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Capítulo 3: Ridículo y desesperado destino.

Puse todo mi esfuerzo por prestarle más atención a las palabras de Tessa y Penny que al regaño de Duckie, aun así, no podía evitar sentirme afligida  por sus palabras, lo que hacía que mi día se arruinara un  poco.

  Tenía que dejar de pensar en eso, finalmente logré establecer contacto con Ryan Hamilton, la estrella del fútbol americano, y sé que no es otro simple idiota. Debería sentirme feliz y alegre.

  Sí, definitivamente dejaré de afligirme.

  Al finalizar la jornada escolar de un típico miércoles, Tessa, Penny Lane, Duckie y yo, nos reunimos en la entrada para programar nuestra próxima junta privada, donde escogíamos ideas para la página web de la escuela. Digo privadas porque en realidad hay una junta oficial, donde no solo están los tres, sino el consejero escolar —El señor Mason—, Kim Turner, Nadia Law y otros chicos que pertenecen al grupo administrativo de la web. Por una obvia razón, yo no voy a esa, ya que mi identidad sería expuesta y los chismes aquí, corren increíblemente rápido.

  —Este viernes, en mi casa, podríamos ver Varsity Blues luego, mamá por fin bajó el reproductor de DVD al sótano, así que nadie nos molestaría allí —propuso Tessa mientras trataba de encontrar las llaves de su viejo Monza Spyder—. Un poco de fútbol americano para celebrar la gran noticia de Nina no vendría mal.

 —Me parece una magnífica idea —aceptó Penny, dedicándonos una gran sonrisa—. Paul Walker, James Van Der Beek y Scott Caan siendo sexys jugadores de fútbol. ¿Cómo perderme eso?

  —Hay mejores partes de la película, como el épico discurso de Mox en el partido final, ¿ustedes solo estaban atentas a su atractivo? —Duckie negó la cabeza  con desaprobación—. ¿Y qué si yo no quiero celebrar el hecho de que Nina habló con otro chico que no soy yo?

  Mis amigas resoplaron al unísono.

  Miré la pantalla de mi celular. 3:02pm. Iba tarde a mi momento de inspiración.

 —Es tu obligación ir, perteneces al grupo administrativo, y también a nuestro círculo de amistad. Eventualmente aparecerás en mi casa —comentó Tessa risueña.

    —Demonios —Él arrugó la nariz y empujó sus lentes de vuelta a su lugar con su dedo índice.

    —Chicos, ya debo irme —anuncié, mordiendo mi labio.

    —¿A dónde? ¿A alabar a ese Ryan en el campo de fútbol? —espetó mi amigo con petulancia.

  Bajé un poco la cabeza, sintiéndome afligida de nuevo.

  Pude ver de reojo como Penny jaloneaba sus rizos con fuerza.

    —¡Ay! ¡Lo siento, lo siento! —se quejó, sobándose la cabeza en cuanto ella lo soltó.

   —Por vigésima vez, Duckie, no la hagas sentir mal o tus lentes pasarán al otro lado —Ella lo tomó firmemente por su delgado y blanco brazo—. Vete, Nina, nosotros nos aseguraremos de que no te siga molestando.

    —No le hagan daño —les pedí, encogiéndome de hombros.

   —Lo obligaremos a ver las películas de Sex and the City con nosotras, será suficiente castigo, ¿no crees?

    Abrí mucho los ojos. Eso era demasiado.

    —Vamos, vete —Tessa me empujó ligeramente—, hablaremos luego.

  —¡Por favor! ¡Todo menos eso, por favor! ¡Prometo comportarme, pero no me hagan eso! —Escuché los gritos de Spike a mis espaldas.

     Él era alérgico a esas películas.

     —¡Adiosito, inspírate mucho! —se despidieron ambas.

  Me encaminé hacia el campo, sacudiendo mi cabeza y olvidando la absurda razón por la cual Duckie se comportaba con tanta intensidad el día de hoy. Mi mente debía estar en blanco para poder escribir cosas coherentes, y teniendo su voz recriminándome por algo sin pies ni cabeza, no iba a ayudarme a hacer eso.

  Él debería tener claro que lo nuestro se limita a la amistad, sé que ahora se demuestra a la defensiva porque se siente amenazado por Ryan, eso lo entiendo, solo que no cambiará nada, hemos sido amigos, y amigos nos quedaremos. Spike es un buen chico, es atento, gracioso, inteligente y tiene una peculiar-atractiva apariencia física. Es delgado, pero no tanto. Blanco, pero no tanto. Posee unos castaños rizos que todos los días peina casi como el Duckie de la película, para cualquiera puede parecer una tontería y ridiculez, pero para mí, pienso que su cabello es el que le da personalidad. ¿Y su rostro? Su rostro es delgado y tan perfecto como el cutis de un bebé, a él le molesta que le digamos eso ya que quiere que lo miremos más como “hombre” que como realmente luce, igual que un chico de 15.   

  Mi punto es, que aunque sea conocido por ser un geek-rarito, hay varias chicas que estarían dispuestas a salir a una cita con él. Pero, él nunca sale con otras personas además de nosotras. Lo sé, he intentado hacer algo al respecto, y siempre trata de evadir el tema o lo toma como una broma pesada. Hacerlo entrar en razón ha sido toda una travesía.

  —¡¿Qué parte de ponerse a correr no me entendieron?! —Los gritos del Coach Marin anunciaron que ya me encontraba en el campo de fútbol americano—. ¡Ahora será una vuelta más por querer tener complejo de sordos!

  Dejé escapar un pequeño resoplido de entre mis dientes mientras me cubría del resplandeciente sol en mi camino a las graderías.

  —¡Vamos Guepardos, a ganar, hay muchos traseros que patear!

  Hasta una niña de 10 podría formar esa porra. La verdad es algo normal, ha sido la misma desde años, las mentes de las porristas no se expanden más de ahí, son más físicas que mentales. Es el orden natural-escolar, no se puede ser inteligente y popular a la vez, y si tienes ese increíble don de tener un cerebro, debes fingir no tenerlo. Qué triste es la realidad, ¿no?

  Saqué el bloc púrpura de mi mochila junto con mi pluma favorita y descansé mi mano sobre el papel, mordiéndome el labio en busca de inspiración.

  Nada. No tenía nada.

  Lo único  en que pensaba era en Ryan y su e-mail, Ryan y sus problemas, Ryan diciendo que admiraba a Blogger Girl, Ryan queriéndome conocer...

  Ryan, Ryan, Ryan...

  —¡Ryan! ¡A hacer lanzamientos con Adam!

Di un respingo ante el grito del Coach, mi vista voló lejos del papel, y viajó hacia la práctica de los Guepardos en el campo.

Y ahí estaba, de espaldas a mí, su apellido sobre el número 9 de su camiseta del equipo color vino, su trabajado cuerpo escondido tras esas grandes  hombreras que ellos utilizan para protegerse. Mi corazón salió disparado y lo tomé como una señal de que era mejor irse a casa por hoy.

Esto era ridículo, estaba haciéndome ilusiones acerca de algo que no ocurriría. Tessa no tenía la razón, Ryan Hamilton nunca podría fijarse en Nina Landfield. Simplemente ridículo. Llevo varios años sentándome en el mismo lugar, a la misma hora, y él nunca me ha notado. No usaría a BG como gancho y tampoco le hablaría como Nina. Tenía que olvidarme de esta idiotez, enfocarme otra cosa.

Como en salir de aquí. Y olvidar todo el asunto, que apenas lleva un día y ya lo quiero terminado antes de que se torne peor.

Metí mis cosas de vuelta a la mochila y bajé las escalerillas rápidamente.

Estaba teniendo un ataque de ansiedad, habían dejado de aparecer de esta manera hace algún tiempo. Es una especie de secuela de un incidente que mamá y yo tuvimos cuando tenía 9, íbamos saliendo de hacer las compras y un hombre armado se acercó a robarnos, me asusté tanto que la garganta se me cerró y sentía que no podía respirar. Mamá recibió un disparo en su hombro en un intento de protegerme, y gracias a Dios no fue lo suficientemente grave como para matarla. La cosa es que un año después del incidente, comencé a tener ataques de ansiedad cuando me sentía asustada, presionada o muy estresada. Pensé que no volverían a aparecer.

—¡Joder, muy largo, Ryan! —oí a Adam vociferar mientras yo trataba de respirar con normalidad y llegar a la salida.

—¡Hey, chica, cuida...!

  Antes de terminar de escuchar la advertencia, me vi a mi misma cayendo sobre el césped, con más de sesenta kilógramos encima de mi espalda.

  Sentí un ardor en mis codos y traté de levantarme cuando dejé de sentir el robusto cuerpo de Adam Shelton apretando dolorosamente mis pulmones.

  —Uy, perdón, rubia —Él se disculpó, extendiendo su mano para ayudarme a levantar con mayor facilidad.

  Mis mejillas se encendieron de vergüenza y acepté torpemente su ayuda, sacudiendo el sucio de mis pantalones.

  Me tambaleé un poco hasta recobrar el equilibrio y revisé mis codos, estos habían resultado heridos al tratar de amortiguar la caída con ellos.

  —Lo siento, fue un pase muy largo, ¿estás bien?

  Esa voz.

  Alcé la vista lentamente, al mismo tiempo que mi corazón aumentaba su ritmo de nuevo, aunque esta vez no era debido al ataque de ansiedad. Era la excitación del momento. Del momento en el que Ryan Hamilton, mariscal de los Guepardos, se encontraba mirándome directamente a los ojos,  con un sincero gesto de disculpa.

  Se había quitado su casco, así que tenía una asombrosa vista de su celestial rostro. Sus oscuras cejas se unían en un ceño fruncido. Su cabello castaño claro, empapado por el sudor, ocultaba las líneas de expresión que sé que se formaban en su frente. Sus carnosos labios. Sus cálidos ojos verdes. Su perfectamente imperfecta nariz. Todo lo estaba viendo de cerca, a un metro de distancia. Él estaba frente a mí, hablándome.

  —¿Te golpeé en la cabeza? ¿Es por eso que no respondes? —preguntó Adam enarcando una ceja, dedicándome una extraña mirada.

  La conmoción no me dejaba hablar.

  —Oh Dios, estás sangrando.

  En cuanto las manos de Ryan tocaron mi antebrazo para examinar cuán grave era la herida, mi cuerpo respondió a su suave tacto, haciéndome saltar un paso lejos de él. Sentí peor que una descarga eléctrica.  

   —Estoy bien —Mi voz sonó como un apenas audible susurro.

  —¿Qué? ¿Qué dijiste? —Adam acercó su oreja a mi cara—. Habla más alto, no logro escucharte.

  Bajé la cabeza, haciendo que los mechones rebeldes de mi cabello escondieran mi sonrojado rostro.

  —Déjala, hombre —Ryan lo golpeó en el brazo—. Vuelve allá, la culpa es mía, yo me encargo de esto.

  El moreno le agradeció aliviado y se echó a trotar lejos de nosotros.

  Mi garganta se secó al darme cuenta de que solo estábamos los dos.

  ¿Era el destino que trataba de enseñarme una lección? Un ridículo, desesperado destino, en mi opinión.

  —No estás bien, tus codos sangran. ¿No te duelen? —Él fue el primero en hablar.

  Ardía como el infierno.  

  —Son solo rasguños, estaré bien —lo calmé, atreviéndome a mirarlo a la cara.

  Irreal.

  —¿Estás segura? Puedo conseguirte unas banditas, siento que tengo la culpa —dijo, encogiéndose de hombros, luciendo casi tan avergonzado como yo—, debí haberte visto antes de lanzar el balón.

  Exacto, Ryan, no lo hiciste, no me viste.

  Con tan solo pensar en él, hablándome y ayudándome, mis mejillas se tornaban aún más rojas de lo que ya se encontraban.

  —¡Ryan! ¡¿Qué demonios te hace demorar tanto por allá?! ¡Deja de flirtear y vuelve aquí, no hay tiempo para escenitas de buena fe! —Y de nuevo, el Coach arruinaba mi paz.

Él soltó un largo resoplido. Yo sabía el por qué. BG sabía la razón de aquel resoplido.

—Descuida, vuelve con tu equipo, estaré bien —le dije, colocando un mechón de dorado cabello tras mi oreja.

Me dedicó una pequeña-gran sonrisa.

Tragué saliva con dificultad.

 —Espero verte mañana, entonces —Pasó una mano por su sudoroso cabello.

 —¿Qué...? —Pestañeé repetida veces, sorprendida.

 —En las graderías —puntualizó al verme un poco descolocada—. Vienes todos los días, ¿no?

  ¿Él... se percataba de mi presencia?

  —¿Cómo... sabes que vengo todos los días? —Hasta a mí me sorprendió la pregunta.

  Ryan rió entre dientes.

  Era perfecto de cualquier manera posible.

  —No es como si fueses invisible —Ladeó la cabeza, divertido.

  Tú lo has dicho, mariscal,  no es como si fuese invisible.

   —¡Joder, Hamilton, vuelve aquí ahora mismo o tú trabajo será doble hoy!

   —Tengo que irme —Él puso los ojos en blanco—, cuida de esos codos, ¿bien? 

  Y sin darme tiempo de balbucear aunque sea un adiós, mi momento irreal se esfumó como el humo.

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