Muerdago
—Ten cuidado, Temu —Dany esperó a que su hermano terminara de sujetar la tira de luces navideñas por todo el techo para conectar el enchufe y ver si servía.
—Se ve genial, aunque lo diga yo mismo —se enorgulleció el tricolor.
—Te quedó bien, sí —accedió la azabache con una risilla —Ahora, hazme el favor y busca el rollo de malla, debe estar en alguna de las cajas que dejamos en la sala —le pidió mientras tomaba unas guirnaldas para colocarlas alrededor de los marcos de las ventanas.
— ¿Harás un lazo, hermana? —consultó el menor, viéndola subirse a una escalerilla.
—Sí, sobre el umbral del pasillo —señaló Dany.
Atemu entonces se dirigió a la sala, no sin antes decirle a su hermana que tuviese cuidado sobre aquella escalera.
El moreno esculcó la sala con sus ojos color vino, había un par de cajas aún selladas y otra abierta de par en par con adornos para el comedor.
Tomó una tijera para abrir una de las cajas que seguían cerradas y empezó a rebuscar la malla roja con bordados color oro que su hermana usaba cada año para hacer un lazo o figura diferente para decorar.
— ¡Aquí! —exclamó bajito, en victoria, cuando halló lo que buscaba. E iba a regresar con su hermana mayor cuando un ligero golpe en la puerta llamó su atención — ¿umm?
Curioso, se acercó a la mirilla de la puerta principal, solo para ver una cabellera plateada y un largo abrigo rojo. Gruñó con molestia y sostuvo el carrete, donde estaba envuelta la malla, con una mano y abrió.
—Hey, rayitos —saludó Akefia, sacando una mano del bolsillo de su abrigo; tenía la boca cubierta con una bufanda blanca, cuyas puntas caían hasta su cadera y se mecían con la brisa invernal. Incluso Atemu se estremeció cuando la brisa lo golpeó, dentro de casa estaba definitivamente más cálido.
—Entra, anda —cedió el paso, sin ganas de quedarse a sentir más frio del exterior —y te he dicho que no me llames así —gruñó.
— ¿Está tu hermana? —lo ignoró, preguntando divertido al ver el adorno en sus manos, luego silbó —el salón les quedó lindo —comentó, mientras se quitaba la bufanda.
—Hai, a nee-san se le dio hoy por querer decorar toda la casa de navidad —explicó, caminando de regresó a donde estaba a azabache.
—Ya sabes cuánto ama la navidad —tal comentario, se ganó unas risillas de complicidad entre ambos chicos.
—Es cierto... por cierto ¿has pensado en que regalarle por su cumpleaños? —curioseó el menor, su hermana cumpliría años a fin de mes y aún no se había decidido por un obsequio.
Akefia meneó la cabeza —he estado sopesando algunas opciones —dijo superfluo, pero con una sonrisa ladina.
Atemu estaba pensando en insistir más para descubrir sus planes cuando la voz de su hermana lo interrumpió — ¿Por qué demoras tanto, Atemu? —había medio-gritado Dany, de espaldas a ellos, aún subida en las escaleras, de puntillas, asegurando la guirnalda en la parte alta del marco del ventanal que daba al patio trasero.
—No grites nee-san, aquí estoy —rio el tricolor —me demoré atendiendo la puerta —se excusó, mientras Akefia se adentraba más.
— ¿La puerta? —Dany giró la cabeza, solo para que Akefia entrara en su rango de visión. El peliplata empezaba a quitarse su chamarra — ¡woah!
— ¡Cuidado!
La azabache se había tambaleado por los nervios repentinos al ver a Akefia, cosa que la hizo perder el equilibrio y resbalar del escalón de la escalerilla. Atemu gritó con los ojos como platos y dejó caer el carrete de la malla.
Akefia, que estaba más cerca, había atinado a sostener a la chica, aún con su chamarra medio enredada en uno de sus brazos. Cuando la vio tambalearse sintió que su corazón se le detenía, y al sentirla caer entre sus brazos su propio equilibrio le jugó una mala pasada y le hizo arrodillarse en una pierna; por suerte, su preciada carga no había recibido daño alguno.
O eso esperaba.
— ¿Estás bien, princesa? —le susurró.
Dany abrió los ojos lentamente. La caída, el subidón de adrenalina que este le generó, su grito y el de Atemu la habían mareado ligeramente.
Pero todo se esfumó al ver esos bellos y brillantes ojos lilas, tan preocupados por ella.
Sentía que el mundo se paraba a su alrededor, solo con estar segura entre sus brazos.
— ¡Hermana ¿te encuentras bien?!
La voz de Atemu la sacó de su ensimismamiento y los colores se le subieron a la cara, tanto que vapor emanó de sus mejillas.
—Yo... amm, s-sí, estoy buena. Quiero decir, bien... estoy... etto —sentía que su cerebro no funcionaba del todo correcto, en especial cuando Akefia recuperó su estabilidad y se puso de pie, con ella aún en brazos, al estilo princesa —solo... duele... ¿cabeza?
— ¿Te duele la cabeza? Iré por una pastilla al botiquín —se apresuró el tricolor, yendo por las escaleras al segundo piso.
—Etto... ¿m-me bajas?
— ¿Segura que estas bien, Dany? —preguntó él, antes de hacer nada.
—Sí, solo fue la sorpresa, yo... resbalé —dijo apenada.
—Fue mi culpa entonces, lo siento nena —se disculpó, dejándola con cuidado sobre sus propios pies, unos pasos lejos de la escalera.
—No, no, no ¡No es cierto! —se apresuró —yo es que soy un poco torpe —agachó la cabeza con pena.
—Princesa... —Akefia se atrevió a levantarle el mentón con una mano.
Dany se dejó hacer y le miró a los ojos, aun ligeramente sonrojada y apenada; pero la sangre le regresó de golpe a las mejillas cuando algo más atrajo la atención de sus ojos chocolates.
Akefia se extrañó de su reacción así que levantó la vista también. Una ramita con hojas picudas y frutos rojos fue lo que halló.
Muérdago.
Un sonrojo más ligero tiñó la mejillas del muchacho también, pero fue acompañado de una pícara sonrisa.
—Hey, princesa... ya conoces la tradición —le dedicó una mirada coqueta, deslizando su brazo alrededor de la cintura femenina.
—Ah, pero... n-no es nochebuena, digo, navidad —balbuceó ella, dejándose hacer sin embargo.
— ¿Acaso importa? —murmuró, inclinándose para estar solo a milímetros de sus labios.
—Akefia... —el moreno no soportó ese suspiro con su nombre, por lo que bajó a apropiarse de la sonrosada boca que lo había proferido.
Ambos gimieron de gusto.
Fue solo una simple caricia de labios, pero para ellos era sumergirse en su propio mundo, donde sus corazones latían al unísono y sus cuerpos abrazados encajaban como piezas de rompecabezas.
Perfectos el uno para el otro.
.
.
Atemu dejó caer el vaso con agua que había traído para que su hermana se tomara la pastilla, al llegar y verla abrazada y besándose con Akefia.
Sintió un retorcijón en la boca del estómago.
...Que suerte que el vaso era de plástico.
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