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7. Alemania


Seguí a Coulson hasta el dormitorio en el que me estaría quedando durante mi estadía en el helicarrier. Ahí me puse el traje y las botas. Dudé un par de minutos de si ponerme la chaqueta. Una parte de mí creía no merecerla. Esa chaqueta era de Bunny, una mujer respetada y ejemplar. Otra parte de mí... se sentía desesperada por demostrarse digna de la chaqueta.

Los ojos orgullosos de Bunny surgieron de la parte más profunda de mi mente y me terminaron de convencer.

Me vi en el espejo y saqué mi cabello, que quedó atrapado bajo la chaqueta, y lo peiné en una trenza francesa. La punta del cabello cayó hasta la mitad de mi espalda. Sacudí los hombros, tratando de relajarme. Intenté contener la sonrisa que me cruzó el rostro. No iba a negarlo: la chaqueta me sentaba bien y era cómoda.

Al salir del dormitorio, Coulson me sonrió y luego me guió hacia el área de vuelo, donde me encontré con Steve. Estaba observando su escudo con expresión pensativa, hasta que levantó la mirada cuando me vio. De nuevo regresó al escudo, y rápidamente volvió a mí. Parecía que no creía lo que veía. A decir verdad, yo tampoco lo creía. Por Dios, era una maestra de Historia Universal en una secundaria, una mujer criada por dos adultos chapados a la antigua. Nunca vestía algo tan atrevido o ajustado.

—Le sienta bien el azul, Capitán —mencioné, mirándolo de arriba abajo, pasando saliva con dificultad. El traje era entallado y delineaba muy bien su figura y músculos.

—Lo mismo digo —me sonrió. Fruncí el ceño, confundida. Yo no llevaba azul—. E-es decir, con el negro y el amarillo. T-te ves bien con negro y amarillo.

Oí una ligera y muy baja risa viniendo de Phil, pero cuando lo miré por encima del hombro empezó a fingir un ataque de tos.

—Buena suerte —fue lo único que dijo antes de retirarse.

—¡Todo listo! —gritó un agente en la puerta del quinjet.

Seguí a Steve hasta el jet, y descubrí que Natasha Romanoff sería la copiloto. Me agarré de uno de los tubos que había en el techo cuando la nave despegó. Estaba muy ansiosa como para quedarme tan quieta. Esperaba que Callisto estuviera con Loki.

—No creo que atacarlo de frente sea fácil —comenté. Steve me miró con atención, encarándome—. Es un dios. Tal vez agarrarlo por sorpresa sea nuestra mejor oportunidad de atraparlo. Sí queremos atraparlo, ¿verdad?

—Si Loki muere, perdemos la oportunidad de interrogarlo y saber dónde están Callisto, Clint y Selvig —respondió Natasha, sin quitar los ojos del cielo.

Asentí, comprendiendo. No teníamos permiso de matarlo (si es que eso era siquiera posible).

—Distráelo —planeó Steve—. Lo rodearemos y atraparemos. No podemos dejar que escape, mucho menos que le haga daño a nadie.

—Bien —acepté—. Oh. Un consejo: si ves a mi hermana, no la enfrentes. Déjamela a mí —le pedí.

Él ni siquiera dudó en asentir.

—Ahora que no tiene control de sus acciones, ¿es peligrosa?

—Algo —admití, mordiéndome el labio inferior.

Levantó sus cejas, impresionado. Aún así, no olí temor en él.

Un par de horas después de planear el ataque, Natasha activó los paneles de reflectores para desaparecer el quinjet a simple vista. Sobrevoló por encima del que parecía un museo, donde afuera había una gran cantidad de gente inclinada hacia Loki, un hombre muy alto y de cabellera negra con un casco dorado con cuernos y un cetro mágico en la mano. Estaba hablándoles a todos, hasta que directamente se dirigió al hombre de la tercera edad que se había levantado. Estaba protestando en contra del dios.

—Romanoff, la puerta —pedí.

La compuerta se abrió hacia abajo como una rampa. Steve me tendió un paracaídas. Le sonreí divertida y negué con la cabeza antes de dejarme caer al aire de la noche. Aterricé con las rodillas un poco dobladas para amortiguar el golpe, dejando al alemán a mis espaldas para cubrirlo con mi cuerpo en caso de un ataque.

Loki me miró y formó una grande sonrisa cínica que mostró todos sus dientes blancos y derechos.

—X-23 —dijo, complacido de verme. Caminó hacia mí con gracia, quizá un poco cauteloso, como si quisiera acercarse a un león dormido. No me moví, esperando que avanzara más—. Callisto me habló de ti: la perfecta asesina, despiadada e incontrolable. Contaba con que vendrías.

—¿Dónde está? —demandé.

Loki mantuvo su sonrisa.

—Ocupada, consiguiendo algo para mí —contestó—. Pero no te preocupes, dejaré que te reúnas con ella...

Alzó su cetro y me apuntó con él desde la distancia. La punta de la vara apenas tocó mi clavícula y el centro de poder centelló con un brillo azul. Pero no sucedió nada, y eso pareció molestarlo. Frunció el ceño, mirando su cetro y luego a mí.

Entendí que planeaba hacer conmigo lo mismo que hizo con Callisto y Barton. Por alguna razón, no funcionó. No sabía por qué, pero era una ventaja de la me aprovecharía.

—Tus trucos de magia no servirán conmigo —me burlé con una media sonrisa socarrona, como si supiera excatamente por qué no me afectaba—. Ahora, ¿dónde está Callisto?

Bajó su cetro y lo apretó dentro de su puño. La energía del cetro volvió a centellar un momento antes de que saliera disparada contra mí. Desenfundé las dos gruesas garras de cada una de mis manos, tan rápido que brillaron bajo la luz de los faroles, y levanté los brazos para formar una X como escudo.

El disparo cayó en el perfil de mis garras y rebotó contra el pecho de Loki, quien voló unos metros hacia atrás y cayó de cara al suelo; pero se recuperó rápido y se levantó con los dientes apretados y los ojos llenos de rabia.

—Tu turno —hablé por el comunicador.

En un segundo, el escudo de Steve cayó desde el cielo. Por desgracia, Loki se dio cuenta y le disparó. El escudo salió volando en dirección contraria, justo hacia el quinjet. La nave no se movió para desviar el ataque, porque Steve saltó y atrapó el escudo en el aire antes de aterrizar a unos metros detrás de mí.

Las cosas no estaban saliendo de acuerdo al plan, pero aún teníamos posibilidades. Tal vez... 50% y 50%.

El quinjet sacó un arma y apuntó hacia Loki. La gente empezó a correr despavorida en diferentes direcciones, dejándonos a Loki, Steve y a mí como los únicos en la calle frente al museo.

Loki, suelta el arma y ríndete —ordenó Natasha por los altavoces de la nave.

Loki obviamente no hizo caso y le disparó al quinjet, pero el piloto fue más rápido y se movió a tiempo.

—Agáchate —me ordenó Steve en voz baja, consciente de que podía escucharlo perfectamente a pesar de la distancia.

Oí el escudó rompiendo el aire. No me hinqué de inmediato. Cuando mis sentidos lo sintieron demasiado cerca, entonces me agaché. Loki ni siquiera tuvo tiempo de entender la razón de mi movimiento y el escudo lo golpeó en el hombro. Steve saltó por encima de mí y se lanzó contra el dios.

Steve no tuvo que preocuparse por lastimar a nadie, porque ya no quedaba ningún civil alrededor. En un movimiento perdió el escudo, Loki le dio con la punta base del cetro y cayó sobre una barda de piedra, recibiendo todo el impacto en el abdomen. Lo escuché perder el aire.

En el momento en que Loki se acercó a Steve, listo para dispararle otra vez, corrí hacia él y le arranqué el cetro de las manos, que lancé varios metros lejos. Loki me miró indignado y trató de golpearme, pero falló todas y cada una de las veces. Rugió con furia por no poder alcanzarme.

No sabía si era más fuerte que yo, pero definitivamente no era más rápido, y el peso de su armadura lo ayudaba a ser todavía más lento. Cuando empezó a frustrarse, dio dos grandes zancadas y me alcanzó, tomándome del cuello y alzándome del suelo.

—Sólo eres un experimento fallido —insultó entre dientes, apretando el agarre de su mano—, que nunca será aceptada ni por su propia hermana.

Le hubiera respondido si no me faltara el aire. Podría haberle encajado las garras de mis manos en el rostro y liberarme de su agarre, pero no sabía si eso lo mataría. Entonces, algo filoso y grueso se enterró en mi estómago y un dolor crudo quemó cada fibra de mi cuerpo.

Desesperada, desenfundé la garra de mi pie derecho, eché la pierna hacia atrás para tomar fuerza y lo acuchillé. Él me soltó de golpe y retrocedió, sangrando de la pierna izquierda, mientras yo lo hacía del estómago.

Boqueé, tratando de recuperar el aire. Bajé la mirada a mi abdomen y descubrí que no sólo tenía una daga o una espada, sino toda una lanza de un metro de largo atravesándome el tórax. Gruñí con los dientes apretados, furiosa con Loki y el dolor que tenía.

Cerré los ojos con fuerza cuando agarré la lanza entre mis manos, empezando a sacarla de mi cuerpo. Solté un grito desgarrador. El arma evitaba que mis células comenzaran a regenerarse, y dolía como el infierno. Me curaba rápido, pero el dolor era humano, natural y crudo.

Al abrir los ojos, Steve y Loki estaban luchando cuerpo a cuerpo. Por desgracia, Loki tenía mil años más de experiencia. Apreté los labios para callar los gemidos, corté gran parte de la lanza por en frente y terminé de empujarla fuera de mi estómago. Escuché el metal cayendo contra el suelo y suspiré. Una capa de sudor me cubría la frente.

Está en todas partes —dijo Romanoff por el comunicador.

No obtuvo respuesta por ninguno, porque una canción de ACDC resonó por todo el lugar. La música provenía del quinjet. Miré extrañada a la nave y escuché el chillido de unos propulsores. Como una estrella fugaz, Iron Man voló hasta nosotros y disparó energía de los guanteletes de su armadura.

Loki cayó rendido en un par de esalones, rompiendo los ladrillos bajo su espalda y quejándose de dolor. Stark aterrizó frente a él y volvió a apuntarle con ambas manos y un par de pequeños cañones de sus hombros.

Steve se levantó al mismo tiempo que yo, amarrando el escudo a su antebrazo. La canción terminó cuando nos paramos a cada costado del hombre de hierro.

—Te toca, cuernitos —lo retó Stark.

Loki desvaneció su armadura, alzó las manos en son de paz y redujo su estatura, perdiendo la forma divina y pareciendo más humano.

—Buna decisión —dijo Stark, bajando las armas.

—Señor Stark —saludó Steve, aún recuperando el aliento.

—Capitán —correspondió Stark—. Señorita Ker... Por Dios, ¿estás bien? —jadeó, horrorizado con el montón de sangre que me cubría el abdomen y las manos. Steve me miró de la misma forma.

—Lo estaré en unos minutos —asentí. En realidad, la herida ya había sanado, pero el dolor todavía me tenía un poco mareada.

—De acuerdo —respondió, no muy convencido—. ¿Guardarías tu juego de cuchillos? Me pone nervioso.

Puse los ojos en blanco, pero igual contraje mis seis garras y las regresé al interior de mis manos y pies.

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