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Capítulo 22

Le doy vueltas a la comida que tengo delante y cierro los ojos con fuerza.

Necesito comer algo. No he comido nada desde ayer y sé que caeré enfermo tarde o temprano. Pero comer no es tan fácil en estos momentos. Mi mente no para de pensar en lo ocurrido. No han pasado ni 24 horas. Normal, el paso de las horas me parece súper lento.

Escucho la risita del chico que está delante de mí. Veo que también mueve su comida de un lado al otro, pero sé que Robert está perfectamente bien. Solo juega con la comida para devorarla segundos después.

—¿Qué te pasa, británico? —pregunta y se lleva el tenedor a la boca. Me mira y no digo absolutamente nada. Mueve el tenedor delante de mí—. No me esperaba que le hablases así a nuestra jefa.

Suspiro y miro hacia otro lado. Sonrío un poco y miro a mi compañero.

—No sé qué decir, Robert —dejo el tenedor en el plato de plástico y suspiro de nuevo—. Pensaba que las cosas irían mejor aquí, pero me equivocaba.

Una dulce sonrisa aparece en sus labios y alarga una mano. La coloca en mi brazo y lo estrecha un poco.

—Venga, amigo —comienza—. De ahora en adelante te llevaré a varios lugares. Créeme, te encantarán —mira mis ojos y luego las patatas fritas con varias salsas que deberían estar ya en mi estómago—. Pero primero, tienes que comer tu comida. Ya después, podemos abandonar este edificio.

Río un poco y varias lágrimas se acumulan en mis ojos.

—Parece que ahora eres mi madre —me quejo y cojo el tenedor de plástico de nuevo.

—Oficialmente soy tu madre australiana.

Nuestras carcajadas suenan en el área de descanso de este edificio y, por fin, me siento un poco más animado.


Después de seguir el coche de mi compañero, aparco casi cerca de su largo coche blanco. Sale de este con la chaqueta en su brazo y lleva unas gafas de sol.

—Estamos en mi lugar favorito —dice y sonríe muy feliz mirando un edificio, el cual está un poco lejos de donde aparcamos.

Miro a mi alrededor y veo el agua del mar a muy pocos metros de nosotros. Un escalofrío recorre mi cuerpo y me abrazo a mí mismo. Debería llevar una ropa más gruesa la próxima vez que vaya a algún sitio con Robert. Por lo menos dejarla en la parte de atrás de mi coche alquilado.

—¿El mar? —pregunto y se echa a reír.

—Más o menos —dice con una sonrisa y gira mi cuerpo hacia el pequeño edificio. Señala un cartel y es ahí donde sé perfectamente que veré a continuación.

Cuando entramos, pedimos una entrada y Robert bromea diciendo que más me vale que lleve la cartera conmigo. Obviamente iba a comprar mi entrada, pero mi compañero me sacó la cartera de las manos. Me quejé y tuve que callarme.

—Tío, no te quejes —dice—. Invito yo y —me da mi cartera y la entrada—, además, no estás muy bien, así que esto es un regalo.

Sonrío sin saber qué decir.

El lugar es oscuro, pero acogedor. La temperatura es cálida y olvido el frío que tenía allí fuera para centrarme en lo que estoy a punto de ver.

—Desde pequeño he venido aquí bastantes veces —comienza Robert y se quita las gafas de sol. Las coloca en su camisa medio abierta en el pecho—. Siempre me han encantado las criaturas marinas y he querido trabajar miles de veces en este lugar —se ríe y saluda con una mano al pequeño pececito que está en una gran pecera. Detrás de él hay varios peces más grandes que él—. Pero he acabado en la empresa en la que nos conocimos.

—Te gusta dibujar, ¿no? —pregunto y sonríe, pero mira el suelo.

—Me gusta sí. Mis gustos son iguales a los de mi madre —coloca bien la chaqueta que tiene alrededor del brazo y suspira—. Jennifer está harta de que siempre esté dibujando cosas que tengan que ver con el mar.

Al escuchar su nombre, mi cuerpo se tensa. Intento no hacer ningún movimiento al mismo tiempo que controlo mis pensamientos.

No puedo ni olvidarme de ella fuera de aquel gigantesco edificio, pero debo seguir adelante y trabajar muy duro.

Sé que Robert está hablando sobre su relación con nuestra jefa, pero no lo estoy escuchando. Me centro en las tantas peceras que hay alrededor de nosotros. Los peces nadan sin parar y otros se esconden detrás de la vegetación.

—Algún día me echará del trabajo —escucho cómo dice y lo miro. Me está mirando y se ríe al verme—. ¿Quieres que cierre la boca? Tal vez te encontrarás mejor.

Niego con la cabeza y suspiro.

—No no —digo por fin—. Por favor, sigue hablando.


Deslizo mi dedo por la pantalla de mi móvil como un loco. Estoy intentando buscar el icono de la cámara, pero no lo encuentro rápido.

—Uy, uy —dice Robert detrás de mí. Me doy cuenta de que está mirando la pantalla de mi móvil—. ¿Tienes novia? —no digo nada porque él se adelanta a responder su propia pregunta—. ¡Claro que sí! Me encanta tu fondo de pantalla —dice felizmente y se centra en los tiburones que pasan a nuestro lado y encima de nosotros.

—Sí —entro en la cámara y enfoco hacia estos grandes animales—. Es genial que respondas tu propia pregunta —bromeo y se echa a reír.

—Soy bastante listo, Malik —gira sobre sus talones para clavar su mirada en mí—. Pero no preguntaré si tienes alguna foto o algún vídeo guarro de ella o de los dos juntos.

Abro mis ojos a modo de sorpresa al escuchar lo que acaba de decir. Su gran carcajada asusta a las personas que están cerca de nosotros. Pensarán que está completamente loco.

Bloqueo mi móvil después de sacar varias fotos a estos grandes animales y le doy un leve puñetazo en el brazo.

—No seas guarro. Estás dejándonos en ridículo delante de todas estas personas —susurro y se echa a reír.

Sigue caminando por el túnel de tiburones y lo sigo. Se gira un poco y se tropieza. Está a punto de caerse, pero se sujeta a la barandilla de metal.

—Menos mal que no trabajas aquí —suelto riendo—. Destrozarías el acuario con tus pies torpes.

Se ríe a carcajadas manteniendo la postura y tengo que decir que adoro tener una persona en mi vida con este humor. Me encanta ver a las personas riéndose.

Sin duda, Robert se convertirá en mi amigo muy pronto. Mi primer amigo aquí en Australia.

—¿Y tú qué? —dice con una sonrisa—. Eres un santo y estabas a punto de ponerte rojo como un tomate hace unos minutos —hace una pausa y veo cómo se aguanta las ganas de reír—. ¿Eres virgen, Malik? ¡Este chico es virgen, señoras y señores!

Corro detrás de él queriendo darle unos golpes suaves, bromeando así con el joven. El acuario se ha convertido en un lugar lleno de nuestras risas.

Hacía tiempo que no me lo pasaba así de bien.

Pero Robert, no sabes nada sobre lo que puedo llegar a hacer con mi chica. No sabes absolutamente nada.

****

¡Hola!

Odio pero odio no tener tiempo para publicar ni para escribir... Ando ocupada y detesto no poder continuar esta historia aghh. Espero que estos días pueda seguir actualizando y escribiendo.

Me alegro de que estas navidades extrañas hayan terminado ya. Estaba tan ocupada que casi no toqué mi ordenador para ponerme manos a la obra con lo que amo: la escritura.

Se os quiere y muchas gracias por seguir leyendo mi historia.

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