Mel Medarda
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Pedido por: SofiaValdez420209
El salón principal de la mansión brillaba bajo un cielo de candelabros dorados, cada una de sus luces reflejándose en las joyas de los invitados. Mel Medarda, la estrella de la noche, se movía entre la multitud con la gracia de alguien que pertenece a este mundo de poder y elegancia. Su vestido dorado, ajustado perfectamente a su figura, la hacía destacar incluso entre los vestidos más lujosos de los presentes. Sus ojos que parecían los de un gato amenazaban con asustar a alguien.
A su lado, su novia, Lira, intentaba mantener la calma mientras las miradas de admiración seguían a Mel por donde pasaba. Lira no estaba acostumbrada a este tipo de eventos, y aunque adoraba a Mel, no podía ignorar la incomodidad que sentía al ser invisible junto a la deslumbrante figura de su pareja. La perfecta Medarda.
La entrada de Mel había sido un espectáculo en sí misma. Los murmullos se habían extendido como un incendio cuando la vieron entrar con Lira del brazo, y varias cabezas se inclinaron para observar mejor a la desconocida que acompañaba a la poderosa Medarda.
Lira llevaba un vestido sencillo pero elegante, negro con pequeños detalles en plata, escogido cuidadosamente por Mel para complementar su propio atuendo. Pero a pesar de sus esfuerzos por parecer confiada, los nervios estaban presentes en cada movimiento.
Mel, sin embargo, parecía ajena a cualquier tensión. Saludaba con sonrisas encantadoras, estrechaba manos, intercambiaba palabras con políticos, empresarios y artistas. Y, aunque al principio se aseguraba de mantener a Lira cerca, pronto la conversación la llevó de un grupo a otro, dejando a su novia sola en la mesa de cócteles.
Lira observaba cómo las personas se agolpaban alrededor de Mel, hombres y mujeres por igual, con miradas que variaban entre admiración y abierta atracción. Mel, siempre amable y profesional, parecía disfrutar de la atención, pero a los ojos de Lira, algunos gestos se sentían demasiado cercanos.
Una mujer en particular, alta, de cabello oscuro y labios pintados de rojo intenso, se había acercado demasiado, apoyando una mano en el brazo de Mel mientras reía. Lira apretó su copa de vino con fuerza, sintiendo una punzada de celos que no podía ignorar.
Cuando Mel finalmente regresó a su lado, Lira intentó mantener una sonrisa.
—¿Te estás divirtiendo? —preguntó Mel, colocando una mano en la espalda de Lira, como si pudiera percibir su incomodidad. Acaricio con su dedo pulgar la pequeña abertura que tenía en su espalda, sintiendo la calidez de su piel.
—Claro, esto es... impresionante. —Lira mintió, apartando la mirada para que Mel no viera la verdad en sus ojos. Su mandíbula estaba tensa.
Mel arqueó una ceja, captando al instante que algo andaba mal.
—Lira, cariño. —Mel tomó su mano con delicadeza, inclinándose un poco para susurrar cerca de su oído—. ¿Qué ocurre?
—Nada. —Lira intentó esquivar el tema, pero el tono insistente de Mel la hizo dudar. La mano derecha de Mel bajó hasta la cintura de Lira y apretujó su cadera como si fuera una almohada — Es solo que... parece que todos quieren un momento contigo, y yo... no quiero estar aquí. No me gustan estas cosas.
Mel la miró con ternura, pero también con esa chispa de determinación que la caracterizaba.
— Perdón, cariño. —Su voz era baja, pero llena de convicción—. Eres mi centro... perdón por obligarte a todo esto.
Antes de que Lira pudiera responder, alguien más se acercó a Mel, interrumpiendo su momento. Esta vez era un hombre mayor, un político conocido por su insistencia en monopolizar la atención de los demás.
—Medarda, ¿podemos hablar un momento? —preguntó, sin siquiera mirar a Lira. Como si la rubia fuera una sombra .
Mel no ocultó su fastidio, pero mantuvo la compostura.
—Claro, pero solo un momento. —Se giró hacia Lira y le acarició el brazo—. No tardo, ¿de acuerdo?
Lira asintió, pero mientras Mel se alejaba, los celos y la inseguridad la invadieron. Decidida a no quedarse relegada, se dirigió hacia una mesa donde servían champagne, intentando calmarse. Fue entonces cuando escuchó risas y comentarios sobre Mel.
—¿Quién es esa chica con Medarda? No parece estar a su altura — la voz de otro político la hizo tensarse.
—Seguro es algo pasajero. Medarda siempre tiene a alguien colgando de su brazo.
Lira apretó los dientes, sintiendo las palabras como golpes. Justo cuando estaba a punto de marcharse, Mel apareció de nuevo, con una mirada preocupada.
—¿Qué haces aquí sola? —preguntó, acercándose rápidamente.
—¿Qué importa? Tienes a toda esta gente luchando por tu atención. —Lira no pudo contener el reproche en su voz. Su mandíbula se tensó cada vez más mientras veía a varias personas mirándola con burla.
Mel se detuvo, sorprendida. Luego, lentamente, tomó la mano de Lira y la llevó hacia un rincón más privado.
—Escucha, sé que esto no es fácil para ti. —Mel hablaba con una honestidad que rara vez mostraba—. Pero quiero que entiendas algo, esta gente puede mirar, hablar, incluso coquetear todo lo que quiera. Pero al final de la noche, siempre es contigo con quien quiero estar.
Lira la miró, sus ojos llenos de dudas.
—¿De verdad? Porque no lo parece.
Mel suspiró, luego, en un gesto inesperado, la atrajo hacia sí y la besó. No fue un beso discreto, ni reservado, sino uno lleno de pasión y certeza, lo suficientemente fuerte como para que cualquiera que los viera entendiera exactamente cuál era la relación entre ellas.
Cuando se separaron, Lira se sentía un poco aturdida, pero también más segura.
—¿Eso responde a tu pregunta? —preguntó Mel con una sonrisa encantadora.
Lira rió suavemente, dejando que sus celos se disiparan.
—Supongo que sí.
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