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CAPÍTULO UNO - PRIMER ENCUENTRO

Sábado, 28 de agosto del 2021

Es la primera vez que Alma tiene la posibilidad de explorar una ciudad a sus anchas. No es que sus padres fuesen muy protectores, eso sería quedarse extremadamente corto. A sus casi diecisiete años, Alma no puede hacer prácticamente nada sin la supervisión de sus padres, que no sea entrar al colegio, estar en el colegio y salir del colegio.

Incluso sus actividades extraescolares suelen ser en casa o sus padres están siempre con ella. Alma no entiende la razón de tanto cuidado hacia su persona, al fin y al cabo, no tiene ninguna enfermedad ni es especialmente frágil o sensible, pero las veces que ha intentado hablarlo con sus padres, ellos se cierran en banda y rehúyen a dar cualquier respuesta.

De resto, sus padres son geniales. Puede hablar de casi todo con ellos y puede decirse que su madre es su mejor amiga. Y ese casi engloba lo referente a la obsesión de sus padres por su seguridad.

Pero hoy es un día especial, tiene unas horas para hacer lo que le dé la gana. Aunque la obliguen otra vez a mudarse por el trabajo de su padre, lo que significa perder a las pocas amigas que ha tenido en su vida. Al estar durante tres años en el mismo instituto, esta vez fue más fácil echar un poco de raíces, a pesar de ser la niña rarita.

Sin embargo, no es momento para disgustarse, quiere comportarse como los demás y aprovechar esta noche que sus padres le han dado un poco de libertad. Tampoco es que tenga mil horas para hacer lo que quiera, son casi las diez de la noche y a las doce tiene que estar en casa.

Es una hora extraña para ser su primera salida sola de casa, aun así, no pensó en discutir con sus padres cuando le dijeron que podía explorar un poco el barrio.

Lo primero que hace Alma, al salir de su nuevo hogar, es grabar la ubicación, la calle de la Infanta Mercedes es demasiado larga y es la primera vez que está en Madrid, por lo que es posible que, a los cinco minutos, no sepa ni dónde está.

Diez minutos más tarde se encuentra en una plaza llena de gente sin tener ni idea, por supuesto, de cómo regresar a casa.

Solo le basta echarle un vistazo al lugar para darse cuenta de que han improvisado un cine de verano. La pantalla es mucho más pequeña de lo que ella esperaba que fuese en un cine, no obstante, nunca ha ido a uno, por lo que no se le ocurre protestar.

Falta poco para que la película empiece, así que es de esperar que no quede ni un sitio libre para sentarse. Alma no se desalienta tan fácilmente e intenta buscar un asiento vacío entre los espectadores que ya están sentados.

—¿Jessica? —le pregunta una chica de pelo y ojos oscuros y cara regordeta cuando pasa al lado de ella.

—Sí —contesta Alma, aun sabiendo que ella no es Jessica.

—Yo soy Paula. Te hemos guardado un sitio porque tu prima nos ha dicho que no va a poder venir esta noche —se presenta la pelinegra y le da dos besos a la sorprendida Alma.

—Gracias —se sienta Alma, sin un ápice de culpa o vergüenza, en el sitio que le ofrece Paula.

Normalmente Alma es tímida, pero se da cuenta al instante de que no volverá a ver a estas personas en la vida y decide pasar una noche entretenida y, lo más importante, sentada mientras ve la película.

—Él es Daniel, mi novio y él es Abiel, el novio de todas —le presenta Paula a los dos chicos que están con ella y les da dos besos a cada uno, como es la costumbre.

—Eso no es cierto, yo no soy el novio de nadie —le susurra Abiel al oído a Alma, cuando se sientan todos y Alma queda entre Paula y Abiel.

La película, Jugando con fuego, no es especialmente buena y los cuatro chicos hablan entre ellos la hora y media que dura.

Sí, es divertido ver cómo dos menudos vuelven locos a un cuerpo de bomberos al completo, pero entre las risas y gritos de los niños que también la están mirando y las bromas y comentarios de Abiel, Alma no le presta la atención que se merece la primera película que ve en un cine.

Además, se sorprende que entre tanto verde y rosa, que es como Alma capta el color que desprenden los niños y jóvenes que se encuentran a su alrededor, Abiel esté envuelto en un marrón mezclado con azul y amarillo. Nunca ha apreciado conscientemente un color así o, por lo menos, no lo recuerda.

Por su experiencia, tanto el verde como el rosa, están asociados a la juventud, pero el marrón define fiabilidad, solidez, fuerza y carácter y el azul demuestra altruismo e integridad. Solo conoce a Abiel desde hace unas pocas horas, sin embargo, jamás describiría su carácter con estos adjetivos, quizás ese don, que lleva escondiendo todos estos años, no sea sino tonterías e imaginaciones suyas.

—¿Por qué no vamos a tomarnos algo al Burger King de aquí al lado? —sugiere Daniel, cuando acaba la película.

—Yo... —comienza Alma a declinar la invitación, porque en veinticinco minutos tiene que estar en su casa y necesitará nueve para llegar, según el navegador.

—Yo te invito, Jessica —la interrumpe Abiel y toma su mano y se la lleva con él en dirección del restaurante de comida rápida.

—Es que no tengo hambre —se excusa ella.

—Pues te tomas un helado. ¿Te gusta con Kit-Kat y chocolate? —arregla Abiel la situación.

—Vale —se deja convencer Alma, porque en cuanto escucha Kit-Kat y chocolate se le abre el apetito.

Aún no han abandonado la plaza de Carlos Trías Bertrán, cuando una chica con pelo rubio y unos tacones de infarto se les acerca. La verdad es que está muy arreglada, vestida con unos pantalones cortos que se le ciñen al cuerpo y un top que deja poco a la imaginación.

—Hola, soy Jessica, la prima de Lucía —dice la rubia, cuando está entre Paula y su novio y Abiel y Alma.

—¿De veras? —pregunta Abiel y mira a Alma, divertido.

—¿Y tú? —le pregunta Paula a Alma levantando una ceja.

—Yo soy Jessica, pero no soy prima de Lucía —dice Alma, sin un ápice de duda.

—Pues, yo me quedo con esta Jessica —bromea Abiel y sujeta a Alma por la cintura para que pegue su cuerpo al suyo.

—¡Si vine al cine porque me dijo Lucía que te interesaba! —se queja la verdadera Jessica, contrariada.

—Tú estás muy bien, princesa, pero esta noche estoy con mi Jessica —le responde en un tono meloso Abiel.

—Es verdad que no eres el novio de nadie —interviene Alma, que comprende que Abiel, posiblemente, esté con una chica diferente todas las noches.

Alma no puede evitar compararse con la rubia requetepeinada que está a su lado y siente que está fuera de lugar con sus vaqueros azules desgastados, su camiseta del Betis, que le regalaron en su último cumpleaños, y sus All Star negras.

Sin embargo, a Abiel parece impresionarle poco la rubia y continúa su camino hacia el Burger King con la cintura de Alma rodeada por su brazo.

—Así que fue la divina providencia la que hizo que nos conociésemos —le dice Abiel a Alma, cuando se ponen detrás de la pareja que está pidiendo.

Ella no le contesta y él se mueve para que Alma quede de espaldas hacia él entre sus brazos.

—¿Esto es lo que haces con tu chica de una noche? —le pregunta Alma, con sarcasmo.

—No solo esto —le susurra él al oído, quedándose inmóvil hasta que terminan de atender a los clientes y ellos se preparan para hacer su pedido.

—Hola, Abiel —le saluda la dependienta del local.

—Hola, princesa —le responde él, con una de sus sonrisas más encantadoras.

—¿Vas a pedir lo de siempre? —sigue ignorando a Alma la dependienta.

—No, esta vez solo quiero dos helados con mucho Kit-Kat y sirope de chocolate.

La empleada sonríe a Abiel como si estuviese solo y prepara los helados, regalándole una sonrisa al joven cada quince segundos. Le sirve los helados y Abiel le sonríe de vuelta.

—Gracias, princesa —le agradece Abiel, antes de tomar a Alma de la mano y desaparecer con los dos helados en la otra.

A Alma no le pasa desapercibido que su acompañante no ha pagado, no obstante, decide dejarlo pasar, al fin y al cabo, es algo que a ella no le concierne.

—Gracias —dice ella, cuando recibe su helado.

Nunca ha probado un helado del Burger King y tiene una pinta increíble, así que, sin esperar, se mete una cuchara llena de helado en la boca. Está riquísimo y muy frío. Ha hecho tanto calor durante el día que le encanta que esté gélido.

—Está buenísimo —no puede evitar decir Alma.

—Y te has manchado toda —dice Abiel, limpiándole la comisura de los labios con el dedo pulgar.

Alma se estremece ante el contacto, pero es que nunca ha estado tan cerca de un chico de más o menos su edad. Todos los colegios a los que ha asistido han sido femeninos o han tenido una estricta etiqueta de comportamiento entre alumnos de diferente sexo y, como no sale nunca, sino al colegio y otras actividades que sus padres le escogen, no ha tenido relación íntima alguna con el sexo opuesto.

Alma mira a Abiel con más curiosidad con la que lo miró hace casi dos horas, cuando se conocieron. Se da cuenta del porqué tiene tanto éxito con las chicas, es tremendamente atractivo, lo que no significaba que sea exageradamente guapo, pero tiene algo que atrae a las chicas y que hace que ellas se interesen por él.

Tras mirarse mutuamente unos segundos, cada uno continúa comiéndose el helado.

—Te has vuelto a manchar —le dice Abiel otra vez a Alma, aunque esta vez no la limpia con el dedo, sino que acerca sus labios a los de ella y le chupa en la zona donde Alma tiene restos de helado.

Alma se queda quieta durante unos segundos. Nunca la han besado antes y no está segura de cómo reaccionar. Debería empujar a Abiel para que se aparte, pero una parte de ella desea que la bese. ¿Cuándo tendrá otra oportunidad de besar a un chico? Además, no lo volverá a ver y debe reconocer que tiene su encanto.

—El helado está delicioso —dice Abiel antes de volver a posar sus labios sobre los de Alma y esta vez la besa de verdad.

Lo que comienza como un beso casi inocente, se va volviendo más lujurioso y cuando Abiel intenta meterle la lengua en la boca a Alma, ella no solo se lo permite, sino que lo imita, haciendo que los dos jadeen simultáneamente.

Están en la puerta del Burger King y a Abiel nunca le ha gustado dar un espectáculo, así que, sin mediar palabra, se aleja unos metros con Alma de la mano para poder tener un poco de intimidad.

Ella se deja hacer, asimilando todas estas sensaciones que nunca antes ha sentido. En cuanto él vuelve a besarla, deja caer el helado, pero a ninguno de los dos parece molestarle. Incluso Abiel la imita unos segundos más tarde y cuando se dan cuenta, él la sujeta por la cintura y la cabeza y ella le rodea el cuello con sus brazos.

—¿Quieres ir a un sitio más tranquilo? —le ofrece Abiel, después de unos minutos donde ambos, además de besarse, gimen en la boca del otro.

—Tengo que irme a casa, ya llego tarde —contesta ella en voz baja.

—¿Te acompaño?

—No te preocupes, sé llegar sola —le contesta, porque bajo ningún concepto le enseñaría a este chico el lugar en el que vive.

—Si me dejas tu número de teléfono, te llamo y podemos quedar otro día.

—No creo que sea una buena idea, princeso —dice ella, separándose un poco de él, a lo que Abiel le contesta sujetándola más fuerte por la cintura y haciéndole sentir todo su cuerpo contra el de ella.

—¿Princeso? Será príncipe.

—¿No es así cómo llamas a todas tus amigas?

—Nunca me habían llamado así.

—Siempre hay una primera vez para todo —le contesta Alma al separarse definitivamente de Abiel.

—¿Cómo te vuelvo a ver? —le pregunta divertido, puesto que no está acostumbrado a que una chica no le suplique para quedar de nuevo al día siguiente.

—Nosotros no vamos a volvernos a ver —dice ella mientras se aleja.

—No subestimes al destino —le contesta, alzando la voz para que Alma pueda oírlo.

Alma llega a su nuevo hogar y lo encuentra vacío. Es muy raro que sus padres no estén esperándola, pero no se preocupa, al contrario, se alegra de que no haya nadie que pueda recriminarle, que haya regresado veinte minutos tarde.

Mientras tanto, Abiel le envía un mensaje a su mejor amigo para ir a dar con ellos.

—¿Dónde está tu Jessica? —le pregunta Paula, cuando llega a la mesa del Burger King donde aún están comiendo.

—Se ha tenido que ir —contesta sin darle mucha importancia.

—Entonces, ahora sí soy tu Jessica —le dice la prima de Lucía muy segura de sí misma.

—Lo siento, pero tengo que irme a casa —se despide Abiel, dándole una mirada significativa a Daniel antes de levantarse e irse caminando para pillar un taxi que lo alcance a su casa.

—¡Avísame cuando vuelvas a Madrid! —casi grita Daniel desde la mesa, mientras Abiel se va alejando y se vira para contestarle afirmativamente con la cabeza.

Daniel y Abiel se conocen desde hace años y muchas veces no necesitan palabras para entenderse. El que no se entiende ahora mismo es Abiel, acababa de rechazar a la prima de Lucía, una apuesta segura que acabaría en sexo esta noche.

Por alguna extraña razón a Abiel no le parece atractiva la facilidad con la que se le ofrece la rubia y, además, aún tiene en sus labios el sabor de los besos de hace unos minutos.

Su Jessica no es tan llamativa como la otra, ni siquiera viste bien, pero algo en ella lo deslumbra. Por alguna razón, se queda pensando en su pelo castaño y sus ojos grises llenos de vida. Quizás, es la falta de interés que muestra la chica por agradarle o cómo lo rechazó. ¿Cuánto tiempo hace que una chica lo rechaza? Nunca, a él, una chica nunca le había dado calabazas en la vida.

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