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CAPÍTULO ONCE - NOVIO

Sábado, 2 de octubre del 2021

El tiempo ha pasado volando y hace dos horas que Carmen se despidió de ellos, recordándoles que aún tenían comida en la cocina y carne preparada por si querían encender la barbacoa.

Lucía y Pedrito han avanzado bastante, aunque Abiel se ha esforzado mucho en hacerle el camino más fácil a su mejor amigo. Alma piensa que la está ignorando deliberadamente, aunque nada más lejos de la realidad. A pesar de que no está hablando constantemente con ella, la tiene siempre en el rabillo del ojo.

Daniel y Lucía desaparecen en su cuarto mientras el resto se pone a ver las estrellas después de una merienda-cena que nada tuvo que envidiar a las de Platón. Así que Pedrito, que ya se siente mucho más cómodo hablando con Lucía después de más de tres horas, es el designado para dar las explicaciones de lo que están viendo por el telescopio.

De vez en cuando, Abiel le echa una mano, pero solo en contadas ocasiones, y Lucía mira a Pedrito embelesada porque Abiel está en lo cierto, ella está enamorada del amor.

—¿Seguís todavía aquí? —pregunta Erich al entrar a la habitación que se encuentra más alta en la casa y que su hijo ha bautizado como el observatorio de estrellas.

—Pasa, papá, en breve nos vamos —le contesta Abiel, antes de levantarse.

Después de mirar por el Meade ACF-SC 406/3251 Starlock, el telescopio que le regalaron sus abuelos maternos en las últimas Navidades, se pusieron a mirar al cielo a través de la bóveda de cristal que se encuentra en el cuarto y aún están acostados sobre las mantas en el suelo.

—Yo me voy a acostar. Tu madre vendrá mañana antes de almorzar. Espero que os quedéis lo suficiente para que podáis conocerla —invita Erich a los amigos de su hijo.

—¡Qué falta de educación por mi parte! Papá, ellas son Lucía y Alma —presenta Abiel a sus amigas, puesto que a Pedrito lo ve varias veces por semana.

—Encantado, yo soy Erich.

—Encantada —responden las dos chicas a la vez.

Erich no puede evitar mirar a Alma con curiosidad, no por todo lo que ha escuchado la tarde anterior, sino porque es la primera chica que le gusta de verdad a su hijo. Se la esperaba más llamativa, al fin y al cabo, su hijo es muy guapo y tiene mucho éxito con las chicas. Pero Alma es una chica normal, con el pelo castaño y ojos grises, que no se arregla mucho ni se esfuerza en llamar la atención con la ropa que viste.

Entre Alma y Abiel no parece que haya pasado nada y ambos están acostados al lado de sus amigos. Todo lo contrario a Pedrito y Lucía, que están en el centro y cogidos de la mano.

Alma, igualmente, se fija en el padre de Abiel. Es bastante guapo, aunque no tiene ningún parecido con su hijo. También observa cómo Erich sonríe a su hijo cuando ve los dedos entrelazados de Pedrito con Lucía. Posiblemente, sea una de las pocas veces que algo así ha sucedido.

—¿Dónde están Daniel y Paula? —pregunta Erich al no ver a los amigos de su hijo.

—Quisieron descansar un poco. Seguro que en unos minutos se reunirán con nosotros —le explica Abiel.

—Solo espero que si hacéis cosas de adultos, os comportéis como tal, os protejáis y toméis precauciones. No os acostéis muy tarde —se despide el padre de Abiel antes de irse.

Las chicas se ríen nerviosas ante este comentario y Pedrito se sonroja.

Diez minutos más tarde, están todos en el jardín, incluido Daniel y su novia. Quieren que Abiel encienda la barbacoa para asar un entrecot, porque Daniel, Pedrito y Lucía tienen hambre. Daniel y Paula se sientan en una hamaca y se tapan con una manta y Lucía y Pedrito los imitan.

Alma no quiere quedarse sola con ellos mientras Abiel prepara la carne, así que se va con él hasta la barbacoa, aunque corra el riesgo de que mañana esté oliendo a humo.

—Quiero besarte —le dice Alma para provocarlo, cuando se acerca a escasos centímetros de él.

—Solo me beso con mi novia —le sigue el juego Abiel, a la vez que pone la carne en el brasero.

—¿Desde cuándo?

—Desde el veintinueve de agosto.

—¿El veintinueve de agosto? —pregunta Alma, porque desconoce la razón para que Abiel haya nombrado esa fecha.

—Es el día siguiente de cuando nos conocimos —le explica Abiel.

—Pues quiero ser tu novia —se da por vencida Alma.

—No, esto no funciona así. Para que haya una respuesta, tiene que haber una pregunta y yo no he escuchado a nadie hacerla en los últimos minutos —la molesta ahora él a ella.

—Pero me la hiciste antes —le recuerda, indignada.

—Ya expiró.

—Entonces pregúntamelo otra vez —le exige Alma.

—Ya he preguntado dos veces en las últimas horas, sin contar con la vez que lo hice indirectamente —contesta serio, para molestarla más.

—Me prometiste que hoy podría hacerte lo que quisiese —le echa en cara.

—Te advertí que había algunas excepciones.

—Solo nombraste el sado —recuerda Alma al observar cómo Abiel está avivando el fuego.

—Dije excepciones, en plural. Deberías haber preguntado si existían otras —continúa Abiel con su puesta en escena.

—¿Qué otras? —pregunta ella, fastidiada.

—Una de ellas es que para besarme tienes que ser mi novia.

—¿Voy a tener que preguntarte yo? —le pregunta Alma, nerviosa.

—Sí, si lo que quieres es besarme —contesta, tranquilamente.

—Abiel, ¿quieres ser mi novio? —le pregunta Alma, avergonzada, pero cansada de no poder besar al chico que está delante de ella.

—¿Y eso qué conlleva? —la imita Abiel.

—Deberás preocuparte por mí, cuidarme y acompañarme mientras recorremos Madrid. Yo, por mi parte, te cuidaré y haré lo imposible para protegerte, incluso mentirte u omitir la verdad —intenta repetirle Alma lo que él dijo cuando ella le preguntó.

—Me encantaría, reina —le responde Abiel antes de darse la vuelta, pasarle un brazo por la cintura y posar, por fin, sus labios sobre los de ella.

Los cuatro amigos reparan en el beso, pero no hacen comentario alguno, sino que intentan darle cierta privacidad a la pareja. Todos saben que Abiel no se enrolla con chicas en su casa, no obstante, a estas alturas se han dado cuenta de que Alma no es cualquier chica para él.

Alma, emocionada por el tiempo que lleva esperando este beso, profundiza antes de que lo haga Abiel. Él no se queja, al fin y al cabo, le prometió que le dejaría hacer todo lo que ella quisiese.

—Alma, los chicos están a unos metros de nosotros —le recuerda Abiel, cuando las manos de ella se pierden debajo de su camiseta.

—Me prometiste que sería yo la que mandase hoy —le recuerda esta vez ella a él.

—Comemos y podemos perdernos en algún cuarto o, mejor aún, puedes pasar la noche en el mío. Tal y como están Pedrito y Lucía ahora mismo, Pedrito pasará la noche en el cuarto con ella.

—Yo no me voy a acostar contigo —responde Alma, tímida.

—Si te refieres a que no quieres compartir cama conmigo, tengo un sofá en el cuarto en el que puedo dormir muy bien. Si lo que me quieres decir es que no tendremos sexo, ya te he dicho que quiero hacer las cosas bien e ir poco a poco contigo—le responde Abiel, sin casi separar sus labios de los de ella.

Ninguno de los dos sigue hablando. Abiel besa a Alma como nunca antes la ha besado, dejándola sin aliento y con ganas de más. Alma es apenas consciente de lo que sucede a su alrededor, embriagada por las sensaciones que le hace sentir su recién estrenado novio.

Unos minutos después, Abiel se separa de Alma, muy a su pesar, para poder servir la carne con ensalada de pasta a sus amigos.

—Parece que hemos quedado tres parejas de amigos —dice Paula, divertida, cuando se fija que Pedrito y Lucía están comiendo abrazados y del mismo plato y Alma y Abiel los imitan.

—Seguro que Abiel ha planificado todo a la perfección. Le encanta hacer de Cupido —la apoya Daniel.

—Pues a mí me parece bien que lo hayas hecho, Abiel. Si hubiese tenido que esperar a que Pedrito se me declarase sin tu ayuda, podrían haber pasado diez años —bromea Lucía.

—Gracias, eres el mejor amigo que alguien pueda tener —le agradece Pedrito, que se siente tan cómodo con Lucía entre sus brazos, que incluso se permite hacer este tipo de afirmaciones.

—Si me lo quieres agradecer, quédate en el cuarto con Lucía para que Alma pueda quedarse en el mío —le responde Abiel, que en realidad le está dando un empujoncito a su amigo.

—Eso está hecho —le responde Pedrito, entusiasmado.

—¿Y yo no tengo nada que decir al respecto? —se queja Lucía.

—Yo me quedo en el sofá del cuarto, aunque si luego me permites que me duerma a tu lado, no voy a desaprovechar la oportunidad —le contesta Pedrito para sorpresa de todos.

A las dos y media de la madrugada recogen todo y, por votación popular, deciden seguir mañana con la charla. Los últimos en irse son Alma y Abiel, porque son los encargados de poner todo en su sitio en la cocina. Un minuto después, se escuchan las risas de Lucía.

—¿Qué ha sido eso? —se extraña Alma antes de entrar en la habitación.

—Pedrito se ha puesto el pijama de astronauta. No quería hacerlo, pero lo convencí.

—¿Tú también te vas a poner el tuyo? —pregunta Alma, divertida.

—Pensaba dormir en bóxer y camiseta de pijama. No obstante, me lo pongo si prometes quitármelo, luego —le ofrece Abiel, con una sonrisa traviesa.

—Trato hecho —acepta Alma muy segura de sí misma.

Alma tampoco puede evitar echarse a reír. Es un pijama de cuerpo entero de color blanco, como si fuese un mono de trabajo, pero es peludo y se nota que está decorado por Abiel porque no quedó precisamente muy profesional.

—Ahora es cuando me lo quitas —le dice Abiel, acercándose a ella.

Alma sigue en vaqueros, aunque Pedrito ha dejado sus cosas a un lado del sofá cuando se llevó las suyas a la habitación de Lucía. Abiel le prometió que podría hacer con él lo que quisiera, pero es él el que se acerca y la besa. Alma, mientras tanto, le baja la cremallera hasta la cintura y le deja el torso desnudo, pero no se atreve a tocarlo, no quiere que se haga una idea equivocada.

—¿Puedo quitarte la camiseta? Igualdad de condiciones —gime Abiel en su boca.

—Dijiste que iríamos despacio —le recuerda Alma.

—Este es el momento en el que definimos lo que eso significa —le dice Abiel, separándose un poco, sentándose en el sofá y tirando de la mano de Alma hasta que se sienta en su regazo.

—No quiero tener sexo —comenta Alma, mucho más segura que antes.

—¿Nunca, hasta que nos casemos o solo hasta que te sientas preparada? —bromea Abiel.

—Hasta que me sienta preparada —responde, llena de paciencia.

—Podemos hacer muchas cosas antes —le sugiere Abiel.

—¿Qué cosas? —se atreve Alma a preguntar, sin dejar de mirar el torso desnudo y bien definido de Abiel.

—Podemos besarnos, tocarnos e incluso puedo tocarte aquí —le explica Abiel al posar su mano entre las piernas de Alma que, a pesar de tener puesto el vaquero aún, se le acelera el pulso y su respiración se entrecorta.

—¿Me va a doler? —pregunta temerosa y Abiel se da cuenta de la nula experiencia de ella.

—No, al contrario —le explica, cuando comienza a quitarle la camiseta a Alma y ella no solo se deja, sino que lo ayuda.

Ninguno de los dos puede evitarlo y comienzan a besarse otra vez. Al cabo de unos minutos están los dos desnudos de cintura para arriba y Alma está a horcajadas encima de Abiel.

—Reina, si sigues moviéndote así con los vaqueros puestos, me vas a destrozar —se queja casi con un gemido, cuando Alma comienza a hacer fricción entre ambos sexos, mientras Abiel se pierde con la boca entre sus pechos.

—¿Me los quito? —pregunta Alma indecisa.

—Yo también puedo hacerlo. ¿Qué te parece si seguimos en mi cama? Si continúas con esos movimientos, voy a correrme antes que tú —le dice Abiel al desabrocharle los pantalones y deshacerse de ellos.

—¿Correrte? —le pregunta Alma confundida, pero deja que Abiel la lleve en bragas hasta su cama.

—¿Qué pensabas que sucedería si te mueves así contra mi erección? —le pregunta divertido.

—Lo siento —se disculpa Alma, avergonzada.

—No lo sientas, yo lo disfruto tanto o más que tú, pero termina de quitarme el pijama como prometiste.

Alma no duda y deja a Abiel en bóxer. Abiel no juega limpio y la seduce besándola en los labios, luego en sus pechos y cuando comienza a tocarla por encima de su ropa interior, es ella quien le pide que termine con la tortura y haga que llegue al orgasmo.

Los dos intentan ser silenciosos, pero Alma no puede evitar gritar cuando se corre en los dedos de Abiel. Nunca había sentido algo ni siquiera similar. Sabe que tiene que devolverle el favor de alguna manera y deja a su novio completamente desnudo, como él hizo anteriormente con ella. Después, no sabe cómo continuar.

—No estás obligada a masturbarme, aunque, si quieres hacerlo, yo te enseñaré con gusto —le dice Abiel al ver la duda en los ojos de su chica.

—Yo nunca he hecho algo así —le contesta Alma, mientras comienza a tocar la erección de Abiel sin realmente saber qué hacer.

Abiel no le contesta, solo toma unos pañuelos de la mesilla de noche, cierra los ojos para poder absorber todo lo que le hace sentir que Alma lo toque de esa manera y la ayuda a que lo masturbe con una de sus manos sobre las de ella.

Al principio intenta marcar el ritmo y la fuerza que a él le gusta. Hace una eternidad que una chica no lo toca así, últimamente se pone un preservativo en cuanto la chica está lista y no hay tiempo para preliminares de este tipo.

En cuanto Alma se encuentra más segura con lo que está haciendo, él deja de guiarla y solo se concentra en disfrutar. Hace más de un mes que no ha tenido relaciones sexuales y ni siquiera se ha masturbado esta semana, por lo que está deshecho cuando llega al clímax con un gruñido.

A Alma le gusta ver a Abiel perdido en su placer. Le gustaría repetir lo que le hizo antes, pero no se siente tan segura como para decirlo en voz alta, así que solo acompaña a Abiel al baño para lavarse y tirar los pañuelos usados.

—¿Estás muy cansada? —le pregunta Abiel, cuando los dos vuelven a la cama desnudos.

—No mucho —contesta antes de que Abiel comience a besarla otra vez.

Una hora después, y dos orgasmos más por parte de Alma, deciden que deben descansar. Alma se acuesta de espaldas a Abiel, un poco avergonzada, mientras piensa en todo lo que ha pasado en las últimas horas en esa cama.

Abiel no puede estar más pletórico y feliz y le pasa un brazo por la cintura de Alma para sentir la espalda de ella contra su pecho lo máximo posible. Nunca ha dormido en su cama con una chica ni ha besado a nadie en su casa, pero ahora es diferente. Ahora tiene novia. 

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