5. Helicarrier
El quinjet aterrizó suavemente, pero no me asomé por las ventanas del piloto para ver exactamente en dónde. Cuando quise tomar mi mochila y Bruce la suya, un agente explicó que él llevaría nuestras pertenencias a nuestros respectivos cuartos. Esperé a que la compuerta se abriera, y al hacerlo, Bruce me cedió el paso con caballerosidad.
—¿Un barco?
El transporte era gigantesco y con más que suficiente espacio para una pista de aterrizaje y docenas de quinjets. Incluso vi pasar a un grupo de soldados trotando. El salvaje y calmado océano era lo único que nos rodeaba. Debíamos estar bastante alejados de cualquier civilización.
—Doctor Banner.
Inmediatamente reconocí su voz. Me volteé al mismo tiempo que Bruce, y lo seguí de cerca cuando caminó hacia el legendario soldado para estrecharle la mano. Esta vez, Steve no usaba ropa cómoda para ejercitarse, aunque no me hubiera quejado si así fuera. Llevaba fajada una camisa a cuadros, casual y de tonos azules, unos vaqueros y zapatos de vestir cafés que hacían juego con su cinturón y su chaqueta de piel.
—Ah, sí. Hola —saludó Bruce, y soltaron sus manos. Lo miró de arriba abajo, algo sorprendido de conocer al hombre en el que Alquemax y él se basaron para recrear el suero del súper soldado—. Dijeron que también vendrías.
Steve miró por encima del hombro de Bruce, ya que yo estaba parada a sus espaldas, y se fijó en mí. No sé si mis escalofríos fueron por sus electrizantes ojos azules o la brisa que me golpeó con el viento. Tuve que pasar algunos mechones de mi cabello detrás de mis orejas para evitar que siguieran tratando de taparme la vista, que se movían gracias a la fuerza del aire.
—Kala —me saludó con una amable y tierna sonrisa.
Mis mejillas se elevaron bastante cuando le devolví la sonrisa.
—Hola, Steve —correspondí. Noté a una pelirroja vestida de civil, pero armada, a unos pasos atrás de Steve y mirándonos con una ceja arqueada. Me acerqué sólo lo suficiente para estrecharle la mano—. Kalani Kershaw, mucho gusto.
—Natasha Romanoff, el gusto es mío —respondió, mirándome con la misma cantidad de respeto que los demás soldados.
La pelirroja era hermosa, con cara de muñeca y cuerpo curvilíneo y ejercitado. Obviamente era una agente de SHIELD, y presentía que una de alto cargo.
—Me dijeron que usted puede encontrar el cubo —mencionó Steve.
—¿Es lo único que dicen de mí? —preguntó incómodo, uniendo sus manos al frente.
—Es lo único que me importa.
Bruce asintió, agradeciendo sus palabras.
—Imagino que esto es extraño para ti —comentó, señalando toda la tecnología avanzada y el armamento diferente a su época.
—En realidad, me es muy familiar —admitió.
—Será mejor no permanecer aquí afuera —advirtió Natasha—, si es que quieren seguir respirando.
No entendí a qué se refería hasta que escuché alarmas y advertencias por los altavoces.
—Personal de vuelo, aseguren la cubierta.
Lo que creí que era un barco, comenzó a cambiar de forma. Oí la maquinaria y los engranajes moviéndose. La gente alrededor empezó a correr de un lado a otro y a amarrar los quinjets al suelo.
—¿Esto es un submarino? —preguntó Steve.
—¿En serio? —cuestionó Bruce en un tono levemente burlesco e irónico. Nos acercamos al borde para mirar con más atención y detalle lo que ocurría— ¿Quieren sumergirme en una cabina de metal presurizada?
Algo parecido a un remolino se formó frente a nosotros, levantando la brisa del mar y humedeciendo nuestros rosotros. En realidad, era una gigante turbina luchando por salir del agua. Lo que no era un barco ni un submarino, comenzó a elevarse en el aire.
—Oh, Dios. No es un submarino —murmuré, tragando saliva con dificultad.
—No, no. Esto es mucho peor —concluyó Bruce.
El helicarrier estuvo en el aire, sobre el nivel del mar y entre las nubes, mucho más rápido de lo que esperé. Romanoff nos guió hacia el interior y no se detuvo hasta que llegamos al punte, que era la sala de controles y donde varios agentes manejaban el helicarrier simultáneamente desde las computadoras. En el centro, Nicky Fury daba órdenes a los agentes, que después anunciaban los cambios realizados en el helicarrier y el progreso de vuelo.
—Preparados para despegue. Incrementando energía al máximo.
—Planta eléctrica al máximo. Todo en orden.
—Todas las máquinas están funcionando. Protocolo de emergencia SHIELD 193.6 en vigor —anunció Hill—. Estamos nievelados, señor.
—Bien —respondió Fury—. Desaparezcamos.
No iba a negar que me sentía bastante sorprendida. Nunca había presenciado algo de este nivel. Todo era muy avanzado.
—Paneles de reflexiones funcionando —confirmó el agente.
Fury asintió antes de voltearse hacia nosotros, encarándonos.
—Damas. Caballeros.
Steve siguió caminando, sorprendido con todo lo que veía. No pude evitar encontrarlo adorable. Al pasar junto a Fury, le entregó un brillete de diez dólares, aunque no comprendí por qué.
Me quedé cerca del doctor Banner, pues era el único con el que me sentía cómoda y había entablado una conversación amena. Casi todos los demás me miraban con desconfianza y temor, Maria Hill incluida. Ella era la única agente, además de Nick Fury y Phil Coulson, que conocía.
—Doctor, gracias por venir —le dijo Fury.
Se dieron un respetuoso apretón de manos, pero Bruce aún se sentía incómodo. No estaba feliz de estar aquí, y la verdad es que yo tampoco. Alquemax me había enseñado a no confiar en nadie, mucho menos en organizaciones con planes para el mundo.
—Gracias por pedírmelo amablemente —dijo, soltando su mano—. Y, eh... ¿cuánto tiempo estaré aquí?
—En cuanto el Teseracto regrese a nosotros, se irá.
—¿Y cómo van con eso? —inquirió, guardando sus manos en los bolsillos de su saco.
—Estamos accediendo a todas las cámaras inalámbricas del planeta —habló Phil Coulson, un piso debajo de nosotros. Steve estaba a su lado, todavía admirando el lugar—. Celulares, computadoras... Si están conectadas a un satélite, nos sirven de ojos y oídos.
—Eso no los encontrará a tiempo —opinó Romanoff, hincada frente a una pantalla que mostraba la fotografía de un hombre que no reconocí, pero pude leer el nombre de Clint Barton debajo.
Una pantalla adelante mostraba la fotografía de mi hermana mayor, Callisto Kershaw, y una atrás enseñaba la de un tal doctor Erik Selvig. Desvié la mirada de inmediato. La última vez que vi y hablé con Callisto fue en el 2007, y ese día no quedamos en buenos términos, por lo que estaba más nerviosa de lo que me atrevía a admitir.
—¿Ése es su plan? Segurmanete Callisto está tomando todas las precauciones posibles para que no los encuentren —puntualicé—. Tiene que haber otra forma.
En Alquemax, Callisto llevó un entrenamiento distinto al mío. Mientras que a mí me enseñaban a asesinar a cualquier contrincante, a ella la educaban para entrar un lugar de alta seguridad, desmantelarlo, destruirlo, huir y ocultarse sin dejar rastro. Era mucho más lista que el promedio.
Bruce me miró, simpatizando con mi preocupación y apuro.
—Creo que la hay —me dijo, quitándose el saco. Miró a Fury, pensativo—. ¿Cuántos espectómetros tienen?
—¿Cuántos existen? —preguntó Fury, cruzándose de brazos.
—Llamen a todos los laboratorios —pidió, comenzando a remangarse la camisa purpúrea que traía puesta—. Díganles que pongan los espectómetros y los calibren para rayos gamma. Trazaré un algoritmo, reconocimiento básico de grupo. Podremos descartar algunos lugares. ¿Dónde puedo trabajar?
No tuve ni la más mínima idea de lo que significó todo lo que dijo, pero comprendí que su plan funcionaría mucho mejor. Bruce Banner era un genio, así que nadie protestó.
—Agente Romanoff —llamó Fury, volteando hacia Natasha—, lleve al doctor Banner a su laboratorio.
Natasha inmediatamente caminó, guiando el camino hacia el laboratorio, y Bruce la siguió.
—Le encantará, doc. Tenemos todos los juguetes.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro