i. la chica del viento del norte
▬▬ capítulo #1 ▬▬
❛❛La chica del viento del norte❜❜
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DURANTE EL PERIODO HEIAN, cuando la línea que dividía a los humanos de las maldiciones era tan delgada como un hilo, el mundo se sumía en un caos incontrolable, día a día las promesas de la hechicería morían a manos de la guerra o los conquistadores, sin embargo, ninguno de ellos derramaba tanta sangre como el llamado Rey de las Maldiciones, ese indomable ser maligno de cuatro brazos y mirada asesina, Ryomen Sukuna devastó al mundo del Jujutsu hasta que se vieron acorralados.
La desesperación de los hechiceros era tanta que, en un punto de quiebre, llegaron a romper sus propias reglas. Sabían que alejar a Sukuna con fuerza convencional era imposible, y por más que buscaran una forma de crear una barrera capaz de protegerlos, el último recurso llegó a sus manos, firmando así una sentencia de muerte.
Un pacto prohibido entre el grupo de hechiceros, cada uno de ellos renunció a la vida prospera que anhelaban con el fin de no morir aprisionados por el Rey de las Maldiciones, derramaron su propia sangre en un ritual irreversible ofreciendo esas gotas carmesí como un tributo para ser protegidos del ser maldito que los perseguía. Sin embargo, aquella petición era un arma de doble filo.
Ese poder de protección no podía calificarse como un don, mucho menos un regalo, el pacto prohibido solamente representaba un castigo por jugar con fuerzas mayores a la habilidad humana. Desde aquel entonces, el pacto del Rubí Sangriento, también conocida como la incurable Chimahire no Rubi se consolidó como el juego final para los hechiceros que lo crearon, todo aquel vinculado con el mismo, poseería sangre contaminada por energía oscura, cualquiera que se atreviera a entrar en contacto con el líquido rojo, experimentaría el mismo dolor interminable del portador.
A pesar de que su creación alejó a Ryomen Sukuna de sus familias y comunidades, la Chimahire no Rubi no desapareció con la muerte de aquellos hechiceros, jamás se enteraron del legado maldito que traspasaron a sus descendientes, aquél pacto se presentó al mundo moderno como una condición, algo parecido a una enfermedad solamente para portadores de energía maldita, como un parásito sin dueño, se ocultó en la energía del mundo, apareciendo intermitentemente en diferentes generaciones, y la pobre alma que se viera atrapada por la maldición del Rubí Sangriento, se convertiría en la aguja en un pajar. Un caso extraordinario.
Ya no habían patrones, los linajes se hicieron polvo con el tiempo, y con lo fácil que era caer en sus garras, aquella condición no distinguía entre virtuosos y condenados, tomaría al alma más envenenada, o a la más pura por igual. Habían pasado generaciones enteras sin despertarla, pero otras veces, atacaba a alguien demasiado joven e indefenso como para entenderlo. Así fue para ella. Cuando se adentró en su pequeño cuerpo hasta apoderarse del mismo, y su corazón infantil latió con la fuerza suficiente como para sentir que era su fin.
Dime, ¿alguna vez has tenido una experiencia cercana a la muerte? Un momento donde sientes como los latidos acelerados van a tal velocidad que tu corazón va a estallar, o el aire se hace escaso, el frío te atrapa en sus brazos sin darte una posibilidad de escapar. La primera vez que Hatsu sintió a la muerte tirar de ella para llevársela, fue cuándo cumplió los ocho años.
Los gritos de su madre pidiendo auxilio y las súplicas de su padre rogando que se mantuviera despierta era lo único que sus oídos podían distinguir, sentía que pisaban su garganta, que sus huesos amenazaban con quebrarse y su sangre se convertía en cristales filosos, capaces de abrir la piel desde adentro. Dolía como arder en el infierno, sentía que aplastaban su cuerpo contra una cama de agujas, incluso el roce de las lágrimas contra su piel ardían como agua hirviendo. Deseaba morir, era la única forma de acabar con ese dolor.
"Me duele" un suave susurro escapó de los labios temblorosos de aquella niña envuelta en sábanas, mientras las lágrimas teñidas en carmesí se deslizaban desde sus ojos negros.
Sin embargo, antes de caer vencida por el agonizante sufrimiento, la tía de Hatsu, Maiko Morimoto, pudo salvarla con su energía protectora. La única hechicería de la familia hasta Hatsu, una mikō retirada, pero en su momento, un talento extraordinario para el mundo del Jujutsu.
—Déjenla aquí—exclamó, observando como Ren, el padre de Hatsu, dejaba el cuerpo de su niña sobre la mesa.
Ren abrazó con fuerza a su esposa, Aiko, para evitar que saliera corriendo hacia su pequeña hija, en ese momento, lo único que podían hacer era depositar su fe en Maiko. La mikō tenía años de experiencia como sacerdotisa, curar heridas mundanas era tan fácil como chasquear los dedos, pero cuando el mal ataca la esencia de un hechicero, era como correr en la oscuridad, una absoluta incertidumbre.
Maiko tomó un respiro, dejando que sus habilidades fluyeran a través de su cuerpo, una vez que la energía maldita comenzó a manifestarse, no tardó en comprender qué estaba ocurriendo con su pequeña familiar. La técnica de Maiko le permitía sentir todo lo que otro individuo con energía maldita padeciera con solo tocarlo, por esta razón, no pudo aguantar entrar en contacto con Hatsu por más de diez segundos, con los labios temblorosos y un zumbido en los oídos ocasionado por el dolor, levantó la mirada.
—La está matando—dictó, soltando la mano de la niña para correr desesperada a los estantes.
—¿¡Qué!? ¿¡A qué se refiere!?
—Sí no hacemos algo el dolor va a matarla—aclaró la mikō—. ¡Ren, no la toques!
Ren se detuvo abruptamente ante la advertencia de su tía, dejando que sus ojos se llenen de lágrimas al ver como su hija se revolcaba en su propio dolor. Ninguno de los padres lo comprendía, pero Maiko ya tenía la respuesta en sus manos.
La mikō solamente tuvo que darle una hojeada al escrito frente a ella para confirmar sus sospechas, no cabía duda alguna de que se trataba de la mítica Chimahire No Rubí, la Gema Maldita. En sus 40 años de vida, Maiko jamás se había topado con esta condición, pero sus años de estudio la llevaron a conocerla a profundidad. Nunca la había tratado, sin embargo, el tiempo estaba pisándole los talones, debía confiar ciegamente en sus conocimientos.
La hechicera tomó la mano de su sobrina una vez más, mordiendo el interior de su boca para evitar que un grito de dolor escapara, ambas cruzaron miradas con los ojos cristalizados, aún así, Maiko se esforzó por transmitir toda la paz que pudiera.
—Descuida, Hatsu, pronto te sentirás mejor—expresó la mujer, pasando su otra mano por la frente de la niña—. Cuenta hasta diez...
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2018
—Hatsu... ¡Hatsu!
La joven parpadeó repetidas veces, luego de haber perdido la atención en sus propios pensamientos, al recuperarla, notó que el paisaje era un poco diferente, el campo verde se transformó en un montón de edificios que cada vez se hacían más grandes. Una pequeña sonrisa se asomó por los labios de Morimoto, tras un segundo de silencio, se dio cuenta que su madre continuaba al otro lado de la línea.
—Perdón—se limitó a responder, dejando que Aiko continúe repasando todas las cosas que Hatsu debía llevar consigo.
Por otro lado, la joven Morimoto solamente asentía con la cabeza, pues estaba segura de haber enumerado todas sus cosas unas tres veces antes de salir de Ginzan Onsen, aquel pueblo mítico que la vio crecer, pero que simplemente le quedó pequeño. En cuestión de segundos, volvió a perderse en el pensamiento que la estuvo acompañando las últimas tres horas de viaje: Pronto estaría pisando Tokio.
Hace algunos años, aquella idea sonaba como una fantasía, ya que sus padres temían constantemente a que sufriera algún tipo de ataque, ya que de no haber sido por el vasto conocimiento de Maiko y sus habilidades como sacerdotisa, quizás habría cargado el cadáver de su sobrina hasta regresar con sus padres, pero todos esos años de experiencia la llevaron a encontrarse con la condición años atrás. Gracias a esto, Hatsu encontró una forma de tratar su cuerpo, y sería la última vez que desearía haber terminado con su vida.
Habían pasado siete años desde el primer ataque, desde entonces, la purificación de su energía maldita y el tratamiento médico fueron capaces de mantenerla estable. Su único deseo era convertirse en una mujer como su tía, la persona que le salvó la vida. Deseaba profundamente ser parte del mundo de la hechicería, marcar una gran diferencia con las habilidades tan peculiares que se le otorgaron al nacer.
—Y por favor, no tomes riesgos innecesarios—la voz de su madre terminó sacándola de su profundo pensar, Hatsu suspiró, harta de escuchar esa misma oración todo el tiempo.
—Mamá...
—Hatsu—cortó con seriedad y miedo en su tono, la mencionada recordó que el miedo de Aiko era racional, y si quería completar sus estudios sin ningún problema, tendría que aceptarlo.
—Sí.
—Te amamos, no lo olvides.
Antes de poder decir algo, se percató que su madre había cortado la llamada, probablemente porque se echó a llorar. Hatsu recargó su espalda en el asiento, regresando a su soledad, la joven paseó la mirada por el vagón percatándose de la gran variedad de personas que subían, ya que esa era la última parada antes de su destino.
Al poco tiempo, el tren comenzó a reducir su velocidad, anunciando su llegada a la estación de Tokio. El sonido de la voz a través de los altavoces se mezcló con el murmullo de los demás pasajeros que comenzaban a recoger sus pertenencias para descender. Al momento de descender, la joven Morimoto parpadeó repetidas veces ante la fuerza de la luz solar que siempre lograba abrumarla, cuando finalmente pudo apreciar el escenario frente a ella, un escalofrío recorrió su espalda.
La gente caminaba de un lado a otro con prisa, los edificios eran mucho más altos de lo que imaginaba, el aire era completamente diferente, Tokio resultó ser más de lo que le prometieron incluso a primera vista. Por un par de segundos, quedó inmovil, incapaz de pensar en qué haría después, una parte de ella le decía quieta, espera tu maestro, sin embargo, su curioso pensamiento le pedía a gritos adentrarse en la estación
La estación central de Tokio era enorme debido a la cantidad de rutas que tenía, además de ser extravagante mantenía su toque tradicional, pero al venir de un mundo completamente folclórico, tenía muchas ansias por recorrer las tiendas que se encontraban en la estación.
Con algo de curiosidad se acercó al mapa, encontrándose con la sorpresa de que estaba repleta de tiendas marcadas por las tendencias, por un instante se planteó visitar la de Rilakkuma o Ghibli, pero la de NHK captó toda su atención por un instante.
—El café de este lugar es bueno, pero tiene una temática extraña, ¿conoces los juegos de Nintendo?
La joven volteó hacia el origen de la voz que interrumpió su distracción, grande fue la sorpresa al encontrarse con un hombre a sus espaldas, de postura relajada y una apariencia muy particular, sin embargo, lo más abrumante de todo era la cantidad de energía maldita que desbordaba ¿Cómo no había notado su presencia con tal cercanía? Hatsu volteó completamente, todavía exaltada por la situación.
Era un hombre muy alto, de porte atractivo pero una notoria actitud despreocupada, se notaba en su sonrisa sutil, si el cabello blanco no era suficiente distracción, estaba segura que esa venda en sus ojos llegaba a llamar la atención de muchos, de no saber de quién se trataba, probablemente Hatsu habría quedado intrigada por él, pero dadas las circunstancias, se limitó hacer una corta reverencia para saludar.
—Profesor Gojo.
—Tu tía mencionó que sería fácil reconocerte, claramente las miko relucen por su particular energía—respondió Satoru—. Pero creo que eres muy parecida a ella, eso no me lo dijo.
Al escuchar eso, la muchacha levantó la vista, sorprendida de aquellas palabras, era la primera vez que hablaban de algún parecido entre Maiko y ella. No podía reflejar en su expresión, pero aquél el comentario se sintió como un cumplido. Sin ninguna explicación, el hombre comenzó a caminar en dirección a la salida con las manos en los bolsillos, Morimoto no preguntó, se limitó a seguirlo en silencio.
—Yaga me pidió que viniera por ti personalmente, mientras mi compañera se encarga del resto de la clase—comentó—. Tu tía es alguien que el director aprecia mucho ¿Sabes?
—Ella me recomendó la escuela de Tokio, justamente por el director Yaga.
—¿Y te mencionó algo de mí? Maiko es una mujer encantadora.
"Es un mocoso atrevido y pretencioso" la voz de Maiko Morimoto resonó nuevamente en sus pensamientos, pero se abstuvo de comentarlo, pues la brutalidad en la sinceridad de su tía podía sentirse incluso estando tan lejos de ella.
—No—murmuró, para luego cambiar de tema—. ¿Conoce a mi tía?
—Tuve la oportunidad, en mi primer año en la escuela, es por eso que reconozco sus habilidades—dijo él, recordando sus días como estudiante—. Las miko son verdaderamente particulares, será interesante conocer tu desempeño en el equipo.
La castaña no supo si tomarlo como un cumplido o una observación casual, pero optó por el silencio. No era fácil para ella aceptar ese tipo de comentarios, y menos cuando venían de alguien tan imponente como un Gojo, de hecho, el portador de los seis ojos, por un lado no podía ignorar el gran poder que aquél hombre cargaba, pero por otro, le costaba creer que se trataba de él, juzgandolo por su actitud.
—Bueno, dejemos eso por ahora, tenemos que encontrar al resto antes de que Mina comience a llamar—cerró, suavizando el ambiente con su tono ligero.
El viaje en el auto hasta Harajuku pretendía ser silencioso, al menos para Hatsu, quien solamente respondía con "sí" y "no", Gojo tenía una idea de con quien estaba lidiando, sin embargo, no imaginó que encontraría a una chica tan silenciosa, incluso más que Megumi, de todas formas debía indagar de forma personal acerca de lo que Hatsu Morimoto representaba.
—Tienes las habilidades de una Miko, pero no llevas la vestimenta, tampoco mencionan el kagura en tu expediente, a pesar de que Maiko lo practica—comentó Satoru.
—Mi tía dice que comenzaré la formación como sacerdotisa apenas termine la escuela, pero mis padres quieren que vaya a la universidad—respondió ella, aún mirando la ventana—. Yo no practico el kagura, pero mi tía me enseñó algunos cantos ancestrales, solamente hago manejo del O'fuda.
—Eso significa que tampoco tienes predicciones.
Hatsu apretó los labios, agachando levemente los ojos ante la frustración, por mucho tiempo, su familia tuvo la expectativa de tener una vidente, ya que era una habilidad muy peculiar entre las Miko, sin embargo, el tiempo pasaba y Hatsu no presentaba ninguna señal al respecto, se limitó a aceptar que su poder estaba en las cartas, algo que también representaba una gran responsabilidad.
—Ahora eres mi estudiante, Hatsu—completó el albino—. Considerando que vienes de un pueblo viejo, es probable que tu familia no te haya enseñado todo el potencial que posees, además, tengo entendido que temen de los efectos que puede tener en tu...
—Condición—añadió Hatsu, casi de forma involuntaria, al percatarse de eso, Satoru solamente sonrió comprensivo.
—Lo tengo, condición, no enfermedad—repitió el hombre—. Shoko me habló de ello, también se encargará de cuidarte en cuanto al tratamiento, también recibirás uno con medicina occidental para regular el impacto de la Chimahire en tu cuerpo, pero todo ya lo sabes ¿No es así?
Hatsu miró a su profesor de reojo, esta vez con mucha más tranquilidad, asintió con la cabeza de una forma visible antes de regresar su vista a la ventana, se sentía aliviada de saber que su entorno escolar estaba preparado para ella, algo que nunca antes había experimentado.
A diferencia del resto de los hechiceros, Hatsu debía ser mucho más precavida, no solamente por su propio bienestar, sino que en el fondo, lidiaba con una fuerza mucho más complicada que problemas con su sangre. Su condición era silenciosa, pero letal, la Chimahire no Rubi la tenía condicionada de por vida, no podía jugar como los otros niños, no podía enfermar como el resto de las personas, no podía relacionarse sin antes lanzar una advertencia, pues uno de sus mayores temores era llegar a transmitirla. Otra vez ese temor.
En cuanto llegaron a Harajuku, las miradas comenzaron a caer en Satoru Gojo, a diferencia de otros lugares ese barrio era conocido por su extravagancia, entonces su presencia no significaba algo inusual, sino atractivo. La chica caminaba con la vista perdida en las exhibiciones de las tiendas o los atuendos extraordinarios de las tribus urbanas de lugar, por no mencionar a la gran cantidad de extranjeros que se paseaban de esquina a esquina.
De un momento a otro, el profesor se detuvo, haciendo que Hatsu choque con su espalda, dejándola un tanto confundida por unos segundos hasta que finalmente el albino habló con gran entusiasmo.
—¡Excelente! ahora estamos todos reunidos.
La voz de Satoru Gojo llamó la atención de las cuatro personas presentes, pues no habían notado su presencia hasta que habló a sus espaldas. La mayor de ellas, una mujer alta de cabello corto, volteó a verlo, alzando levemente su mirada.
—Buen trabajo Minari, reuniste a los alumnos, tu primera tarea del día—Gojo palmeó el hombro de su compañera con algo de torpeza, ganando que la chica voltee a ver nuevamente a la azabache.
—¿Alumnos?
—Veo que Satoru no te informó que vendría—soltó la mujer—. Mi nombre es Mina, seré su maestra este año.
Las palabras de Minari hicieron que los ojos de la adolescente pelirroja se iluminaran por el entusiasmo, inevitablemente una sonrisa se asomó en su rostro con el solo hecho de pensar que tendría a una mujer como ella enseñándole.
—¿¡Serás mi maestra!?
—Algo así, cariño—dijo Mina con una sonrisa, palmeando con suavidad la mano de la chica esperando que la soltara—. Satoru, me hubiera gustado saber que tardarías en llegar.
—¿No lo hice? Seguro lo olvidé—soltó el albino con simpleza—. Fui a la estación central por nuestra otra estudiante, adelante, preséntense.
Al mencionar lo último, Gojo dio un paso al costado, dejando ver a una joven, Mina ni siquiera había notado su presencia hasta que su amigo la mencionó. Se trataba de una chica con cabello corto y castaño, al igual que sus compañeros llevaba el uniforme de la escuela. Hatsu sintió las miradas sobre ella, pero no se veía intimidada, pues recordaba las palabras de Meiko antes de dejar su tierra: cuida tu poder.
Aquello había tenido gran impacto en ella, si quería conocer más sobre su condición y su técnica, debía llevar una fiesta en paz con sus compañeros, algo le decía que no estaban al tanto de la situación, no esperaba que lo estuvieran, por lo tanto, su plan era manejar una buena relación hasta el momento de la verdad, quizás así no acabarían excluyéndola como solía ocurrir, Hatsu hizo una reverencia de cortesía para saludar.
—Me llamo Hatsu Morimoto, soy de Obanazawa—soltó finalmente, tras unos cuantos segundos de silencio—. Ustedes deben ser mis compañeros, mucho gusto.
Minari miró de reojo a Satoru, algo sorprendida por la educación y el bajo tono de voz de Hatsu, Gojo solo le sonrió, dejando que Minari descubra la personalidad de sus alumnos por ella misma.
—Nobara Kugisaki—dijo la pelirroja—. Pueden alegrarse de tener a dos chicas en el grupo.
—¡Yo soy Yuuji Itadori, de Sendai!
—Megumi Fushiguro—finalizó el azabache, con la frivolidad que lo caracterizaba.
Kugisaki no dijo nada, se limitó a soltar un suspiro. Minari no pudo evitar sentir la tensión en el ambiente, recordaba haber experimentado una ansiedad tremenda al momento de conocer a sus compañeros, pero esos cuatro chicos se veían tan diferentes que parecía imposible tenerlos juntos por más de cinco minutos, aún así, se esforzaría por darles el mejor ambiente escolar posible.
Por otro lado, Hatsu ya estaba formando la primera impresión de todos los presentes, claramente Satoru había sido su primer acercamiento, pero no estaba tan lejos de la descripción que su tía le había dado, Minari sería su otra maestra, una mujer dulce, demasiado cariñosa, quizás tendría que marcar una línea con ella si llegaba el momento, Nobara era alguien con mucha seguridad en sí misma, podía notarlo en su forma de hablar incluso de pararse, Fushiguro tenía una presencia mucho más reservada, algo difícil de leer, y luego estaba él.
Ese muchacho de cabello rosado, resaltaba por desbordar energía y una actitud optimista. Yuuji Itadori, demasiado sonriente, era todo lo que podía decir al respecto.
—¡Por fin están los cuatro juntos!—añadió Minari, con una sonrisa de par en par—. Entonces ahora podemos irnos.
—¿Qué se supone que haremos?
—Por supuesto, ustedes tres son provincianos ¿No es cierto? Tu tía mencionó que nunca dejaste esa montaña—añadió Gojo, palmeando la cabeza de Hatsu, quien no dijo nada al respecto—. ¿Qué no es obvio? Conoceremos Tokio.
Inmediatamente, Yuuji y Nobara saltaron de alegría sobre su profesor, como si se tratara de un par de niños pequeños. Mina juntó sus manos con emoción uniéndose a la celebración, mientras Hatsu y Megumi observaban en un costado.
—¡Vamos a Disneylandia, Mina!—pidió Nobara dando saltos mientras tomaba el brazo de su maestra.
—¡Tonta! Eso queda en Chiba ¡Vayamos al barrio chino!
—¡El barrio chino está en Yokohama!
—¡Yokohama está en Tokio! ¿No lo sabías? ¡Mira un mapa!—regañó Itadori—. ¡Profesora Mina! ¿A dónde iremos?
Ante la mirada entusiasmada de sus dos alumnos, la azabache no supo a quién mirar, no quería romper las ilusiones de ninguno, pero tampoco podía consentirlos a todos al mismo tiempo, ante la presión, levantó la mirada en busca de ayuda de Satoru.
—Satoru—murmuró, esperando que ninguno se diera cuenta.
—¿Es nueva?—dijo Hatsu, a lo que Megumi respondió asintiendo con la cabeza.
—Escuchen bien, nuestro destino será... ¡Roppongi!
Tanto Itadori como Nobara cruzaron miradas entusiasmados, mientras Minari ladeó la cabeza con algo de confusión, no comprendía el motivo por el cual irían a Roppongi, quizás los llevarían a comer, o a conocer los edificios conocidos por su preciosa vista, también recordaba haber visto un par de museos por la zona.
—Roppongi...—murmuró para sí misma, tratando de recordar qué había leído acerca del lugar mientras el grupo de hechiceros caminaba con los dos maestros por delante.
Megumi iba detrás de ellos observando su teléfono ocasionalmente, mientras Nobara fotografiaba todo lo que se le hacía interesante, apenas había notado que junto a ella caminaba el chico sonriente, quien se dio cuenta de lo que había dicho, pensando que quizás Hatsu trataba de iniciar una conversación.
—¡Ah, qué suerte!—dijo Yuuji, girándose hacia ella con una sonrisa de oreja a oreja—. ¿Sabías que hay un montón de restaurantes en Roppongi? Podemos probar de todo.
—No tengo hambre—respondió con simpleza.
El rostro de Yuuji se tensó por un momento, como si sus neuronas intentaran procesar aquella información. Parpadeó un par de veces ante la rudeza en el tono de la chica, era extraño, pues pensó que se trataba de alguien tímida nada más, el chico frunció el ceño con algo de confusión.
—Vienes de un largo viaje ¿Cómo que no tienes hambre?
—Solo no tengo hambre—repitió con calma, encogiéndose de hombros.
—¡¿Ni siquiera cuando hay comida increíble cerca?!
—No tengo por qué comer solo porque hay comida cerca.
—¿No te parece que es el mejor momento para comer?—preguntó con algo de torpeza, ganando que Hatsu lo mire alzando una ceja, definitivamente Yuuji disfrutaba de las cosas simples—. Que extraño.
—Puedo decir lo mismo de ti.
Yuuji la observó por un instante, sin saber si debía tomárselo como un insulto o no. Luego soltó una carcajada, rascándose la cabeza. Inmediatamente, la mirada de Hatsu se relajó, por un instante creyó que la rudeza accidental alejaría al muchacho, pero lo había tomado con mucha calma, incluso humor.
—Supongo que es lo justo.
El muchacho no insistió más, pero mientras caminaban, de su bolsillo, sacó un montón de dulces, algunos como gomitas, otros como masticables, todos de una máquina expendedora que encontró mientras esperaban a sus compañeras, sin decir nada, extendió la mano hasta Hatsu para ofrecerle alguna ella se detuvo en seco y miró, luego a él, que la observaba con una sonrisa inocente.
—¿Qué haces?
—Los dulces te ayudan con el apetito, toma uno, quizás tengas hambre cuando lleguemos, para que puedas comer con nosotros—dijo él—. ¡Mira, estas tienen tu apellido!
La chica miró el paquete en la palma de Itadori, unas gomitas parecían venir una cadena con el apellido Morimoto, lo cual le resultó extraño, qué coincidencia. Por su distracción, no pudo evitar notar que el grupo se alejaba, y estaba segura de que tal vez algo dulce no le haría mal, después de todo ya habían llamado su atención. Con sumo cuidado, Hatsu tomó el paquete de gomitas, con mucho cuidado de no tocar a su compañero.
Yuuji notó ese acto, por un instante no pudo evitar pensar qué quizás la chica le tenía asco, ya que se portaba muy reacia desde el primer momento, pero en cuanto lo tuvo en sus manos, ella levantó la vista, con una mirada mucho más amigable.
—No sabía que eran buenos para el hambre.
—Bueno, es lo que mi abuelo me decía, y lo cierto es que yo siempre comeré cuando me lo ofrezcan—soltó el chico, completamente relajado mientras continuaba caminando para alcanzar al resto.
Por un instante, Hatsu se quedó observando la bolsa de golosinas, acercándose para oler el interior, era la primera vez que las comía en mucho tiempo, sin embargo, su atención se vio dispersa en cuanto levantó la vista nuevamente hacia Itadori, para luego alcanzarlo y caminar junto a él, no le había dado las gracias.
Aún así, la primera impresión se mantuvo, demasiado sonriente... demasiado amable.
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