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13. Los Vengadores


Cuando otro motor comenzó a fallar, decidí dejar que Thor se encargara de Loki. La prioridad, al menos para mí, era salvar los cientos de personas en el helicarrier. Fuera lo que fuera que Steve y Tony estuvieran haciendo, al parecer necesitaban ayuda.

Estuve en lo correcto. Steve estaba agarrado a un cable, volando en el aire fuera del helicarrier, mientras un soldado de Loki trataba de dispararle. Me encargué del sujeto y lo noqueé justo cuando Steve logró escalar el cable y llegar a bajar una palanca roja.

Me miró entre jadeos, tirado en el suelo.

—¿Cansado? —le pregunté en un intento de media sonrisa, que quedó como una mueca. Me preocupaba su estado, realmente se veía como si estuviera a punto de desmayarse.

—No. ¿Por qué? ¿Tú sí? —se burló, logrando levantarse, y observando cómo yo me encontraba en perfecto estado.

Stark apareció y entró al helicarrier, aterrizando de golpe, pero consiguiendo quedar de pie a pesar de sus tambaleos.

—Estoy bien. No se preocupen. Sigan coqueteando —dijo con un amargo tono sarcástico, quitándose el casco. Se veía todavía peor que Steve.

Estuve por responderle, pero Fury habló por el comunicador:

Perdimos al agente Coulson.

—Envíen a un equipo médico —avisó Tony.

Ya están aquí —respondió sombrío—. Lo declararon.

Tragué saliva con dificultad. Phil había muerto. Por un momento me costó procesarlo. Me agradaba el agente Coulson, a pesar no confiar en él. Me sentí un poco mareada. Lidiar con la muerte no era mi punto fuerte. Hace once años vi a diez niños, que conocía de toda mi vida, morir frente a mí, y hace tres años... escuché el corazón de Joseph dar su último latido.

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Me alejé de los médicos cuando quisieron atenderme. Estaba intacta, obviamente, pero al parecer ellos no eran conscientes de mi condición. Steve también se negó a ser atendido, pero aceptó una toalla para limpiarse el sudor. Tony ignoró olímpicamente al equipo médico. Parecía mucho más afectado que los demás, casi tanto como Hill y Fury, quien nos reunió en la sala de controles.

—Encontré esto en la chaqueta de Coulson —mencionó el director, jugando con unas cartas en sus mano—. Creo que no pudo conseguir tu firma.

Miré de reojo el juego de tarjetas de colección del Capitán América, parcialmente cubiertas de sangre. Steve las tomó sin decir nada, observándolas entristecido. Tal vez lamentaba no haber cumplido el deseo de Phil de firmarlas.

—Estamos paralizados en el aire —comenzó a informar Fury—. Nuestras comunicaciones con el cubo. Banner, Thor... No sé nada de ellos, no tengo nada para ustedes, y perdí mi ojo bueno. Sabía que esto venía.

Ninguno de nosotros respondió. A mi derecha, Steve seguía mirando una tarjeta cubierta de sangre, y Stark tenía la mirada en el vacío.

—Sí, pensábamos constuir un arsenal con el teseracto —admitió Fury—, pero jamás invertí mucho tiempo en eso porque aposté por algo más riesgoso. Surgió una idea, llamada la Iniciativa Vengadores. La idea era buscar y reunir a un grupo de personas excepcionales y tratar de convertirlas en algo más. Ver si podían unirse cuando necesitáramos que libraran las batallas que nosotros no podríamos ganar. Y Coulson murió creyendo firmemente en esa idea: héroes.

Por primera vez desde que se sentó, Tony se levantó bruscamente y se fue del puente sin mirar atrás. Estaba molesto y dolido.

—Bueno, la idea es obsoleta...

Intercambié una mirada con Steve. No sé si adivinó mis pensamientos, o sólo quiso seguirme o tuvo la misma idea, pero salimos de la sala y seguimos a Tony. Sabía que probablemente iría al lugar donde Phil murió. Steve me siguió de cerca y se detuvo a mi lado. Miramos a Stark en silencio. No lucía como si quisiera conversar, pero eso no quería decir que no lo necesitara.

—¿Tenía esposa? —preguntó Steve, recargando su peso en el barandal que había a sus espaldas, con los brazos cruzados.

Era consciente de que no era el momento, pero no pude evitar fijarme unos segundos en los marcados y abultaods músculos de sus brazos y hombros. Bunny me golpearía con su bolso de mano por pensar cosas así en un momento tan serio como éste, pensé.

—No. Salía con una chelista... creo.

—Lo siento. Parecía un buen hombre.

—Era un idiota —exclamó sin emoción, recuperando movimiento después de quedarse estático mirando el lugar donde antes estuvo la jaula.

—¿Por qué? —inquirió Steve, ofendido— ¿Por tener fe?

—Por atacar a Loki él solo.

Steve se enderezó y descruzó los brazos.

—Sólo hacía su trabajo.

—Era mucho para él —se quejó, acercándose. Estaba enfadado—. ¡Debía esperar! Tenía que...

Tal vez era demasiado pronto para hablar. Las cosas no estaban tomando buen curso. No quería pelear en un momento de dolor, menos en el lugar donde Phil había dado su último aliento.

—A veces no hay otra salida, Tony —le dijo con tono calmado.

Tony suspiró con un toque de burla y pasó junto a él, a punto de marcharse.

—Sí, ya lo sabía.

—¿Es la primera vez que pierdes a un soldado?

—No somos soldados —declaró Tony, volviéndose con el semblante endurecido y los ojos rencorosos—. Yo no marcho al paso que marca Fury.

—Nosotros tampoco —admitió Steve, sin inmutarse. No iba a mentir: me sentí bien cuando me incluyó en esa oración, como si fuéramos equipo. O tal vez eran ideas mías—. Manchó sus manos con la misma sangre que Loki. Pero ahora tenemos que dejar eso atrás y resolver esto.

—Tiene razón. Primero necesitamos concentrarnos en Loki —hablé por primera vez, en voz baja. Tony bajó la mirada al suelo, específicamente a la mancha de sangre que dejó Coulson—. Dijiste que Loki necesita una fuente de energía. Podríamos hacer una lista...

—Lo hizo personal —me interrumpió. Me di cuenta, por la mirada en sus ojos, que estaba maquinando algo en su cabeza, una idea.

—Ese no es el punto —corrigió Steve, tratando de encaminarlo de vuelta a planear el contraataque y olvidar la venganza.

—Sí, ese es el punto —dijo Tony, decidido—. De Loki, al menos. Nos atacó a nivel personal. ¿Por qué?

—Para desatar mi ira y la de Bruce —respondí, frunciendo el ceño con semblante pensativo—. Quería separarnos.

—Sí, "dividir y vencer" es útil, pero él tiene claro que sólo ganará si nos derrota. Eso es lo que él quiere. Quiere vencernos y que nos vean cuando lo haga. Quiere un público.

—Claro —comprendió Steve—, como su acto en Stuttgart.

Tony comenzó a moverse ansioso y subió los escalones, pensando en voz alta y haciendo ademanes con las manos para explicarse mejor.

—Ese fue el avance. Hoy es el estreno. Y Loki... Él es peor que una diva, ¿no? Quiere flores, quiere desfiles, quiere un monumento que llegue hasta el cielo con su nombre escrito en...

Se calló abruptamente al captar algo en su reflexión que ni Steve ni yo vimos. Arqueé las cejas, esperando a que terminara su conclusión, pero lo único que dijo fue:

—Ese maldito.

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—Nos vamos —avisó Steve apenas la compuerta de la sala médica se abrió frente a nosotros.

—¿A dónde? —preguntó Natasha, mirándonos confusa, pero dispuesta.

—Te explicamos en el camino —respondió—. ¿Puedes volar uno de los jets?

—Yo sí —interrumpió un hombre que salía del cuarto de baño, secándose las manos con una toalla.

Lo reconocí cuandos miró. Clint Barton. El otro agente que fue manipulado por Loki. Reaccioné de forma instintiva: di un paso al frente, mis ojos probablemente mostrando mi esperanza, ya que ni Natasha ni Steve se pusieron en alerta ante mi acercamiento.

—¿Dónde está Callisto?

Su corazón se aceleró cuando pronuncié el nombre de mi hermana. Me examinó rápidamente de pies a cabeza, y vi el reconocimiento en sus ojos. Él sabía quién era yo. Se quedó en silencio por un segundo, hasta que mis cejas se arquearon con impaciencia.

—No lo sé —admitió, bajando la mirada a sus manos—, no recuerdo mucho.

Eso no ayudaba a calmar mi ansiedad. Callisto había sido la razón por la que acepté ayudar a SHIELD para detener a Loki.

—¿Al menos recuerdas si está bien? —insistí.

—Sigue viva, hasta donde sé —respondió, formando una mueca de frustración—. Estuvimos juntos cuando Loki nos manipuló. Debe estar con Selvig.

—Bien —acepté, aunque insatisfecha con la poca información.

—¿Tienes un traje? —preguntó Steve a Clint, cambiando el tema. Él asintió con la cabeza una vez— Póntelo.

Steve y yo salimos en silencio y cruzamos los pasillos del helicarrier con calma, manteniendo las apariencias. No queríamos alarmar a los agentes y que éstos advirtieran a la sala de controles de nuestro plan de escape. Aunque, más que de escape, era un plan de ida. Ida hacia la Torre Stark, en la ciudad de Nueva York.

Lo jalé hacia atrás cuando escuché a un escuadrón de agentes acercarse por el pasillo de la izquierda. Quedamos pegados en la pared del otro corredor, lado a lado, de modo que no pudieran vernos. Maria Hill iba entre el escuadrón, hablando por el comunicador con Fury. Al parecer, estaban haciendo recuento de los agentes caídos.

Steve, sin embargo, no había podido oírlos venir como yo, por lo que me miró extrañado. Me llevé el dedo a los labios para indicarle que guardara silencio, y él obedeció. Apenas el escuadrón se acercó lo suficiente, Steve los vio, comprendió mi acción y me miró. Tuve que echar la cabeza un poco hacia atrás para mirarlo a los ojos y él casi pegó la barbilla a su hombro para poder verme. Parecía sorprendido.

—Excelente audición, ¿recuerdas? —expliqué, dándole dos toques a mi oreja izquierda, en el momento en que los agentes se alejaron al otro lado del pasillo, dejándonos atrás.

—¿Qué tanto alcance tiene? —curioseó.

—Bueno —dije, indecisa sobre cómo explicar los límites de mis habilidades—, puedo oír hasta los latidos. El tuyo está latiendo rápido justo ahora.

Esta vez fue mi turno de sorprenderme. La sangre se le había subido a las mejillas, colorándolas adorablemente. ¿Lo había hecho sonrojar? No imaginé que mencionar los latidos de alguien pudiera provocar cohibición.

—Estoy estresado, eso es todo —se explicó.

Tuve que apretar un poco los labios para no dejar salir una sonrisa y desvié la mirada hacia otro lado. Yo no le había preguntado la razón de sus latidos acelerados. Además, podía oler su nerviosismo, no estrés. Tal vez había olvidado que yo podía oler los cambios químicos de las reacciones emocionales, y por ende no podían mentirme.

—De acuerdo —acepté, asintiendo. Él pareció relajarse con mi respuesta—. El pasillo está libre. Vamos.

Ninguno volvió a hablar hasta que llegamos a la puerta de salida, donde encontramos a Barton y Romanoff esperándonos. Estaban armados y vestidos. Steve se puso el casco antes de salir y los cuatro nos dirigimos hacia el jet más cercano que tuviera un piloto adentro con las llaves.

En cuanto pusimos un pie adentro, el piloto, un agente joven, se levantó de su asiento y quiso prostestar, pero Steve lo interrumpió.

—Hijo, no lo hagas —pidió impaciente.

Pero el piloto no se movió y nos miró dudoso. En cuanto lo vi moverse un milímetro hacia el tablero de controles, probablemente para advertir nuestro plan y presencia, las garras de mi mano izquierda cortaron el aire y rompieron el silencio. El piloto sólo movió los ojos hacia abajo, a mi mano armada, y pude ver las gotas de sudor en su frente.

—No lo diremos otra vez —advertí en tono cortés, contrastando con mi acción.

—Yo que tú, le creería —le advirtió Natasha, cabeceando hacia mí.

El piloto tragó duro, levantó las manos, mostrando las palmas, y se hizo a un lado.

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