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Los sueños desaparecieron solo esa noche, dejándola descansar bien por un día. Kenna no se había dado cuenta de lo cansada que estaba (pese a no hacer nada más que soñar) y lo mucho que anhelaba un día de descanso normal hasta que lo tuvo. Soñar era agotador, eso sí que era una sorpresa. Nunca en la vida había escuchado lo cansado que era, ni siquiera en su propia casa.

Por eso fue incluso más impactante cuando, la noche siguiente, las pesadillas volvieron con mayor intensidad. Los últimos días habían sido bastante tranquilos, así que verse en laberintos donde cientos de peligros le asediaban a cada esquina, bosques en los que las bestias de Karante, cada una con trece cabezas y atributos únicos, la seguían hasta despedazarla, praderas que se volvían del color de la noche y se desintegraban como sus runas, y la desintegraban a ella también... Bueno, eso era algo bastante impactante que la hacía despertar aterrada, con el corazón en la mano y un par de lágrimas en los ojos.

Y cansada. Muy cansada, tan cansada que a veces no podía levantarse de la cama siquiera. Juntar energía para levantarse era demasiado para ella, incluso en noches tranquilas.

El tiempo comenzó a perder significado. ¿De qué sirve llevar la cuenta de los días si siempre estás dormido? Kenna apenas y era capaz de levantarse, comer un poco y caer dormida al poco tiempo. Su mente ya sabía que era una maldición, pero su cuerpo no podía hacer nada contra eso. Ni siquiera podía conjurar una runa básica, menos podría con una para mantenerse despierta, así que cedía. Por cansado que fuera.

Un día soñó con algo diferente.

No eran bestias de Karante, a las que ya se había acostumbrado para ese punto, pero estaba relacionado. Y, por algún motivo, dolía más que si su cuerpo fuera despedazado por trece cabezas diferentes.

Estaba en su casa de la infancia en aquel pueblo lejano de Gara, viéndose a sí misma acostada en su cama con su padre sentado al lado de ella. No era capaz de verle la cara, pero conocía demasiado bien esa silueta.

— ...entonces el joven enterró su espada en el pecho de la bestia, matándola al instante y liberando a la princesa de su prisión — lo escuchó y su corazón se encogió —. Después de esta aventura, los dos volvieron al palacio del Rey, que recompensó al joven con la mano de la princesa que había salvado.

Su hogar se veía igual que lo recordaba. Las cortinas violetas, la pared blanca con pequeños garabatos que se perdieron en el tiempo, su cama llena de muñecos que imitaban la forma de las bestias, todo era igual.

— Pero no se casaron — se escuchó a sí misma.

— Pero no se casaron — repitió su padre mientras la Kenna adulta se acercaba. Estaba tan centrada en la imagen de el hombre que le dió vida que no notó cómo los bordes de su habitación se llenaban de estática —. "Muchas gracias por la oportunidad, su majestad" dijo el joven, "pero mi hogar no es en este reino y mi familia me espera más allá de las montañas".

» Donde el sol deja de alumbrar al amanecer y la luna permanece siempre, donde los Dioses Dragones crearon su tierra y leyendas, donde este mundo y el siguiente se unen. Ahí me espera mi familia, mi gente y, por mucho que me duela rechazar vuestra oferta, más me dolería abandonar a quienes han velado cien días y cien noches por mí.

Kenna se sentó al borde de su cama mientras la estática recorría el techo sobre ella.

— Así que, después de entregarle riquezas inefables, el joven volvió a sus tierras — decía su padre.

— Y más allá del río que rodeaba la nación, encontró su hogar, que lo recibió con los brazos abiertos — repetía ella con melancolía. Su versión pequeña en el sueño se había dormido mientras su padre tarareaba una melodía lejana y que sintió nueva gracias al olvido. Kenna sintió también la necesidad de acariciar su cabello. Era pequeña. ¿Cinco, seis años? Aún no tenía preocupaciones ni problemas. Aún era una niña.

Alargó los dedos hacia su rostro, mas finalmente se dió cuenta de que algo estaba mal: la estática, tan extraña para ella, estaba rodeándo la cama y comenzaba a subir por la cama como hiedra en las paredes.

— ¿Qué...? — murmuró sorprendida, levantando la cabeza para ver a su padre. Él ya no estaba ahí, se había desvanecido igual que el cuarto alegre de su infancia. En su lugar estaban las paredes blancas recién pintadas por su madre, sin cortinas ni nada suyo más allá de la cama desnuda. Y la niña ya no estaba ahí, solo estaba una joven de dieciséis años con los ojos hinchados por el llanto. Kenna se sorprendió ante el repentino cambio, levantándose rápidamente de la cama y retrocediendo.

No, esa memoria no.

— ¿Te gusta? — escuchó a alguien tras ella y se giró para encontrarse con esa mujer. La mujer del tren parada frente a ella, aquella que seguramente le había puesto la maldición —. Sinceramente me gusta más esta decoración que la otra. Más minimalista, ¿no crees?

— ¿Quién eres? — preguntó con miedo. Esa mujer la aterraba y le causaba frío. Un frío que helaba sus huesos y la congelaba en el lugar en el que estaba, incapaz de correr o moverse siquiera. Y su risa... su risa era espeluznante, hizo que los brazos de Kenna temblaran en cuanto la escuchó.

Kenna.

— Te estás congelando, Kenna — pronunció su nombre como el toque de una daga —. Tu cuarto siempre ha sido frío, ¿No? Ni toda la magia del mundo te haría sentir calor en esos inviernos.

¡Kenna!

La mujer extendió su mano hacia el pecho de la chica, que retrocedió por instinto. Y sonrió, una sonrisa tan fría que dolía en su alma.

— Pero aún así dejabas la ventana abierta, todas las noches.

La joven sintió una sacudida, como un pequeño terremoto que no impactó más que a ella. Daba pasos lentos hacia atrás, alejándose de alguien que se acercaba a ella cada vez más.

— ¿Querías que una bestia de Karante te encontrara? ¿Que te asesinara en tu sueño?

Otro temblor que la levantó del suelo agrietado. Cada segundo una grieta aparecía en su sueño, una grieta que se agrandó hasta que la succionó. ¿Era eso parte del sueño? La sonrisa de la mujer la perseguía en la oscuridad, cosas que ella nunca había dicho pero la mujer sabía. Era aterrador.

— ¡Kenna! — volvió a escuchar y esta vez sintió algo diferente a un temblor. Agua, agua en su rostro que le hizo levantarse de golpe y tallarse los ojos. Todo eso fue un sueño, eso ya lo sabía, pero había logrado despertar. Cuando logró abrir los ojos se encontró con Nule frente a ella, con un vaso de agua vacío en la mano y una mirada consternada en su rostro. La había salpicado al levantarse y la propia Kenna estaba empapada, pero pareció importarle poco a la de cabellos rosas, que la abrazó diciendo palabras que Kenna no era capaz de entender.

Su cuarto con luz natural se veía amarillo. Y extraño, su cerebro tardó unos minutos en reconocer sus cosas, sus libros y su propia cama. El cuarto parecía fuera de lugar, ella estaba fuera de lugar y sentía que no había estado ahí en mucho tiempo. Ledi (Ledi estaba ahí, ¿Cómo no lo notó?) le ofreció un vaso de agua que cayó por su garganta como una bendición. Ni siquiera había notado lo deshidratada que estaba hasta que sintió el agua en su boca.

— ¿Cuánto tiempo...? — empezó a pronunciar, pero su voz salió ronca y su garganta ardió.

— Dos semanas desde la última vez que te vimos. No estamos seguros de cuánto llevas dormida — contestó Ledi. Kenna tenía la sensación de que debía estar enojada con él, pero el motivo simplemente había escapado de su mente. Todo estaba muy nublado como para concentrarse en eso. Además, ella tampoco tenía idea de cuánto tiempo llevaba dormida, sólo que el mundo real parecía más onírico que sus propios sueños.

Ledi y Nule se miraron entre sí y murmuraron cosas incomprensibles. Nule era mucho más pequeña que Kenna, pero en ese momento se veía más alta, más madura de lo que normalmente. Y Ledi estaba preocupado, una mirada que nunca había visto en él, al menos no que pudiera recordar. Después de unos minutos, Ledi le acarició la cabeza y salió de la habitación en silencio.

— Ven — le dijo Nule con cariño, ayudándole a levantarse de la cama —. Te llevaremos a comer, ¿Vale?

La cafetería más cercana a su departamento fue a donde Nule decidió llevarlos. Era pequeña, poco concurrida y la dueña conocía a la chica, por lo que el trato preferencial era un tanto notable. Nule se sentó al lado de Kenna y Ledi frente a ellas mientras comían. No tenían idea de si Kenna se había encargado de alimentarse durante las últimas semanas, así que se aseguraron de que comiera (y bebiera) bien mientras ellos apenas y tocaban su comida. Si se había alimentado de la misma manera en la que se había hidratado, esa comida era nada. Nule realmente estaba alegre de que siguiera viva, aunque fuera en ese estado.

Kenna era una chica pulcra. Fuera porque así le habían criado en su casa o porque era parte de su personalidad, Kenna tenía hábitos que nunca rompió. Ir a clases por poco que le gustara, comer a cierta hora, escribir y ver a sus amigos a ciertas horas, dormir una cantidad de horas y despertarse siempre a las seis, sin importar qué tan cansada estuviera, incluso cuando empezó el asunto de los sueños y el tercer ojo. Pero hoy Nule la veía como a una extraña desalineada que aún no terminaba de despertar aunque hubiera pasado una hora. Sus ojos se veían cansados y parecía que iba a ceder ante los brazos de Morfeo en cualquier momento. Eso era algo que no se podían permitir. Despertarla había costado mucho trabajo y no sabían qué tan problemático sería dejarla dormir de nuevo.

Intercambiaba miradas con Ledi mientras Kenna comía. Realmente no esperaban que su amiga estuviera en ese estado, al menos Nule tenía la idea de que iba a encontrarla indignada con Ledi, sí, pero al menos despierta y cuerda. Afortunadamente, Ledi era más pesimista que ella y había arreglado las cosas por si Kenna no estaba en sus cinco sentidos. Y así era.

— Vamos, Kenna — se levantó Ledi cuando terminaron. Kenna, que se veía más despierta pero aún un tanto inconsciente, lo observó con extrañeza —. Ven, te explicaremos en el camino.

— Pero la cuenta... — fue lo que respondió la rubia. Nule sonrió, esa era su amiga.

— No te preocupes, va por mi cuenta — le sonrió, tranquilizadora —. Te lo debemos por no ir a verte en tanto tiempo.

Ledi ayudó a Kenna a levantarse y, con cuidado, la sacó de la cafetería. Afuera esperaron un taxi mientras Nule pagaba y se apresuraba para alcanzarlos. No algo que sucedió pues toda la atención de la dueña estaba en un grupo de cinco chicos en un rincón. La nigromante gruñó. Había algo mal con Kenna y necesitaba estar ahí, lo sentía. La idea de que estuviera maldita se convertía en una posibilidad cada vez más grande, tal vez la estaba matando ahora mismo y ellos no lo sabían. ¿Por qué no fueron a verla antes? Cuando Nule volvió a recibir noticia de sus amigos, obviamente no fue algo bueno, por muy poco sorprendente que fuera para este punto.

— ¿Están seguros de que no puede ser una simple narcolepsia? — preguntaba por teléfono a Ledi. Este estaba en una clínica con Kenna, quien estaba siendo revisada por una doctora rúnica. El dolor en su pecho se hacía grande cada vez que veía a la mujer conjurar una runa, recordando al fin el episodio que la mandó a dormir por tanto tiempo.

— La narcolepsia no incluye sueños, Nule — escuchaba a Ledi —. Kenna estuvo soñando por días enteros sin poder despertar.

— Tal vez por más de una semana — añadió la doctora mientras leía las runas, algo que la propia Kenna era incapaz de verse haciendo —. ¿Recuerdas haberte alimentado en todo este tiempo? — le preguntó a ella y negó —. Interesante.

La doctora hizo una seña a Ledi y este colgó a Nule. El consultorio era blanco y Kenna agradecía con toda su alma que Ledi hubiera decidido abducirla a una clínica rúnica y no a la oficina de algún lector de símbolos, que fue su primera intuición cuando Ledi incluyó las palabras "solución" y "sueños" en la misma oración. Ambos se sentaron frente al escritorio de la doctora y esperaron pacientemente su veredicto. Unos minutos de silencio pasaron mientras ésta dibujaba la misma runa repetidamente en múltiples pedazos de pergaminos.

— Señorita Hart, lamento informarle que no hay mucho que las runas puedan hacer a su favor — soltó la mujer como un veredicto cruel. La chica sintió la mano de ledi sobre la suya mientras ambos escuchaban —. Su amigo tuvo una buena intuición al traerla aquí, pero esto es una maldición extraña que no podemos controlar a menos que-

— La lea alguien más — interrumpió Ledi. La doctora lo volteó a ver y asintió.

— Ir con un lector de símbolos es su mejor opción, señorita. Sin embargo, considerando que esto se parece bastante a la narcolepsia, lo único que puedo recomendarle son estas runas — le ofreció los pergaminos. Kenna fue incapaz de reconocerlos —. Actívelas y la mantendrán despierta seis horas. Esos pergaminos le servirán por dos semanas, espero que para ese entonces pueda conseguir un lector. Si le parece bien, puedo recomendarle algunos de confianza que...

Kenna se desconectó, mirando las runas en silencio.

Estaban llenas de detalles pequeños y trazos que no conocía. Ledi empezó a hablar con la doctora mientras ella observaba las runas.

Tenía razón: estaba maldita.

Por algún motivo era incapaz de sentirse triste por eso. Sentía un dolor en su pecho, pero no pasaba de eso. Ledi le indicó que salieran y lo hizo tras reverenciar a la doctora. Ledi marcaba por teléfono (¿Y su propio teléfono? No recordaba haberlo visto en su departamento), seguramente a Nule para darle el diagnóstico final. No contestaba.

— ¿Estás bien? — le preguntó el chico, deteniéndose en la sala de espera antes de salir.

— Sí, sólo... — se detuvo. Levantó la mirada y, tras Ledi, pudo ver una silueta conocida. La mujer de sus sueños estaba ahí, sentada como cualquier paciente, pero mirándola fijamente. Un escalofrío recorrió su espalda.

— No te preocupes — su amigo la abrazó sin notar la expresión de Kenna —. Nule y yo te ayudaremos, ¿Vale?

— Está bien — respondió sin despegar sus ojos de los de la mujer —. Sé lo que debo hacer.

Su orgullo tendría que caerse. Pero era eso o seguir permitiendo que la mujer apareciera en su mente y le recordara sus traumas cada segundo de su existencia.

Iba a visitar un instituto privado.

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