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CAPÍTULO SIETE- SEGURA

Martes, 28 de septiembre del 2021

El fin de semana fue increíble para Abiel, aunque no lo fue tanto para Alma, ya que el anhelado beso nunca llegó. Alma superó el récord de Pedrito y no solo estuvo más de una hora en el estudio de arquitectos, al que la llevó el viernes por la tarde Abiel, sino que el sábado ya estaba con él a las diez de la mañana en el Cementerio de San Isidro.

Esa noche invitó a cenar a Alma en un restaurante refinado para compensar la desilusión de Alma de la noche anterior. Cuando la llevó a la Torre Riverside, pudo enseñarle el observatorio de estrellas y admirarlas, no obstante, a pesar de que Alma se estaba empezando a impacientar por un beso, Abiel no hizo lo más mínimo para que sucediera, al contrario.

Por su parte, él se ha leído el libro de Cien años de soledad y es tan posible que Alma también lo haya hecho como que no. Así que, prefiere esperar a saber su opinión sobre una relación entre los dos con todas las cartas sobre la mesa.

Abiel no tuvo problema en entrar al edificio. Era conocedor de que los vecinos habían comenzado a vivir en el edificio justo antes de que comenzara la crisis sanitaria y que nadie lo conocería, a pesar de que su padre había comprado el ático de la planta diecinueve, el apartamento más alto del edificio, que en un principio querían vender por casi un millón y medio de euros y que terminaron vendiendo por un precio muy inferior, al ver que no conseguían un comprador.

Fue el propio Abiel quien informó a su padre de esta posible inversión. Le pareció fascinante que el estudio de arquitectura hubiese hecho un trabajo tan meditado, sobre todo, en lo referente al ahorro energético, la sostenibilidad y la posibilidad de que haya un entorno vecinal debido a los diferentes propósitos para las zonas comunes: jardines, piscinas, gimnasio, zona infantil, huerto urbano y observatorio de estrellas.

Abiel siguió la promoción de cerca y no se extrañó cuando se vendieron todos los pisos en poco tiempo, solo se quedó sin vender el ático de la decimonovena planta, el inmueble más caro, con ciento sesenta metros cuadrados, tres dormitorios, dos baños y una terraza de cincuenta metros cuadrados.

Ahora, el piso está alquilado por una cantidad desorbitada para la zona donde se encuentra, pero solo tiene que haber alguien interesado y dispuesto a pagar ese precio para que esto suceda.

—¡Desaparecido! —grita Daniel a la entrada del instituto y Abiel sabe que se refiere a él, así que lo espera.

—Sabías que este fin de semana iba a estar ocupado —le recuerda Abiel, mientras se hace a un lado para no molestar a los compañeros que quieren entrar en el edificio, está seguro de que Daniel lo va a entretener bastante.

—Me contó Paula que Alma aguantó hasta el domingo y no huyó el primer día como todos nosotros. También me dijo que la llevaste a cenar un restaurante pijo el sábado por la noche.

—Como la última visita acabó en el Palacio Cibeles, reservé con antelación una mesa en su restaurante. Eso sí, es tan caro que no podré salir a tomar algo en lo que queda de año.

Nunca ha sentido necesidad de disfrutar de ese tipo de restaurantes, con cocina creativa y vistas a la ciudad, pero cuando Alma lo acompaña, todo cambia. Incluso se ha dado cuenta de que tiene un lado romántico mucho más cursi de lo que hubiese podido imaginar.

—Pues al día siguiente la volviste a invitar —le echa en cara Daniel.

—Quedamos para ir a desayunar a las nueve y la llevé a Café Comercial, porque a las diez comenzó la visita en la Fundación Francisco Giner de los Ríos y está a solo tres minutos en moto. Quería que conociese un lugar típico de la ciudad, no te olvides que tan solo lleva un mes en Madrid.

—¿Y el almuerzo? —lo molesta.

—Cuando acabamos la visita en el Bar Museo Chicote, comimos ahí. Era lo que tenía planeado de todas formas. Además, sabes que me gusta —se excusa Abiel.

—¿Y la cena? —sigue incordiándolo su amigo.

—Cenó cada uno en su casa. A las ocho y media la dejé en la puerta de su piso, como un caballero.

—Pero ¿estáis saliendo? Paula me ha dicho que, después de que os besarais aquel día que coincidimos en el cine de verano, no os habéis vuelto a besar —dice Daniel para sorpresa de su amigo.

—¿Desde cuándo eres tan chismoso? ¿Y cómo lo sabes?

—Paula y Alma se han hecho muy amigas y anoche le confesó que piensa que no te gusta, porque no intentaste besarla en todo el fin de semana, ni siquiera coqueteaste con ella —se sincera Daniel, un poco preocupado.

—No me decías que tenía que parar un poco y dejarme de estar con tantas chicas —le recuerda Abiel.

—Sí, pero has pasado de estar con todas al otro extremo desde que llegaste de Austria. ¿Pasó algo en ese viaje? ¿Te enamoraste?

—No me ha pasado nada, pero me gusta Alma y no solo para pasar una noche, por lo que estoy intentando hacer las cosas bien con ella —le explica Abiel, sin detallarle que tiene una cita el jueves con la madre de la que quiere que sea su futura novia y tampoco quiere hacer nada hasta que se esclarezca todo.

—Hacer como que no te gusta, no es la solución —bromea Daniel.

—No estoy haciendo nada, solo quiero ser su amigo, que me conozca y que si luego le gusto, podamos tener una relación como la que tienes tú con Paula —le explica Abiel a Daniel.

La conversación se ve interrumpida por la llegada de las chicas que hoy van con un poco de retraso en comparación con los días anteriores.

—Te he traído un libro —le dice Alma a Abiel, cuando ambos se van juntos a sus taquillas, ya que están una al lado de la otra, y después de que todos se saludaran.

—¿Un libro? ¿Por qué?

—Porque tú me regalaste uno el sábado firmado por el escritor. Por cierto, ya me lo terminé y me encantó —le contesta con una sonrisa.

—Gracias —le dice entusiasmado al ver el libro El mundo de Sofía firmado por Jostein Gaarder.

—Sé que te lo has leído, pero mi madre tiene en casa dos libros iguales con su autógrafo y pensé que te debería de regalar uno, como hiciste tú con El mensaje de Pandora.

—No tienes que hacer nada porque debas, haz solo lo que te apetezca —le dice Abiel, tomándole de la mano como han hecho ambos todo el fin de semana.

—Me apetece regalártelo —responde ella sin más.

En momentos como este, Abiel tiene unas ganas irresistibles de besarla, pero hace acoplo de todo su autocontrol y se van caminando de la mano hasta su clase. Algún despistado los observa sorprendido, pero la mayoría de los estudiantes vieron ayer con sus propios ojos a Alma y Abiel de la mano en varias ocasiones.

Las clases se pasan en un suspiro y, a la hora del recreo, Abiel tiene dos desayunos como es costumbre, uno para Pedrito también.

—¿Por qué no te traes tu propio desayuno? —le pregunta Alma a Pedrito.

—Es una larga historia —interviene Abiel, sin darle tiempo a contestar a su amigo.

—Si quieres te la cuento, Alma —le ofrece Pedrito que, desde el viernes y su visita a la Feria del Libro, ha llegado a un nivel de confianza con Alma impensable hace tan solo una semana.

—¿Por qué no le cuentas todo lo que hicimos en la noche de martes al miércoles de la semana pasada? —intenta cambiar de tema Abiel.

—¿El día del equinoccio? Mejor aún, ¿por qué no quedamos los tres en mi casa este jueves después de tu entrenamiento? —pregunta Pedrito, ante un más que asombrado Abiel.

—El jueves no puedo, sin embargo, el viernes podríamos intentan ver el asteroide 40 Harmonia. Aunque tenemos que invitar a Daniel. Si no salgo con él este fin de semana, dejará de ser mi amigo —exagera Abiel.

Cuando llegan al lugar donde suelen reunirse los de segundo de bachillerato para desayunar, Paula aborda a Laura porque están planeando ir a la Nave de Fomento del Museo del Ferrocarril a tomarse una cerveza y picar algo.

—¿Puedo ir a almorzar a tu casa? Hoy no hay nadie en la mía y no tengo nada preparado —le pregunta Daniel a Abiel, cuando se sienta a su lado.

—Le enviaré un mensaje a mi padre. Mi madre se fue a Suecia el viernes por la tarde, porque un viejo amigo la necesitaba, y no creo que vuelva hasta el fin de semana. ¿Tú también vendrás, Pedrito? —le explica Abiel.

—Vale —contesta, tímido.

—¿Crees que Carmen podrá hacernos esas albóndigas con salsa canela? —le pide Daniel a Abiel refiriéndose a las köttbullar y a la señora que limpia y cocina de lunes a sábado en la casa de la familia Schützer, es decir, en la casa de Abiel.

—Le enviaré un mensaje en cuanto llegue a clase. He dejado el teléfono en la mochila —dice Abiel.

—Y así podremos ir juntos en la moto a entrenar —contesta Daniel más que contento.

—¿Por qué todo el mundo se aprovecha de mí? —se queja Abiel.

—Eso no es cierto. Desde que conociste a Alma en el cine, has abandonado a tus amigos y eso que aún no tienes novia —le intenta hacer ver Daniel.

—Me fui a Austria al día siguiente y regresé con las clases empezadas. No puedes culpar a Alma porque no nos veamos mucho últimamente. Solo he salido con ella este fin de semana y ha sido para ir al Open House Madrid —les recuerda Abiel.

—Esa chica es una santa, incluso superó con creces el récord de Pedrito —bromea Daniel.

—No se trataba de superar un récord. A ella le pareció interesante y eso es mucho mejor a que me acompañara alguien por hacerme el gusto y que no lo disfrutase.

—¿No es tu novia? —pregunta esta vez Pedrito, que ha estado atento a la conversación.

—¿Tú también? —protesta Abiel.

—Es que os veo de la mano y la acompañas siempre hasta su taquilla —intenta defenderse el bueno de Pedrito.

—Tú también la tomaste de la mano el viernes en la Feria del Libro y nuestras taquillas están una al lado de la otra —le recuerda Abiel.

—¿Ibas de la mano con una chica? —se burla Daniel de Pedrito.

—Íbamos los tres de la mano —se excusa Pedrito.

—No puedo evitar imaginármelo: vosotros dos y Alma, poca ropa, o mejor nada. No, mejor no me lo imagino —se vacila Daniel de los otros dos.

—¿Quién está con poca ropa? —pregunta Lucía, que está a metro y medio de distancia hablando con Paula y las demás chicas sobre la salida del jueves.

—Pedrito y Abiel —contesta Daniel para molestar a los dos implicados.

—Eso tengo que verlo —le sigue la broma Lucía.

Pedro no consigue decir nada y Abiel sabe la razón. Desde hace un año es extremadamente más tímido cuando Lucía está presente, la teoría de Abiel es que a su mejor amigo le gusta Lucía.

—Podríamos hacer una noche de estrellas y piscina este viernes en mi casa, aún no han comenzado a bajar mucho las temperaturas de noche y sé que el fin de semana estaremos a unos veintiséis grados durante el día —ofrece Abiel.

—¡Podríamos decírselo a todos! —se ilusiona Paula.

—De eso nada, que mi madre no está en casa. Nosotros somos tres chicos, por lo que solo podrán venir tres chicas y así tendréis la igualdad por la que siempre estáis protestando —dice Abiel, sabiendo que Paula invitará a su mejor amiga, Lucía, y seguramente a Alma, porque últimamente están las tres siempre juntas.

—¿No está tu madre? Seguro que tu padre nos deja beber cervezas —se alegra Paula, recordando la última vez que estuvo en la casa de su amigo y la madre estaba de viaje.

—Veré lo que puedo hacer —se responsabiliza Abiel.

Dos segundos después, Paula está desbordante de alegría porque este jueves saldrán casi todos los de segundo de bachillerato.

—¿Quieres quedar en Nuevos Ministerios o vas a ir directamente a Atocha con la moto? —le pregunta Paula a Abiel para terminar de organizar la salida.

—No voy a poder ir, he quedado —se excusa Abiel para sorpresa de la gran mayoría de chicas que escuchan la conversación.

—¿Con Alma? —pregunta Sandra, la compañera de mesa de Alma.

—Yo voy a ir con vosotras —contesta Alma, un poco vacilante.

—Tengo familia y vida, además de vosotros —intenta explicarse Abiel con toda la paciencia del mundo.

Abiel es salvado, nunca mejor dicho, por la campana. Todos se van a sus clases, aunque Abiel le toma la mano a Alma y la obliga a quedarse con él por fuera del edificio.

—Vamos a llegar tarde a clase —le dice Alma, nerviosa, cuando se percata de que se han quedado a solas.

—Le diré al profesor que ha sido culpa mía —intenta tranquilizarla Abiel.

—Para ti hoy todo son secretos —se queja Alma, al darse cuenta de que se van a quedar en el recreo, le guste a ella la idea o no.

—¿Qué secretos? —se extraña Abiel.

—La razón por la que le traes todos los días el desayuno a tu amigo y el porqué no vas a venir con tus compañeros el jueves por la tarde —le recuerda Alma, lo que hace que Abiel suelte una carcajada.

—Le pediré a Pedrito que te cuente esa historia otro día. El jueves no podré ir porque he quedado con alguien que quiere contarme algo sobre mis padres biológicos y no quiero que nadie lo sepa —le cuenta y Alma se asombra.

—Si quieres te acompaño —se ofrece Alma, tras recuperarse de la sorpresa.

—Tengo que ir solo, sin embargo, quiero que me des tu palabra de que, pase lo que pase el jueves, vendrás a mi casa el viernes. Solo vamos a ser Pedrito, Daniel, Lucía, Paula, tú y yo.

—Si mis padres me dejan —le da Alma como respuesta.

—Podríamos hacer una fiesta de pijamas y quedarnos a dormir. Los chicos, por un lado, y las chicas, por otro, por supuesto —se apresura a clarificar.

—Me ha quedado claro estos días que no te gusto ni un poquito —afirma Alma.

—Eso no es cierto y lo sabes. Te dije que quiero hacer las cosas bien contigo —le recuerda.

—Yo quiero besarte ahora —se sincera Alma mientras su pulso se le acelera y no puede evitar mirar la boca de Abiel.

—No seas mala. Estamos en el instituto —le advierte.

—¿Esta tarde?

—Esta tarde tengo entrenamiento hasta las siete. ¿Qué te parece si el viernes te dejo hacer todo lo que tú quieras conmigo? Salvo algunas excepciones —le propone Abiel, coqueteando con ella.

—¿Qué excepciones?

—No me gusta el sado —responde Abiel con una sonrisa traviesa.

—Acepto —dice ella, intentando que no se le note todo lo que esa respuesta le hace sentir y, sin más, tira de él para irse a clase.

Llegan unos minutos tarde, aunque el profesor no hace comentario alguno al respecto. Alma está nerviosa, sin embargo, se siente valiente y decidida, algo poco normal en ella. La conversación con Abiel ha ido mejor de lo que ella hubiese esperado.

No es la primera vez que le dice que quiere hacer las cosas bien, lo que le hace pensar que Abiel quiere más que solo besarse con ella, quiere una relación. Alma nunca ha tenido pareja, ni siquiera se lo ha planteado, por lo que no sabe muy bien que esperar. Sin embargo, está segura de que le gustaría tener una relación con este chico que la confunde y le alegra sus mañanas a partes iguales.

Abiel tiene muchas cosas en la cabeza y la que más le hace feliz es la idea de poder hablar con total sinceridad con Alma el viernes. Ella ha dicho que quiere besarlo y sabe que nunca ha besado a otro, por lo que supone que no puede ser muy difícil llegar a tener una relación con esta chica que lo está volviendo, literalmente, loco.

La preocupación por la ausencia de su madre ha sido relevada a un segundo plano. Sobre todo, después de enterarse esta mañana de que su viaje no tiene que ver con la familia de su abuela materna, los Wallenberg, una de las familias más poderosas de Suecia.

Su madre nunca ha dejado que se relacione con esta parte de la familia, la cual está un poco molesta, porque opinan que a ella no le gustan sus familiares. Según le contó Ellen, la madre adoptiva de Abiel, no tiene nada en contra de ellos, sin embargo, no quiere que su hijo crezca y se eduque en esa clase de ambiente.

Por eso, ha renegado a todo lo que tiene que ver con los Wallenberg, aunque su abuelo obligó al resto de la familia a ingresar el dinero que a ella le corresponde todos los años, por ser quien es, a una empresa a nombre de Ellen. Después de discutirlo varias veces y explicarles que tiene suficiente dinero y no necesita el de la familia, ha desistido y dejado que hagan lo que les dé la gana.

Abiel se preocupa porque algunas empresas del grupo familiar Wallenberg han tomado decisiones muy controvertidas y que su madre no comparte en absoluto. Ningún hijo quiere ver a su madre enfrentada a la mitad de su familia por una diferencia de opiniones.

Como le contó esta mañana su padre a Abiel, Ellen se fue a dar apoyo moral a Daniel Ek, socio de uno de sus primos. Cuando comenzaron hace quince años con su empresa, la contrataron para que les asesorara legalmente a la hora de crear la empresa, que podría tener muchos problemas debido a la propiedad intelectual de la música que pretendían poner a disposición de los usuarios.

Tardaron dos años en poder lanzar la empresa e invirtieron muchísimo dinero. Como no llegaron a un acuerdo con ninguno de los inversores que pretendían darles liquidez, el padre de Abiel decidió ayudarle con la mitad del capital que puso Daniel Ek y su esposa ayudó de igual manera a su primo, Martin Lorentzon. No firmaron ningún contrato ni discutieron sobre la manera de devolver el capital. Actualmente, los cofundadores opinan que la empresa es prácticamente de los cuatro, aunque, tanto Ellen como su esposo, no quieren escuchar nada al respecto.

La relación de Ellen con Daniel Ek es muy buena y siempre que tiene algún problema la llama. Si es laboral la contrata y si es personal, ella se queda unos días en la casa que comparte con su mujer y sus dos hijos. Pero a nadie le sorprende, porque Ellen es una persona que irradia luz y tranquilidad y Daniel Ek no es el único que la llama cuando algo le preocupa demasiado.

Su marido la llama Frigg con connotación cariñosa, una de las diosas mayores en la mitología nórdica y germánica. Es la diosa del amor, del manejo del hogar, el matrimonio, la maternidad, la previsión y la sabiduría. Además, tiene el poder de la profecía y, normalmente, todo lo que Ellen dice, se cumple. Por supuesto que Erich, no comete errores cuando se trata de su mujer, es el mejor que la conoce.

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