Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

24. Alquemax

—Escúchame bien, X-23. Vas a entrar ahí y vas a pelear contra soldados. Asegúrate de usar las garras de tus manos y pies. Ellos tratarán de matarte, así que no te contengas.

Eso explicaba por qué me habían hecho cambiarme de ropa. Los uniformes blancos, que consistían en unos simples pantalones holgados y una camisa de mangas largas con broches de velcro, eran lo único que vestíamos las nuevas especies. Pero hoy, cuando fueron a mi celda, me dieron un cambio de uniforme, que era negro, ajustado y de tela absorbente. No me estaban llevando al laboratorio a hacerme más pruebas o a la sala de entrenamiento. Querían que luchara.

—No quiero —protesté sin expresión. Había aprendido a no mostrar miedo frente a ellos.

El doctor Zander Rice apretó los dientes, me miró con impaciencia y se agachó para quedar a mi altura. Los científicos, doctores y enfermeros, no importaba cuáles fueran sus trabajos, nos hacían daño y se divertían haciéndolo. El peor de todos era Zander Rice. Era frío y cruel, y todos hacían lo que él decía.

—Creo que estás un poco confundida. Tú aquí no decides ni eliges lo que quieres. Lo hago yo —masculló, apretándome el brazo con su mano—. Ahora, entra ahí y haz lo que te dije.

No respondí, pero mi silencio fue claro y comprendido. No iba a hacerlo. Él lo entendió. Ladeó la cabeza y sonrió con cinismo.

—De acuerdo. Traigan a la enfermera Kershaw —ordenó a los guardias que nos rodeaban.

El doctor Zander Rice sonrió triunfal cuando el terror se reflejó en mis ojos. Era la primera vez que me amenazaba con herir a Kershaw. Rápidamente me recompuse y borré todo rastro de ansiedad.

—Sí, X-23, sé que le tienes cariño a la enfermera Kershaw, y sé que ella te tiene cariño a ti y a X-21. ¿Ahora lo entiendes? Si no haces lo que te digo, voy a tener que lastimarla.

Apreté los dientes y fruncí la nariz. Él había encontrado algo con lo que manejarme, y eso no era bueno.

El doctor Rice se levantó, miró al guardia a su lado y asintió con la cabeza. El guardia volteó a la pared, presionó unos botones en la cerradura eléctrica y las puertas se abrieron. Alguien me dio un empujón en el hombro con la punta de un arma. Avancé hacia el interior de la habitación oscura que había frente a mí.

—¿Me llamaba, doctor Rice? —preguntó una voz femenina.

Mi corazón se aceleró. No necesitaba voltear para saber quién era.

—Espera aquí afuera, Kershaw. X-23 saldrá en unos minutos. Quiero que la escoltes de vuelta a su celda cuando salga.

—No —gruñí, levantando la mirada al doctor Rice—. No enfermera.

El doctor Rice me miró sin inmutarse.

—No te pregunté si querías —masculló—. ¡Entra!

Volvieron a empujarme y entré. Era un cuarto oscuro y frío. Las puertas se cerraron a mis espaldas, haciendo eco en el lugar. Rápidamente atrapé el aroma de seis personas diferentes, seis corazones latiendo y seis respiraciones regulares y pausadas. El olor de las armas picó en mi nariz. Realmente iban a tratar de matarme.

No reconocí el aroma de ninguno. No eran guardias aquí.

Se encendieron unas luces de golpe. El cuarto quedó bien iluminado, así que pude apreciar bien dónde me encontraba. Como había sospechado, era un cuarto vacío. Sólo había seis hombres altos y fornidos, mucho más fuertes y musculosos que los guardias de Alquemax. Algunos de ellos tenían cicatrices en la cara y los brazos. Los seis estaban formados en una línea recta frente a mí, a unos metros de distancia.

Señores, bienvenidos —saludó el doctor Rice por unos altavoces, que ubiqué en las esquinas altas de la habitación. Él estaba detrás de la pared a mi derecha, pero podía verlo por un plástico transparente que lo protegía de cualquier bala o golpe—. Este es el experimento X-23, la más fuerte las nuevas especias y el prototipo del soldado perfecto. Es nuestro mayor éxito, así que creo que quedarán muy satisfechos con la demostración.

Por eso estaba aquí. Esto era una demostración de mis habilidades, de lo que podían crear.

Eso lo determinaremos nosotros, doctor Rice —dijo un hombre, que no conocía, a mi izquierda. Estaba igualmente oculto y protegido como el doctor Rice, pero en la pared de la izquierda. Los dos se miraban entre ellos, con las manos cruzadas en sus espaldas—. Mis guardaespaldas tienen un historial bastante... sucio. ¿Está seguro de quererlos armados? El experimento podría morir y eso no le ayudará en nada a usted. Recuerde que de esto depende que sigamos invirtiendo en su... investigación médica.

El doctor Rice sonrió con la boca cerrada, con jactancia. Él sabía que las balas no me harían ningún daño permanente.

El sujeto X-23 está bien entrenado, señor. Estará bien.

Uno de los guardaespaldas del inversionista dejó salir una sonrisa burlesca. Ni él ni sus compañeros creían en las palabras del doctor Rice.

Por un breve momento consideré arruinar la demostración. Obviamente el inversionista quería ver los resultados del dinero que había metido en Alquemax. Nunca antes se había hecho una demostración. Este inversionista debía ser importante.

Sin embargo, no me convenía estropearlo. Sabía que a mí no me matarían, era demasiado valiosa e importante. A X-21 tampoco le harían nada, y con ella no podían chantajearme, porque ella era casi tan indestructible como yo, e igual de valiosa. Pero la enfermera Kershaw era humana, y era importante para mí y para X-21. Mucho más importante de lo que mostrábamos.

El primer disparo fue directo a mi corazón. Apenas me tambaleé un paso hacia atrás por la fuerza del impacto. El músculo de mi pecho empujó la bala hacia fuera y la bala cayó cubierta de sangre, rompiendo el silencio con un tintineo. Levanté la mirada al que me había disparado, pero no pude saber cuál fue. Los seis ya me estaban apuntando y todos me dispararon.

Doblé las rodillas y puse una pierna atrás para mantenerme estable mientras recibía los balazos. Gruñí por lo bajo cuando una bala me dio en la mejilla, atravesándola y cayendo en mi boca. Los soldados bajaron las armas cuando se quedaron sin balas y observaron horrorizados la caída de las balas, de mi cuerpo hasta el suelo. Escupí la bala de mi boca, siendo la última en tintinear.

—Joder, esta niña no es humana —maldijo el sexto soldado.

—Cierra la boca —masculló el segundo, sacando un cuchillo del bolsillo de su pierna izquierda.

Mis garras rasgaron el aire cuando las dejé salir. Dos de cada mano, del mismo largo que mis antebrazos, hechas de mi propio hueso y cubiertas por metal, uno que había escuchado a un científico decir que era el más fuerte de la Tierra.

—Mierda, olvídalo —murmuró asustado el sexto soldado, y se echó hacia atrás. Miró a la pared de mi derecha, sudando de su frente—. ¡No lo haré! ¡Déjenme salir!

Tal vez no tendría que matarlos. ¿No había sido aquello suficiente demostración? El inversionista debería estar satisfecho, si no era sanguinario.

No seas marica. Mátenla —ordenó el inversionista—. Mátenla o los mataré yo mismo cuando salgan de aquí.

Esa amenaza alentó a que los soldados se posicionaran en forma de ataque. El de en medio fue el primero en correr hacia mí y atacarme. Entonces, todo fue sangre y gritos. Ninguno de ellos fue más difícil que otro. Aunque eran más grandes que yo, su tamaño sólo me terminaba beneficiando.

El cuarto soldado me atrapó por la espalda cuando ataqué al segundo. Me encerró entre sus brazos, su corazón latió contra mi espalda. Eché la cabeza hacia abajo y luego hacia atrás. El impacto de mi cráneo golpeando su nariz lo obligó a soltarme y caer.

El sonido por el golpe del metal, que cubría mi cráneo, hizo eco en la habitación. Lo miré para asegurarme de que estuviera inconsciente, y lo estaba, pero aún respiraba por la boca. Me puse sobre él, con una pierna a cada costado, y me incliné hacia el frente. Vi el miedo en sus ojos, hasta que enterré las garras en su corazón, atravesando el chaleco antibalas, y sus ojos quedaron desenfocados.

Dos soldados más tarde y la habitación estaba en silencio. Ningún latido aparte del mío, ninguna respiración. Sólo el olor a sangre.

¿Cuánto? —preguntó el inversionista.

¿Disculpe?

¿Cuánto por la niña? —exigió el hombre— Me has dejado sin guardaespaldas. Dime cuánto por la niña.

Ofrezco el doble —dijo otro hombre, supuse que otro inversionista.

El triple —ofreció una voz diferente.

Lo siento, señores —interrumpió la subasta el doctor Rice—. Esto sólo es una demostración. X-23 no está a la venta.

¿Qué? —exclamó uno enfadado.

Ella será vendida en algunos años, sí —aclaró el doctor—, pero está apartada. Será subastada a los gobiernos. El que ofrezca más por tener al sujeto X-23 en su ejército, se la quedará. Lo siento, señores. Pero puedo traer a otros experimentos a la demostración. Algunos de ellos son accesibles y les servirán bien.

No —se negó el primer inversionista—. Quiero a ésta. Maldita sea, Rice. Dame un precio ahora. Puede ser en efectivo.

Alquemax no está poniendo en venta a X-23 todavía. Pero, como he dicho, tengo otros sujetos. Traigan a R-35 y a L-16 —ordenó el doctor Rice, a uno de los guardias que lo acompañaban en la cabina—. Tienen tres años más y están más entrenados.

Entonces, las sirenas del edificio resonaron alto y fuerte; tanto que tuve que cubrirme los oídos. Ese tipo de sonidos aturdían mi sensible audición. No sé qué pasó después, pero los guardias entraron al cuarto y me tomaron por los brazos. No puse resistencia. Sabía que me llevarían de regreso a la celda.

—¡Kalani!

Abrí los ojos. Sólo la enfermera Kershaw me llamaba así. Ella, a escondidas de los demás empleados, me había dado un nombre. Yo lo había aceptado, se sentía propio y personal. Lo único que me pertenecía y no podían quitarme.

Estábamos en el pasillo, afuera del cuarto de demostración. Aún me estaba tapando los oídos, pues las sirenas de alerta no cesaban. Kershaw venía hacia mí con dos hombres desconocidos y uniformados de negro.

El guardia que me sostenía por el brazo izquierdo me soltó y le apuntó a los extraños. Los hombres de negro jalaron a Kershaw hacia atrás y la cubrieron. Los guardias estaban disparando, y yo no podía estar segura de que no fueran a dispararle a la enfermera.

Desenfundé las garras, me quité el agarre del guardia y ataqué al que disparaba. Los dos maldijeron y gritaron. Los desarmé y los dejé fuera de combate, pero no me detuve hasta que me aseguré de que no volvieran a levantarse. Ambos corazones dejaron de latir.

—¡No, alto! ¡No!

Los dos hombres de negro venían hacia mí con las armas en alto. Uno de ellos tenía esposas en una mano. Iban a capturarme. ¿Serían otros guardaespaldas de los inversionistas? También iban de negro, aunque tenían letras blancas en sus chalecos antibalas. No importaba. Estaban armados y me apuntaban.

Rápidamente los desarmé y los noqueé. Fui por el primero para enterrar las garras en su pecho y terminar con sus vidas. No podía dejarlos vivos. Podrían huir y volver por mí, o por otra nueva especie. No iba a cambiar este infierno por otro. Aquí al menos tenía a X-21.

Una mano en mi hombro me alertó, estaba tratando de quitarme de los hombres. Reaccioné por instinto. Sólo tuve que girar un poco el torso y enterrar las garras en el estómago de mi atacante. La sangre chorreó en cuanto quité las garras, y el cuerpo cayó.

Era una mujer, y no iba vestida de negro, aunque su cabello sí era del color. Su piel era pálida y tersa. Su cuerpo delgado no era como el de los demás guardaespaldas, no era una luchadora, y no tenía ningún chaleco antibalas, sino una filipina médica.

—No...

Sentí el peso de una piedra a mitad de mi garganta. No era un guardaespaldas de los inversionistas. Era Kershaw.

—¡No! —grité con voz aguda, dolida.

Me lancé sobre ella y me senté a su lado. Tomé sus hombros y la jalé hacia mí, dejando que descansara la cabeza sobre mis piernas. Ella jadeó. Estaba más pálida de lo normal, boqueaba con sus labios llenos y rojos, y tenía los ojos abiertos y mirando el techo blanco.

—¡Perdón! —sollocé. Mi cara se sentía caliente y mojada. Mis lágrimas mojaron la frente de la enfermera. Ella me miró— ¡Lo siento! ¡Lo siento! Dime qué hacer —supliqué, y olfateé. Miré alrededor en busca de ayuda, pero no había nadie—. ¡Ayuda! ¡Ayuda, por favor!

—Kalani...

Bajé la mirada a ella. Me extendía la mano, quería que se la tomara, pero me negué. No iba a morir. No dejaría que se despidiera de mí. Sabía que eso quería ella, pero no iba a pasar.

—No —me negué, con la respiración agitada por el llanto—. Vas a estar bien. ¡Ayuda! ¡Por favor!

—Mi niña —me llamó, jadeando de dolor.

Vi su otra mano haciendo presión en la herida de su estómago. Decidí hacer lo mismo y presioné la herida con mi mano libre. Ella, en lugar de seguir presionando, aprovechó para tomar mi mano con sus pocas fuerzas. Estaba débil. El olor de la sangre comenzaba a bloquear el resto de los olores, era demasiada.

—Ellos están... aquí —jadeó— para ayudar.

—Por favor, no mueras —supliqué—. Por favor, no me dejes. Te necesito, Kira. Por favor.

—Ve... con ellos —siguió diciendo—. Vas a estar bien. SHIELD. Ellos... te ayudarán. Busca a tu hermana.

—No —protesté—. Quiero ir contigo. Iré contigo.

Ella trató de sonreír.

—Estarás bien, Kalani. Ya estás a salvo.

No entendí a qué se refería, y tampoco pregunté o me detuve a pensarlo. Sus ojos se desenfocaron poco a poco, en cuestión de milisegundos, y su corazón no volvió a latir. Su mano perdió fuerza y me soltó.

—¡No me dejes! —grité sollozando, agitando sus hombros— ¡Despierta! ¡Kira! ¡Kira, despierta, por favor! ¡No te vayas!

Era tarde, y no pude hacer más que llorar sobre su cara. La abracé contra mí. Era mayor y mucho más alta que yo, pero para mí no pesaba más que una almohada.

Saqué las garras y grité con todas mis fuerzas a otro grupo de hombres vestidos de negro que entró a pasillo. Ellos bajaron las armas al verme.

—¡Váyanse! —demandé— ¡No se acerquen!

—Tranquila —dijo uno de ellos, tenía voz femenina. Se quitó el casco con las manos libres después de haber guardado el arma, descubriendo el rostro. Era una mujer de piel oscura y ojos verdes, con el cabello lleno de rulos—. Estamos aquí para ayudar. Vinimos a salvarlos. A ti y a los demás niños.

Entonces entendí a lo que se refería Kira.

—Somos de SHIELD —continuó, y bajó la mirada a la mujer sobre mis piernas, extendida en el suelo. Comprendí que lo que significaban las letras en sus chalecos. SHIELD—. ¿La señorita Kershaw está herida? Tenemos un equipo médico. Ellos pueden ayudarla. Tranquila.

—Está muerta —la callé, y me limpié las lágrimas con el dorso de la mano. Fue mala idea, porque me terminé manchando más de sangre—. X-21. ¿Dónde está X-21?

Ella reaccionó de su sorpresa por oír que Kira estaba muerta y me miró fijamente. Tenía una cara bonita y amable. No parecía una amenaza.

—¿Es otra niña como tú? —preguntó, avanzando unos pasos con cautela— Podemos ir a buscarla. Ven con nosotros. No te haremos daño, lo prometo.

—X-21. R-35. L-16. Z-86, Z-87. U-14, O-22, A-31. T-7, T-11. G-42.

Los hombres, que seguían cubiertos por los cascos, se miraron entre ellos. Me hubiera gustado oler sus emociones, pero el olor de la sangre aún me bloqueaba el olfato.

—Vamos a salvarlos a todos, lo prometo —me dijo, y avanzó unos pasos más—. ¿Estás lastimada?

Negué con la cabeza, y miré los cuerpos tendidos a mi alrededor. Dos guardias de Alquemax y dos hombres de negro.

—Ellos vienen con nosotros. ¿Te hicieron daño?

Negué con la cabeza otra vez. Sus hombres apenas me habían tocado. Los había noqueado antes de que pudieran tratar de defenderse.

Ella tragó saliva.

—¿Están muertos?

De nuevo negué. Kira me había detenido antes de que los matara.

La mujer de SHIELD dejó salir el aire con alivio.

—Estás a salvo, pequeña. ¿Cuál es tu número?

La miré disgustada, arrugando la nariz.

—No número. Kalani —la corregí—. Kalani Kershaw.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro