Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

03

Desperté de la misma manera que dormí la noche anterior, y la anterior, y la anterior desde que desperté en ese callejón: con frío.

Mi pijama estaba pegado a mi piel y había sudado tanto que podría llenar un balde. Pero no me sentía especialmente mal, solo era el frío que llegaba hasta mis terminaciones nerviosas y me hacía temblar hasta los dientes.

Aún así, me armé de valor y fui a trabajar al lugar que había dejado unos días para esconderme, abrigada hasta los ojos, pretendiendo que así se me iba a ir el frío.

Pero no servía de nada, porque en mi trabajo como mesera debía ponerme una camisa y un delantal, así que tuve que dejar mi chamarra y bufanda en mi casillero.

Sabía lo peligroso que era volver a aparecer entre la gente, pero era eso, o morir de hambre. Tenía mis necesidades, y la comida estaba caducada o brillaba por su ausencia.

—DaIn, creí que no vendrías hasta la siguiente semana, ¿cómo estás?— preguntó Giselle al verme, sonriendo.

—Oh, pude terminar de hacer los trámites más rápido de lo que pensé— dije agarrando mi cabello en un rodete —Me hace un poco de frío, pero me encuentro bien, ¿y tú?

—Igual, gracias. El jefe se va a alegrar de saber que volviste antes de tu permiso, necesitamos un par de manos más últimamente— y con un asentimiento de cabeza, salió de la cocina con una bandeja en su mano.

Suspiré, terminando de atar mi cabello y alisando mi camisa, sabiendo que si mi intento de suicidio hubiera funcionado, no estaría aquí.

Empecé mi turno justo a tiempo, un poco aliviada de estar con muchas mesas ocupadas, porque así tenía menos tiempo para pensar y se pasaban más rápido las horas.

Hoy me tocaba cerrar a mi, así que debía esperar a que todos se vayan para poder limpiar el piso, las mesas y cerrar la puerta.

—Hola, DaIn.

Mi jefe saludó cuando llegué a la barra a esperar que me den un pedido, y yo giré para verle y darle una pequeña reverencia.

—Buenas noches, señor.

—Me alegra que hayas venido, me preocupaba que renuncies al final.

Sonreí forzadamente, sabiendo que ni siquiera era lo suficientemente valiente para renunciar y luego morir.

—Fueron unas semanas difíciles, pero este trabajo me mantiene a flote con los gastos, le quiero agradecer otra vez— y le di otra reverencia que le hizo sonreír complacido.

—Ya sabes, DaIn, si necesitas donde quedarte o ayuda para los trámites del fallecimiento de tu padre, aquí estoy yo y mi esposa, vamos a estar encantados de poder darte una mano. —me puso una mano en el hombro— seguro lo extrañas mucho.

Quise volver a sonreír, pero escucharlo hablar del hombre que me había dejado en esta situación me hizo apretar los puños.

Tragué saliva y asentí.

—Muchas gracias, señor Kim— y me soltó mirándome con pena.

Odié aún más al desgraciado que me dio su apellido, porque cuando todos asumían que él había muerto, yo sabía que no era así, estaba segura de que había escapado y se escondía como rata solo para no pagar sus deudas.

Volví afuera, con la bandeja en mano y una taza de capuchino encima, yendo a la mesa designada.

—Aquí tiene su orden— le dije a la señora que estaba en su computadora.

—Gracias, querida— dijo sin despegar la mirada de la pantalla, asentí y volví a la barra.

Sonó otra vez la puerta y entró una chica de cabello corto y ojos oscuros, se sentó en la mesa que yo tenía designada para atender, así que fui donde ella luego de unos minutos dejándole ver el menú, con la mejor sonrisa que podía ofrecerle en ese momento.

—¡Buenas noches! ¿algo que quiera del menú?

—Un café cortado por favor—me sonrió y yo volví a la barra.

—Me voy en media hora— Giselle se acomodó junto a mí, resoplando —Tú te quedas a cerrar hoy, ¿cierto?  

—Sí, no creo que me tarde mucho, hoy no hay tanta gente.

—Igual. Me faltan aquella pareja de allá y termino— señaló a dos que estaban hablando en voz baja mientras reían. —Por cierto, este viernes iremos a un bar que recién abrió, los precios son accesibles y tiene buen ambiente, nos gustaría que vayas.

Por “nos”, se refería a los chicos y chicas que trabajaban en los otros turnos en el café, con quien sí había hecho amistad, pero no lo suficiente.

—No creo que-…

—Si te preocupas por el dinero, tranquila, nosotros te invitamos. Queremos que te distraigas un poco, seguro estuviste muy estresada este último tiempo.

Agradecí poder tener a Giselle ahora, porque aunque no fuéramos tan cercanas, ella siempre fue simpática y me demostró su apoyo, aún cuando no me debía nada.

—Lo pensaré— le dije con sinceridad.

—De acuerdo. Ah, ya salió tu pedido— me fijé atrás cuando el bartender dejó el café cortado, y lo puse en mi bandeja, llevándolo.

—Aquí tiene, disfrute de su café— se lo puse en la mesa, y cuando levanté la mirada para sonreírle, mi cuerpo se congeló.

Un par de ojos demasiado oscuros me miraban desde el otro lado, mientras mantenía una expresión casi curiosa, de no ser por la burla que lo rodeaba.

Sentí que el tiempo se congeló, y el frío que rodeaba mi cuerpo desde hace varios días atrás, desapareció en un instante.

—¿Hay algún problema?— preguntó, y su voz me transportó de vuelta al miedo que sentí cuando me agarró del cuello.

Volteé a mirar a los demás, tratando de saber si me equivoqué de mesa, pero la chica a la que había atendido antes no se encontraba, como si nunca hubiera venido en primer lugar.

—Le notó un poco tensa— volvió a hablar y agarró el café, tomándolo.

Traté de moverme, pero mis músculos no respondieron, estaba totalmente asustada y no podía ni hablar. Respiré profundo y me dije a mi misma que esto no era real, no era ni siquiera posible que el mismo chico que había visto cuando traté de matarme, estuviera aquí, sentado en frente mío.

Quise pensar entonces que lo había soñado, que fue una loca experiencia de parte de mi cerebro, pero la expresión de él me dejaba en claro que no era así, sus ojos me decían que todo había pasado de verdad.

Finalmente me incorporé, obligando a mi cuerpo a responder a mis gritos internos, y traté de hacerme para atrás.

—Deberías sentarte— habló él, tuteándome.

—T-tengo que trabajar— mi lengua se sentía adormilada, y mis manos temblaban con la bandeja.

—No creo que le importe a tu jefe— se apoyó en el respaldar y levantó su barbilla, mirándome fijamente —Siéntate, DaIn.

Lo hice, sabiendo que era lo mejor, porque me iba a desmayar en cualquier momento.

Miré a la barra, tratando de encontrar a Giselle para pedir ayuda, pero ésta se encontraba vacía y no había ni el bartender, ni el jefe.

La pareja de al lado estaba en su mundo, no me prestaban atención y parecía que yo no existía en ese momento.

—¿Qué se siente haber vuelto a la vida?— se cruzó de brazos.

Negué con la cabeza —Y-yo no-…

—Escapaste del infierno, un poco impresionante para una inmunda humana.

Su voz era venenosa, como si le diera asco estar hablando conmigo en ese momento.

—Lo siento.

Fue lo único que pude decir, ni siquiera sabía por qué me disculpaba, pero no pude pensar en nada más que eso.

—¿Por haber salido de mi territorio sin permiso o por escupirme?

Claro, había olvidado eso. Me pregunté qué pasaría si rezaba otra vez, tal vez él se volvería cenizas y se iría de vuelta al infierno.

—No quería hacerlo.

—No me importa. —respondió seco —Pero despertaste mi curiosidad, eres un caso un poco diferente.

Quería pedir ayuda, quería agarrar un crucifijo y encajarlo en su frente, verlo quemarse o solo gritar y llorar, pero lo único que podía era seguir sentada, temblando hasta los huesos.

—No hice nada, ¿p-por qué estás aquí?— levantó sus cejas y ladeó la cabeza.

Descruzó sus brazos y puso los codos en la mesa, acercándose más mientras yo me alejaba, tratando de no tenerlo a tan pocos centímetros.

—Eres Jung DaIn, e intentaste suicidarte, ¿cierto?— un escalofrío recorrió mi columna, asentí —. Verás, de alguna manera, acabaste en mi territorio, cuando no pertenecías ahí. Tu pecado debió haberte enviado a otro demonio— explicó, con tranquilidad —pero fuiste puesta en mi lista, lo que significa que deberías estar abajo, sufriendo con los otros imbéciles— miré al piso, imaginando lo mucho o poco que nos separaba del infierno —, solo que por alguna razón, escapaste y volviste a la vida.

—Y-yo no… yo no hice eso.

—A propósito no, claramente. Se nota que eres una niña tonta— entrecerró sus ojos —, pero necesito saber qué pasó, soy un poco curioso y bueno, no puedo obviar el hecho de que tu nombre está entre los que me pertenecen, pero estás aquí, caminando y respirando.

Apreté mis puños, sintiendo que mis uñas se encajaban con fuerza en mi piel.

—Dios me dio otra oportunidad.

Y se rió.

Sus ojos se volvieron medias lunas y su rostro casi se vio adorable, de no ser por la risa que desapareció tan rápido como apareció.

—Tu Dios no ayuda a estúpidas— respondió, mordaz —Fuiste tú quien volviste aquí, y mi trabajo es llevarte de vuelta.

No.

Ahora sí pude hacer caso a mis instintos, y me levanté de golpe, provocando que la silla se vaya hacía atrás y cause ruido, pero nadie pareció notarlo.

—Aléjate— dije, tratando de que mi voz suene dura.

Él levantó una ceja, divertido.

Y como sabía que él no se iba a ir, lo hice yo. Me di la vuelta y traté de correr, dispuesta a pedir ayuda o ir a la iglesia más cercana.

Una mano grande se cerró en mi muñeca y me jaló con fuerza. Volví a encontrarme cara a cara con él, esta vez mucho más cerca.

—No puedes irte, DaIn, tu maldita vida me pertenece— y levantó mi muñeca, dejando a la vista mi piel y un tatuaje que se supone no debería estar.

Jung DaIn.

Ira.

Mis ojos se llenaron de lágrimas y me solté de él, tratando de borrar lo que había en mi piel, pero no funcionó.

—Dios, por favor— susurré, desesperada.

—Eso no va a funcionar esta vez— dijo él, todavía en frente de mí —, puedes llorar todo lo que quieras, pero ahora soy tu dueño.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro