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El tren viene y va. No importa cuánto tiempo pase o cuántos pasajeros aparezcan y desaparezcan en el andén, Kenna Hart sabe que es el mismo tren el que pasa y que, sin importar cuántas veces lo haga, ella no se subirá a él. Sus pies están pegados al suelo del andén, sus manos presionando un montón de cuadernos contra su frío pecho. La gente caminaba alrededor suyo, siempre subiendo al tren pero nunca bajando, mas ella se mantenía firme en su lugar.
Una mujer se paró a su lado. Era alta y esbelta, una capa violeta cubría sus hombros, haciendo juego con sus largos guantes. Kenna sintió encogerse apenas sintió su presencia, un aura parecida a la de todos los lectores de símbolos que conocía. Pero no era eso, era algo completamente diferente.
— Hace frío aquí, ¿no crees? — habló la mujer, sorprendiendo a Kenna. Soltó un "sí" por debajo de su nariz y la mujer esbozó una sonrisa —. Normalmente la gente se sube al tren para quitarse el frío, ¿sabes?
— Aún no llega el mío — contestó con pena, mintiendo. La mujer rió y Kenna se estremeció.
— Entiendo — levantó su capucha y reveló un cabello tan oscuro como su piel a la vez que un nuevo tren aparecía en el andén —, pero puedo ver que mueres de frío. Ni todos esos libros te lo quitarán, ni esperar aquí todo el tiempo. Al contrario, solo se hará más tarde y la noche es mucho más helada que el día. Tómalo.
Kenna volteó a verla. Le asustaba, si, pero ese no era su tren —. Esperaré un poco más.
La mujer la volteó a ver y su sonrisa heló cada hueso de Kenna. Se quitó un guante y mostró una mano cubierta de venas oscuras, sangre negra que se acumulaba en sus dedos.
— Entiendo.
Su dedo índice tocó la frente de la chica, que estaba inmóvil, igual que antes.
— Entonces tú serás la siguiente.
Aquel sueño había quedado grabado a fuego en la mente de Kenna. Durante múltiples clases y sesiones de estudio había prestado más atención a la imagen de la mujer que aparecía en su sueño que en las runas que se presentaban ante ellas. No es que fuera inusual encontrarla distraída durante sus clases, todo lo contrario, lo inusual era la naturaleza del pensamiento que la distraía.
Durante toda su vida, Kenna Hart había sido incapaz de soñar.
Tener un sueño ahora, a sus diecinueve años, después de haber elegido su rama de estudio y haber roto relaciones con mucha gente parecía hasta un insulto. ¡Kenna Hart, la retrasada que aprendió a soñar hasta la universidad! ¡La desheredada de los Hart, el linaje más largo de lectores de símbolos, aprendió a soñar! Oh, por los cien dioses, ¿Qué clase de broma cruel era esta? ¿Qué posibilidad había? ¿Una en un millón? ¿En mil millones?
Por más afligida que estuviera por la situación, sus amigos no pudieron resistirse a celebrar el evento. Su amiga Nule, una nigromante con problemas para fungir como médium, se había encargado de hacer saber a todo aquel que conociera que Kenna Hart había abierto su tercer ojo. Su amigo Ledi, un profeta miope, dijo que tal vez había sido un evento único y podría no volver a soñar.
No podía estar más equivocado.
Los sueños no pararon ahí. Desde la noche en que una mujer imaginaria tocó su frente, su imaginación comenzó a volar por las noches (y algunos días), mostrando siempre un lugar diferente, una aventura que duraba lo que durmiera y que se volvía su obsesión cuando despertaba. Un sueño cada vez más vivo que el anterior, por más inútil que fuera ahora.
Debió esperar un poco más.
Y así siguió, descubriendo de a poco lo que la gente sentía y que ella nunca había experimentado. Las cosas de las que sus hermanos menores hablaban mientras ella se sentaba en la esquina de su casa, rezando para adquirir la misma habilidad pronto. Lo que sus amigos contaban, lo que los maestros explicaban, lo que había pasado toda su vida anhelando y que recién se presentaba a ella. Solo que demasiado tarde.
Si esto hubiera pasado dos años antes, cuando Kenna había cumplido los diecisiete años apenas y aún no formaba parte de ningún clan mágico, habría sido capaz de elegir lo que quería, realmente elegir si quería seguir el legado de su familia o buscar algo más. Pero no, su tercer ojo estaba cerrado y, de las cuatro ramas a elegir, sólo podía tomar la de estudio de runas, la única que no le atraía pero la única que no necesitaba la existencia de los sueños, su magia quedando sellada a sus manos sin oportunidad de cambiarlo.
Tratar de no pensar en eso era difícil, pero más difícil era realmente deprimirse cuando los mundos se presentaban ante ellas como oportunidades. Kenna deseaba dormir y dormir, soñar y soñar por la eternidad, entregarse a ese placer que nunca había sentido y pertenecerle a él, no a los libros y no a las runas.
Mas no todo puede ser feliz por siempre, ¿No?
Un mes, dos meses después de su primer sueño en el tren, Kenna volvió a soñar con ese mismo andén. No estaba en los pasillos, sino en el propio tren. Sola. Un espacio que, según la cantidad de gente que corría por los andenes, debía estar lleno o apunto de eso. Pero no, las puertas no se abrían y la gente no entraba. Las luces parpadeaban y un viento frío había aparecido de la nada.
Y de pronto, estaba frente a ellas.
Kenna Hart estaba parada frente a ella con los ojos cerrados. Atrás estaba la mujer del primer sueño, recargando su mano oscura en el pecho de la muchacha. Kenna en el sueño, que veía la escena con terror, trató de retroceder. No pudo, sus pies estaban de nuevo pegados al suelo y su mirada no se despegaba de la de la mujer.
— Mira.
Los ojos de la Kenna del sueño se abrieron, oscuros como la mano de la mujer. Ella tocó el pecho de Kenna con su dedo índice y lo atravesó, siendo lentamente absorbida por una Kenna que se volvía más y más oscura, cuyas extremidades se llenaban de venas del color de la noche y cuyos ojos empezaron a soltar ese líquido como si de lágrimas se tratasen.
La Kenna del sueño, poseída, soltó una risa gélida y la Kenna en el sueño despertó, sudando frío y con el corazón en la mano. Su cabello cenizo se había erizado y podía sentir escalofríos en cada parte de su cuerpo.
Esto no era una bendición como había pensado. Era una maldición.
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