Capítulo 4: La mansión roja.
[Residencia Amidala]
Dheliber y Drubiel corrían despavoridos de su hermana mayor. Albert caminaba por el pasillo cuando los más pequeños de la casa se ocultaron tras él con los ojitos vidriosos y su primogénita se quedaba parada frente a él, buscando una manera de llegar a sus hermanos sin que su padre se diera cuenta de sus planes.
- Padme, deja de transformar tus manos en garras para asustar a tus hermanos - sentencio su padre al darse cuenta de la situación.
- Pero es divertido papi, mira - dijo la niña de 8 años mientras acercaba las garras a sus hermanos, quienes salieron corriendo una vez más.
- Suficiente, regresa tus manos a la normalidad pequeña, ya es hora de dormir - dijo Nymeria entrando en escena.
- Está bien mami - le contestó Padme visiblemente decepcionada, mientras sus manos volvían a la normalidad.
- Vayan a la cama niños, si nos obedecen mañana muy temprano les daremos sus obsequios - les habló dulcemente Albert.
Las pequeñas corrieron a sus cuartos, esperanzadas con la idea de tener un regalo entre sus brazos al despertar por la mañana. Sin embargo, Drubiel no quería esperar tanto tiempo, así que se escabulló de sus padres y se dirigió al único lugar que se le ocurría podrían haberlos escondido. A su corta edad era muy tenaz y no le gustaba seguir las reglas todo el tiempo.
Entró lentamente al despacho, traía consigo un erumpet de peluche y lo arrastraba por el piso mientras buscaba los obsequios por todos lados. Se aproximó al gran escritorio de madera que se ubicaba en el centro de la habitación, sobre el había un sobre que iba dirigido a los Adams y debajo una bolsa que contenía paquetes envueltos con papeles de colores llamativos. La abrió y comenzó a sacar los obsequios, feliz de haber logrado su cometido.
De pronto se escuchó una cerradura. Drubiel rápidamente se escondió debajo del escritorio para que no lo descubrieran sus padres, el lugar estaba muy oscuro y era imperceptible ahí escondido.
Las pisadas eran delicadas, como si no quisieran ser detectados. Cansado de estar oculto, Drubiel estaba a punto de salir de su escondite hasta que escuchó los pasos apresurados de unos tacones y la puerta abrirse.
- Drubiel cariño, ¿estás aquí? - escuchó a su madre llamarlo.
- Hijo sal, no juegues así con nosotros - dijo su padre mientras buscaba la varita entre su túnica para prender la luz, al parecer la casa se había quedado sin iluminación.
El niño pequeño de pronto se quedó confundido. Si sus padres acababan de entrar, ¿de quiénes eran los pasos que lo habían hecho ocultarse?. No tuvo que pensar mucho pues en un instante escuchó la voz de alguien más.
- Su hijo no jugará con ustedes, pero nosotros si - dijo uno de los hombres desde la oscuridad.
De inmediato Nymeria y Albert se colocaron en pose defensiva, con las varitas fuertemente sujetadas.
- ¡Lumos! - invocaron ambos y lograron iluminar parte de la gran habitación.
- ¿Quiénes son y qué hacen aquí?, ¿cómo entraron? - preguntó Nymeria con un tono de voz elevado.
- No fue difícil entrar, aunque la cocina quedó algo manchada de rojo… parece que ya no tienen empleados - dijo el otro hombre usando un tono de burla.
- ¡Malditos! - dijo Albert preso de la furia.
- Para ser aurores, la seguridad de su casa da mucho que desear - dijo burlándose el primer hombre - y respondiendo a tu primera pregunta mujer… ya nos conocemos de hace tiempo, pero nos reencontramos en Rusia y estamos aquí para encargarnos de que no vean otro amanecer - terminó de pronunciar y comenzó a lanzar hechizos hacia los Amidala.
Drubiel sujetaba fuertemente su peluche mientras veía luces de muchos colores atravesar de un lado a otro la habitación. Objetos explotaban en cada extremo del despacho y los quejidos de ambos bandos invadían el ambiente. De pronto su madre cayó frente al escritorio, totalmente sujetada por cuerdas que le cortaban la circulación.
Nymeria fijó su mirada por debajo del escritorio y pudo observar a su pequeño hijo abrazando a su peluche, con lagrimas caer por sus mejillas y completamente asustado. Tan pronto fue liberada por Albert, esta le indicó con una seña que se mantuviera en silencio y creó una barrera para que estuviera protegido.
Las niñas se habían levantado por el ruido y a pesar de tener miedo al observar los hechizos atravesar la habitación Padme corrió por ayuda de sus tíos. Dejó a Dheliber en un lugar seguro, tomó un puñado de polvos flú y entró en la chimenea, decidida a traer consigo a sus tíos.
La batalla en el despacho no cesaba, los Amidala estaban ya muy cansados. Habían podido ver a los hombres con quienes peleaban y se trataba de unos presos que ellos mismos habían capturado años atrás por dedicarse a asesinar magos a sueldo.
De pronto un rayo rojo impacto a Nymeria, provocando que esta cayera al suelo invadida por el dolor y soltara un gran grito. Albert atacó a los hombres logrando sacar a Nymeria del infierno en el que se encontraba, sin embargo estos le arrebataron la varita cayendo al suelo ya sin esperanzas.
Con las últimas fuerzas que le quedaban, Nymeria apunto su varita hasta el lugar donde se encontraba Drubiel, logrando fortalecer la barrera en la que se encontraba. Miró a su hijo con ternura por última vez antes de ser alcanzada por un haz de luz verde. Albert corrió hacia Nymeria pero antes de que llegara también fue alcanzado por la luz verde, cayendo al lado de su esposa para no levantarse jamás.
- Oh, que lastima… me hizo falta más diversión - dijo uno de los hombres, fingiendo tristeza.
- No te preocupes, aún podemos divertirnos - le contestó el otro mientras acercaba su varita a los inertes Amidala y conjuraba - Corticem Detraho - haciendo varios cortes por todos sus cuerpos. El otro hombre observaba mientras reía de una manera demencial.
- Muy bien, terminemos con ellos - dijo este último, acercándose a la pareja y pasando la punta de su varita por sus cuellos.
- Scindo Indoletum - dijo apenas susurrando y horrorizando al pequeño Drubiel.
Al otro lado de la puerta se escucharon voces, por lo que los hombres rieron y desaparecieron una vez que comprobaron que su tarea estaba hecha.
Segundos después los Wood aparecieron a través de la puerta, dándose cuenta de que ya era demasiado tarde. Drubiel salió de su escondite al verlos y corrió a abrazar a su hermana mayor, quien se encontraba de pie en la puerta contemplando la inimaginable escena con una mirada ya vacía. Charles se percató de esto y llevó a los niños a otra habitación mientras Elaine se inclinaba hacia su hermana y las lagrimas caían por sus mejillas.
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