Capítulo único
Emma abrazó a su madre un largo instante, mientras que su novio estiraba la mano en dirección a su padre para despedirse. Estaba absolutamente divertida con la situación, en especial con todo lo que ambos acababan de vivir en una cena cuando menos particular. Su madre, al ver como su marido sostenía con fuerza indebida la mano del pobre muchacho, fue a su rescate igual de divertida que su hija.
—Es hora que se vayan, cariño — dijo con suavidad Marinette, tocando el hombro de su esposo.
—Sí, deberían irse ya... — murmuró Adrien, con gesto adusto y serio. Sin apartar el duro agarre que tenía sobre Luc, el novio de su hija. El tono amenazador, no hizo más que tensar al chico que intentaba mantenerse duro y fuerte ante los atentos ojos de su suegro.
—Suéltalo ya, Agreste — mandó Marinette, cuando su marido no había hecho caso —. Ahora.
Adrien, a regañadiente, soltó el apretón. Aún con eso, estrechó los ojos en dirección a Luc e intentó telepáticamente, vaporizar al joven frente a él. Pero fue inútil.
—Que tengas una buena noche, papá — dijo Emma con afabilidad, interponiéndose entre la mirada asesina de su querido padre y el tenso cuerpo de su prometido.
—Cuídate mucho, cielo — respondió Adrien, suavizando el semblante cuando su hija lo abrazó.
—Hasta luego, señora Agreste — se despidió Luc, intentando que la voz no le fallara.
Marinette le sonrió y abrazó al chico en forma de despedida.
—Hasta luego, chicos. Que os divirtáis esta noche.
—Pero no mucho — gruñó Adrien, cuando su esposa lo tomó del brazo en gesto cariñoso y en una advertencia silenciosa para que se comportara.
Tanto Emma como su madre intentaron mantener el rostro serio, algo que se les hacía un tremendo reto.
—Lo que tu digas, papá — sonrió Emma, arrastrando a un estático Luc de la mano en dirección al coche —. Los quiero — se despidió, mientras su aún petrificado prometido le abría la puerta del vehículo para que subiera.
—Y nosotros a ti, cariño — respondió su madre —. Lleguen a salvo. Nos vemos el fin de semana.
—Y más les vale llegar a tiempo — terció Adrien sin una pizca de amabilidad, lanzando una dura mirada a Luc —. En especial tú.
La risa bajita de su suegra y la de su novia, no hicieron más que ponerlo nervioso.
—Sí, señor — respondió el chico con premura, antes de asentir y rodear el coche para huir de allí.
Cuando entró al vehículo, cerró con más fuerza de la habitual la puerta, puso la llave contra el contacto y salió del estacionamiento de casa de sus suegros con velocidad, pero con cuidado. Observó de reojo como su novia se despedía nuevamente de sus padres con un gesto por la ventana, mientras él se esforzaba para poder respirar.
Cuando estuvieron varias calles lejos del adusto poder de su suegro, se permitió desinflarse.
—Maldición — dejó escapar el aire —. Pensé que moriría.
—Te ves tan adorable ahora, intentando respirar con normalidad luego de salir de la casa de mis padres — se mofó Emma.
Luc le lanzó una mirada cargada de molestia, pero ella sabía que era fingida.
—Ahora te burlas — le dijo —. Pero bien que estabas reteniendo la respiración ansiosa cuando le estaba pidiendo tu mano a tu padre.
Emma se rió divertida.
—Estaba nerviosa, eso no es malo. En especial porque estaba segura que mi padre iría por su mejor cuchillo carnicero y te cortaría la virilidad — dijo con plena seriedad.
—¡Y joder, que casi lo hace! ¡Pensé que me mearía encima del miedo! — respondió Luc, dejando escapar nuevamente una gran respiración y sacudió la cabeza mientras miraba el camino.
Había vivido grandes y terroríficos momentos en su vida; en especial en la guerra donde había estado presenciando la maldad concentrada en el mundo. Pero, maldita sea, nada se comparaba a enfrentarse al padre de su novia. Nada le había hecho querer cagarse en los pantalones más que la severidad de su suegro... en especial esa noche, que había ido con la firme decisión de pedir la mano de Emma en matrimonio. Y, aunque las cosas habían salido relativamente bien, sabía que si en algún momento de la noche su novia o la señora Agreste, le hubieran dejado a solas con su suegro, él ahora estaría muerto. Más bien desaparecido y siendo torturado en el sótano de esa mansión. En especial siendo muy, muy castigado por el gran delito a los ojos de Adrien Agreste; estar, acostarse y disfrutar de la atención de su hija. Nada, en el maldito mundo, le atemorizaba más que ese hombre. Ni siquiera cuando había estado a punto de morir en el campo de batalla, se comparaba con el miedo de esa noche que se le había hecho larguísima y angustiante.
Emma sonrió con descaro divertido.
—Mamá lo hubiera detenido, cariño — le palmeó el muslo un par de veces, consolando a su aún nervioso novio —. Ella no hubiera permitido que mi padre asesinara a mi prometido... al menos no estando yo presente — agregó lo último en un susurro.
Luc le lanzó una mirada ansiosa de reojo, antes de volver los ojos a la carretera. La mirada solemne de su prometida no ayudaba mucho a la causa de darle consuelo. Aún sentía que las piernas le temblaban, aunque eso no se lo confesaría jamás.
—¿Estás bromeando, cierto? — preguntó con vacilación—. Porque sabes que mis pelotas y yo, estamos muy unidos...
—A mi también me gustan tus pelotas. No permitiría que las sacaran de allí — le sonrió descaradamente y deslizó la mano sobre su bragueta. Pasó los dedos firmes y suaves por encima de su paquete. Luc dió un respingón sobre el asiento y miró a Emma con advertencia.
—Emma — amonestó y ella sacó la mano de allí al instante.
La diversión de Emma aumentó cuando su novio hizo una mueca con los labios cuando soltó el duro agarre. Le encantaba torturarlo. Eso, era sin dudar alguna, su pasatiempo favorito.
—Tranquilo — rió un poco más fuerte — No voy a abusar de ti ahora, cariño. Para eso tengo toda la noche.
—¿Toda la noche? — preguntó con sugerencia y una nota grave y oscura en la voz.
Emma le sonrió de medio lado y se acomodó en el asiento de copiloto para contemplarlo mejor.
—Y parte de la mañana — susurró en voz seductora.
Luc la miró un breve instante, inspirando profundamente, ella sabía como ponerlo a cien con tan solo unas palabras. Respiró entre dientes, tomando con fuerza el volante. Debía de ser racional, esa noche tenía una misión importante que llevar a cabo. Una demasiado valiosa como para echar a perder distrayéndose estacionando en algún lugar a oscuras y tirando de Emma sobre él para tomarla con fuerza. No, esa noche no podía hacer eso. Contuvo la respiración cuando sintió la mirada deseosa de su prometida sobre él. Sabía que estaba pensando, pero no era el momento. Ya habría lugar para perderse entre el placer y la gloria. Ahora necesitaba distraerla como sea, e incluso él mismo distraerse para no pensar cosas calientes e indebidas.
—Esta noche no fue tan mal, ¿cierto? — preguntó pausadamente.
Emma hizo un mohín.
—No, no estuvo tan mal. Aunque tampoco iba a permitir que saliera horrible. Le agradas a mis padres — se encogió de hombros —. Por mucho que uno de ellos te quisiera asesinar por cometer un pecado mortal...
—Oh, vale con eso — sonrió de medio lado —. Acostarme contigo no es un pecado, cariño; Es el jodido cielo.
—No como lo ve mi padre — rebatió —. Acabas de quitarle la mejor cosa de su vida: su preciosa hija primogénita. En este momento estás, de seguro, en su lista negra.
—Él también fue joven alguna vez y le arrebató a tu madre a tu abuelo.
—Y ese fue un enorme lío — se rió Emma por lo bajo, al recordar un relato que su madre le había contado.
—¿Qué es tan divertido? — preguntó con curiosidad.
—La historia de mis padres.
—¿En serio? ¿Es hilarante y llena de momentos románticos? — arqueo una ceja.
—Al contrario — sacudió la cabeza sin dejar de sonreír —. Es absolutamente un desastre, lleno de mala suerte.
Luc frunció ligeramente interesado en las palabras de su prometida. No se imaginaba algo complicado cuando miraba a Adrien y Marinette, más bien solo cosas cursis y empalagosas.
—Acabas de despertar mi curiosidad; ¿cómo se conocieron tus padres?
—Como la mayor parte del mundo — contestó Emma con sencillez —, en un bar.
Luc hizo un mohín con los labios que hizo sonreír a Emma.
—¿Y eso es todo? Menuda decepción — suspiró.
La sonrisa de Emma se expandió un poco más, divertida.
—Yo no he dicho que las cosas se dieran en el instante, ni que esa fuera toda la historia.
—Así que hay más...
—Ni te imaginas — dijo con suficiencia.
—Deja de darle vueltas con misterios y dilo de una vez — instó interesado en la historia de sus suegros —. Tus padres se ven de mundo. Muy muy... mmm, ¿cómo decirlo? — se detuvo buscando la frase correcta.
—¿Locos, absolutamente, el uno del otro?
—De locura lo tienen todo — se rió suavemente de acuerdo, recordando la tremenda complicidad que existía entre sus suegros —. Pero sobre todo siempre he pensado que su historia es profunda.
—Créeme, no es profunda pero si complicadísima
—¿Qué quieres decir con eso? — frunció ligeramente el ceño.
—Te dije que se conocieron en un bar — recordó —. Mi padre en su absoluta torpeza, instada por el alcohol, derramó su copa encima a mi madre.
—Eso no es profundo en lo absoluto — se burló Luc, lanzándole una mirada rápida a su novia —. Estoy seguro que ahora me dirás que él se trató de disculpar, ambos se miraron a los ojos y supieron que era amor a primera vista.
—Me encanta tu forma tan simple y cliché de ver las cosas — dijo con dulzura sarcástica —. Pero no. No fue eso lo que sucedió.
—¿Entonces? — arrugó un poco la frente, sin entender.
—Ella lo mandó a la mierda, le pegó una bofetada de esas para dejarte el rostro ladeado y, para rematar, lo obligó a pagar la tintorería.
Luc viró a la izquierda por la calle principal, mientras procesaba las palabras de Emma. Marinette Dupain-Cheng Agreste, se veía una mujer tranquila y sosegada. Siempre llevando paz con su armoniosa forma de ser. Era muy improbable que eso fuera cierto, al menos lo que su novia le contaba. Aún así, quiso saber qué sucedió después.
—¿Y qué pasó luego?
—En su galantería y caballería, mi padre le pagó. Sin embargo, le puso una condición — Emma alzó un dedo para recalcar sus palabras —. Una gran condición.
—Adivino, salir a una cita.
Emma negó y su cabello azabache corto hasta los hombros, se sacudió.
—No exactamente. Más bien le ofreció ir por una copa después de haber finiquitado su deuda. Ya sabes, como ofrenda de paz por lo sucedido.
—Aaah, así que ella aceptó: bebieron y luego de una larga charla se enamoraron perdidamente — le sonrió con suficiencia y desaceleró el vehículo cuando llegaron a un semáforo. Se volvió para ver a su novia —. ¿A qué eso pasó?
Emma contuvo la risa ante el gesto petulante de su novio, que creía haber encontrado la verdad del asunto.
—Pues no — contestó —. Eso no ocurrió.
El ceño de Luc se frunció, confundido.
—¿Qué?
—He dicho que no: que eso no sucedió. Ellos no se enamoraron luego de esa copa.
—Entonces, ¿qué pasó?
Emma desvió la atención al frente un instante
—Ella aceptó de buena gana — se jactó —. Pero lo dejó plantado...
—¿Estás de broma? — dijo medio en risa —. Tu madre si que tiene ovarios para hacer eso — lanzó una sonora carcajada.
Emma sonrió un poco más.
—Ajá, si. Como digas — puso los ojos en blanco, contagiada con la diversión de su novio.
Luego le dio un toque en el hombro y le señaló con la barbilla que debían avanzar. Luc se puso en movimiento y puso el coche en movimiento, apenas conteniendo las carcajadas.
—¿Qué pasó después de eso? ¿Cómo es que terminaron juntos?
—Se encontraron un año después en una fiesta.
—Y en ese preciso momento, donde se volvieron a mirar a los ojos, se dieron cuenta que eran el uno para el otro...
—No precisamente — se burló Emma y sacudió la cabeza de un lado al otro.
—¿Qué?
—En ese momento no sucedió nada. Fue un «Hola» y «Adiós» muy secos.
—Pero, ¿por qué? — preguntó Luc, sin comprender del todo.
Emma suspiró.
—Para partir, mi madre se sentía totalmente triunfante y para mi padre fue un trago amargo encontrarse a la chica que lo había dejado plantado — se rió por lo bajo, imaginándose cómo podría haber sido ese encuentro. Si bien se sabía cada detalle de la historia, seguía causándole gracia y extrema curiosidad...
—¿Y para acabar?
—Ambos tenían pareja — declaró, encogiéndose de hombros.
Luc miró un breve instante a Emma y luego volvió a mirar el camino.
—Tiene sentido — murmuró, pero rápidamente negó —. Bueno, no. O, en realidad, sí — sacudió un poco más la cabeza —. No, definitivamente no tiene sentido del todo. ¿Cómo es que acabaron juntos si ella le dejó plantado y luego ambos tenían novios?
—Cariño — dijo divertida, dándole toquecitos en el hombro con fingido pesar —, para eso falta mucho.
—¿Cuánto es mucho? — inquirió mirándola.
—Mucho. Muchísimo — se rió.
Luc apretó los labios y la diversión de su novia se engrandeció.
—Bien — gruñó por lo bajo —. Prosigue. Prosigue. ¿Qué pasó luego?
—De acuerdo. De acuerdo — le respondió entretenida —. Mmm.. déjame recordar... ¡Ah, sí! Ellos se volvieron a encontrar en una cena aproximadamente tres meses después. Bueno, no era una cena del todo.
—¿Cómo es eso? ¿Era o no una cena?
—Lo era — afirmó con una cabeceada, algo pensativa intentando recordar bien esa parte de la historia —. Pero ellos no eran los que cenaban precisamente.
—¿Entonces? — dijo con el ceño cada vez más hundido.
—Verás; por separado, sin esperarlo ni organizarlo, siguieron a sus respectivas parejas.
—¿Por qué demonios harían algo así?
—Fácil. Estaban convencidos de que les estaban siendo infieles.
Las cejas de Luc se alzaron un poco y abrió un poco la boca entendiendo la razón.
—¿Y era de esa forma? — preguntó luego de un instante, mientras seguía con la mirada en el camino.
Emma soltó un suspiro pesado y chasqueó la lengua.
—Lamentablemente sus peores temores se volvieron realidad.
—Infierno — musitó Luc con una mueca. Ella se encogió de hombros cuando su novio la miró con una pizca de compasión ante la situación —. ¿Qué sucedió? ¿Qué hicieron?
Emma miró al frente y dio un vistazo a las calles, frunciendo las cejas ligeramente al ver el camino. No era la ruta habitual para llegar a casa, menos aún para ir directo al club con sus amigos.
—¿Dónde me llevas? — preguntó ella, mirando a su novio.
—Te estoy secuestrando y voy a cobrar por el rescate después — dijo él con insolencia y le lanzó una mirada rápida poniendo los ojos en blanco. Emma correspondió con un puchero, pero antes de replicar, Luc se adelantó —. ¿Qué es lo que sucedió cuando se enteraron, Emma?
Ella bufó.
—¿No es obvio? ¡Les llovió el puto infierno encima! — exclamó y luego se echó a reír —. Mi madre tomó el vaso de agua que tenía cerca y se lo lanzó a la zorra esa...
—¿No es un poco duro llamar «zorra» a alguien que a lo mejor no tiene la culpa? — interrumpió Luc con las cejas alzadas —. Digo — se apresuró a explicarse —, la verdadera culpa la tiene ese tipo por ser infiel. Él era el de la relación y quién debía ser leal.
—Cariño, la tipa si era una zorra. Una con todas sus letras. Ese tipo no solo engañó a mi madre, sino que lo hizo con una prostituta de lujo. Asique, lo siento, pero lo de «zorra» se queda tal cual en la historia.
—Oh, bien. Supongo... — dijo un poco incómodo.
No era predilecto a tratar mal a una mujer, incluso si de verdad trabajaba en ese rubro de compañera de cama pagada o que estuviera enfurecido. Había sido criado bajo las estrictas enseñanzas de su padre de respetar a una dama en todo momento, incluso si la posición y errores de la misma no lo mereciera.
—La cosa es que — prosiguió Emma —, luego de eso, mi madre le estampó una tarta completa al cerdo infiel y luego le lanzó un plato en la cabeza.
Las cejas de Luc se alzaron casi hasta el nacimiento de su pelo, sin poder evitarlo lanzó una carcajada al oír a su novia.
—¿Te he dicho que adoro a tu madre? — le lanzó una mirada completamente divertida.
—Solo lo dices por las proezas que te estoy contando.
—Eso también — asintió sonriendo —. Pero sobre todo porque esta noche evitó que mi hombría fuera extirpada por mi diabólico suegro — en compensación, Emma le pegó con el puño en el brazo —. ¡Salvaje! — dijo, pero se rió y luego le lanzó una mirada de suficiencia —. Tú piensas igual que yo. Y estoy seguro que estabas mucho más asustada que yo de perder esa parte de mi anatomía que tanto adoras, cariño. Asique no te ofendas por decir las cosas por como son...
—Espabila, muchachón — le dijo, señalándolo —. Incluso si no me hicieras feliz con esa parte grande y asombrosa, que por cierto sabes utilizar perfectamente... — se detuvo para estrechar los ojos en su dirección—, y que por tu propio bien espero que solo utilices conmigo; Te querría de todas formas. Eres guapo y me haces reír. No todo es sexo, asique chitón.
Luc rió al oír a su posesiva novia. Ella de por sí era especial en todos los sentidos; comenzando con su carácter decidido que lo había conquistado y terminando con la belleza oculta de esos ojos verdes intensos que le robaban el sueño y los pensamientos a todas horas.
—¿Qué pasó con ellos? — preguntó, volviendo a la conversación original.
—Mi madre le plantó cara al cerdo infiel, le gritó todas las verdades y se fue del lugar.
—¿Y tu padre?
—Su suerte no fue tan buena — hizo una mueca —. Se acercó a la mesa donde su novia estaba baboseandose con el canalla de su amante.
—¿Baboseandose? — inquirió.
—Sí, ya sabes; cuando una pareja se besa de forma desesperada y que, al separarse, entre ellos queda una repugnante línea de baba colgando entre sus bocas — arrugó la nariz asqueada.
—Terrorífico — replicó Luc, imitando su mueca.
—Escandaloso — terció Emma.
—Indeseable — sacudió la cabeza.
—Que molesto — dijo ella rematando.
Y luego de un par de segundos de silencio, ambos se echaron a reír. Luc volvió a frenar suavemente ante otro semáforo. Se inclinó sobre su novia y le tomó el rostro para estamparle un beso largo, pausado y de película.
—¿Buscando un ejemplo, señor Couffaine? — dijo sin aliento, totalmente embobada.
—Más bien una demostración, señorita Agreste — le sonrió y le dio otro beso en los labios —. ¡Joder! ¡Eres demasiado bonita!
Emma le lanzó una sonrisa engreída.
—Lo sé, ¿por qué crees que me quieres tanto?
—Cielo, te querría incluso si no fuera de esa forma. Ya te lo he dicho — le besó la mejilla y luego bajo la oreja. Mordisqueo el lóbulo de su oreja, haciendo que ella se estremeciera y sonrió con suficiencia contra su piel —. Te deseo de todas las formas posibles — luego de un último y rápido beso, se alejó y volvió a su puesto original. Preparado para seguir conduciendo.
Emma, aún sonriendo y sin aliento, miró a su prometido un largo instante antes de que él la sacara de sus cavilaciones.
—¿Y después...? — la instó a continuar.
—Él le terminó sin más y ella aceptó eso como si no hubiera ocurrido nada.
—Vaya — arrugó el entrecejo —... ella no lo amaba en lo absoluto.
—Creí que eso estaba claro — se encogió de hombros y miró a su alrededor, aún pensando en la historia pero sobre todo un tanto curiosa del camino que Luc estaba tomando por la ciudad.
—¿Luego de ello ellos se vieron, se reconocieron y se enamoraron? — preguntó, Luc. Atrayendo la atención de nuevo de Emma.
—No, la historia no acaba allí, Luc. Entre ellos no ocurrió nada. Es más, no volvieron a verse hasta nueve meses después.
—¿Estás jugando? — exclamó —. Dime que estás jugando, Emma. ¿Cómo demonios no sucedió nada? ¿Otra vez?
—Yo solo cuento la historia, no la manejo — informó y Luc gruñó de acuerdo con eso —. Bueno, como decía; se encontraron nueve meses después de ese escándalo. Fue un encuentro accidental en un supermercado... — Emma le lanzó una mirada pícara.
—Vaya normalidad — sonrió Luc con complicidad, al recordar uno de los encontronazos que había tenido con su chica. Uno en particular, donde habían terminados detenidos en seguridad por armar escándalo en medio de la tienda y embarrarse de salsa chocolate de pies a cabeza.
—¿Qué hicieron allí?
—Cariño — dijo divertida—, ¿a qué se supone que uno va al supermercado?
—Según yo, a discutir en el pasillo de los postres justo antes de pedir la mejor y descarada primera cita de la vida — se encogió de hombros, mirándola de soslayo —. Pero en realidad no tengo idea a que fueron tus padres.
Emma sonrió.
—Esa parte de nuestra historia es similar a la de ellos, con la diferencia de que en lugar de embarrarse salsa de chocolate — alzó una ceja sugestiva en su dirección, recordando su ridícula pelea la primera vez que se vieron —, ellos discutieron por la última barra de chocolate que quedaba. Ambos la vieron al mismo tiempo, corrieron a por ella y la sostuvieron en el mismo instante...
—Tiene su parte romántica. Me imagino que la compartieron.
—¡Ja! ¡De romántico nada! — se mofó Emma —. Ese par se puso a forcejear en medio del pasillo, por una estúpida barra de chocolate.
—El chocolate jamás será estúpido — defendió la causa sin que viniera al caso.
—Solo lo dices por que me lamiste el cuello descaradamente luego de terminar de pelear — encaró.
—¿Y por qué otra cosa lo defendería? — arqueo una ceja coquetamente en su dirección —. Fue el mejor puto sabor de la historia; Emma y chocolate — se lamió los labios y le lanzó otra breve mirada llena de deseo —. Soy totalmente adicto.
Emma sacudió la cabeza, con la mejillas ardientes
—Te recuerdo que la bofetada que te di, también fue tremendamente adictiva — señaló.
—Otra parte que me encantó de ti, fue que me pateaste el culo con facilidad — se rió.
—Solo te dejaste patear el culo porque querías ligarme — acusó, arrugando la nariz.
—Cariño, aún recuerdo tremendo bofetón. No te dejé ganar. Lo que pasa es que estaba demasiado encandilado por tu fiereza como para defenderme de forma correcta.
—¿Qué hubieras hecho si te hubieras defendido? — inquirió curiosa, recargando el codo en la puerta y posando la mejilla sobre su mano.
—Sinceramente; primero te hubiera bañado con más salsa de chocolate.
—¿Y luego?
—Te hubiera arrancado la ropa y te hubiera follado contra la máquina de helados.
—¿Qué te hizo ser medianamente racional para no llevarme contra la máquina?
—El temor de ser apaleado por ti. Me diste jodido miedo — confesó con una sonrisa, mientras giraba la última calle antes de salir a la interestatal.
—Sí, ajá. Como si eso fuera cierto— sacudió la cabeza, puso los ojos en blanco y ocultó su diversión dando un vistazo a su alrededor —. ¿Dónde me llevas? — volvió a preguntar.
—Ya te lo dije: estoy secuestrándote y dentro de unas horas cobraré tu rescate.
—Vaya, que criminal más considerado. Me estás informando tus planes y todo... — dijo con sarcasmo.
—Siempre procuro dar un buen servicio, cariño — le guiñó el ojo desvergonzado —. Ahora, sigue contándome, ¿qué ocurrió entre ellos y la barra de chocolate?
—Ah, sobre eso — frunció ligeramente el entrecejo para poder recordar el resto de la historia —. Mi padre la conquistó.
—¡Al fin! — exhaló Luc.
Emma rió.
—No he dicho que quedaron juntos. Me refiero a que mi coqueto padre se inclinó sobre ella y comenzó a hablarle en el mejor tono seductor que pudo...
—Y tú madre, por obviedad, cayó a sus pies — aportó.
—Ya quisieras, pero no — se entretuvo un poco más al ver el desconcierto en el rostro de su prometido —. Verás, mi padre logró desarmar a mi loca madre amante del chocolate. Lo que hizo, que en un acto reflejo...
—Lo abofeteara — interrumpió y chasqueo la lengua —. Ustedes, mujeres Dupain, estáis locas. Ahora sé de donde sacaste eso de abofetear a tu futuro esposo — sacudió la cabeza y le lanzó una mala mirada de reproche.
—¡No! ¡Escucha! — dijo divertida —. Ella soltó la barra de chocolate. Mi padre, triunfante, corrió a la caja registradora y pagó el producto. Pero no acaba allí — siguió cuando Luc le lanzó una mirada interrogante —. Solo para molestarla, abrió el chocolate y comenzó a comérselo frente a ella.
—Vaya, tu terrorífico padre tiene cojones — dijo asombrado —. ¿Qué hizo tu madre?
—Nada — se encogió de hombros —. Pagó su zumo de frutas y salió del establecimiento sin siquiera mirarlo.
—¿Y él no hizo nada para detenerla? — frunció el ceño.
—Al contrario. Fue tras ella, pero por más que buscó en el estacionamiento no la encontró. Era como si se hubiera evaporado — apretó los labios intentando ocultar su diversión —. Al menos eso pensó al bajar la guardia y que ella apareciera y le diera el susto de su vida — Luc se rió de ello y Emma le acompañó encantadoramente.
—¡Tú madre es de cuidado!
—Tenía que defender su honor ante el robo del chocolate. Claro que mi padre se merecía una lección por ser descarado. Ella le arrebató la barra de chocolate de las manos y comenzó a caminar disfrutando de su merecido premio.
—Supongo que esta vez sí la siguió.
—Supones bien — asintió —. Entre sonrisas compartieron el chocolate y caminaron y caminaron, sin decirse ni una sola palabra más que algunas sonrisas y miradas robadas, hasta que la barra se acabó — suspiró profundamente y puso los ojos en blanco —. Y luego de eso, cada uno tomó su camino sin decir absolutamente nada.
—Espera, ¿qué? — escupió anonadado —. ¿Qué rayos fue todo eso? Acaban de compartir chocolate, caminar juntos ¿y después se fueron por caminos separados?.
—Como lo escuchas — se encogió de hombros.
—¡Joder con ellos! — dijo con frustración y en ceño hundido —. Que enredada historia. No tiene profundidad si se mira desde fuera, pero ¡Maldita sea! ¡Qué frustrantes son!
—Te dije que era complicado, tú no quisiste creerlo.
—Me doy cuenta — murmuró entre dientes y luego frunció el ceño por completo al caer en cuenta en algo. Interrumpió a Emma, antes de que ella siguiera relatando —. Espera un segundo. Hay algo que no me calza en todo esto.
—¿Qué es?
—En cada uno de los encuentros que han tenido, ninguno se ha presentado formalmente. Ni siquiera han dado indicios, las últimas dos veces, de que se hubieran reconocido a lo largo de toda la historia. Solo han sido encuentros accidentales...
—Cierto — dio una cabeceada estando de acuerdo —. Fueron lo suficientemente idiotas para no darse cuenta de quienes eran.
—Esto no tiene sentido, Emma. ¿Cómo demonios quedaron juntos si no se pudieron reconocer en todo ese tiempo?
—Se reencontraron en una fiesta de disfraces — informó de buena gana —. Ella iba vestida de gatubela sexi y mi padre, de Batman.
—¿En serio? — dijo a media sonrisa.
—Totalmente.
—¿Cuánto tiempo después?
—Si mal no recuerdo, alrededor de un mes después. En esa fiesta en particular ocurrió algo que en los otros encuentros no... ¡Ellos ligaron! — exclamó llena de emoción.
—¡Joder! ¡Al fin! — dejó escapar un suspiro y golpeó con una mano el volante, repentinamente feliz por la noticia —. Luego de tantos encuentros, era hora que hicieran algo práctico, ¿no? Dime que por fin pudieron presentarse — le lanzó una mirada suplicante.
Emma hizo un mohín y negó.
—Era una fiesta de disfraces, no estaba permitido utilizar tu nombre real. Solo seudónimos.
—Emma... — se quejó al oírla, encorvando un poco los hombros lleno de desesperación.
—Repito; eran demasiado complicados — le dijo sonriente.
—Cariño, la historia de tus padres en serio me esta desesperando... ¿cuántos malditos encuentros faltan?
—Pocos. Faltan pocos.
—¿Segura? ¿Al cien por ciento? Por que estoy muy tentado a dar la vuelta, posponer tu secuestro, e ir a reclamarle a tus padres por su jodida y enredada historia.
—Si quieres que termine, vas a tener que dejar de interrumpir. Ya estoy llegando al final, señor secuestrador.
—Bien — gruñó.
—Vale, como decía; Fiesta, disfraces, seudónimos, mucho alcohol... dan como resultado una loca y desenfrenada noche llena de sexo en el apartamento de mi padre.
—¡Al fin! Y yo pensé que llegarían castos al matrimonio con tanta vuelta — exclamó por lo bajo y luego la miró un segundo —. Pero guárdate los detalles, ¿de acuerdo? Sería demasiado extraño ver a tus padres a la cara luego de saber algo tan íntimo.
—Tranquilo, también me dio repelús esa parte — fingió estremecerse abrazándose a sí misma —. Bueno, recapitulando: fiesta, disfraz, nombres falsos, alcohol y una noche loca por delante, dieron como resultado que mi madre huyera del apartamento de mi padre al amanecer.
—¿Estás de broma?
—En lo absoluto — respondió —. Mamá se fue, no sin antes dejarle su número escrito con la esperanza de que él volviera a contactarla.
—Dime, por todo lo bueno del mundo, que lo hizo. Porque estoy a cinco segundo de regresar el carro y enfrentar a tu terrorífico padre.
—Bueno, en unos quinientos metros hay una salida que te permite volver a la ciudad — le picó, señalando la carretera.
—Emma... — alegó.
—No fue culpa de mi padre, ¿bien? — prosiguió —. Ni de mamá tampoco. Él intentó llamarla y ella no contestó. Al parecer le habían robado el teléfono esa misma mañana.
—Joder con ellos — musitó por lo bajo.
—Tu frustración, no es ni la mitad de la mía cuando me contaron esta historia por primera vez — le dijo para apaciguarlo.
—¿Cuántas veces la has oído?
—Suficientes para que ahora la desesperación por sus encuentros, sea divertida — contestó con simplicidad.
—Dime que algo bueno pasa ahora — dijo Luc por lo bajo, concentrado en la carretera.
—Pasa algo excelente — sonrió —. Ambos se volvieron a ver otra vez, en un vuelo directo a Las Vegas. Eran compañeros de asiento, pero mi madre no se dio cuenta de eso hasta media hora después del despegue y solo porque se quedó sin batería en su aparato de música y no le quedó más alternativa que ponerse a leer.
—¿Qué tiene eso de bueno? — cuestionó.
—Mi padre la había reconocido al instante, pero como mamá estaba ensimismada mirando por la ventana, ni siquiera se dio cuenta de que él estaba allí... al menos no hasta que se sintió observada y levantó la mirada — sonrió un poco más, mientras miraba el parabrisas y directo a la carretera que ambos recorrían.
—¿Y qué hizo ella?
—Estaba tan estupefacta que se quedó sin habla. Sin aliento, como lo describe ella. Entonces, entre el desconcierto y la molestia, desvió la mirada.
—¿Sabes? Tu madre me cae bien, pero no creo que debería estar molesta. Sabía donde él vivía, podría haber ido a verlo.
—Ella pensó que él no quería saber nada de ella.
—Tu padre la llamó, y a ella se le perdió el móvil. Quién debería estar molesto, incluso sin saber la verdadera razón detrás de ser ignorado, es tu padre.
—Sí, vale. Pero nada en su propia historia es coherente del todo, ¿crees que ella iba a ser racional en eso?
Luc chasqueo la lengua y ladeo la cabeza. Emma tenía razón, pero en lugar de debatir pidió que continuara.
—Mi padre se inclinó sobre ella y le susurró una simple palabra; «ladrona» — Emma se rió para sí misma y se mordió la esquina del labio antes de continuar —. Mamá se dio vuelta para responderle, pero en lugar de aquello le tomó el rostro y le estampó un beso. Él, por supuesto, quedó anonadado.
—Bastante valiente — aportó con una sonrisa.
—Suficiente. En especial por que de todos los encuentros, solo recordó la noche de pasión y al chico de los chocolates — hizo un mohín ante la mirada interrogante de su prometido.
—Entonces, ¿cómo explicas que supieran todo lo demás? — inquirió, encendiendo la intermitentes para girar y comenzar a conducir por un camino rural.
Emma miró a su alrededor, la oscuridad, iluminada por los faros del automóvil, solo dejaba ver el sendero sin pavimentar e hileras de árboles y arbustos que franqueaban a ambos lados. No había rastro de luna esa noche, pues el cielo estaba completamente cerrado y oscuro sin siquiera estrellas.
—Preguntas al final de la historia, por favor — solicitó.
—Cariño, te he hecho un montón de preguntas a lo largo de la historia — le dijo un pelín petulante.
—Bueno, esa pregunta en específico al final de la historia, por favor — volvió a repetir con una dulce sonrisa en los labios.
Luc puso los ojos en blanco y desaceleró la marcha cuando estaban pasando por un bache. El camino irregular hacía que todo fuera más complicado, pero entre la historia frustrante y los nervios a flor de piel por la sorpresa que le tenía a su novia, poco le importaba conducir un poco más despacio.
—¿Qué pasó luego?
—Él correspondió. Fue muy intenso — negó —. Incluso para la pobre tripulación.
Luc se volvió para mirarla boquiabierto.
—No me digas que ellos... — dejó la frase a medias.
—¡No! — exclamó Emma a media carcajada —. Claro que no tuvieron sexo en el avión. Hubiera sido de locos, por no decir que hubieran formado un gran lío. En especial porque iban niños en esa cabina — sacudió la cabeza —. Fue intenso porque al fin pudieron reencontrarse, ya sabes, después de todo lo que habían pasado... Y lo mejor de todo es que al fin se presentaron decentemente.
—¡Aleluya! — soltó Luc. Le lanzó una rápida sonrisa a Emma —. Lo siento, prosigue, por favor. Ansío escuchar el final.
—Por suerte para ti, estoy por terminar.
—Es un alivio, porque estamos por llegar al final del recorrido. Y, ya sabes — se encogió de hombros —, como chica secuestrada debo atarte y todo eso.
—Me gusta que me ates — susurró Emma seductoramente.
—Lo sé. Me gusta atarte, preciosa — le lanzó un guiño desbordado de descaro.
Emma reprimió la risa por el jugueteo osado que siempre mantenían. Era una de las cosas por lo que le quería con todo el corazón. Siempre lograba hacerla reír, la consolaba en momento de debilidad, apoyaba sus sueños y le seguían en las locuras. Sin duda alguna, ese fuerte, alto y gran hombre que iba tras el volante, era el amor de su vida. Con su cabello rubio bien cortado, su rostro varonil, su descaro oculto que desplegaba solo estando con ella, sus atenciones, bromas sin sentido que ambos compartían y esos ojos tan celestes como el cielo en pleno verano. Luc era la combinación perfecta. Su combinación perfecta. Hecho completamente a su medida. En todos los ámbitos. Incluso con las heridas físicas y emocionales, quería todo de él. Por completo. Él era su más... su mitad. El alguien esperado y acertado en su vida.
—Tierra llamando a Emma — dijo Luc, atrayendo su atención. Ella tuvo que pestañear un par de veces para volver del todo al momento —. ¿En qué pensabas?
—En lo mucho que te quiero — confesó tímidamente.
—Yo también te amo, mi víctima de secuestro — le sonrió con cariño y alargó la mano para tomar una de las suyas y llevarla a sus labios —De acuerdo, prosigue — dijo, sin soltar su mano.
Emma, con algo de reticencia, volvió a forzar la memoria para poder continuar.
—Bien, quedé en el beso. Bueno, ellos hablaron el resto del viaje. Intercambiaron sus números. Descuida — agregó al ver la alarma en los ojos de Luc —. Esta vez sí se pudieron llamar.
—¿Sí?
—Sip. Lo hicieron, pero no fue hasta que colisionaron accidentalmente en un restaurante que se dieron cuenta que estaban hospedados en el mismo hotel.
—Vaya... — musitó bajito.
—Sus citas comenzaron de inmediato — informó —. Citas esporadicas y locas.
—¿Es allí donde al fin se enamoraron?
—No precisamente — Luc la miró atónito y Emma se encogió de hombros en forma de disculpa —. Ellos no se entendían demasiado bien... al menos no hasta que discutieron. Es en ese momento donde se enamoraron de verdad.
—¿Discu... discutiendo dices? ¿Estás de broma? — se atragantó anonadado.
—Nop — asintió —. Discutieron por algo insignificante. Algo realmente tonto, pero que les hizo ver que eran el uno para el otro — sonrió con cariño.
—Cielo, no estoy entendiendo nada — dijo Luc, confundido.
—Ellos se enamoraron porque se complementaron en esa discusión. Cada vez que se objetaban, era una razón más para estar juntos. Los hacía sentirse vivos, completos... ya sabes, complementados. Todo era un desafío y cada desafío era un triunfo — sacudió ligeramente la cabeza en su dirección —. Es incomprensible y extraño, pero así fue. Se enamoraron por una absurda pelea. Siguieron juntos por cada maldito desafío que era día a día, se conocieron mucho más y, al final de cuentas, se casaron y me tuvieron a mí — se señaló divertida.
—¡Al fin! — dijo igual de entretenido —. Pensé que jamás llegaríamos al final.
Luc comenzó a desacelerar el coche hasta parar del todo y estacionar frente a una cabaña. Emma le miró extrañada, con miles de preguntas en los ojos. Pero en lugar de saciar su curiosidad, apagó la sonrisa de su novio cuando habló;
—Ese no es el final.
—¿Perdón? — escupió patidifuso.
—Que ese no es el final — repitió —. Lo que continua es de locos.
—¿Más de lo que ya me has contado?
—Ni te imaginas — puso los ojos en blanco y volvió a señalarse —. Nací, pero la relación estable era a medias, no funcionó. Asique se divorciaron.
—¡Joder con tus malditos padres! — gruñó con frustración, pasándose una mano por el pelo.
Emma sonrió ante su desesperación, pero frunció ligeramente el ceño cuando observó que sacaba su móvil y comenzaba a juguetear con él.
—¿Qué haces?
—Busco el número de tus padres: los mataré a ambos. Que desquiciantes han sido. Me han vuelto loco.
Emma lanzó una risotada en toda la regla y, entre la diversión y el forcejeo, le quitó el celular a su prometido y lo alejó de sus manos.
—Déjame acabar, por favor — solicitó entre risas.
—Ya no puedo escuchar más. Estoy a punto de explotar de la frustración. Solo quiero ver a tus padres y sacudirlos a ambos por ser tan idiotas... ¿A quién se le ocurre divorciarse después de todo lo que había ocurrido?
—A ellos — respondió con sencillez Emma —. Pero no todo es malo. Al parecer no estás viendo un pequeño detalle, cariño; ellos siguen juntos.
Luc inspiró profundamente
—Lo que hace que tenga muchas preguntas sobre eso.
—Fácil de responder; un año después del divorcio, volvieron a casarse — sonrió ante la cara patidifusa y descompuesta de Luc. De verdad era divertido todo lo que la historia complicada de sus padres le sacaban a la gente. La mayoría terminaba entre risas, pero gran parte de la historia si daban ganas de tirarse del cabello por lo absurdo que llegaba a hacer —. Y creo que ese es el final de la historia; Quedaron juntos, discutiendo, conmigo en medio, más enamorados que nunca y formaron una gran familia.
Luc la observó por un largo instante. Sus ojos celestes estaban desconcertados al igual que todo su semblante. Era difícil de ocultar y bien sabía Emma que por lo que le acababa de relatar, sería imposible.
—Tengo preguntas — dijo después de lo que pareció una eternidad.
—Dispara — respondió.
Luc frunció el ceño.
—Hay cosas que no calzan — murmuró pensativo, gesticulando con una mano —. Por ejemplo; ¿como, si solo reconocieron dos de sus siete encuentros, supieron quién era el otro en el resto de la historia? Ya sabes; el encuentro cuando ambos tenían parejas, y luego en el restaurante con los infieles.
—Ah, sobre eso — se encogió de hombros con un mohín —, se dieron cuenta con los años. Conocerse mejor implica charlar mucho. Así que, sí: Los años hicieron que se percataron que sus historias eran las mismas. Que sus encuentros estaban unidos y que habían sido lo bastante idiotas para no darse cuenta.
Luc arqueo ambas cejas, sin saber muy bien qué decir.
—¿Asombrado? — inquirió con mofa.
Él asintió despacio.
—Te lo advertí, era una historia complicada — dijo con suficiencia —. Ahora, ¿qué aprendiste de todo esto?
Se cruzó de brazos bajo el pecho.
Luc hundió el entrecejo pensativo.
—Primero; que el destino es una puta mierda — respondió a media voz.
—¡Oye...!
—¡Pero si es verdad! — se defendió ante la mirada divertida y censurada de su prometida —. Les bastó seis encuentros para reconocerse al fin.
—Cierto, pero aún así; El destino no es una puta mierda — alegó —. Gracias al destino me encontraste.
Luc relajó el semblante. Se deshizo del cinturón de seguridad, luego se inclinó y desabrochó el de Emma y, finalmente, la tomó por la cintura y en un rápido y fluido movimiento la sentó en su regazo. Ancló una mano en su cintura y otra en la base de su cuello y la besó. Largo, con ternura, pasión y amor. Se separó de ella un poco para mirarla con profundidad a los ojos.
—Cierto, pero contigo fue más fácil. Había pasado demasiada mierda en la vida, merecía un pedacito de cielo y ese eras tú. Habría que ser idiota para dejarte ir, incluso después de que patearas mi culo en el supermercado — le sonrió.
Una sonrisa completa y deslumbrante que desarmó por completo a Emma. En especial por la profundidad de sus palabras.
—Definitivamente te ganaste una mamada — suspiró contra su boca.
—¡Carajo, sí! — exclamó contra sus labios antes de volver a estampar su boca contra la suya. Le metió la lengua entre los labios y la saboreo por completo. Emma era la mujer de su vida; fuerte, leal, dulce y hermosa. Inteligente, divertida y comprensiva. Pero lo mejor de todo eso, era el hecho de que fuera suya. Tanto en corazón, cuerpo y alma. Emma era, como había dicho, su pedacito de cielo. Solo de él. Para cuidar y proteger con la vida.
—Señor secuestrador, creo que debería atarme — musitó a medio jadeo, cuando los besos cambiaron de naturaleza a una mucho más urgente. Se removió contra su regazo y sintió bajo su trasero el premio atrapado, grande y duro, tan expectante y excitado, que buscaba libertad.
Luc le mordió la mejilla ligeramente antes de volver a su labios.
—Lo haré. Te ataré a la cama y no te dejaré ir hasta el día de la boda — murmuró en voz grave, posando las manos contra el trasero de Emma y alzando sus caderas para rozarla en el punto exacto. Ella gimió suavemente y eso fue música para sus oídos. Sin embargo, por mucho que quisiera desnudarla allí y tomarla con fuerza, debía de acabar de conversar y ser lo suficientemente racional para realizar la verdadera tarea que lo había llevado hasta ese apartado lugar. Se apartó del beso de sopetón, recibiendo en compensación un gruñido ligero y descontento.
Emma abrió los ojos frunciendo el ceño, demasiada llena de deseo para que él se detuviera en ese momento.
—Pero antes debo contarte la segunda lección — dijo con una sonrisa arrogante, sabiendo lo excitada y frustrada que debía sentirse ella al ser desatendida.
—¿Y cuál es esa? — preguntó a regañadientes.
—Es fácil, pero va a sonar cursi— se encogió de hombros y trazó círculos con los pulgares contra sus caderas —; A pesar de todo, siempre habrá corazones que están predestinados a estar juntos. No importa que tantos encuentros tengan, que no se reconozcan o que sean suficientemente idiotas para no prestar atención a los detalles...
—¡Oyeee...! — le empujó sin fuerza alguna el hombro.
—No he terminado — la besó brevemente —. No importa qué eventualidad suceda, siempre lograrán estar juntos. Por lo mismo, la conclusión obvia es que su reunión era inminente y seguirá siéndolo durante toda la vida.
Emma asintió despacio, cavilando las palabras de su prometido. Palabras serias y ciertas. Sus padres estaban predestinados a estar juntos. Sus corazones se llamaban el uno al otro, no había explicación más lógica que esa por todos los antecedentes que ellos cargaban.
—Mi corazón estaba destinado a encontrarte — murmuró Emma, perdiéndose en los ojos de Luc. Alzó sus manos y le acarició el rostro a su novio.
—Me alegro que así lo pienses — le regaló una sonrisa abierta y especial, que solo utilizaba con ella —. Porque estoy completamente de acuerdo con eso — le dio un beso casto en los labios y luego de quitar la llave del contacto del coche, abrió la puerta e hizo una señal con la cabeza para que descendiera —. Baja, mi chica guapa secuestrada. Debo mostrarte algo.
Emma bajó con cuidado, no sin antes lanzarle una mirada a oscuras completamente curiosa.
—Ven — Luc le tomó la mano y se adelantó un paso arrastrándola con él.
—¡Hey! No veo nada — alegó, tropezando ligeramente con algo del suelo.
—Cielo, estás secuestrada, sería idiota si te mostrara el camino. Podrías huir. Y quiero tenerte completamente para mi por un par de días.
Los pasos apresurados de ambos se escuchaban fuertes y claros en el silencio del lugar, con las hojas y ramitas rompiéndose bajo sus zapatos.
—Exijo el paquete de secuestro completo — demandó Emma jadeante —. Si vas a secuestrarme, al menos tómame en brazos. No quiero caminar con miedo a partirme el cuello.
Luc se detuvo abruptamente y Emma casi chocó contra él. Entonces, él se dio vuelta, la tomó por debajo de las piernas y la alzó contra su cuerpo. Emma apenas tuvo tiempo de dejar escapar un gritito ahogado por la sorpresa y de sostenerse a tientas de los anchos y fuertes hombros de su prometido.
Luc le besó la frente y Emma no pudo evitar suspirar y sonreír entretenida. Si esta era una fantasía, quería vivir la experiencia completa con él.
—Se suponía que debíamos estar con los chicos en el club — le dijo en voz baja, recordando la reunión que habían planeado.
Una par de gotas le cayó en la mejilla, se pasó los dedos secandola y miró el cielo oscuro sobre sus cabezas. Los pasos de su prometido se apresuraron y pudo jurar oírlo maldecir entre dientes, ¿qué había planeado?
—Ya había cancelado eso antes, descuida — susurró Luc en voz tranquila.
Emma pegó la oreja a su pecho, bajo su barbilla. Escuchó el corazón de Luc, constante y tranquilo. Sonrió para sus adentros y comenzó a juguetear con el borde de la cremallera de la chaqueta de cuero que él llevaba.
—Asique con sumo detalle organizaste esta ola de delitos — le dijo burlonamente.
—Claro. ¿Cómo iba a hacerlo de otra forma? — contestó, deteniéndose.
Luego, con la misma rapidez que la tomó la bajó dejándola en el suelo. Emma se quedó de pie algo atolondrada, por el movimiento y la oscuridad. Pero más fue su confusión cuando miró lo que tenía frente a ella.
—Esto es... es muy bonito — dijo apenas audible, con la garganta repentinamente cerrada por la emoción.
Una mesa servida para dos, era franqueada por cuatro antorchas que iluminaban el bonito y frondoso jardín. También había luces amarillas y pequeñas sobre los arbustos, dándole un aspecto íntimo y mágico al lugar. La mesa en medio, estaba adornada con un mantel blanco, con vajilla del mismo color. Había champaña en una cubeta con hielo, copas, fresas y chocolate y sus flores favoritas estaban dispersas en un jarrón alargado de cristal en el centro.
Otro par de gotas, esta vez más pesadas, cayeron sobre su cabeza. Emma alzó la mirada al cielo oscuro y, pronto, esas pocas gotitas en unos segundos se volvieron millones.
—Mierda — murmuró Luc por lo bajo y tomó a Emma del brazo para protegerla del agua.
Emma no pudo evitar sonreír, sobre todo porque su prometido hacía hasta lo imposible para mantenerla cubierta y empujó de ella hasta quedar bajo la parte techada que daba a la puerta trasera de la cabaña.
—Doble mierda — le oyó decir, cuando él corrió de nuevo hasta el jardín e hizo el vano esfuerzo de que las antorchas no se apagaran.
Emma se rió, alto y fuerte. Luc era todo un espectáculo en ese momento; ansioso, moviéndose por todos lados, intentando que la perfección del lugar más romántico de la vida volviera a hacer como hace unos instante.
—¡Es inútil! — le gritó divertida.
Luc se volvió a mirarla, totalmente empapado, pero sin quitarle un ápice de poder y belleza. La imagen la dejó sin aliento, como siempre que lo miraba. Era algo que no podía controlar, como tampoco el hecho de que su corazón latiera con fuerza cada vez que él la tocaba o estaba cerca. Era natural. Él era su normalidad.
En medio del velo de la lluvia y aún emocionada por la sorpresa, Emma salió de su escondite y fue en su búsqueda. Las antorchas estaban completamente apagadas, pero las luces en los arbustos aún iluminaban el jardín. El agua salpicaba bajo sus pasos debido a las pequeñas pozas que rápidamente se formaron. Chocó contra su pecho amplio y duro, cuando tropezó debido al resbaloso césped y el barro. Luc la sujetó contra él, ambos mojados de pies a cabeza y totalmente jadeantes. Se miraron un largo segundo, antes de que él intentara tirar de ella para quitarla de medio del desastre.
—Vamos a jugar — le dijo entretenida, quitándoselo de encima.
Luc intentó volver a tomarla, pero Emma dio otro paso atrás con una enorme sonrisa en el rostro.
—No, vamos a entrar. No quiero que te resfríes — le dijo serio.
La sonrisa de Emma no se apagó.
—Solo si me atrapas — le desafió y comenzó a correr, pero el suelo mojado, sus zapatos bajos y el velo de la espesa lluvia, le hizo pisar mal y tropezar.
—¡Emma!
La chica jadeó violentamente y antes de preverlo, ambos estaban cayendo al suelo lleno de barro. La lluvia, terminó de cubrirlos por completo. Una mueca de dolor se abrió paso por el golpe, pero a pesar de todo; la emoción por la sorpresa, la historia recién relatada y el amor que ese hombre despertaba en ella, le hizo reír. Una risa fuerte y sonora. Totalmente jovial y entretenida por el patoso y desastroso momento que estaban viviendo. Alzó las manos para apartarse el pelo de la cara.
—¿Estás bien? — preguntó Luc, inclinándose con urgencia sobre ella.
Emma se guardó la risa, pero no dejó de sonreír ni un momento. Sus hombros se sacudían ligeramente por la entretención y la preocupación de su prometido.
—Definitivamente le voy a contar esto a nuestros hijos — soltó de buena gana, estirando los brazos para dejarlos sobre el cuello de Luc.
La lluvia seguía cayendo sobre ellos, pero él le protegía parcialmente al estar sobre ella.
Luc, que pasó de la preocupación a la diversión con tan solo unas cuantas palabras, no pudo evitar sonreírle a su novia. Levantó una de las manos que tenía firme sobre el suelo al lado de la cabeza de Emma y con la punta de los dedos le quitó un mechón de cabello de la mejilla, dejando una pequeña pizca de barro sobre su piel.
—¿Y cómo se conocieron? — inquirió él, contagiado por la entretención.
Había escuchado la historia de sus suegros, pero también quería escuchar la suya. Aunque la tuviera grabada a fuego en la memoria, debía escucharla de los labios de su chica.
—En un supermercado. Embarrados de salsa de chocolate hasta las pestañas. Envueltos en una pedida de cita poco convencional... — le informó sonriente y luego suspiró mirando los ojos más azules y claros que conocía en su vida —... Haciendo que sus corazones volvieran a latir.
—Pegando bofetadas y teniendo el mejor sexo de la vida — musitó Luc, cuando ella calló —Saboreando la mejor parte del universo.
—Y comiendo helado luego de una pastosa cita donde él arrojó vino sobre mi vestido... — prosiguió suspirando, acariciándole el rostro. Luc buscó su caricia e inclinó el rostro hacia su palma, le dio un pequeño beso en la mano, mientras la miraba con deseo y ternura. Sin embargo, al terminar la frase Emma cayó en cuenta en un detalle abismal. Sus ojos se abrieron un poco más asombrados —. Me acabo de dar cuenta de algo.
—¿De qué quieres follar aquí y ahora, en el suelo embarrado y bajo la lluvia? Porque si es así, soy el primero en apuntarme — dijo Luc, besándola.
—No seas idiota — se rió y apartó el rostro. Los labios y el ceño de Luc se arrugaron con disgusto y Emma sonrió —. Eso claramente lo íbamos a hacer. No perdería oportunidad de saborear a mi chico donde sea — le lanzó una mirada de superioridad —. Pero no, no es eso de lo que acabo de darme cuenta.
—¿Entonces?
—Me percaté que la historia de mis padres es similar a la nuestra. Aunque claro, fuimos menos ciegos al darnos cuenta que éramos el uno para el otro..
—Y sobre todo, tuvimos la mejor jodida noche de sexo en menos tiempo que ellos al conocerse
Emma rió suavemente estando de acuerdo.
—Lo que digo es que tú igual arrojaste vino sobre mí...
—Fue culpa de los nervios de verte con ese trozo de tela que llamaste vestido, pero que no te cubría para nada — se defendió y sostuvo su peso contra su codo. Aún cubriendo a su novia y aún deleitándose de lo deliciosa que se veía en ese instante; mojada, sexi, preparada y dispuesta incluso a realizar una fantasía reciente y loca... ya cumpliría su sorpresa después. Las prioridades en ese momento habían cambiado.
—Pensé que te había gustado — dijo ella arrugando los labios.
—Emma, me encanta todo lo que vistes y lo que no — dijo inclinándose sobre su rostro —. Sobre todo cuando no hay nada. Pero ese jodido vestido casi me da un infarto
Ella sonrió, pero prosiguió.
—También nos peleamos y había chocolate de por medio...
—Y fue delicioso — sentenció.
—Y perdiste el móvil después de nuestra primera noche... — arqueo una ceja.
—Por suerte para ti, sabía que eras la mujer de mi vida y perder el teléfono con tu número no iba a detenerme hasta buscarte y hacerte mía otra vez...— se encogió de hombros como si eso lo explicara todo.
—Es lo más racional que has dicho en mucho tiempo — dijo estando de acuerdo. Y recordó el momento en que él apareció en su trabajo para buscarla, luego de que ella hubiera estado molesta y agitada porque él no la había llamado —. Fue la mejor decisión de tu vida.
—Siempre serás la mejor decisión de mi vida, Emma.
—¿Incluso embarrada de pies a cabeza? — hizo un puchero.
—Sobre todo en ese instante, que tengo ganas de tomarte aquí y ahora, hasta que no queden más que mi nombre en tu mente y lo bien que te hago sentir...
Emma no aguantó más la ganas de tocarlo. Se arrojó sobre sus labios y permitió que Luc hiciera lo que quisiera con ella. Siempre sería de esa forma, desde la primera patosa vez que se vieron. Eran ideales y sobre todo, cada momento en su vida con ese hombre juguetón y serio, era memorable y digno de contar. Sus padres tenían una historia complicada que entramaba sus vidas... y ella también. Una historia mucho más profunda que los juegos entre ambos. Un relato que siempre llevarían en la piel y una lucha constante que los llevó a ese momento espectacular. Entonces, mientras era saboreada por el mejor beso de su vida en medio del suelo, cubierta de barro y mojada a más no poder, Emma se dio cuenta de otro gran detalle; así como sus padres no se arrepentían de estar juntos a pesar de todo, ella misma tampoco se arrepentiría nunca de elegir a ese hombre. El mismo que la besaba con amor y posesión. Era su mitad. Rota, especial y grandiosa. Siempre sería así, para toda la vida. Y, en especial, para cuando sus hijos en el futuro le preguntara cómo se conocieron. Emma se reiría, lloraría y sonreiría ante la aventura de sus vidas que no hacía más que comenzar. Su historia también era digna de contarse y lo haría de buena gana, para todas aquellas personas que quisieran saber de un amor tan endeble e intenso, entre un hombre herido, protector y dañado y una chica determinada y perdida en la vida.
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