CAPÍTULO DOCE - CAMY
Sábado, 2 de octubre del 2021
Carmen despierta a todos a las once de la mañana, con la excusa de que Erich ya ha salido y deben desayunar sin demora, puesto que a las dos van a almorzar todos con los señores de la casa, que es como ella llama a los padres de Abiel.
Esta señora, con sus cincuenta y seis años, se conserva asombrosamente. No ha cambiado nada desde que llegó a la casa, prácticamente a la vez que Abiel. La única diferencia es la aparición de canas en su pelo castaño y alguna arruga que ella no se molesta en disimular. Al fin y al cabo, las arrugas solo muestran la experiencia acumulada a lo largo de los años.
Después de vestirse, lavarse la cara y quejarse porque ninguno ha dormido lo suficiente, se van todos al jardín mientras Abiel ayuda a Carmen a terminar de preparar el desayuno, como es costumbre en él.
—Es mi novia —le dice Abiel sin más, después de que Carmen lo mire, incrédula, al ver cómo se despide de Alma con un suave beso en los labios.
—¿Novia? ¿Desde cuándo?
—Desde hace unas horas.
—¿De esas novias que nunca vemos? —pregunta, aún recelosa.
—Es mi primera novia —responde con un suspiro exagerado.
—Estás hecho un donjuán, pero algún día llegará una chica que te hará correr detrás de ella —lo regaña Carmen.
—No te das cuenta de que ese día ya llegó, Camy —dramatiza Abiel, aunque en cierto modo es verdad.
—Es guapa, aunque un poco rara —se atreve a decir la chacha que lleva en la casa trabajando desde que llegaron los Schülzer al barrio.
—¿Rara respecto a qué? —le pregunta Abiel, curioso.
—Respecto a otras chicas.
—No es rara, es mejor —dice él, orgulloso.
—Pero lleva una camiseta que le queda un poco grande, unos vaqueros que no la favorecen y no se arregla como el resto de las chicas —le explica Carmen, recordando a la chica que acaba de salir al jardín hace un minuto.
—Y, a pesar de ello, es la más guapa de todas. Además, me gusta que no se deje llevar por lo que vistan los demás, Camy —se sincera Abiel.
—Pues te ha tocado fuerte. Espero que el sentimiento sea compartido, porque si no la Camy, le dirá dos cositas a esa chica —se altera Carmen, llamándose a sí misma por el mote cariñoso que utiliza Abiel desde que era un niño.
—¿Crees que, con lo guapo que soy, podría resistirse a mí? —la hace reír.
—Cuando quieres eres tan encantador que fascinas hasta a las serpientes, así que no me extraña que las chicas estén locas por ti, pero lo que quiero saber es si te aprecia no solo por lo irresistible que eres, sino por lo buena persona que puedes llegar a ser —le pregunta Carmen, preocupada.
—Por ahora, ha sido solo sexo. Cuando hable con ella, te haré saber la clase de persona qué es —bromea Abiel.
—Aunque ya no lleves pañales, puedo darte una buena nalgada cuando te la merezcas —lo amenaza Carmen, indudablemente tan molesta que, a pesar de que ya está todo preparado para el desayuno, no permite que Abiel se vaya sujetándolo del brazo.
—¿Por qué siempre me nombras con pañales? Cuando me conociste por primera vez, ya yo tenía los dos años cumplidos —le recuerda Abiel, al igual que todas las veces que se lo dice.
—Es una forma de hablar. Espero que no dejes embarazada a esa pobre chica —cambia de tema.
—¿De parte de quién estás? Además, te dije que es mi novia y quiero ir poco a poco con ella. Creo que aún nos falta bastante tiempo para poder dejarla embarazada —se sincera Abiel.
—Entonces, ¿te gusta de verdad? —le pregunta Carmen, ilusionada.
—Me conoces bien y sabes que si no me gustase de verdad, no perdería mi tiempo.
A Carmen le gusta la respuesta de Abiel, por lo que le permite que vaya en busca de sus amigos. Lo conoce desde que nació, aunque él no lo recuerde y ella nunca se lo haya dicho. Le costó muchísimo conseguir el trabajo en la casa de los señores Schülzer, incluso no fue la primera opción de la familia.
Pero en cuanto, dos semanas después de la primera negativa, la llamó Erich Schülzer, ella dejó su trabajo mejor pagado sin dudarlo y comenzó a trabajar de lunes a sábado en la casa donde la esperaba su adorado Abiel.
El niño se encariñó enseguida con ella y la llamó Camy, nombre por el cual la llaman sus familiares y amigos más allegados. Sin embargo, no parecía recordar nada más de su vida anterior, seguramente, porque ya habían pasado más de cuatro meses desde que su madre se vio obligada a darlo en adopción.
Ahora, lo ve todos los días, excepto los domingos, poco más de veinte días que se va en verano a ver a sus familiares, los días que la familia se va de vacaciones y no están en su residencia habitual y los diez días que se van en Navidades a pasarlas a algún país de Europa, normalmente con alguno de los abuelos de Abiel.
—¿Cómo te fue anoche? —le pregunta Abiel a Pedrito, en cuanto se quedan detrás del grupo a solas.
—Prácticamente, me violó —bromea su amigo.
—¿Habéis tenido sexo? —pregunta Abiel, sorprendido.
—¿Acaso lo dudabas? Lucía se tomó como algo personal el volverme loco y cuando nos quedamos solos en el cuarto, lo primero que hizo fue sacar dos preservativos, diciéndome que el primero era de prueba y que con el segundo lo haría mejor —le cuenta Pedrito, orgulloso.
—¿Y?
—Con el primero me corrí casi cuando me lo puso, pero con el segundo nos lo pasamos bien los dos —contesta, presuntuoso, lo que hace que Abiel se eche a reír.
—¿Tenéis una relación?
—No hemos hablado sobre ese tema, pero intentaré aclararlo antes de irnos de tu casa esta tarde. ¿Tú te acostaste con Alma? —le llega la hora de preguntar a él.
—No, yo me preocupé primero de que fuese mi novia, pero no tengo prisa y ella no tiene experiencia, por lo que es mejor esperar —le aclara Abiel.
—Parece que hemos intercambiado los papeles. Aún no te he dado las gracias por todo lo que has organizado. Sé que no necesitabas nada de esto para estar con Alma, sin embargo, yo no me hubiese decidido ni en tres vidas —le agradece Pedrito.
—Para eso están los amigos —le contesta Abiel, antes de pasarle el brazo por los hombros y llevárselo al comedor donde están esperándolos el resto del grupo.
Por supuesto que Abiel se sienta al lado de Alma y hace las presentaciones oficiales a Carmen, que ya conoce a Pedrito, Daniel y Paula.
Todos tienen poca hambre y, sobre todo, están cansados, por lo que, media hora después, se van al jardín a pasar la mañana sin hacer nada, con los ojos cerrados y hablando bajito, aunque muy de vez en cuando.
Abiel ayuda a Carmen a recoger antes de irse al jardín con sus amigos y Alma lo acompaña. A Carmen le parece que es una niña agradable, con carácter dulce, pero firme, aunque demasiado tímida.
Ella lo mira a él con cariño, pero lo que no se puede negar es que él está embelesado con ella. No puede dejar de mirarla, de sonreírle y de tocarla en cuanto tiene la mínima oportunidad.
Carmen está impaciente por llegar a casa y contar las nuevas noticias. Todos están preocupados porque el niño haya heredado algo del carácter de su verdadero padre y no le permita llevar una vida normal, enamorarse y formar una familia en el futuro.
Una hora después de desayunar, los chicos deciden bañarse en la piscina, mientras que las chicas se quedan adormiladas en las hamacas.
—¿Por qué no te metes un rato, Alma? Seguro que te despejas un poco —intenta convencerla Abiel para poder estar más cerca de ella.
—Estoy cansada y es por tu culpa —le regaña.
—¿Mi culpa? Yo estaba durmiendo tranquilamente esta mañana hasta que me despertaste —la molesta Abiel.
En realidad, no se está quejando. Podría despertarse todas las mañanas así, con ella apoyada en su pecho, trazándole dibujos sin sentido sobre su piel desnuda.
De lo primero que se percató fue del olor a Alma que había en la habitación, luego de que la luz entraba demasiado fuerte por la ventana, aunque era culpa suya por no bajar nunca las persianas, independientemente, si se tenía que levantar temprano o no.
Unos segundos después, sus manos se movieron solas, en cuanto Alma observó que Abiel estaba despierto y posó sus labios sobre los de él. Primero la besó mientras las manos de ambos acariciaban el cuerpo del otro, y desde que Alma se colocó sobre él, haciendo que sus sexos se tocaran, Abiel posó sus manos en el trasero de su novia para poder notar con mayor fuerza la fricción entre los dos.
Él le pidió que parase, puesto que no iba a tardar mucho en correrse, al fin y al cabo, él había llegado tan solo una vez al clímax la noche anterior. Sin embargo, Alma estaba tan perdida en el placer como él y continuó hasta que primero ella llegó al orgasmo y unos segundos después él, corriéndose sobre su propio estómago.
Alma no sintió nada de vergüenza cuando Abiel se levantó para ir al baño de su habitación para limpiarse, aunque sí se le subieron los colores cuando Abiel regresó a la cama y besó todo su cuerpo completo, incluido entre sus piernas.
Abiel, precavido, puso música suave para amortiguar sus gemidos. Nunca había hecho algo así, es decir, masturbar con la boca a una chica, no obstante, valió la pena por cada segundo que la espalda de ella se arqueó sintiendo más el placer, cada palabra de súplica que salió de su boca para que no parase o lo hiciese, un sinsentido fruto de su deleite y, sobre todo, por la imagen insólita de Alma llegando al orgasmo de una manera tan intensa.
Después se volvieron a quedar dormidos con las piernas entrelazadas y disfrutando los dos de la cercanía del otro.
—No voy a contestarte porque un caballero no saca a relucir lo que hace en la intimidad con una dama —se hace Alma la ofendida, aunque le hace gracia que Abiel aproveche toda oportunidad que tiene para estar con ella, en el fondo es adorable.
—Yo no he nombrado nada sobre intimar, reina —le responde Abiel.
—¿Reina? A nosotras nos llamas siempre princesa —se queja Paula por el trato especial que recibe Alma.
—Porque princesas hay muchas, pero solo puede haber una reina —le recuerda Abiel.
—¿Por qué no me dices cosas tan bonitas como esas? —se lamenta Paula ante su novio.
—Cierra la boca, Abiel. Ahora los demás vamos a tener un problema porque por primera vez te guste una chica y te quieras poner ñoño —bromea Daniel.
—No es ñoño. Tú tampoco me dices cosas así —le riñe Lucía a un más que avergonzado Pedrito.
—No te quejes, creo que deberías estar contenta porque Pedro te hable. Hace una semana ni te saludaba —defiende Abiel a su amigo.
—Pero ya hemos pasado esa fase de timidez, ¿verdad Pedri?
—Está más que superado —responde el interesado un poco avergonzado y todos, menos él y Lucía, se echan a reír.
—Estaría genial repetir lo de este fin de semana antes de que acabe el mes —dice Daniel, que está más que contento porque su mejor amigo, por fin, haya sentado la cabeza.
—Podríamos quedar el próximo viernes para poder ver las Dracónicas —se emociona Pedrito.
—¿Qué diablos son las Dracónicas? —pregunta Lucía, que no está acostumbrada a las conversaciones de Abiel y Pedrito sobre astronomía.
—Una lluvia de meteoros —explica Abiel.
—¡Qué romántico! ¡Una lluvia de estrellas! —se emociona Lucía.
—De eso nada. La próxima fiesta la haremos con tu madre en casa y así podemos invitar a los del equipo. La última vez vino a pinchar un amigo de tu padre, ¿te acuerdas? —se pronuncia Daniel.
—No vino a pinchar ningún amigo, mi padre le pagó para que lo hiciese —le hace saber Abiel.
—Joder, tu padre es mi ídolo. ¿Por qué no les dices que mejor me adopten a mí? —bromea Daniel.
—Y a mí —lo secunda Paula.
—Eso sería increíble. Te tendría viviendo conmigo en casa —dice Daniel, levantando las cejas un par de veces.
—No podríamos estar juntos, sería incesto —le responde Paula.
—Aunque no sois hermanos de verdad, sería como los Cullen —interviene Lucía.
—¿Si lo fueseis de verdad, pero no lo sabíais? ¿O primos? —pregunta Abiel con la esperanza de que Alma se pronuncie.
—Si no lo sabes, no lo eres. El único problema es si quieres tener hijos —responde Lucía.
—Y con los primos no tienes ese problema, además de que no es incesto —participa Alma.
—¿Pero te pueden salir los niños con problemas? —se preocupa Paula.
—Tienen el mismo riesgo que una mujer embarazada de cuarenta y la tendencia es que cada vez es de lo más normal. Entre hermanos aumenta la posibilidad de transmitir cierto tipo de enfermedades hereditarias, pero también existe si no son familia y ambos comparten trastorno autosómico recesivo —aclara Alma.
—¿Tú te casarías con tu hermano? —le pregunta Lucía a Alma, después de su explicación, que no entendió del todo.
—No tengo hermanos oficialmente, así que si me enamorase de alguien y luego resulta que tenemos los mismos padres, a lo mejor no tendría hijos, pero no creo que puedas decidir dejar de quererlo porque alguien te dice que no debes. Conocí a una compañera hija de dos medios hermanos y era brillante, mucho mejor que yo en deportes y arte y no tenía problemas de conducta —da Alma su opinión.
—Yo también me casaría con mi hermano —dice Paula, convencida.
—¿Por qué estamos hablando de familia y matrimonios? Yo solo quiero hacer una fiesta —se queja Daniel y todos empiezan a reírse.
La conversación solo le trajo más dudas a Abiel. Alma seguiría estando con él cuando se entere de que tienen familiares en común, aunque no es comparable con los vínculos de los que hablan sus amigos, o por lo menos, es lo que afirma. El problema es saber qué sucedería si después de unos años decidieran formar una familia.
Ya Alma es algo excepcional debido a la cantidad de genes inmortales que tiene en sus cromosomas, pero él mismo es un portador de esos genes y, conforme lo que les contaron Míriam y Aarón, mucho más de la mitad. Un hijo de ellos dos sería algo nunca visto en la Tierra y, por consiguiente, algo desconocido y, para algunos, aterrador.
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