04
Sentía como si me hubieran puesto un número de serie para enviarme al matadero, no podía controlar el temblor en mi cuerpo y quería salir de aquí.
—No eres nadie. —contesté con los dientes apretados, cayendo casi en la locura por estar así y sin reaccionar de manera inteligente. —Dios está por encima de ti.
Y sentí sus pasos rodearme, haciéndome saber lo pequeña que era a su lado, y no sólo por la diferencia de altura, también por el aura que tenía.
—No te equivoques, DaIn— chasqueó sus dedos, y en ese gesto, las luces se apagaron y todas las personas desaparecieron, solo quedamos él y yo —Pudiste escapar del infierno por pura suerte, pero ahora estás marcada, nada podrá protegerte de mí.
Lo miré. Sus ojos eran negros, sin ninguna diferencia ni el blanco que suelen tener las personas. Y unas venas del mismo color salían de ahí, llegando a sus pómulos y dándole un aspecto más terrorífico.
—¿Quién eres?— pregunté en un susurro, sintiendo el nudo en mi garganta a punto de romperse.
Sonrió de costado, aparentemente divertido por lo que le preguntaba.
—¿Por qué quieres saber?— respondió con otra pregunta, y las venas que salían de sus ojos empezaron a crecer, bajando hasta su barbilla y cuello. Cerré mis ojos con fuerza, temblando de pies a cabeza —Me llamo Jeno, niña. Recuérdalo, porque ese nombre es tu castigo por toda la eternidad.
Una mano en mi hombro me hizo soltar un grito, y giré de golpe, esperando encontrarme a alguna bestia o demonio que fuera a enterrarme sus garras en el pecho.
En cambio, solo me encontré a Giselle, quien igual gritó en un acto reflejo y me miró con los ojos muy abiertos.
—¡DaIn! Soy yo, tranquila—levantó ambas manos. Yo volví a mirar atrás, y no encontré a Jeno, solo estaba la mesa y la taza de café vacía. —¿Estás bien?
—H-había alguien aquí— señalé, mirando a todo lado, tratando de encontrarlo —¿Dónde está el hombre que se sentó aquí?
—¿Hombre?— cuando la miré, ella estaba confundida, pero no más que yo.
—Un hombre estaba aquí, un chico, él me pidió el café y-…
—Cariño, atendiste a una chica— puso sus manos en mis hombros y me obligó a dejar de mover mi cabeza como desquiciada —Se fue hace 20 minutos, y tú te quedaste mirando a la nada todo ese tiempo, por eso vine a saber si estabas bien.
—Pero él estaba aquí…— mi labio inferior temblaba y mis ojos se llenaron de lágrimas.
Giselle frunció el ceño y trató de suavizar su mirada.
—DaIn, ¿qué te parece si vas a tu casa? Ve a tratar de descansar y relajarte, yo le diré al jefe que te pusiste mal, ¿si?— me llevó a la cocina y abrió mi casillero, sacando mis cosas.
—Pero hoy me toca cerrar.
—No te preocupes, yo lo haré— hizo un ademán con su mano para restarle importancia— toma este tiempo para prepararte un mate, date un baño caliente y duerme.
Me llevó hasta la puerta y me dio un fuerte abrazo antes de despedirme, mientras yo todavía trataba de procesar lo que había pasado.
En la calle, me sentí sola. Las personas pasaban y hablaban entre ellas, con una luz cálida proviniendo de sus cuerpos, mientras yo sentía que me iba apagando más.
Caminé a pasos rápidos hasta mi casa, tratando de esquivar a todos y manteniendo la mirada baja, tratando de acurrucarme en la ropa que traía puesta.
Mis movimientos fueron torpes al abrir la puerta, y cuando ya estuve adentro, sentí que fue la peor decisión haber venido, porque me recibió oscuridad y silencio. Y desde que mis papás se fueron, era la primera vez que lo sentía tanto.
Traté de tranquilizarme, respirando profundo varias veces y siguiendo el consejo de Giselle.
Me hice un mate de alguna hierba que solía hacerse mi mamá hace tiempo, y lo dejé en la mesa, yendo a la ducha.
Me desvestí con miedo, pensando que iba a encontrar marcas o algún pentagrama en mi piel, pero lo único que había era mi nombre en mi muñeca, más la palabra Ira debajo.
Bajo el agua caliente que caía, traté de quitarme esas letras. Me froté con la esponja de baño y rasqué con mis propias uñas, pero lo único que logré es volverlo rojo e irritarlo tanto que salió un poco de sangre.
Me tapé la cara con ambas manos y reprimí un grito, creyendo que me había vuelto loca.
¿Cómo era posible que sólo yo lo haya visto? Vi a la chica, y Giselle la vio también, Jeno no entraba en la ecuación.
Tal vez había sufrido un traumatismo fuerte por caer de ese edificio y ahora estaba loca, tal vez él no existía y era mi manera de castigarme por cualquier cosa que haya hecho.
¿Por qué tengo ésta marca entonces?
Debí haberle preguntado a Giselle si también la veía, pero estaba muy conmocionada que lo olvidé.
Me quedé más de lo necesario en la ducha, y cuando salí mi mate ya estaba frío, por lo que lo dejé ahí sin tocar y me metí en la cama, con un pijama delgado.
Cerré los ojos para dormir, esperando poder soñar con angelitos. Pero en realidad, fue lo peor que pude hacer, porque después de un par de horas (o dos minutos) abrí mis ojos al escuchar gritos.
—¡Ayuda! ¡Dios, Sálvame!
Me levanté sobresaltada, no encontrando el calor de mi cama y menos aún mis cuatro paredes.
Hacía mucho calor.
Estaba sentada en el mismo piso lleno de tierra, descalza, y con el pijama que me había puesto.
Y en frente de mí, las llamas de la fosa bailaron, y el olor a carne quemada invadió mi olfato.
Me paré y la desesperación comenzó.
—¡Ten piedad de tus hijos, Dios!
Tapé mi oídos, yendo para atrás, viendo las siluetas de las personas que se quemaban en carne viva, y el humo que salía de ese gran Barranco que me separaba de un puente.
—¡Cállense!— grité, tratando de evitar que sus ruegos entren en mis oídos, pero no importaba cuánto me apriete los costados de mi cabeza, los seguía escuchando con claridad. —¡Cállense!
Sus lamentos provocaban un miedo en mi pecho que emergía hasta el exterior y me hacía temblar, no podía controlar el pánico que me daba tener que escucharlos y casi sentir el dolor por el que pasaban.
Yendo para atrás, me tropecé con una piedra y caí de espaldas.
Solo para volver a sentarme de golpe en mi cama.
Mi ropa estaba empapada en sudor y mi mandíbula dolía de toda la presión que había ejercido. Miré la tranquilidad que me rodeaba, aunque yo fuera todo lo contrario, con un corazón latiendo a mil.
Mi casa, con tantos recuerdos y risas perdidas, ya no se sentía segura como antes.
No pude volver a dormir, todavía con el aroma de carne chamuscada bailando en mi nariz.
Cuando amaneció, me levanté y descalza fui a la cocina, abriendo la nevera y encontrando solo un huevo y medio tomate.
Lo frité junto en el sartén con un poco de pimienta y sal que quedaba, y comí eso como desayuno/almuerzo, manteniendo mi vista perdida.
Me hubiera gustado tener un animal para que me haga compañía, un gato pequeño tal vez. Así no me sentiría tan sola en esta casa que se iba vaciando con el pasar de las horas.
Al cambiarme de ropa, encontré la marca en mi muñeca.
Jung DaIn.
Ira.
¿Qué carajos significaba eso?
Lo acaricié con mis dedos, repasando una y otra vez la palabra ira, tratando de saber de dónde provenía.
Y mientras tendía mi cama, y pensaba en que tenía hambre todavía, se me vino algo a la cabeza.
Los siete pecados capitales.
Dejé la cama a medio hacer y agarré mi celular, buscando en internet con rapidez, sabiendo que tenía pocos megas y nada de dinero para cargarme crédito.
Las búsquedas me dieron lo que sabía y un poco más: "Los siete pecados capitales, también conocidos como los pecados cardinales… además de ser contrarias a las enseñanzas cristianas… las circunstancias de la acción u omisión, se cometen de modo reiterado, repetitivo o habitual oscureciendo la conciencia y distorsionando la valoración concreta de los actos humanos... “
Bueno, wikipedia podía ser de gran ayuda en estos casos, pero no me daba todo lo que necesitaba.
Recordaba a algunos pecados, sin embargo.
—Gula, envidia , lujuria, avaricia… —enumeré en voz baja, tratando de recordar los otros tres. —Soberbia… pereza… —fui bajando por la página hasta encontrar los nombres de los pecados, fijando mis ojos en una palabra en específico —Ira.
Escuché un fuerte golpe en la sala de mi casa, que solté el celular y éste cayó al piso sin querer. Me levanté y salí a ver, tratando de tranquilizarme a mi misma porque era temprano por la mañana recién.
No había nada fuera de la común, y el golpe sonó como si alguien hubiera aporreado la puerta principal, pero ésta se encontraba bien cerrada.
Y el golpe se escuchó de nuevo, pero desde mi cuarto. Me di la vuelta sobresaltada y a pasos largos fui ahí, encontrando la puerta cerrada, al contrario de como la dejé hace 30 segundos.
Abrí la puerta de golpe, pero alejándome dos pasos luego de la acción, como si alguna araña fuera a saltar encima de mí.
Mi cuarto estaba exactamente igual, solo se había cerrado la puerta.
Busqué mi celular con la mirada y no lo encontré.
Agarrando el borde de mi suéter, entré a la habitación y traté de encontrarlo sin moverme mucho, pero donde se supone que había caído, no estaba.
Es más, yo vi con mis propios ojos que había caído al lado de mi cama, porque hasta sonó al chocarse contra el piso.
Respiré profundo de me puse de rodillas, agachándome para buscar debajo de mi cama por si tal vez, de alguna loca manera, se había deslizado ahí dentro o yo lo había pateado sin querer.
Debajo de mi cama se encontraba extrañamente oscuro, aunque entrara la luz de la mañana por la ventana.
Otro golpe de puerta sonó y yo me levanté de un salto, dejando de lado el hecho de que mi celular no estaba aquí.
Esta vez vi la puerta del baño cerrada, y en un segundo, volvió a abrirse.
No me pude mover, solo me quedé con la respiración cortada viendo la puerta cerrarse con fuerza otra vez, como si alguien estuviera tirándola.
Y la puerta principal volvió a sonar, al mismo tiempo que la puerta de mi cuarto y la del cuarto que pertenecía a mis padres.
Me quedé congelada, viendo cómo el caos se formaba en mi casa.
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