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23. Autógrafos

Antes de que Layla tocara la puerta, escuché una voz masculina preguntar por mí. Escuché los latidos acelerados de alguien, pero no de Layla ni del hombre (cuya voz desconocía).

—Adelante.

Steve se volteó sólo lo suficiente para ver quién pasaba, habiéndose dado cuenta de mi cambio de postura. Si se tratara de Layla, estaría notablemente más relajada.

Mi corazón inmediatamente se enterneció al ver quién acompañaba al hombre. Era una niña, quizá de ocho o diez años. Sonreía abiertamente, pero no soltaba la mano del que supuse que era su padre. El hombre llevaba pantalón y camisa, y una identificación colgando de su cuello. Era empleado de SHIELD. No lo había visto antes. Tenía el cabello rizado y unas gafas pulcras sobre su nariz respingada.

—Señorita Kershaw, tiene una visita.

Layla nunca pasaba a nadie a mi oficina sin antes consultarme, pero era consciente de que yo solía ser maestra y que los niños eran algo que jamás miraría con otros ojos que no fueran de ternura.

—Hola —saludó el hombre, mucho más nervioso que su hija, pero decidido. No dio más pasos después del umbral de la puerta. El hombre no sólo estaba nervioso por mí, no había pasado por alto la presencia de Capitán América—. Lamento interrumpir. Soy Alfred Hanson, trabajo en Logística. Y ella es mi hija, Anna. Es su más grande fan, y realmente le gustaría pedirle su autógrafo. Saluda.

—Hola —saludó la pequeña, que con su otra mano sostenía una hoja y una pluma de Mickey Mouse. Su cabello pelirrojo, aunque liso como el agua calma, iba peinado en una linda trenza que reposaba en su hombro izquierdo.

—Hola —saludamos Steve y yo al mismo tiempo. Me hizo gracia que mientras Anna me miraba ansiosa, la mirada de Alfred no podía evitar desviarse a Steve con ilusión.

Era imposible no sentirme muy fuera de mi zona de comfort. Hubiera esperado fácilmente que pidieran el autógrafo de Steve, pero ¿el mío? ¿Una niña siendo la fan de una mujer conocida por ser brutal y comúnmente fuera de control por problemas de ira?

—Adelante, cariño. Dile lo que querías decirle —la animó su padre, dándole un suave apretón a su mano.

Anna parecía cohibida, pero decidida. Estiró la hoja y la pluma hacia mí con una sonrisa.

—¿Me darías tu autógrafo?

—Por... —añadió su padre con tono sugestivo.

—Por favor —completó Anna.

Anna parecía una niña dulce, aunque no era la clase que parecía ir a clases de ballet y jugar con muñecas. Usaba un uniforme escolar para su clase de educación física, y sus tenis eran para futbol. Podía ver las similitudes entre ella y su padre.

—Eh, sí, claro —respondí, sin éxito en ocultar mi inseguridad. No conseguía entender por qué una niña querría mi autógrafo. Le sonreí mientras tomaba la hoja y la pluma. Hice una versión estilizada de mi firma oficial y le añadí una carita sonriente con un mensaje debajo, recordándole ser valiente.

—¿Cómo lo haces?

Su voz, ahora menos vacilante, me hizo levantar la mirada de la libreta. Sus ojos estaban llenos de admiración. Mi corazón se sintió cálido bajo su mirada.

—¿Hacer qué?

Ella no respondió, pero señaló mi mano, apuntando específicamente al dorso.

—Oh —musité—. Lo hago del mismo modo en que tú levantas una mano o caminas. Simplemente lo haces, porque lo piensas y tu cuerpo responde.

Anna abrió y cerró su mano, como queriendo comprobar mi teoría. Escuché a su padre sonreír divertido.

—¿Me puedes enseñar?

Alcé más la mirada. Steve me veía completamente enternecido y conmovido por la interacción entre Anna y yo. Pero más arriba, aún de pie apenas dentro de la oficina, estaba su padre tragando saliva con dureza. El aroma del miedo me picó la nariz como un mal recuerdo de la imagen que cargo.

—Si tu padre está de acuerdo —accedí, cerrando la libreta y entregándosela. Anna tomó el bolígrafo y su autógrafo y volvió con Alfred, quien la tomó por el hombro con cariño.

—¿Puedo, puedo, puedo? —le pidió con tono urgente y aniñado. Alfred la miró indeciso y luego a mí con temor.

—¿Es seguro? —preguntó Alfred.

Mis ojos se desviaron a Steve. Ahora lucía algo triste. Sabía lo que estaba sintiendo en ese momento. El tono de desconfianza en la voz de un padre temiendo por la seguridad de su pequeña resultaba doloroso. Yo jamás le haría ningún daño a un niño, pero no podía jurarlo porque no tenía idea de lo grave que podía resultar un ataque de ira de mi parte. ¿Hasta donde me llegaba la consciencia, el raciocinio dentro del enojo?

Kalani Kershaw jamás lastimaría a un inocente.

Pero Wolverine...

—Sí —contestó Steve de modo seguro y con expresión calmada.

Esta vez, la mirada de admiración y maravilla no vino de parte de Anna, sino de mí. Probablemente jamás hubiera llegado respuesta a la pregunta de Alfred por mi parte, porque tenía tanto miedo de mí misma como él. Pero Steve...

Steve no tenía miedo.

El sonido de unas cuchillas cortando el aire sacó un jadeo asombrado tanto de Anna como de su padre.

Una sonrisa se escapó de mis labios.

Durante un momento, después de que Anna y su padre, Alfred de Logística, se marcharan con un agradecimiento y una sonrisa en el rostro, reinó el silencio. Steve fue el primero en romperlo.

—Pareces demasiado sorprendida —señaló Steve, confundido—. Tú también eres una vengadora.

—Eso parece —admití, y suspiré al ver que seguía sin entenderme—. Creí que... pensé que me tendrían miedo. Ya sabes, como se lo tienen a Hulk.

—Muchos le temen, sí —concedió—, pero también hay quienes lo adoran. Especialmente los niños.

—Es lindo ver que unas cuantas personas creen que eres extraordinario y no un error.

—¿Quién creería que eres un error?

—Mi hermana, para empezar.

—Me di cuenta de que no tienen buena relación. No parecía contenta de verte.

—No, no lo estaba. Es algo que pasó cuando éramos niñas. Algo que hice que ella aún no puede perdonarme, y por eso me odia. No la culpo, yo tampoco me he perdonado por ello. Por eso no le guardo rencor por la forma en que me trata.

—¿Qué cosa tan mala podrías haber hecho cuando eran niñas para que te odie?

—Fue el día de la redada, cuando SHIELD entró al edificio de Alquemax para salvar a las nuevas especies. Ese día me obligaron a hacer una demostración de mis talentos a los inversionistas de la compañía. Las cosas... no salieron bien.

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