Día 18. Sazonar

Terminó de cortar las zanahorias para el guisado. Cuando las vertió en el resto del caldo, el chapoteo le ensucio el mandil.

—Quiero el divorcio. —Escuchó ella provocando que apretara el trapo que sujetó para limpiar la mancha en su mandil.

—Es por Catia, ¿ verdad? —El hombre quiso negarlo, pero ella le interrumpió dándole la espalda para tomar el cuchillo y seguir cortando la cebolla.

—No es ella. Somos nosotros.

Un pedazo de cebolla salió volando de un golpe directo a la encimera de al lado.

—No te atrevas a decir más —le pidió agradeciendo que la cebolla le diera una escusa para no tener que aguantar las lágrimas.

—El hecho es que —se lo pensó un poco, pero ya había tomado una desición—, queremos quedarnos con los niños.

El aceite estaba caliente y cuando hizo contacto con la cebolla, parecía que alguien gritaba muy agudo, tal como la rabia que sentía ahogada en su pecho.

Al no tener contestación, Harol le dijo a su esposa:

—Te pagaré una mensualidad para que puedas irte de viaje como tanto te gusta. —Cruzó el desayunador para acercarse a ella—. Podrás verlos cuando desees. A menos que la familia esté de vacaciones.

Pese a  que Harol se acercó, no vio la hierba que Ariana decidió poner para sazonar el caldo.

—Sí... creo que tienes razón —Fingió una sonrisa—. Después de todo, nunca he sido parte de tu familia.

—Sabes que no me refiero a eso.

Ariana actuó una leve carcajada mientras fingía probar el caldo.

—Solo bromeaba. Después de todo, ya habíamos hablado hace años de lo nuestro,¿ no?, te daré el divorcio sin problemas.

—¿ Y a los niños?

El vapor del caldo abrió el apetito de Harol. Si algo extrañaría de esa mujer, definitivamente sería su sazón.

—Hablemos de los niños después de que cénes, querido.