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#CDFx 21

Desde siempre me he considerado una tía con suerte en lo referente a la familia, los amigos y compañeros del curro, aunque no podría enumerar ahora todos los factores que me hacen pensar que soy afortunada  con la gente que me rodea porque no los recuerdo todos. Pero si algo no olvido jamás, es que la vida se ha encargado de poner en mi camino a ese tipo de personas maravillosas que destacan con sus sonrisas y sus actos para hacer que las despreciables e envidiosas, que tuvieron ellas la suerte de encontrarme a mí, desaparezcan  de mi esfera vital sin hacer demasiado ruido. 

     Tal como se merecen, como serpientes sibilinas.

     Lo que precisamente me ocurre con Macarena, ahora que recoge sus cosas bajo la atenta mirada de Don Jaime, mientras nosotros seguimos en el aire. El técnico de sonido que era de Jaime, y que reubicaron en las emisiones de la tarde cuando se fusionaron nuestros programas, tomará el relevo de Macarena para terminar la noche sin que afecte al directo.

     Don Jaime ha tardado una hora en llegar desde que colgásemos la llamada de Candela, y creo que ha tenido que sacar a sus abogados de la cama a juzgar por cómo bosteza uno de ellos. Y es que el cristal que separa las cabinas, y que  ha resultado ser tan útil como una pantalla de cine mudo, me ha concedido la primera fila para ver el despido de Macarena a través de él.    

     Sin dramas, sin cualquier otra escena.

     —Si antepone sus intereses para perjudicar a la emisora, es lógico que le ocurra este tipo de cosas —digo con la mirada fija en ella.

     —¿Cuándo hablaremos de Macarena, Sofía?

     Jaime me observa girar la silla hacia él con lentitud, es consciente de que ya lo sé. Mi conciencia por el contrario es capaz de asegurar que él se siente incómodo teniendo que hablar de ella, por muy claro que crea tenerlo.

     —¿Hay algo que de verdad yo necesite oír?

     —¿Para que yo pueda comenzar sin temor a perderte?, sí.

     —No quiero que pienses que me excusaré para volver a huir, Jaime. —Me cuesta sonreír, pero lo consigo un poco solo con ver su gesto receptivo.

     Todavía al otro lado de la mesa, Jaime coge mi mano con ternura y apenas la roza en una caricia, es como si no quisiera hacerme daño. Se le ve dispuesto a que hablemos ahora,  quizás aprovechando la pausa musical. No lo sé. Ojalá que con esos pocos minutos tenga suficiente para contarme lo que hubo entre ellos, porque cuando ese tiempo pase no querré saber más de Macarena.

     —Pero yo tengo que hacerlo, Sofía, porque  la noche que te seguí al baño, ella se convirtió en un condicionante para acercarnos. 

     —Te pedí distancia delante de ella, sí —recuerdo vagamente lo que ya casi se convierte en olvido, porque Jaime se ha encargado de eso con sus besos, con su entrega. Que solo seamos nosotros. 

     —Sin saber si tú misma la mantendrías —susurra sobre la piel de mi mano al besarla, exhalando una linda sonrisa. 

     Me encojo de hombros,  Jaime me responde con una sonrisa que en esta ocasión me llega al pecho.

     —Es lo que tiene mi debilidad con los chicos Suárez, cubiertos ya los cupos familiares y laborales, solo quedabas tú para el amor.

     La carcajada de Jaime es tal que los que abandonaban la cabina de sonido se giran a mirarnos por el cristal, y no, los micros no están abiertos.

     —Llegué a pensar, después de tu reacción en aquel programa, en el que me dio por hablar de la sinceridad, que  te lo tomarías como una ofensa en cuanto lo supieras.

     Levanto su mano para que nuestros dedos se entrelacen a la altura de nuestros ojos. Me gustaría que Jaime viera la unión que formamos como lo hago yo. Conseguiremos una relación sólida, resistente. Única.      

     —Bueno, aquellos Fénix hicieron muy buen trabajo para darte tiempo, ¿no? —digo como la fiel defensora de la sinceridad inmediata, y sin filtros, que un día fui. 

     Pero hoy ya no, hoy me desdigo y entiendo que esos tiempos, las aclaraciones mutuas y los compromisos previos entre dos personas, tienen mucho peso luego a la hora de enfrentar la opción de sus verdades.

     —Se me olvidaba que tú vas a tu propio ritmo de pareja. —Jaime se propone enamorarme una vez más cuando niega con la cabeza mientras sonríe.

     —¿Y qué te preocupa ya, Jaime? pregunto, y lo cojo desprevenido—. Porque si aún no me has hablado de Italia y tu ex, que lo hagas de Macarena ahora es extraño.

     —Que el secreto ya no me pertenece y te afecta a ti.

     —¿A mí, por qué?

     —En el cumpleaños de Macarena, Quino me dijo que era su momento, que me alejara de ti o él mismo te lo contaría todo. Entenderás que después de mis sospechas con él no deje ni que se te acerque.

     —¡Eso es, joder!, no son sospechas, Jaime —exclamo exaltada mientras busco por encima de la mesa.

      Parece mentira que para improvisar como lo hacemos en directo, la mesa está toda cubierta de papeles que no necesitamos.

     Por un momento pienso en la confusión que ha habido, de gente, ahí fuera, cuando nos hemos visto obligados a parar la emisión por la llegada de Don Jaime y sus abogados, cuando el resto de compañeros se agolpaban tras las puertas para tratar de tener las mejores vistas de la humillación de Macarena.  Pero desecho la idea de un robo por parte de alguno,  porque nadie, excepto nosotros, ha pisado esta cabina.

      Y es respirar hondo y dar con el informe sepultado bajo otros papeles.

     —Aquí dice algo que me hizo pensar antes. ¿A cuantos obsesionados con la limpieza conoces que estén deseando perderte de vista? 

     Señalo las palabras HIPOCLORITO SÓDICO describiendo un círculo imaginario alrededor de ellas. Por su expresión adivino que Jaime ha pensado en Quino, no ha sido tan difícil. ¡Por dios!, ¡si cuando vomité en ese baño solo pensaba en quedarme a dormir allí, para siempre, de lo bien que olía!

     —Es muy vaga esa teoría,  Sofía,  no llegaríamos a ninguna parte con ella.

     —Era tu cabina. Jaime, y sería cuestión de tiempo que prescindieran de ti, unos días, unos meses…

     —¿Y por qué harían eso, Sofía? —pregunta inquieto—. ¿Qué sabes tú que yo no?. ¿Qué has hecho?

      —Yo nada —me apresuro a decirle—, bueno, quizás …

     Yo no le oculto nada de importancia, si es lo que está pensando, porque de esa manera no haría otra cosa que faltar a mis principios. Es solo que soy una gran comunicadora, ¿no dicen eso los índices de audiencia de esta semana?... una gran payasa y comunicadora, para ser exactos. ¡Ay, joder, que Jaime me está mirando de forma muy extraña!

       Siento hablar tanto y tan indiscriminadamente,  no controlo mi lengua, y si esta encima va envenenada  se puede decir que soy el cerebro del brazo ejecutor de Quino.

     —Ha sido un año muy duro, Jaime, pensando en ti y en lo complicado que lo tenía para que te fijases en mí.

     —¿Y qué? Ha terminado pasando, ¿no?

     Vale, estuve equivocada con él, y cuando decía que le gustaba mi voz, mis chistes y mi risa quizás no estuviera riéndose de mí y era todo verdad.

     —Ya, pero ha sido un año. Y alguna vez que otra he deseado que te echasen a la calle para no verte a diario, para no sufrir con tus bromas y lo que creí que era tu envidia. Yo le hablé de tu manía con las velas aromáticas, encendidas en tu cabina.

     —¿Qué?

     —Me ponen cachonda,  Jaime, ya lo sabes.

     —¿Qué?

     —Ha sido un año, Jaime, tú piensa en eso —digo aceleradamente mientras miro el reloj, en nada estaremos en el aire. No reconozco la canción, por lo que no sé medir el tiempo, y no he pactado todavía con mi nuevo técnico ningún aviso de hora—, claro, que más que desearlo lo he pedido en voz alta.

     —¿Qué?

     —¿Yo qué iba a saber que me haría caso?

     —¿Qué?

     Coño, ¡que no está sordo!, que deje de preguntar tonterías.

     —¡Que durante mis charlas con Quino, y mientras él se enamoraba de mí, yo solo me excusaba con lo fácil que sería poder estar con él si tú te fueras de la emisora!, ¡que tu despacho se quemara por culpa de tus velas cachondas, por ejemplo!

     El botón rojo parpadea, alguno de los dos debemos pulsarlo para entrar en directo. Yo no quiero, necesito hablar con Jaime, y al programa le queda otra hora que acabará con mi cordura. ¡No puedo aconsejar a nadie sobre el amor mientras no sé si acabo de cargarme el mío!

     —Pude estar dentro, Sofía.

     —Lo sé, lo sé. —Conforme ha ido hablando, más nerviosa me he puesto yo—. Y no me lo digas así, por favor.

     —¿Y cómo lo he hecho?

     —Como si acabase de cargarme lo nuestro, no lo soportaría.

     Jaime aparta la mano cuando ve mis intenciones de cogérsela, para pulsar el botón que nos mantendrá otra hora en el programa sin que yo pueda excusarme con él. 

     —YA ESTAMOS DE REGRESO, CON TODOS VOSOTROS, CALENTITOS Y NERVIOSOS POR LA NOMINACIÓN QUE EN BREVE DESVELARÁ SI CORAZÓN DE FÉNIX FUE UN ACIERTO O SOLO UNA FANTASÍA QUE NO DEBIÓ RESURGIR NUNCA DE SUS LLAMAS.

     Sí, me lo he cargado.


     —No es justo que dejéis de contar vuestra historia cuando todos sabemos que ahí está pasando algo entre vosotros.

     Los mensajes con preguntas indiscretas, sobre qué nos ha pasado, el foro que está que arde, con tantas conjeturas sobre eso, y las llamadas con súplicas, para que solucionemos lo que sea que nos tiene así, no dejan de sucederse.

     Miro a Jaime a ver si de una puñetera vez me mira él. Desde que diera el directo hace un par de llamadas no lo hace, y juega al despiste conmigo y sus oyentes que queremos saber qué le ocurre. Yo particularmente veo que está muy distraído, si no está garabateando estupideces en el informe pericial, pierde el tiempo WhatsAppeando con alguien mientras yo mantengo la audiencia del programa  sola.

     —¿Por qué dices eso, Eloy? —pregunto a nuestro tercer Fénix de este bloque.

     —Eloy es bueno detectando problemas personales por teléfono —interviene su pareja, Romina.

     —¿Es psicólogo del teléfono de la esperanza, o es que trabaja en un call center? 

     No pretendo sonar borde, pero tampoco quise hacer ningún chiste, entonces ¿por qué la pareja de Fénix se echa a reír por algo que ellos solo entienden?

     Mira, espero que Eloy sea un profesional de lo primero y su llamada aplique algo de razonamiento que me pueda ayudar con Jaime.

     —Nada de eso, pero es fácil interpretar los vacíos de silencio en Jaime. Y que no te haya prometido algo más para garantizar vuestra relación se ve extraño —dice el aludido—, no lo hace desde hace rato.

     —A lo mejor es porque no tengo más que añadir a la lista de promesas —dice él.

      —Falacias, se te notan las ganas que tienes de que lo vuestro funcione.

     —Ahí tengo que apoyar a Eloy, Jaime, porque cuando sugeriste nuestra dieta alimenticia, para cuando vivamos juntos, te negaste a comer perdices para ser felices, propusiste que mejor comiéramos coco y mango a diario mientras estuviésemos juntos. —Y yo sigo sin encontrar su mirada cuando digo algo tan nuestro.

    —Eso no lo entendí bien. No sé qué será para vosotros “coco y mango”, ni siquiera sé si su significado está dentro del entendimiento convencional que se le da habitualmente a sus acepciones. ¿O es tan solo una metáfora a través de la fruta, con carácter sexual, dentro del universo freudiano?

     —¿Eloy habla siempre así de extraño, Romina, o es solo porque está en las ondas?

     —Siempre es así, Sofi, aunque ahora está aprendiendo a insultar, no lo provoques.

     —¿QUE NO LO PROVOQUE SOFÍA? —Jaime reacciona con una risa de burla—. MUCHO PEDIR, ES ESO.

     —A LO MEJOR NO LO HICE CON ESA INTENCIÓN, JAIME, Y SOLO QUISE SABER CÓMO TENÍA QUE HABLAR CON ELOY, SI EN SU MISMO IDIOMA EXTRATERRESTRE, O LO HACIA BAJAR A LA TIERRA PARA QUE EL RESTO DE NUESTROS OYENTES NO SE DURMIERAN CON SUS PALABRAS.

     —ESO ES UN INSULTO, ELOY, POR SI NO TE QUEDA CLARO —le pincha Jaime.

     —Sí, definitivamente a vosotros os pasa algo —contesta el otro sin ofenderse, total, se ríe junto a Romina.

     —¿Ves?, eres demasiado transparente,  Sofía, hablas mucho, pero poco oyes. 

     —¿Yo? —le pregunto indignada—. Yo al menos no hablo para hacer promesas que está por verse vaya a cumplir después.

    —A mí me gustó la segunda promesa —dice Romina en medio de nuestras acusaciones cuando ya le pongo los ojos en blanco, que ella no me ve—. Y espero que eso de lavarse los pies para dormir en el sofá sea otra metáfora,  una que diga que cuando lo mandes a dormir en el sofá, está dispuesto a hacer cualquier cosa para no tener que abandonar vuestra cama.

     No sabía yo que hablar de su higiene en directo, y que además no es cierto, haría que Jaime reaccionase al fin con una risa estrepitosa.

     —Eso sí que lo he oído, Jaime, me hiciste una promesa —le digo contagiada por su cambio de humor. 

     —Exacto, así que ahora, Jaime, mueve tu culo si no quieres dormir en el sofá esta noche, y haz lo que tengas que hacer para lavarte esos pies, o el puto mango se quedará sin frotarse con el coco.

     Eloy me deja con la boca abierta. No lo conozco de nada, pero le auguro un gran aprendizaje en cuanto a eso de los insultos.

     —¿OS VALE SI LE PROMETO A SOFÍA UNA ÚLTIMA COSA POR HOY?

     Creo quedarme sin voz, al oírlo, creo que es lo que menos me esperaba vista su actitud.

     Espera, So... 

     Ya no encuentro en mí esa voz que me previene, ¿será que con Jaime ya no la necesito?

      —A nosotros nos vale, a ver la próxima llamada qué dice.

     Eloy se despide de nosotros y cuelga.

     —PERFECTO, UNA ÚLTIMA DECISIÓN QUE ESTÁ EN VUESTRAS MANOS. Y QUE NO PODRÉ NEGARLE A SOFIA. LLAMANDO AL 677 45 24 377 PODEMOS OIRLA.

     —Tengo algo más que decir.

     No ha podido evitar mi agarre antes de que su mano pulsara el botón para cortar la emisión, el último bloque será más corto porque este no termina todavía. 

     —MI PROMESA VA ANTES —le digo mientras nuestras manos siguen suspendidas en el aire.

     —¿SOLO UNA?

     —NO PIENSES QUE ESTARÁS EN DESVENTAJA CONMIGO PORQUE SOLO SEA UNA.

     —ESO QUIERE DECIR QUE…

     —QUE NO TE QUEJARÁS.

     —No soy de queja fácil, Sofía.

     Y el mundo fuera de esta cabina desaparece para mí cuando me enseña su sonrisa, así haya recuperado su mano y me prive de su tacto. 

     —Bien, porque yo no soy de excusas fáciles tampoco, Jaime —le digo con otra sonrisa, y que a juzgar por la atracción que siento por la suya, no desaparecerá pronto

     —¿Y vas a hacerlo?

     —¿El qué?

     —Excusarte a oídos de todos.

     —No considero que tenga que hacerlo.

     —Haces bien.

     —¿Por qué?

     —Nunca fue lo tuyo.

     —Pues para no haberte dado cuenta de que estoy enamorada de ti, desde hace un año, se me han debido dar bien las excusas, ¿no crees?

     Jaime pone cara rara, ¡de esas de ser pillado en una mentira!

     —Ya, tampoco te dije la verdad en eso.

     —Y ahora volverás a decir que es porque soy así de transparente y…

     Pero me corta.

     —Cuando me miras levantas la ceja izquierda porque evitas sonreír, a veces hasta muerdes tu labio superior porque te es imposible no hacerlo, y el inferior te lo muerdes cuando te gusta mucho lo que puedas estar viendo de mí. Me esquivas la mirada si hay alguien más con nosotros, esa que a solas puedo sentir que me abrasa. Haces rodar tus ojos si te hago algún cumplido que no terminas de creerte sobre tu inteligencia, humor o belleza, Y parpadeas en exceso si te gusta demasiado cómo de bien te hago sentir. Esto último es increíble de ver cuando por casualidad te toco, imagina ahora que he traspasado tu piel.

     Silencio. No oigo más que silencio.

     Miento, el latido de mi corazón va a dejarme sorda.

      —¿Qué ibas a prometerme tú? 

      ¿En serio?, ¿acaba de confesar que siempre supo que lo amaba y es eso lo que quiere oír, mi promesa?

     Jaime salva la distancia que nos separa sin importarle que sigamos emitiendo, se ha levantado y viene hacia mí. Nuestro nuevo técnico de sonido es incapaz de hacerme caso cuando le pido que corte los micros, está más pendiente de lo que haga Jaime, que de mí gesticulando como una loca, ¡este hombre me va a dar más problemas que Macarena, ya verás!

     —Vamos, Sofía, ¿cuál es tu promesa?

     Jaime me levanta de la silla y me sujeta por los brazos para pegarse a mí, yo no quiero que se me oiga demasiado gemir, por dios, ¡que mi madre está al otro lado con la oreja puesta!

     —Se me ha olvidado.

      —Improvisa, no te excuses —me pide riendo.

      Y hasta que no siento sus labios sobre los míos, no me arranca la promesa.

     —Prometo no dejar de sonreír cada vez que te vea, Jaime, y que siempre sentirás el calor de mi mirada. 

     Él rescata mi labio, el que me mordía, para hacer lo mismo con sus propios dientes.

    —Y yo te prometo que parpadearás un mínimo de tres veces al día.

    Me mira, yo lo miro. Y rompemos en carcajadas. 

      
🎧🎙🎧🎙🎧🎙🎧🎙🎧🎙🎧🎙🎧🎙🎧

Como cada noche, bienvenido a tu programa, mi querido Fénix, aquí daremos voz a tu opinión, pregunta o propuesta en el amor.

Queremos oír tu sonrisa.

Hoy el tema será;  ¿CUÁL CREES QUE  ES LA MEJOR TERAPIA DE PAREJA?

Cuéntanos:   

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