06
Sus ojos volvían a ser negros, sin ninguna línea que lo distinga, y las venas del mismo color se marcaban debajo de sus pestañas y subían por su cuello, como las ramas de un árbol en plena oscuridad.
No me di cuenta en qué momento se puso encima de mí, agarrando mis hombros con fuerza y encajando sus uñas en mi ropa, traspasando la piel.
—Estoy borracha.
Dije, como si eso fuera una excusa para lo que había hecho, pero verlo venir tan rápido a mí y lastimarme, hizo que todo el alcohol empiece a descender y se esfume como vapor.
—Podría romper tu cuello y jugar con tus vértebras, ¿Quién mierda te crees para lanzarme algo?— su voz era baja y siseante, como una serpiente que me rodeaba y quería morderme.
—Yo sólo-…
—Soy el maldito príncipe del infierno y el dueño de tu vida, no se te ocurra volver a hacer algo así, ¿entendiste?— sus uñas se enterraron más y sentí cómo rompía la piel de mis hombros, ahogué un grito —¿Entendiste, DaIn?
Asentí, sintiendo las lágrimas acumularse en mis ojos.
—Entendido. — pronuncié apenas.
Sacó sus dedos de mi cuerpo y vi en lo que debería estar sus uñas, unas garras negras, grandes y puntiagudas, con rastros de sangre.
Se levantó, acomodando el cuello de su camisa y respirando profundo, mientras las venas en su cuello volvían a desaparecer lentamente.
—Deberías limpiarte, cuidado se infecten tus heridas— señaló despreocupadamente. Me quedé en silencio, tratando de aguantar las lágrimas que querían salir y sintiendo un dolor agudo en mi piel. Jeno se giró a verme —Límpiate las heridas, DaIn.
Ordenó con un rostro serio. Me levanté tambaleante y fui al baño, agarrándome de las paredes y muebles por los que pasaba para no caerme.
Llegué al baño y cerré la puerta apenas, me tuve que apoyar en el lavamanos y miré mi reflejo en el espejo.
Las lágrimas empezaron a bajar por mis mejillas y mis sollozos no pudieron ser detenidos, mi cuerpo temblaba y lo único que pude hacer fue bajar la cabeza y tratar de no caerme.
Tenía tanto miedo e impotencia de no poder hacer nada, quería gritar pero temía que eso enojada aún más a Jeno.
Me quité mi camisa del trabajo y quedé como una básica de tiras, que dejaba mis hombros al descubierto, y también las heridas.
Eran 4 huecos a cada lado, de donde salía la sangre y se notaba la carne expuesta. Me ardía muchísimo y no tenía idea de cómo curarme eso. No eran simples raspones, el demonio me había abierto la piel y perforado la carne.
Saqué el botiquín de una gaveta y apenas pude abrirlo, miré las vendas, cremas y un par de medicinas que no sabía si me servirían.
¿Tenía que ir al hospital?
No tengo seguro médico, me cobrarían el poco dinero que me queda por una curación y preguntarían qué causó eso. O quién.
La puerta se abrió de repente y di un paso atrás, viendo la figura de Jeno apoyarse en la puerta.
—Dame eso, yo te limpiaré— chasqueó la lengua, y le di paso libre.
Él se puso a mi lado y le dio un vistazo al botiquín, sacando alcohol y abriéndolo con rapidez. Me agarró de un hombro y puso el alcohol en la herida, sin avisar ni preguntar.
Me fui para atrás con un grito, sintiendo arder mi cuerpo hasta el fondo, y también el alcohol que entraba en las heridas.
Jeno rodó los ojos y volvió a agarrarme, ahora tomando el otro hombro y haciendo el mismo movimiento, tirando alcohol sin cuidado.
—¡Duele!— exclamé, escuchando el peculiar sonido que hacía el producto al tocar mi piel.
—Así es la vida— contestó con voz plana, dejando el alcohol a un lado y sacando una bolita de algodón, el cual utilizó para casi meter a mis heridas para limpiar bien.
Luego sacó una pomada y tomó un poco entre sus dedos, que ahora tenían las uñas normales y no esas garras negras con las que me había lastimado.
Y puso la crema en cada hueco, brusco e impaciente.
Casi sentí cómo se hacía espacio y abría más las heridas para meter la pomada, y mi cuerpo estuvo a punto de convulsionar.
—¡Jeno!— grité, implorando que dejara de torturarme de esa manera.
Sus movimientos pararon al instante, y me miró, con sus pupilas dilatándose.
—Mhm— dijo con su garganta, antes de volver a mirar mis hombros y seguir poniendo la pomada, solo que un poco más delicadamente.
Nos quedamos en silencio mientras lo veía a través del espejo. Sus hombros eran anchos pero aún con el traje que tenía, se notaba la figura de una cintura más pequeña.
Sus manos eran grandes y pálidas, con venas normales, verdes, que resaltaban hasta sus dedos, era lo más humano y normal que había visto en él.
Luego de eso, me puso unas gasas con vendas encima, y le dio una palmada a cada hombro, haciéndome cerrar los ojos con fuerza.
—¿Lo último era necesario?— pregunté con la voz ahogada.
—No. — Se apartó y salió del baño.
Miré la camisa en el piso, volviendo a recordar que había renunciado y tenía que devolver el uniforme.
Salí con la camisa en mano y fui directo a mi cuarto, sacando un suéter del ropero, para poder cubrirme con algo.
Miré mi celular, viendo que eran las ocho y treinta de la noche, y fruncí el ceño. ¿En qué momento pasaron tantas horas?
Cuando volví a la sala, la luz estaba prendida pero parpadeaba cada ciertos segundos.
Me sentía agotada y Jeno ya no estaba aquí, por lo que solo me acosté en el sillón y cerré mis ojos para poder dormir.
Ni siquiera me tapé con una manta, caí dormida al instante y mi cuerpo se preocupó de darme el calor suficiente para no temblar.
Eso, hasta que la puerta principal empezó a sonar.
El sonido me sacó de lo más profundo de mi cabeza, donde me encontraba inconsciente y recuperándome. Se hizo más fuerte el sonido conforme me despertaba hasta que me sobresalté por un golpe especialmente fuerte.
—Seguro que no hay nadie.
Me senté rápido y froté mi cara con brusquedad, tratando de despertarme completamente.
—La niña no va a la Universidad y tampoco fue a su trabajo, debe estar aquí.
—Su madre está muerta, su padre debe estar en las alcantarillas, ella ya debe haber salido del país.
—¿Con qué dinero? No le dejaron nada.
Pronto entendí que eran los hombres a los que mi papá les debía dinero, unos mafiosos que lo habían golpeado un par de veces por haber querido hacerse al loco.
No era la primera vez que venían, pero sí la primera que yo estaba sola.
Traté de contener la respiración.
—Abriremos la puerta a la fuerza y buscamos.
No, no, no.
Si hacían eso, no tenía a donde irme.
Me levanté del sillón con cuidado y empecé a caminar de puntitas, notaba sus linternas y hasta ahora agradecía no haber encendido ninguna luz para no delatarme.
Tal vez si agarraba mi celular y llamaba a la policía, podría salvarme.
Caminé despacio a mi cuarto, escuchando sus voces y deseando interiormente que solo se vayan.
Y empezaron a forzar la cerradura.
Casi me resbalo al llegar al cuarto, pero pude mantenerme de pie y agarrar mi celular, viendo las linternas que recorrían las ventanas desde afuera, aunque todas las cortinas estuvieran cerradas.
Desbloqueé mi pantalla y entré a llamadas, tocando los números con rapidez y llevándolo a mi oreja.
—Policía de Seúl, ¿en qué podemos ayudarle?
—Tienen que ayudarme— susurré, tratando de mantenerme tranquila.
—Señorita, no podemos escucharle bien, ¿puede moverse?
Carajo.
Cerré mis ojos con fuerza y asentí antes de armarme de valor e ir al pasillo. En mi habitación nunca llegaba bien la señal, era una de las cosas que más odiaba.
—Están forzando la cerradura, quieren entrar— susurré otra vez.
—¿Quiénes quieren entrar?
—S-son ladrones, quieren hacerme daño— miré las linternas volver a rondar —estoy sola en casa, por favor.
—¿Puede mandarnos la ubicación?
—Sí, es-…— un grito inesperado salió de mi garganta cuando una piedra rompió la ventana de la Sala y se metió.
—¡Se los dije! ¡Ahí está esa perra!
Me tapé la boca con fuerza, maldiciéndome una y mil veces por haber hecho eso.
—¿Señorita?
—Ya están entrando— mi tono subió un poco de la desesperación, viendo que la puerta estaba cediendo y de la ventana caían más vidrios por la mano que se hacía paso.
—Dime tu nombre, te ayudaremos.
—Soy Jung DaIn, estoy sola aquí, por favor.
La puerta se abrió finalmente.
Me hice para atrás y me escondí en mi habitación.
Por favor, por favor, por favor.
—¿Dónde estás, niña? Sólo queremos nuestro dinero.
—Pero puedes pagarnos con algo más si no lo tienes.
Vi las linternas acercarse, escuché a la operadora llamándome, y mi fin inminente.
Hasta que una mano me agarró desde la oscuridad y me jaló a la esquina, donde sentí mi cuerpo chocar contra el de alguien más.
Mi celular cayó al piso.
—Shh, juguetito— la voz de Jeno sonó en mi oído y sus dedos se cerraron en mi boca, impidiéndome hablar. Asentí, tratando de controlar mi respiración —Mantente quieta.
—Busca en la cocina, es una casa pequeña, no pude estar lejos.
Estábamos al lado de mi armario, donde se encontraba la pared y un espacio que albergaba pura oscuridad, y entre eso, nosotros dos.
Vi al hombre mirar detrás de la puerta y dirigirse a la cama, tirando todas las sábanas al piso y arrodillándose para ver por debajo.
Mi cuerpo temblaba incontrolablemente, y solo quería que estos desgraciados salgan de mi casa.
Cuando el hombre volvió a pararme y tocó una foto donde aparecíamos mi mamá y yo, mi cuerpo se tensó.
Y Jeno tuvo que sostenerme más fuerte para que no me lancé contra el hombre cuando tiró la foto al piso y el marco se rompió en pedazos.
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