20. Trabajo
—Leyla, ¿puedes venir un momento, por favor?
La asistente que me habían asignado, una chica nerviosa y siempre bien uniformada, que además sabe preparar un excelente café, no me contestó, pero a los tres segundos ya estaba abriendo la puerta de mi oficina.
—¿Sí, señorita Kershaw?
No me gustaba admitirlo, pero mi nuevo empleo estaba bastante bien. Fury me había dado una oficina con vista y una asistente con su propio escritorio a un metro de mi puerta. Leyla era eficiente y jamás me cuestionaba. Además, desde hace una semana que me trataba con menos miedo.
Me había costado hacer que dejara de agradecerme por el incidente que hubo hace unos días. Unos colegas, específicamente otros interrogadores, la habían estado molestando en el cuarto de descanso. Al parecer, volverse mi asistente la había vuelto el objetivo de muchas burlas.
Pero, por pura suerte, aquel día me sentía con ánimos de caminar fuera de mi oficina y me topé con la sala de descanso. Vaya que me sorprendí cuando escuché a dos interrogadores preguntarle si yo aullaba o ladraba. Incluso habían cometido el error de preguntarle a Leyla si me había visto beber mi café con la lengua.
—Necesito que le lleves estos papeles a la agente Hill. Los está esperando para su próxima misión.
Leyla asintió una vez y se acercó a mi escritorio. Le tendí la carpeta y ella los tomó, después pegándolos a su cuerpo como si estuviera por transportar un pedazo de carne entre un montón de carroñeros.
—¿Todo bien, Leyla?
Parecía nerviosa y se mordía el labio, algo que hacía cuando temía decirme algo. Tomé el vaso con agua y hielos, junto al protaretrato de Joseph y Bunny hace diez años, y le di un sorbo.
—Están volviendo a hablar, señorita Kershaw, en la sala de descanso.
La sed se me quitó de repente. Bajé el vaso con cuidado y levanté la vista. Carraspeé y me dejé caer en el respaldo de la silla. Claro que seguían hablando. La última vez sólo les había dado una advertencia, pero no parecieron habérsela tomado en serio. Inspiré profundamente, considerando las opciones.
—¿Qué decían ahora?
Leyla se quedó callada. La miré a los ojos. Debía ser algo realmente malo si temía decírmelo. Ella había visto la seriedad de mis advertencias aquel día, y sabía que estaba por ejecutarla.
—No estás en problemas, Leyla. Dime qué decían —exigí—. Dime exactamente qué... decían.
—Ellos —tragó saliva con dificultad, antes de armarse de valor—... bromeaban preguntándose si aullaba durante el sexo, y si le gustaba hacerlo... de perrito. Otro de ellos... bueno, uno dijo que le gustaría montarla.
Eso sí que me hizo calentar la sangre.
—¿Quiénes?
—El señor Campbell, el señor Simmons y el señor Penn.
No me sorprendió. Habían sido los mismos que la semana pasada. Traté de mantenerme quieta y concentrarme en el trabajo que tenía sobre mi escritorio.
—Eso es todo, Leyla. Gracias.
Leyla asintió y se retiró rápidamente de la oficina.
Fue difícil concentrarme. Mi pecho ardía de furia, estaba sudando frío sólo por la contención de mis impulsos. Las garras dentro de mi piel picaban por salir. Mi pierna derecha bailaba de arriba abajo por la necesidad de levantarme e ir a la sala de descanso.
No podía pensar en otra cosa.
Finalmente, esos instintos dominaron mi autocontrol.
Me levanté casi de golpe y rodeé el escritorio. Mis zapatos de tacón bajo sonaban contra el suelo, el sonido me hizo darme cuenta de que caminaba rápido. Al salir de la oficina, escuché a Leyla saltar en su silla y perder el aire por mi repentina salida. Yo sólo salía por tres razones: para ir al subterráneo, donde están las celdas de contención y las salas de interrogación, y para ir al baño o irme a casa.
Cuando doblé a la derecha, en dirección a la salsa de descanso de este piso, una voz me hizo detenerme en mi lugar. Ese tipo sí que sabe resultar irritante.
—¿Por qué parece que vas a romper narices? ¿Todo bien, Kershaw?
Rumlow.
Puse los ojos en blanco y me volví con una sonrisa que traté de que fuera amable. Rumlow disfrutaba de merodear por el subterráneo y luego por el piso de interrogación e investigación. Leyla me ha afirmado que sólo ha comenzado a visitar estas oficinas desde que trabajo aquí, lo que me ha llevado a suponer, junto con otras evidencias, que intenta llegar a algo conmigo.
—Eso sería poco ético y profesional de mi parte. Iba por un café —mentí.
Rumlow avanzó unos pasos más hacia mí, haciéndome tener la necesidad de retroceder, pero la esquina del pasillo estaba a mis espaldas.
—Para ser una interrogadora de SHIELD, no eres muy buena mentirosa —dijo graciosamente, casi encantador sino fuera porque no me atraía en lo absoluto—. Es una lástima que no estés en el equipo táctico. Nos serviría tu brutalidad en las misiones.
Entorné los ojos.
—¿Qué haces aquí, Rumlow? Los detenidos están en subterráneo.
—Bueno, vengo de una pequeña visita —explicó, mostrando sus nudillos ensangrentados e hinchados—. ¿Tienen botiquín de primeros auxilios aquí?
Él sabía perfectamente que hay un botiquín de primeros auxilios en cada piso del Triskelion.
No me interesaba si bajaba a golpear a los presos para obtener respuestas o por venganza. Sinceramente, no era asunto mío, y tampoco interfería con mi trabajo; pero si creía que eso iba a impresionarme, estaba muy equivocado.
—Hay una enfermería dos pisos arriba —fue lo único que respondí. No lo quería más tiempo acechando mi oficina.
Su actitud galante flaqueó un momento. Me observó detenidamente. Casi podía imaginarme lo que pensaba. Era tan engreído que probablemente creía que estaba haciéndome la difícil y tendría que esforzarse más. Ciertamente no entiende las indirectas, o no le importan.
—De acuerdo —dijo, como si aceptara una derrota. Empezó a echarse hacia atrás—. Te veré luego, Kershaw.
No respondí nada. Lo vi marcharse de regreso hacia el pasillo principal y al elevador. Miré hacia la sala de descanso. Como por arte de magia, mis ganas de romper unos cuantos dientes se habían calmado. Rumlow me había fastidiado, pero el haber sido atrapada a punto de golpear a unos compañeros de trabajo fue lo que me hizo darme cuenta de lo que estuve a punto de hacer.
Desde la batalla de Nueva York he tenido más problemas para controlar mis instintos más crudos y sangrientos. Una vez que agitas la jaula de un león dormido, es difícil que vuelva a un sueño profundo.
Así que regresé a la oficina, y a sólo unos metros de llegar, vi a Rumlow caminando hacia el elevador, que un segundo después se abrió y dejó ver a un nuevo visitante.
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