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Villancicos

Yugi estaba temblando, pero no era de frío.

La emoción de aquello que prometía la salida del sol, de lo que la mañana traería, provocaba que en su cuerpo vibrara cada pequeño nervio.

Ni el movimiento del agua bajo el barco bastaba para calmarlo.
El pequeño tricolor sentía que nada podría conseguirlo.

Se abrazó a sí mismo. En ese instante, en su hogar debía estar helando, Japón estaba en invierno y él ya se había habituado al clima, por lo que el frío aire de la noche en el desierto no le afectaba.

Simplemente, la expectativa de volver a ver a su Yami no le permitía conciliar el sueño.

—Es una linda noche ¿cierto Yugi?

El tricolor giró para ver la sonrisa amigable de un Ryou que estaba igual de intranquilo que él, pero mantenía las apariencias mucho mejor.

—Tienes razón, aquí las estrellas relucen en todo su explendor —correspondió el menor.

Ryou se unió a él contra la barandilla del barco —No puedes dormir ¿me equivoco?

El rey de los juegos negó lentamente con la cabeza.

—Personalmente, no creo que eso sea bueno —mencionó el albino, para luego mirarlo a los ojos —pero, honestamente, yo tampoco consigo dormir —concluyó con una risilla, para luego ir a sentarse en una banca. Yugi lo siguió.

—Hice mi intento —se excusó el más bajo —sólo daba vueltas en la cama.

Ryou soltó una risilla y se reclinó, pegando la espalda a la pared, subiendo una pierna también para poder apoyar la mejilla contra su rodilla.

— ¿Sabes? —mencionó el albino distraídamente —no sé por qué, pero recordé de pronto una canción que mi madre me cantaba mucho de pequeño, por estas fechas —evocó con expresión dispersa.

— ¿Ah sí? ¿Cuál es? —consultó Yugi curioso.

Ryou le sonrió y se acomodó mejor...

A la nanita nana, nanita nana, nanita ea,
mi niño tiene sueño, bendito sea, bendito sea.

Yugi ladeó la cabeza, complacido con la suave y hermosa melodía que salía de boca del albino.

A la nanita nana, nanita nana, nanita ea,
mi niño tiene sueño, bendito sea, bendito sea.
Fuentecilla que corre clara y sonora

Los ojos de Ryou se desviaron por un momento a la ribera del rio.

ruiseñor que en la selva cantando lloras
calla mientras la cuna se balancea

Yugi cerró los ojos, reclinándose contra el hombro de Ryou; su respiración haciéndose más suave.

a la nanita nana, nanita ea.

.

El sol naciente descubrió a ambas luces, apoyados uno contra el otro, dormitando suavemente apenas un par de horas después.

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