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EPÍLOGO

Martes, 31 de diciembre del 2030

Han pasado seis años desde la última ceremonia de divinización. La segunda que recuerden los dioses del Olimpo. Desde ese día, Maia y Carmen viven en el Olimpo, aunque Carmen se pasa dos días a la semana por la Tierra y visita a su amado Abiel.

Hace más de tres años que Abiel y Alma acabaron sus estudios en Madrid y se mudaron a Sevilla. Alma tenía un puesto de trabajo en una reconocida empresa en el sector aeroespacial y Abiel encontró otro puesto de trabajo en otra empresa en la misma ciudad y, además, se matriculó en Astronomía y Física en la Universidad de Sevilla, donde actualmente está acabando su doctorado, ya que le han convalidado varias asignaturas y como no tuvo que esperar por Alma, hizo el doble de exámenes por semestre que un alumno normal.

Su esposa, puesto que hace dos años se casaron, sigue encantada con su trabajo, por lo que el año que viene Abiel quiere matricularse en Ingeniería Informática, después de que presente su doctorado.

Sus amigos siguen viviendo en el piso cerca de la facultad, aunque ya todos terminaron de estudiar y están trabajando. Sin embargo, ninguno quiere abandonar el piso donde han compartido tan buenos momentos. La habitación de visitas sigue libre, pero casi todos los fines de semana la ocupan antiguos compañeros del instituto y Alma y Abiel también vuelven, al menos, dos fines de semana al mes.

Como todos los años, Abiel y Alma pasaron las Navidades en Austria, aunque este fin de año no podrán celebrarlo en Estocolmo y le han prometido a la familia pasar unos días con ellos antes del día de Reyes.

Todos están esperando la visita de la familia de Ellen, porque por fin han nacido los gemelos.

Después de casi un año de casados, Abiel convenció a Alma para que se deshiciera del DIU y diez meses después nacieron Vania y Aquiles, que desprenden una luz nunca vista y un color imposible de describir. Tan solo tienen seis meses y son el orgullo de todos sus tíos y abuelos y no solo en el Olimpo.

—Después de la subida de sueldo que me han ofrecido hace dos semanas, puedo presumir que gano más que tú —lo molesta Alma, aunque sabe que eso a Abiel no le importa lo más mínimo.

—Yo hubiese preferido que hubieses pedido una excedencia de dos años como yo y te hubieses quedado en casa.

—Pero sigues yendo a la universidad —se queja Alma.

—Solo algunas mañanas, para discutir sobre mi doctorado, el cual prácticamente he acabado —le recuerda Abiel.

—Es que no quiero que acaben el proyecto sin mí.

—Y por eso no he insistido para que dejes de trabajar. ¿Te has vuelto a poner el DIU? —le pregunta Abiel mientras con un movimiento muy acertado se deshace de la camiseta de su esposa.

—Tengo cita para dentro de dos semanas.

—Menos mal que soy previsor y he comprado varias cajas de preservativos —alardea Abiel con un pecho en su boca.

—Tenemos que irnos, Abiel —le recuerda Alma.

—Los niños están con Maia y no volverán hasta dentro de una hora, así que solo nos queda esperar a que regresen —le contesta sin esperar una respuesta por parte de ella.

En cuanto una de sus manos se pierde dentro de las bragas de su mujer y se da cuenta de lo mojada que está, sabe que no va a poner impedimento para hacer con ella lo que le venga en gana.

—Creo que es hora de que nos vistamos —dice Abiel después de correrse sin dejar que su esposa llegase al orgasmo.

—¿En serio? —contesta Alma, enfadada.

—No dijiste antes que deberíamos irnos —la molesta Abiel.

—Si no terminas lo que has empezado, caerá toda mi furia sobre ti —lo amenaza Alma, divertida, porque está segura de que su marido solo está intentando molestarla.

A Abiel no le queda más remedio que complacerla y veinte minutos después caen los dos en la cama, sudorosos, relajados y felices.

La casa que les han regalado Ellen y Erich en Sevilla es preciosa, además de que está situada en Nervión, uno de los barrios más lujosos de la ciudad. La vivienda se encuentra a pocos metros de la Parroquia de la Concepción Inmaculada.

La parcela supera los mil metros y tiene dos edificaciones. Una edificación es la vivienda, construida en 1968, pero completamente reformada. Es demasiado grande para ellos cuatro, pero desde que nacieron los niños, Maia se pasa los días entre semana en la casa y Carmen la acompaña cada dos o tres días.

La segunda edificación, cuya entrada es por otra calle, es un edificio de oficinas que están alquiladas y con cuyos ingresos puede vivir tranquilamente la familia. Por esa razón, Abiel ha dejado el trabajo y así tener más tiempo para su familia, el dinero no le hace falta.

Ahora Ellen está empeñada en hacer una piscina para que en verano sus nietos puedan disfrutar del agua, sabe el calor que puede llegar a hacer en la ciudad en julio.

***

Cuando regresa Maia con los niños del mercado, Abiel y Alma están preparados y le han dado indicaciones a Isabel, la mujer del servicio que mantiene la casa limpia y cocina de lunes a viernes, para que deje comida preparada para el día siguiente, ya que es festivo y aún no saben dónde lo van a pasar.

La ceremonia es todo un acontecimiento, puesto que no solo se divinizarán a Alma y a Abiel, sino también a Ellen, a Erich, a Míriam y a Aarón. Al principio Ellen fue la menos entusiasmada que estaba con la idea, no obstante, Abiel le hizo entender que, aunque cumpliese cien años, siempre necesitaría de sus consejos.

Así que, por ahora, todo seguirá igual en el Olimpo, hasta que llegado el momento Zeus se jubile, pero tal y como están las cosas, nadie espera un cambio en los próximos años.

Vania y Aquiles han nacido siendo dioses, algo comprensible sabiendo que ambos progenitores son mucho más que semidioses. Así que ninguno de sus padres se preocupa de que vean luces o auras alrededor de las personas como los semidioses.

—Estás muy guapo, hijo —le dice Ellen a Abiel, cuando se sienta a su lado.

—Gracias, mamá. Tú también —le responde, galantemente.

—No sé si esto es lo más sensato —se sincera Ellen.

—Claro que sí. Sin vosotros no sería yo y necesito seguir siendo el mismo cuando llegue el momento de suceder a Zeus —le explica su hijo.

—Tu padre me ha dicho lo mismo hace un momento —le confiesa Ellen.

—Tranquila, mamá. Nada va a cambiar, solo que dentro de veinte años tendrás que pasar tus sociedades a tu nueva identidad porque no envejecerás nunca, pero seguiremos siendo los mismos. ¿Has visto que Camy haya cambiado en algo?

—Hace unas semanas vino a verme enfadada porque no la levantaste por los aires cuando la saludaste —le cuenta Ellen a Abiel, divertida.

—Tenía a Vania y a Aquiles en brazos. Pero se lo recordaré cuando se vuelva a quejar de mis saludos —expone Abiel, con una sonrisa traviesa en la cara.

Alma no puede dejar de mirar embelesada a su marido mientras habla con su madre y tiene a sus dos hijos durmiendo en cada uno de sus brazos. Ha estado pensando en poner a los niños en el capazo, pero está tan guapo así, que no se atreve a cambiar nada.

La ceremonia solo dura unos minutos y están presentes todos los dioses del Olimpo. Un dios es el encargado de ayudar en los primeros años de transición al nuevo dios. En el caso de Abiel, Hércules verbalizó desde el principio que no permitiría que nadie, excepto él, ejerciera esa función con Abiel y Hera hizo lo mismo con Alma. En los últimos años, su relación es más que la de una nieta y una abuela, se han hecho realmente amigas.

Ares, agradecido de Aarón por cuidar de su hija como si fuese propia, quiso ser el padrino de este y Poseidón de Míriam.

Fue más complicado a la hora de elegir los padrinos para Ellen y Erich porque a nadie le había dejado indiferente los encargados de educar a Abiel, un ser tan extraordinario, por lo que hubo varias disputas. Al final, Hermes, con la ayuda de Carmen y Apolo, consiguió ser el padrino de Ellen y Apolo, tras días de discusiones con Hestia, consiguió ser el padrino de Erich.

Tanto Ellen y Erich no salían de su asombro, ya que eran los únicos no semidioses del grupo y no esperaban que los recibieran con tanto entusiasmo.

—¿Sabes qué es lo que más echaré de menos? —le pregunta Alma a su esposo minutos antes de que ambos se conviertan definitivamente en dioses.

—¿Los matices? ¿Los colores? —le pregunta Abiel, entendiendo lo que su esposa intenta decirle desde el primer momento.

—Sí, me encanta verte rodeado de un naranja tan intenso y sentir que tu felicidad es incluso más intensa que tu integridad, seguridad e inteligencia.

—¿Cómo no ser feliz con alguien como tú a mi lado, reina? —le responde Abiel.

Si en este momento no tuviese a sus dos hijos en brazos, hubiese besado a su esposa sin importarle quiénes estuviesen mirando. Alma le sonríe entendiendo los pensamientos de su esposo, pero no quiere provocarlo, porque sabe que él no tendría problema en dejar a los niños a sus padres y besarla allí mismo.

***

Si algo tiene de práctico el ir al Olimpo es que luego puedes personalizarte en cualquier lugar, incluyendo a cualquier lugar en la Tierra. Así que en cuanto se acaba la ceremonia y celebran que el Olimpo tenga seis nuevos dioses, todos los que aceptan la invitación, se van a la casa de la familia Schützer, en Madrid, para celebrar allí el Fin de Año y luego salir a una fiesta en el centro, donde también estarán muchos de los amigos de Alma y Abiel.

—¿No será mejor que nos quedemos esta noche con los niños en casa? —pregunta Alma, cuando se da cuenta de que Abiel, además de prepararse para la cena, está eligiendo la ropa que quiere ponerse después para salir con sus amigos.

—Maia y Carmen me han dicho que no quieren salir y que se quedarán cuidando a las bestias.

—No los llames así, son demasiado buenos para ser unos bebés —los defiende la madre.

—Lo sé, reina. Solo estoy bromeando.

—¿No es extraño que aún siga viendo la luz que nos diferencia de los humanos y los colores que desprenden? —le pregunta Alma a su esposo mientras le da el pecho a su hija.

—Yo también sigo sintiendo las auras y viendo las luces que están a nuestro alrededor por ser seres de luz. Se lo he dicho a Hércules y me ha aconsejado que, por ahora, lo mantengamos entre nosotros. Ya Poseidón estaba un poco confuso cuando nuestros hijos nacieron siendo dioses. A tu antepasado no le gustan mucho los cambios —le sugiere Abiel.

—Por mí no hay problema, lo he estado ocultando hasta que llegaste tú.

—Sí, me di cuenta desde el principio que estabas esperando a que llegase —le dice mientras retira a su hija que se ha quedado dormida y la coloca en su cuna.

Abiel la besa en los labios, no es un beso demandante, solo uno que demuestra el amor infinito que él le procesa y ella le corresponde.

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