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4

Rebecca cerró su habitación de un portazo en cuanto pudo subir, ya que había intentado consolar a Mike durante un rato, acción que fue inútil, su hermano estaba destrozado y ella también. Le dolía pensar en Will, en el hecho de que sólo era un niño y le había faltado tanto por vivir. Le dolía aún más saber lo cruel que debió haber sido su muerte, si realmente había sido la criatura quien lo asesinó... dudaba mucho que hubiera sido rápido e indoloro.

Dejó que las lágrimas se deslizaran por sus mejillas y abrazó la almohada, llorando en silencio. Nunca había sido muy cercana con Will, solamente lo saludaba y algunas veces había intercambiado algunas palabras con él; era muy tímido. Sin embargo, lo apreciaba mucho, los adoraba a los cuatro.

Pensó en Eleven y en que no había tenido tiempo de hablar con Mike sobre ella, no había encontrado el momento y después de la muerte de Will, dudaba que dicho momento fuera a llegar pronto. Decidió que mientras no causaran problemas, estaba bien, no era de su incumbencia lo que quisiera hacer Mike, además, eran niños, ¿qué podían hacer? Si fuera alguna adolescente estaría preocupada de que tuviera algún vicio o que usaran el sótano como motel.

Abrió la puerta de su habitación en cuanto escuchó que tocaban y se topó con Eleven, quien la miró con ojos tristes. La dejó pasar y volvió a tumbarse en la cama.

—¿Cómo está Mike? —le preguntó a la niña, quien se sentó en la cama en silencio.

—Mal —respondió El con voz queda.

Rebecca suspiró con fuerza, se sentía cansada de tanto llorar y darle vueltas al asunto, ¿en qué momento Hawkins se había convertido en eso?

—¿Tú? —preguntó El.

—He estado mejor.

La niña asintió y le dio la mano, haciendo a Rebecca sonreír. Las manos de Eleven eran delgadas y pequeñas, además de que estaban hirviendo.

—Gracias —susurró Becca, cerrando los ojos.

• • •

Steve siguió a Nancy mientras la castaña lo guiaba detrás de las canchas de fútbol, lucía bastante alterada y apenas si había hablado ese día.

—Fui a tu casa ayer —suspiró y el castaño la miró con el ceño fruncido—, estaba buscando algo que pudiera decirme dónde está Bárbara y vi... Sé lo mal que suena, pero vi una especie de monstruo sin rostro.

Harrington no supo qué decir, por una parte le molestaba el que Nancy fuera a su casa sin decírselo, pudo habérselo comentado y hubieran buscando juntos. Segundo, ¿un monstruo?

—No entiendo, ¿fuiste a mi casa? —acabó por decir Steve, notándose su molestia en la voz.

—A buscar a Bárbara —repitió Nancy.

—Bien, ¿y por qué no me lo dijiste?

—No lo sé... estaba asustada.

—¿De verdad crees que viste a un hombre con una máscara pasando el rato en mi jardín?

—No creo que sea una máscara.

—¿Pero no tenía cara?

—¡No lo sé! —exclamó Nancy, frunciendo el ceño—. No lo sé, sólo... tengo un mal presentimiento de esto.

—Bueno esto es malo, muy malo —comentó Steve, respirando con fuerza.

—¿Qué? —preguntó la chica al verlo tan alterado.

—Los policías, van a querer hablar con nosotros. Tommy, Carol, Rebecca, todos los que estábamos en la fiesta.

—¿Y?

—¡Mis padres van a matarme! —exclamó, sabiendo lo mal que sonaba lo que decía.

—¿Es en serio?

—Tú no lo entiendes, mi papá es un imbécil.

—¡Bárbara está desaparecida! —se molestó Nancy—, ¿y tú te preocupas por tu papá?

—Sí, bueno, cuando hables con los policías sólo no menciones las cervezas... sólo será más complicado y Bárbara no tiene nada que ver con eso, ¿si?

—No puedo creerlo —masculló Nancy, mirándolo mal—, ¡no puedo creerlo!

Y dicho esto se alejó, dejándolo solo en el callejón.

—¡Nancy, espera! —gritó pero la castaña lo ignoró.

Se masajeó las sienes y suspiró, sabía lo idiota que había sonado pero no podía evitar estar aterrado de lo que diría su padre si se enteraba que habían bebido cerveza o que había estado con Nancy en su habitación. No quería siquiera pensarlo, lo castigaría de por vida y se lo reprocharía cada que tuviera la ocasión.

Caminó a clase aún sintiéndose culpable, no sabía cómo explicarle a Nancy lo difícil que era su relación con su padre y que el miedo a que se enterara en verdad estaba justificado, no era que no le preocupara cómo se sintiera ella o lo que hubiera pasado con Bárbara, era que el miedo a su padre era tan grande que opacaba todo lo demás.

Rebecca estaba sentada en el asiento que él solía ocupar y de sólo ver su rostro decidió que no era momento de pedirle que se cambiara de lugar, tenía los ojos cristalizados y las ojeras le llegaban a la mitad de las mejillas. No tenía rastro de maquillaje y utilizaba una enorme sudadera que le llegaba a medio muslo, además del cabello recogido en una coleta mal hecha.

—Te ves terrible —murmuró Rebecca en cuanto pasó junto a ella, haciéndolo sonreír levemente.

—Ya somos dos —la chica asintió y sonrió sin ganas.

La clase comenzó y Steve apenas pudo prestar atención, sabía que debía disculparse con Nancy por ser un idiota gigante y aún no decidía cuál era la mejor manera de hacerlo. Después estaba el miedo de que la castaña cumpliera con lo que le había pedido, sólo podía rogar que se apiadara de él y no le dijera a los policías lo que en realidad había ocurrido. Si lo pensaba bien, la presencia de la cerveza no influía para nada en la historia, Bárbara ni siquiera había bebido.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos al ver que Rebecca se ponía de pie y salía del aula dando un portazo, ganándose un regaño por parte del profesor, que no paró de gritarle que volviera, orden que la chica ignoró por completo.

Miró a Tommy, quien reía disimuladamente.

—¿Qué? —preguntó Steve.

—Sólo hice un comentario sobre el muerto —dijo Tommy, fingiendo inocencia.

—Dios, Tommy, un niño muerto no es motivo de risa —masculló Steve, ganándose una mirada reprobatoria de su amigo, la cual ignoró, tenía suficiente qué pensar ese día como para preocuparse de Tommy H.

Salió del aula y escuchó los gritos del profesor a lo lejos, lo tenía sin cuidado, simplemente se concentró en buscar a Rebecca. La encontró sentada detrás de las gradas, tenía la cabeza entre las piernas y lloraba en silencio. Se sentó junto a ella y le acarició el cabello, haciéndola sobresaltarse.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, limpiándose las lágrimas e intentando recobrar la compostura.

—Sólo quería ver que estuvieras bien.

—Lo estoy —masculló, haciéndolo sonreír.

—Rebecca, estás empapada en lágrimas y con el rostro tan hinchado como una pelota de basquetbol, claro que no estás bien.

—Gracias por consolarme con tanto fervor, Harrington —se quejó Wheeler, haciéndolo sonreír.

—Ya no estás llorando —sonrió—, es un avance.

—Eso es porque no puedo llorar frente a los demás, no es mérito tuyo.

—Auch —Rebecca sonrió—. ¿Qué tienes?

La chica suspiró.

—Encontraron el cuerpo de Will y... —se le quebró la voz, haciéndola tomar aire—. No lo sé, estoy muy triste.

Steve le acarició el dorso de la mano y después la abrazó por los hombros, permitiendo que Rebecca acomodara la cabeza en su hombro mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas.

No tenía ni idea de qué estaba haciendo ni por qué había corrido detrás de Rebecca cuando la vio salir del salón, él no era así, mucho menos con ella, Rebecca Wheeler no figuraba en ninguna de sus prioridades y, sin embargo, ahí estaba, intentando consolarla cuando tenía otras preocupaciones, preocupaciones que había olvidado sólo por estar con ella.

Le gustaba estar cerca de Rebecca, no físicamente, sino a su alrededor. Le gustaba esa manera tan suya de ser, siempre relajada, siempre haciendo lo que sentía en ese momento. Tenía una habilidad especial de contagiar esa paz de la que siempre disfrutaba.

—¿Y tú, Harrington, por qué estás tan afligido? —preguntó la castaña, alejándose de él y mirándolo de frente.

Tenía los ojos llenos de lágrimas y el rostro rojo, y aún así, Steve no pudo pensar en lo hermosa que era. Sacudió la cabeza, intentando no pensar en eso, Rebecca Wheeler no era hermosa, Rebecca Wheeler era su cuñada.

—Pensarás que soy estúpido y superficial —masculló, haciéndola reír.

—Eso lo pienso desde hace mucho —sonrió, haciéndolo rodar los ojos—. Sólo estoy jugando, ¿qué ocurre?

—Peleé con Nancy —suspiró—, cree que a Bárbara le pasó algo y hablará con la policía y yo... no sé, me puse muy nervioso y le pedí que no le dijera nada sobre las cervezas, me da terror pensar que mi padre pueda enterarse.

Rebecca le apretó la mano, sonriéndole levemente.

—Te entiendo —respondió la chica—. Quizá no era el momento ni la forma pero uno desesperado puede llegar a hacer cosas bastante...

—Tontas —completó Steve, haciéndola reír.

—Exacto —sonrió—, no es el fin del mundo. Sólo piensa en la presión que siente Nancy en este momento, estar preocupada por su mejor amiga, no saber qué hacer... por eso se molestó.

Steve asintió. Sintió que sus problemas iban perdiendo peso al haberlo hablado con Rebecca, quien parecía entender algo que él no, como si la palabra complicado no existiera en su vocabulario.

—¿Quieres? —preguntó la chica, teniéndole un pedazo de dona, haciéndolo soltar una carcajada.

—¿Es en serio?

—¿Qué? Estar triste da hambre, Harrington.

Steve rió, tomándola de la muñeca y dándole una mordida a la dona, haciéndola protestar.

—¡Tenías que decir que no quieres! —se quejó—. Odio cuando ofrezco comida y comen.

Harrington soltó una carcajada, haciéndola sonreír.

—¿Complejo de hermana mayor? —se burló Steve.

—Tú no lo entenderías porque eres hijo único —se quejó—, es odioso dejar algo en la nevera y que cuando llegues ya no esté.

—¿Y por qué no lo guardas en tu habitación?

Rebecca rió.

—Vaya idea, Harrington, no lo había pensado —se burló, haciéndolo rodar los ojos—. No puedo guardar helado en mi habitación —masculló a lo que Steve soltó una carcajada.

—Necesito ese tipo de problemas —se mofó y Rebecca le sacó la lengua.

Se quedaron en silencio unos segundos, ambos aún sonrientes, mientras la chica continuaba comiendo bajo la mirada atenta de Steve.

—No puedo comer si estás mirándome —protestó, dándole la espalda.

—Estoy esperando a ver si me ofreces en algún momento.

Rebecca soltó una carcajada.

—Qué bueno que estás sentado porque vas a esperar un buen rato.

—¿En serio no me darás nada?

La chica miró su dona, a la cual apenas le quedaba una mordida más.

—El último trozo es el mejor.

—No lo puedo creer —rió Steve.

—Puedo darte la mitad —acabó por decir Becca, esforzándose por partir lo que quedaba de la dona a la mitad, haciendo sonreír a Steve—. No te acostumbres, que no vuelvo a comer frente a ti.

Harrington rió antes de comer lo que Rebecca le había dado.

—Gracias —sonrió la chica, haciéndolo fruncir el ceño.

—¿Por qué?

—Por seguirme, me siento mejor.

Steve le sonrió de vuelta y le molestó el estarla mirando más de la cuenta, había algo en ella que le gustaba... Aún no sabía qué pero requería un esfuerzo sobrehumano de su parte quitarle los ojos de encima, hecho que sabía que ella notaba porque muchas veces le mantenía la mirada y eso le encantaba, la seguridad que emanaba.

—Creo que eso significa que me debes una —dijo el castaño, haciéndola rodar los ojos.

—Todo lo contrario, Harrington, tú me debes una dona.

El chico rió y la ayudó a ponerse de pie, la piel de Rebecca era fría, casi gélida, hecho que contrastaba con su cálida personalidad.

—Supongo que nos veremos después —sonrió Becca, a manera de despedida.

—Cuidado con esa emoción —masculló Steve, haciéndola reír.

—Intenté fingirla —se justificó con media sonrisa—. Muchas gracias, Harrington.

La chica se alejó con paso elegante, solía mover las caderas al andar y casi parecía que bailaba mientras caminaba.

Steve la observó alejarse y sonrió levemente, sabiendo que disfrutaba pasar tiempo con Rebecca Wheeler.

• • •

Rebecca se vistió con un vestido negro corto, el cual era flojo y sólo se le ajustaba con un delgado lazo a la cintura. El cabello lo llevaba recogido en una coleta y apenas se maquilló, no quería tener que lidiar con el rimel corrido.

Cuando bajó, toda su familia ya estaba lista y esperándola, no intercambiaron ninguna palabra, simplemente salieron de la casa y abordaron el auto.

El camino fue en silencio y Rebecca no pudo evitar notar lo extraño de la situación: Mike no estaba tan afligido como debería de estarlo y Nancy permanecía con la mirada perdida, los conocía tan bien que sabía que algo estaban tramando. Sin embargo, no era el momento idóneo para preguntarlo, además de que dudaba mucho que le confiaran sus planes. Sabía que los de su hermano menor se basaban en Eleven, mientras que Nancy estaba concentrada en encontrar al monstruo, monstruo que Rebecca se había negado rotundamente a buscar, no quería saber qué ocurriría si lo encontraban. Seguramente su hermana estaba molesta con ella y la excluiría de sus planes.

Su sorpresa no disminuyó durante el funeral, los amigos de su hermano estaban tranquilos, incluso se veían ¿felices? No entendía nada de lo que estaba ocurriendo. Además, Joyce, la madre de Will, parecía... Ni siquiera sabía qué parecía pero estaba segura que esa no era la reacción de una persona que había perdido a su hijo.

Todo el tiempo la pasó con el ceño fruncido, intentando entender el por qué todos lucían tan tranquilos y ella era la única que había mostrado signos de estar triste.

Su conflicto se prolongó hasta que llegó a casa, no podía parar de darle vueltas mientras intentaba entender lo que acababa de pasar. 1, nadie estaba triste. 2, todos habían desaparecido. 3, nadie se había molestado en explicarle nada. La verdad era que una parte de ella estaba furiosa por el tercer punto, ¿es que no podían incluirla en ninguno de sus planes? Nancy ni siquiera le había dirigido la palabra, simplemente había desaparecido con Jonathan Byers sin mirarla. Dios, qué le estaba pasando al mundo.

Se tumbó en la cama y se quedó dormida al cabo de un rato de darle vueltas al asunto, estaba agotada física y emocionalmente, ni siquiera había podido cambiarse.

Despertó al cabo de unas horas al escuchar un ruido en su ventana, se sobresaltó al ver que era Steve Harrington.

Masculló una palabrota y fue a abrirle, al instante el chico se coló en la habitación como si fuera suya.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Rebecca en voz baja, no quería alterar a sus padres, mucho menos a su hermana.

—¡Tu hermana está en su habitación con Jonathan Byers! —exclamó el castaño y la chica al instante le tapó la boca.

—¿Quieres callarte? —masculló—, vas a alertar a toda la cuadra.

Se escucharon pasos fuera de la habitación de Rebecca y empujó a Steve dentro del clóset, quien al instante comenzó a protestar, ganándose una mirada de odio por parte de la chica.

—¿Todo bien, cariño? —preguntó su madre entrando en la habitación.

Rebecca asintió, intentando no mirar al clóset.

—Sí... Me quedé dormida y recién desperté.

Su madre la miró dudosa aunque asintió.

—Creí escuchar un grito.

—¿Mike?

—Quizá, iré a preguntárselo.

Rebecca sonrió levemente en señal de aprobación, con su madre aún mirándola dudosa.

—Descansa —acabó por decir, saliendo de la habitación de Rebecca.

La castaña se apresuró a cerrar la puerta con seguro y dejó salir a Steve del armario.

—¿Puedes explicarme qué está pasando? No grites —ordenó Wheeler.

Steve respiró con fuerza.

—Tu hermana está en su habitación con Byers —Rebecca frunció el ceño, ¿por qué su hermana llevaría a Byers a su cuarto?—. No pongas esa cara, los acabo de ver.

—No sé qué decirte —acabó por decir Rebecca al cabo de pensarlo unos segundos, haciendo que Steve la mirara con reproche.

—Puedes ir a interrumpir lo que sea que esté ocurriendo —sugirió Harrington.

—¿Yo? Es tu novia, quien debería interrumpir eres tú.

—¿Y decir qué exactamente?

—No lo sé, Harrington, cualquiera en tu lugar ya lo hubiera arrojado por la ventana y terminado la relación. Aunque tampoco sabemos por qué está ahí y qué está ocurriendo.

—Es obvio lo que está ocurriendo —masculló Steve.

—Repito, no lo sabemos, Harrington —reiteró Rebecca.

Se quedó pensando unos segundos, si su hermana había invitado a Jonathan Byers a su habitación era por algo, Nancy no era de las que acostumbraba a subir chicos sin más. Si estaba ahí era por una razón de peso... Su hermana quería buscar al monstruo, Jonathan seguramente quería vengarse de quien había matado a su hermano, ¿qué pasaría si de verdad hubiera un monstruo y ellos lo hubieran encontrado? Un escalofrío la recorrió, era la única explicación viable para que su hermana menor tuviera a Byers en su cuarto.

—¿Wheeler? —preguntó Steve, sacándola de su trance.

—Lo siento, me quedé pensando.

—¿En?

La castaña sacudió la cabeza.

—No es importante. ¿Qué harás entonces?

—¿Qué se supone que debería hacer? ¡Mi novia está con otro en su cuarto! —exclamó, ganándose una mirada asesina de Rebecca.

—No grites, Harrington —masculló, haciéndolo rodar los ojos.

—¿Qué debería hacer entonces, eh? ¿Estar agradecido, sentirme feliz, no querer sacarme los ojos?

Rebecca sonrió sin ganas, tumbándose en la cama y mirando a Harrington que no paraba de dar vueltas en la habitación.

—Me estás mareando —se quejó la chica.

—No ayudas.

—No estaba intentando hacerlo —se burló, haciéndolo rodar los ojos.

Steve acabó por sentarse en su cama con la vista perdida y sin dejar de sacudir la pierna.

—Mira, Harrington, no seré una experta en relaciones pero tampoco será fácil de justificar que estés en mi habitación, te recuerdo que somos cuñados.

—Ya sé, ya sé —murmuró Steve—. No sabía qué hacer, entré en pánico.

Rebecca asintió, medio incorporándose y sentándose a su lado.

—Deberías hablar con ella, no ahora, solo sería imprudente. Mañana, cuando estés tranquilo. Seguro hay una explicación para todo esto.

—¿Y si no la hay? —susurró Steve.

La chica Wheeler lo miró con ternura, los ojos de Harrington se habían cristalizado y evitaba mirarla mientras observaba sus manos con la cabeza gacha.

—Estoy segura que la hay —sonrió Bec, dándole un leve apretón en la mano.

—Gracias, Wheeler.

Rebecca asintió, intentando bajar la mirada. Los ojos de Steve la miraban con intensidad, como si fuera la primera vez que la veía, sabía que ella lo estaba mirando de la misma manera. Nunca antes había notado las pequeñas motas verdes de los ojos de Harrington, o el pequeño lunar que tenía cerca de la ceja.

Se obligó a dejar de mirarlo, poniéndose de pie e intentando ignorar lo que surgía cada vez que estaba con Steve. Le agradaba, eso le quedaba claro, pero había algo en su forma de mirarla... Sacudió la cabeza, no debía pensar en eso, «alucinaciones tuyas», se dijo. Pero sabía que la forma en que la miraba Harrington distaba de la forma en la que se mira a una cuñada, y viceversa, ella tampoco le podía quitar la vista de encima.

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