Toda visita al centro comercial que se respete, incluye un largo paseo en el pasillo de juguetes.

Eso es regla tanto en niños como adolescentes.

¡Hasta en adultos ¿qué rayos?!

Todos los que conserven alma/corazón de infante, lo hacen.

Los pasillos repletos de juguetes 'para niños' son una trampa mortal, más atrayente que el néctar para las mariposas.

Más aún cuando se va con amigos; entonces surgen bromas, chistes, y es inevitable ponerse a probar las diferentes exhibiciones o comparar anécdotas de viejos juguetes, juegos y regalos.

Pero no hay mejor momento que la época navideña.

Los centros comerciales despejan, cuanto menos, dos pasillos de más para exhibir los juguetes.

Yami, Bakura, Tristán y Joey habían estado, por lo menos, una hora jugando en la árcade, pero al volver a los pasillos del supermercado seguían Yugi y Ryou, curioseando los peluches en los estantes, comentando y recordando los peluches con los que dormían o adornaban sus camas desde niños.

—Mi favorito de todos, recuerdo que me lo regaló mi madre a los cinco —comentaba el albino, empinándose para bajar un gran tigre blanco de peluche —tenia ojos rosados, una oreja caída y si le apretabas la mano cantaba.

—Debía ser muy lindo, el mío me lo regaló mi abuelo —Yugi estaba frotando un tradicional oso castaño oscuro, con una bufanda roja estampada con copos de nieve —era un Kuriboh bastante grande.

—Jajaja ¿por qué eso no me sorprende? —rio el albino enternecido, mientras su amigo se sonrojaba ligeramente.

Joey pronto se unió a la conversación, mencionando emocionado un cachorro de peluche que Serenity había escogido para él en una visita a un centro comercial, poco antes de que su madre y ella se fueran.

— ¿Qué? —exclamaron los tres estudiantes al sentirse el foco de las miradas fijas y silenciosas de los otros varones.

El pasillo de juguetes era una parada sin duda obligatoria.