Ryou ya había perdido la cuenta de los años que había dejado de compartir la cena navideña o de fin de año con cualquier otro ser humano.

Y ahora mismo, lo último que quería era recordarlo.

Con el aroma de la lasaña emanado del horno.

El tarareo de Yugi, de algún villancico, en medio de la sala.

Las preguntas curiosas de Malik, que intentaba hacer de todo para ayudar.

Y las bromas/tonterías de Joey y Tristán, que se ganaban risas de Duke, y Serenity, así como regaños de Tea y Rebeca.

Ryou no podía hacer nada más que sonreír y atesorar la tibieza de la felicidad que se instalaba en su pecho, agradeciendo al hermoso y milenario collar que allí relucía sobre sus ropas, por haberle ayudado a conocer tantas personas maravillosas que ahora podía llamar amigos.

—Eso huele bien, yadonushi —unos familiares brazos fuertes, enrollándose en su cintura, lo sacaron de sus pensamientos.

—Si intentas robar un bocado que sepas que terminaras corriendo por un cubo de agua —le advirtió el menor risueño —espera un poco más, en unos minutos la cena estará lista —añadió, ladeando el rostro para ver los ojos de Bakura.

El aludido compuso un mohín de aburrimiento en su rostro, el cual fue fácilmente remplazado por una sonrisa coqueta —de acuerdo, creo que me adelantaré un poco de postre entonces.

A Ryou ni tiempo le dio de expresar su confusión, cuando Bakura había atrapado sus labios en un fogoso beso, con sabor a bastón de caramelo.

Ryou solo podía estar feliz, sabiendo que nunca más volvería a pasar las fiestas solo.