesto de OK que además podemos leerle en los labios.

     —¡Nuestros micrófonos están en vivo! —grita Jaime, preocupado. Y no sé para qué lo hace cuando ya no tiene solución. 

     No me lo pienso y me levanto a retirar la persiana del exterior.

     Don Jaime insiste en golpear la puerta.

     —De esta me echa a la calle.

     —No digas tonterías, Sofía. 

     Y por más que le pedimos a Macarena que corte la emisión, para que así podamos abrir la puerta, ella nos dice que no con la cabeza, que solo pondrá música para que demos paso a la cuña de la  publicidad del nuevo programa. Sí, llevo tres años conociendo sus señas, pero en este momento me gustaría mostrarle yo una nueva:

     ¡La puta patada en las espinillas!, ¡en las dos!    

     —¿Qué pide  a cambio esa loca? —me pregunta Jaime sin entenderla.

     —Podría decir que el sacrificio de nuestros primogénitos, pero se conforma con hagamos la entrada a falta de una sintonía.

     Me armo de valor y me dirijo a mi micro. 

    “BUENAS NOCHES, MIS QUERIDOS FÉNIX, ESTO SOLO HA SIDO UN PEQUEÑO ENTREMÉS DE LO QUE SERÁ NUESTRA CENA A PARTIR DE HOY. ¿TE QUEDAS A COMPARTIRLA CON JAIME Y CONMIGO, O PREFIERES RETIRARTE ANTES DE QUE PASEMOS LISTA? 

     MIENTRAS TE DECIDES, TE DEJO UNA CANCIÓN PARA QUE…

     El papel que me enseña Macarena es claro y conciso, como los WhatsApp que estamos acostumbradas a mandarnos con las instrucciones, pero que hoy, ella sabe que no he silenciado en mi móvil. ¡y estamos ya en el aire!

Sabor de amor, 3’41”, puedo leer.

….VAYAS HACIENDO BOCA DE LO QUE SERÁ ESTE NUEVO CORAZÓN DE FENIX. 

     Y AHORA SÍ, MARAVILLOSO JAVIER OJEDA, MARAVILLOSO SU SABOR DE AMOR”

¡Será cabrona Macarena!, dispongo de ese tiempo para dar mis explicaciones a Don Jaime, porque la puerta se desbloquea con el cierre de nuestros micros. 

     Y el que es mi jefe, y paga mi sueldo, acaba de entrar. A ver qué excusa le digo yo a este hombre ahora.

🎧🎙🎧🎙🎧🎙🎧🎙🎧🎙🎧🎙🎧🎙

Como cada noche, bienvenido a tu programa, mi querido Fénix, aquí daremos voz a tu opinión, pregunta o propuesta en el amor.

Queremos oír ti sonrisa.

Hoy el tema será; JUNTOS EN LA ADVERSIDAD.

Cuéntanos:   

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