07
Podía escuchar los destrozos que hacían en mi casa y no sabía si gritar o llorar. Me había esforzado dentro de todo para mantener la casa limpia, tal como a mi mamá siempre le gustó, pero ellos estaban arruinándolo.
—No aparece, jefe.
—Seguro está por aquí, encuentren a esa zorra para que pague sus deudas.
El miedo volvió a invadirme, sabía lo que le hacían a las chicas cuando querían algo, había escuchado sus amenazas muchas veces y a mí mamá llorar, preocupada por nosotras.
—¿Quieres salir de aquí?— Jeno pegó su boca en mi oído para hablarme, y su aliento se sintió demasiado cálido.
Los pasos del hombre se acercaban.
Sabía que estaba en completa oscuridad, pero eso no evitaría que me encuentre, y me haga daño, más del que yo me hice.
—Dilo— siguió Jeno —Di que quieres salir de aquí.
Su mano se despegó de mi boca, y supe que no tenía otra opción.
—Sácame de aquí— susurré. Sentí su sonrisa crecer encima de mi oído y la linterna del hombre dirigirse a nosotros.
—Cierra los ojos, juguetito.
La oscuridad terminó por engullirme y la linterna del hombre no nos alcanzó a tiempo.
Caí de espaldas, sintiendo el cuerpo de Jeno detrás de mí sin soltarme, como un escudo, mientras mi cabello se suspendía en el aire y yo mantenía mis ojos cerrados.
Mi cuerpo cambió de temperatura, en un momento sentí un frío intenso que me hizo helar la piel, para después empezar a sentir el calor abrasador.
Sabía que caía, pero no a dónde, fueron varios minutos y en algún momento, Jeno estaba tomando el control, ya no era sólo caída, mi cabello se movía en diferentes direcciones como si estuviera volando, pero aun así, no abrí mis ojos.
En algún momento me soltó por unos segundos y volvió a agarrarme esta vez desde el frente.
Hasta que mis pies volvieron a tocar el piso y pude respirar de nuevo.
No hizo falta que Jeno me diga algo, separé mis parpados y me encontré con su pecho. Mi respiración chocaba contra su camisa y mis manos estaban agarrando con fuerza su traje.
Me hice para atrás avergonzada, y me dediqué a mirar alrededor.
Había calles vacías, como una ciudad perdida y desolada, donde los edificios se mantenían intactos, pero una neblina fuerte cubría el piso y subía hasta las rodillas.
—¿Qué es esto?— pregunté en un tono bajo.
—No creo que te guste la respuesta— volteé a verlo, encontrando su imponente figura resaltar y hasta brillar en toda la oscuridad que nos seguía, excepto por algunas farolas que estaban prendidas. —Es una parte del infierno, aquí habitan los demonios bajo mi control y algunas almas en pena.
Fruncí el ceño.
—¿Los demonios necesitan casas?— una pequeña risa ronca salió de sus labios y negó con la cabeza.
—No, estas casas no son para ellos— hizo un ademán al edificio de su izquierda, el cual encendió las luces del primer piso al instante —Pero puedes echarles un vistazo, si quieres.
Su voz, como siempre, tenía un toque malvado y lascivo, como si me invitara a hacer cosas malas.
Miré indecisa al edificio en cuestión, el cual contaba con unos cinco pisos y la estructura era de ladrillo, pero se veía tan antiguo como elegante, y me hacía querer entrar.
Me acerqué con pasos inseguros, subiendo la acera y sintiendo la piel de mi cuello ponerse de gallina, pero no paré hasta estar en frente. La puerta se abrió con lentitud y en silencio, sin rechinar como hubiera pensado que pasaría.
—Está oscuro— dije al no poder ver lo que había dentro, solo unos cuantos pasos del pasillo que daba la bienvenida.
—Juguetito, todo es oscuro aquí— la voz de Jeno sonó en mi oído y yo entré al edificio de golpe, sorprendida por su cercanía cuando hace un momento estaba a media calle.
La puerta se cerró de golpe en cuanto ingresé, y la oscuridad fue tanta que no podía distinguir ni mi mano. Quise salir de vuelta, pero un foco se prendió al fondo del pasillo, que era más corto de lo que creí.
Seguí avanzando, hasta estar debajo del foco y con la puerta de madera en frente de mí. Giré la perilla suavemente y con lentitud, dejando que se abra y me deje ver lo que estaba adentro.
A diferencia del pasillo, esta habitación tenía luz, pero era de un tono cálido y parpadeaba cada ciertos segundos, solo me mostraba una sala, con sillones de color beige y las paredes grises, pero de un color sucio. Al lado del sillón más grande estaba una mesita con una lámpara, la misma que iluminaba la estancia.
La alfombra que cubría el piso era igual de gris que las paredes, con manchas de diferentes colores y algunas bolsas vacías dispersas.
La puerta detrás de mí se abrió de golpe y me sacó un tremendo susto. Me hice para atrás con una mano en mi pecho cuando un hombre corpulento y de poco cabello entró, arrastrando algo.
Sus pisadas eran fuertes y hacían temblar la mesita, no me miró o reparó en mi presencia, siguió su camino hasta el medio de la sala, jalando de los cabellos a una mujer menuda que se quejaba y lloriqueaba, pataleando mientras era arrastrada.
—Basta Jack, por favor.
—Eres una puta— el hombre, Jack, la tiró al piso y la mujer cayó de cara, tratando de incorporarse poco después, pero recibió una patada en las costillas que la hizo caer de nuevo —¿Te sientes feliz sonriéndoles a otros hombres en mi cara?
—E-era mi padrino, Jack, escucha...
—Y una mierda— le escupió —por eso nunca te saco, siempre te esfuerzas por avergonzarme, ¿sabes lo que dicen mis amigos de ti?— se agachó para quedar a su altura —Que no vales nada, que nunca debí casarme contigo. Y cuanta razón tienen esos bastardos, porque con cualquier otra persona que no sea yo, ya estás levantando tu falda.
—Nunca hice eso— la mujer trató de responder, sujetando su pecho, ahí donde él le había pateado —siempre te quise a ti.
—¿Y por eso hiciste eso?— volvió a agarrarla del cabello y la mujer gritó —¿Qué clases de amor me dices tener si te comportas como una ramera cada vez que sales a la calle?
—¿Qué clase de amor me dices tener tú?— respondió ella, con su rostro contraído por el dolor, rojo y con lágrimas bajando —Todos los días me golpeas, me insultas y me tienes encerrada, ¿dónde está todo lo que me dijiste al conocernos, Jack?— respiró profundo —¿Qué clase de hombre eres?
La luz de la lámpara volvió a parpadear.
Las fosas nasales de Jack se expandieron tanto y vi las venas en su cuello sobresalir con furia.
Un puñetazo mandó a la mujer al suelo de vuelta y me hizo ahogar un grito.
Le siguió otro, volvió a sujetarla de las raíces para que lo viera y volvió a arremeter contra ella. La sangre salió volando y manchó el piso, antes de seguir a las paredes cercanas a ellos, mientras Jack se ponía encima de ella y seguía lanzando puñetazos a diestro y siniestro.
Escuché algo crujir y a la mujer tratar de hablar, mientras los golpes seguían llegando.
Me tapé la boca con ambas manos para intentar no hacer ruido, pero algo me decía que ellos no me veían, y que no estaba presente en ese momento.
La sangre fue lo único que brilló entre la suciedad y el polvo que se levantaba en la sala, la mujer se ahogaba en su sangre y Jack seguía lanzando golpes tan fuertes y capaces de noquear a otro hombre de su talla.
Siguió así, hasta que la cara de la mujer se deformó en una masa viscosa y no pude distinguir donde empezaban sus ojos y terminaba su boca. Fue tanto, que se convirtió en un hueco que seguía siendo agujereado por los nudillos de Jack.
La mujer ya no se movía, su cuerpo dejó de convulsionar y se quedó como una muñeca de trapo, con la cabeza destrozada y restos de carne molida en la alfombra, las paredes, y Jack.
Cuando sintió que fue suficiente, dejó de golpear, se quedó completamente quieto encima de ella, con la respiración agitada, flexionando sus dedos.
Y me miró.
Levantó la cabeza tan rápido y cuando sus ojos se encontraron con los míos supe que ahora sí me estaba viendo y ya no era una simple espectadora.
Salí de ese cuarto sin volver a mirar atrás y cerré la puerta, apoyándome en esta y sujetando la manija con fuerza, en caso de que el hombre de ahí quisiera abrirlo, pero eso no ocurrió.
La luz del pasillo parpadeó, y cuando volvió a estabilizarse, una puerta a mi derecha apareció. Era igual que la misma, de madera y con una manija exactamente igual.
Me acerqué a ésta, y la abrí.
Ya no era una sala, ahora había un cuarto más iluminado, con una cuna en una esquina, muebles blancos al lado y una ventana que proveía la luz.
Al lado de unos juguetes en el piso, estaba otra puerta, blanca y con stickers de dinosaurios. El ambiente se sentía mucho más agradable que en el anterior cuarto, así que me permití husmear un poco.
En los muebles había libros con muchos dibujos y de hojas gruesas, cortos e interactivos.
Estaba abriendo uno cuando la puerta blanca se abrió y me hizo soltar el libro, dejando que cayera al piso alfombrado de azul sin hacer ruido.
Una mujer con el cabello despeinado, un bolso grande en el hombro y un bebé en sus brazos entró. El bebé lloraba y lloraba con fuerza, con su pequeña carita roja del esfuerzo, y babas en su mentón.
La mujer lo dejó descuidadamente en la cuna y dio un par de vueltas delante, agarrando su cabeza con ambas manos, pareciendo que tenía un ataque de pánico.
—¿Por qué...? ¿Por qué...?— preguntaba corta de voz. Tiró el bolso al piso y se giró al bebé —¿Por qué no te callas de una vez? ¡Deja de llorar!
Su repentino aumentó de voz volvió a sorprenderme, y fruncí el ceño, acercándome.
El niño debía tener unos cinco o seis meses, su ropita era azul y combinaba, se vería tan adorable, de no ser porque no dejaba de llorar.
—¡Basta, deja de gritar!— sacudió la cuna y esto provocó que el bebé llore más fuerte si era posible. La mujer dejó escapar un grito de desesperación, y cuando se volteó, vi la locura en sus ojos.
No me notó, pasó a un lado de mí y volvió a la cuna con un cojín.
Ya supe lo que iba a pasar cuando agarró el cojín con ambas manos y lo puso en la cara de su hijo.
El llanto fue amortiguado, y mientras el bebé pataleaba, la mujer ejercía más fuerza y no dejaba de gritar que pare de llorar.
Bastaron unos minutos para que el sonido pare, de ella y de él. El bebé dejó de patalear y cuando esto pasó, la mujer suspiró de alivio.
Cuando levantó el cojín decidí salir, no queriendo ver lo que había hecho.
Cerré la puerta de golpe y mis entrañas se revolvieron. En un segundo ya estaba vomitando en el piso, con el cuerpo hacia adelante y sujetándome el estómago al sentir la asquerosa acidez.
Salí del edificio, limpiándome la boca con una mano.
—¿Te divertiste?— preguntó Jeno, apoyando en un farol.
—Como nunca.— respondí con sarcasmo, sacándole una pequeña sonrisa maliciosa.
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