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21. Café y flores

Pude escuchar a mi corazón latir de golpe, sentí mis pulmones estrecharse ante la falta de aire, robado por el hombre en uniforme azul. Steve volvió la mirada, y lo vi cuadrar los hombros al encontrarse con Rumlow frente a frente. Todo ocurrió rápido. De un segundo a otro, Rumlow miró por encima de su hombro y me sonrió ladinamente. Steve fue consciente de su movimiento.

—Cap —saludó Rumlow, pasando al elevador al mismo tiempo en que Steve salía.

—Rumlow.

Steve vio las puertas del elevador cerrarse antes de volverse y encontrar su mirada con la mía. Si sólo estuviera más cerca, si la corriente de los aires acondicionados fuera en mi dirección, sabría lo que estaba sintiendo. Lo único de lo que estaba segura, es que no tenía mucha más simpatía por Rumlow que yo.

Venía uniformado y peinado, igual que ayer. Su escudo iba atado y ocultó en su espalda. Un pequeño corte en su pómulo derecho y las manchas de suciedad en su uniforme me llevaron a creer que venía de otra misión.

Aquello me hizo preguntarme... ¿Por qué estaba aquí y no en las duchas? ¿Por qué no había ido a la enfermería? ¿No estaba incómodo todavía andando en uniforme?

Me acerqué a su encuentro y él también avanzó, topándonos a medio pasillo, frente a mi oficina y lo suficientemente cerca como para que Leyla pudiera escuchar la conversación, aunque ella fingía teclear algo en la computadora.

—Estás herido —señalé, mirando con mayor enfoque la herida en su rostro.

Steve parpadeó y se llevó la mano a la mejilla. No parecía haberse acordado de estar herido o de venir en uniforme, por lo que vi al momento en que se observó a sí mismo y se sonrojó suavemente. Traté de ocultar mi sonrisa. Steve podía ser muy adorable.

—Lo siento, vengo de una misión y... creo que no recordé cambiarme antes de venir para el café.

Esta vez no pude contenerme la sonrisa. No lo había olvidado. Realmente había venido para tomar un café, y en su prisa por llegar, había olvidado cambiarse. Miré el reloj en la pared detrás de Leyla. Hoy no tenía a nadie que interrogar y el papeleo podía esperar un poco.

—Podemos tomarlo en mi oficina —sugerí, señalando la puerta a mi izquierda con mi nombre—. Sería más tranquilo.

Steve asintió.

—Suena bien.

Como si se tratara de un robot bien automatizado, Leyla se puso de pie al verme caminar hacia la oficina y mostró una sonrisa amable.

—¿Puedo traerle algo de beber a usted y al Capitán, señorita Kershaw?

No sé por qué, quizá por escucharla decirle Capitán o porque la realidad de que estaba a punto de entrar a mi oficina con Steve a solas, pero sentí que me ruborizaba.

—Dos cafés estarían muy bien, Leyla, gracias.

—Claro —asintió, y miró a Steve—. ¿Gusta con azucar o crema?

—Ninguna, gracias —le respondió cortés.

Leyla volvió a asentir y se retiró hacia la sala de descanso para buscar dos cafés. Al girarme y estirar la mano hacia el pomo de la puerta, Steve se acercó por mi costado, extendiéndose hasta alcanzar la puerta.

—Permíteme —pidió, y yo me hice a un lado para dejarlo abrirme la puerta tan caballerosamente. No había visto un gesto de ese estilo desde que Joseph estaba aquí para consentir a Bunny. Como dije, Steve era adorable.

—Gracias.

Pasé primero y me di la vuelta a la mitad del cuarto para ver la reacción de Steve. Él cerró la puerta a sus espaldas. Las ventanas junto a la puerta tenían las cortinas semi abiertas, por lo que cualquiera podría asomarse y mirar el interior.

La oficina era pequeña, con nada más que un escritorio, una cómoda silla y una sala de dos sillones individuales con una mesa central. Había muy poca decoración. Sólo había puesto un jarrón con un arreglo de flores en la mesita y una planta de hojas grandes junto a mi escritorio, además de un par de portaretratos y una pintura al óleo de un faro cerca de una playa. La ventana detrás de mi escritorio le daba una excelente iluminación y una bonita vista al río Potomac.

Me hubiera gustado acomodar mi escritorio antes de que llegara, pero era un poco tarde para eso. Traté de cubrir con mi cuerpo el montón de papeles alrededor de la computadora portátil.

—Bonito —admiró, y se acercó a mirar el cuadro colgado arriba de uno de los sillones—. ¿Tú lo hiciste?

Sabía por qué lo preguntaba. Era al óleo y no parecía hecho por un artista profesional, tenía algunos detalles, pero era bueno y definitivamente había talento ahí.

—No, una de mis ex estudiantes lo hizo y me lo obsequió.

Steve arqueó las cejas.

—No podía pagar tutorías, y realmente las necesitaba, así que la ayudé. Logró graduarse. Un par de años después regresó y me dio esa pintura. Creo que ahora es una graduada Georgetown, o se gradúa el siguiente año, no recuerdo bien.

—Es muy buena —halagó, dándole un último vistazo.

—¿Te gusta el arte? —pregunté, buscando hacer más conversación.

—Algo —dijo, encogiéndose de hombros. Entorné los ojos, sospechando que había algo más detrás de sólo "algo". Él se dio cuenta—. Estudié en la Escuela de Arte de Auburndale, pero fue hace mucho tiempo.

Arqueé las cejas, impresionda.

—No te imaginaba del tipo artista —admití, un poco divertida y más atraída. Me costó no imaginármelo pintando un lienzo, cubierto de pintura, rodeado de pinceles y sudando del esfuerzo, concentrado en sus pinceladas.

—Antes lo hubieras creído más —aceptó, medio sonriendo—. Supongo que ahora parezco del tipo que sólo levanta pesas.

—Algo —lo imité, y ambos nos reímos—. Cuando dices antes...

—Antes del suero —explicó, borrando la sonrisa.

—Te vi en fotografías —confesé, asintiendo—. Llegué a visitar el museo con mis alumnos en muchas ocasiones. Podría decir que me sé el camino de memoria.

En ese momento, antes de que Steve pudiera responder algo, Leyla tocó la puerta. Podía oír su respiración nerviosa y olfatear su perfume, que se pone en menor cantidad desde que se lo pedí, ya que los olores tan fuertes y permanentes frustraban mi sentido del olfato.

—Adelante —le dije en voz suficientemente alta.

Leyla abrió la puerta con una mano, mientras en la otra traía una charola de cartón. Había ido hasta la pequeña cafetería del primer piso del Triskelion por dos cafés grandes y un paquete de galletas de nuez. Probablemente lo había puesto en mi cuenta.

—Gracias —le dijo Steve, mientras Leyla ponía la charola de cartón sobre la mesita central.

—Eres muy amable, Leyla —le dije con una mano en el pecho—. No tenías que ir hasta allá. Gracias.

—Fue un placer —respondió, manteniendo ese tono profesional y amable—. ¿Puedo ayudarla en algo más, señorita Kershaw?

—¿Le entregaste los papeles a Hill?

—Sí, en persona —asintió una vez.

—Perfecto. Eso sería todo por ahora.

—Bien. Permiso —dijo y se retiró como si tuviera mucha prisa por salir de ahí.

Volteé a ver a Steve con una sonrisa divertida.

—La pones nerviosa.

Steve frunció el ceño.

—¿Yo? Estaba por decirte lo mismo. Pensé que te tenía miedo.

—Lo tiene —afirmé, asintiendo—, pero esa clase de nerviosismo es diferente. Aunque no es como si pudieras culparla.

Una vez más, vi que sus mejillas se sonrojaban. Me incliné para tomar uno de los cafés, ya que ambos eran iguales, y me senté en el sillón más cercano. Steve, por lo que me di cuenta, no se sentó hasta que yo lo hice. Abrí el paquete de galletas, cerca del arreglo floral, y tomé una.

—Bonitas flores —comentó.

—Gracias, fueron un regalo de bienvenida.

Le di un sorbo a mi café. Estaba caliente, pero no quemaba, y el sabor era mucho mejor que del de la sala de descanso. Noté que los ojos de Steve miraban un punto fijo entre las flores, y supe de qué se trataba cuando seguí su mirada. La tarjeta firmada.

Sonreí detrás de mi vaso de café. Era como ver a un niño tratando de resolver un sudoku. Claramente tenía curiosidad por saber quién me las había mandado. Tuve tentación por dejárselo a la imaginación, hasta que preguntó:

—¿Rumlow?

Lo miré un segundo antes de reírme como si me hubiera dicho algo increíblemente ridículo con muchísima seriedad.

—Si fueran de Rumlow, no estarían en un florero a la mitad de mi oficina —fue lo único que respondí.

En realidad, las flores eran de Bruce y Tony, deseándome suerte en mi nuevo trabajo. Había sido un detalle muy hermoso (aunque un poco retrasado, ya que yo tenía semanas trabajando aquí) y que me hizo darme cuenta de que me consideraban una amiga. Ese regalo que me llegó por la mañana hace un par de días en verdad me alegró el día.

Aquello me recordó que debía llamarlos para agradecerles. No había podido hacerlo antes por la cantidad de trabajo que llegó de golpe. Steve y su equipo habían traído muchos criminales a interrogar en la última semana.

—Creí que habías comenzado a trabajar aquí hace semanas —comentó confundido.

—Correcto, pero parece que Bruce y Tony se enteraron hasta hace poco.

Vi asomarse una sonrisa, pero fue tan fugaz que creí imaginarla.

—¿Y te está gustando? —preguntó, antes de darle otro sorbo a su café.

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