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XXII.

Por todos los rincones del instituto podían verse los carteles que habían ido colocando la Comisión de Estudiantes, liderada por Reece y sus animadoras, por todas partes. El diseño estaba muy logrado y se notaba a la legua que aquello había sido idea de Reece; los pasillos se habían convertido en un revuelo emocionado por parte de todos los alumnos. Los baños se llenaban de chicas que habían sido rechazadas o de chicas que habían conseguido que el chico que deseaban le hubiera pedido que la acompañara. Todo el mundo estaba ansioso que llegara el sábado por la noche para poder estrenar sus vestidos nuevos. Yo, por mi parte, me escabullía cuando veía que se acercaba alguien con el dichoso tema del baile y acababa refugiándome en la biblioteca.

Caroline apenas tenía tiempo para pasarlo con nosotras porque Reece había obligado a todos los alumnos que la ayudaban con el baile que hicieran un último esfuerzo toda la semana para poder terminar a tiempo los preparativos del baile. Grace, por el contrario, se alternaba entre Rick y yo.

Kyle me había pedido oficialmente que fuera su acompañante el viernes pasado, mientras salíamos por el fin de clases. Ninguno de los dos mencionó el beso, aunque noté que Kyle parecía ilusionado con el hecho de que hubiera aceptado ir con él al baile.

Quizá guardaba esperanzas de que sucediera algo entre él y yo, pero no me encontraba con fuerzas suficientes ni siquiera para intentarlo.

La fecha del baile se acercaba como un buitre acechando a su presa. Lenta, pero inexorablemente.

Cuando se lo comenté a mi madre, se mostró de lo más ilusionada y me animó a que fuera. El restaurante había conseguido remontar y las cosas nos iban mejor; por eso mi madre me dio una generosa cantidad de dinero, que yo había escondido en mi mesita de noche, para que me comprara un vestido para la ocasión.

Grace, Caroline y yo habíamos quedado en ir esa misma tarde junto a las gemelas Fisher, por mi propia petición, para encontrar un vestido para cada una. Iríamos en dos coches: el de las gemelas y el de Caroline.

Tras una semana sin tener que ver a Chase, intentando acostumbrarme a su ausencia, apareció el lunes con un aspecto mucho mejor. Había recuperado color y las ojeras habían desaparecido por completo; siempre que lo veía iba acompañado por Lay o Lorie. En clase interponía su cuerpo a modo de barrera para evitar mirarme y, el resto del tiempo, me ignoraba como si no existiera.

Tendría que alegrarme, había recuperado la tranquilidad que tanto había anhelado desde que había conocido a Chase y había descubierto toda la verdad; sin licántropos de por medio, podía recuperar mi antigua vida. Podía fingir que no había pasado nada con Chase Whitman y que, porque se sentara a mi lado en la mayoría de clases, podía sobrellevarlo sin ningún problema.

Me mentía a mí misma.

Me intentaba engañar, intentando hacerme creer mi propia mentira.

No estaba funcionando. En clase, cuando lo miraba por el rabillo del ojo, esperaba que se girara para mirarme y me dedicara una de sus medias sonrisas que parecían prometerme mil y una travesuras; quería que me rozara accidentalmente el muslo y sonriera de soslayo al hacerlo; quería que volviera a pasarme las notas. Incluso quería que se quedara a dormir conmigo todas las noches.

Pero eso ya no era posible. Ambos habíamos puesto demasiados obstáculos para intentar al menos arreglar las cosas y todo lo que había quedado de la relación era esto: una completa indiferencia del uno al otro.

En el comedor les daba la espalda reiteradamente a la mesa de los Doce y me esforzaba por concentrarme en lo que decían mis amigos. Me reía de forma forzada y veía las miradas que me lanzaba Grace.

Al llegar la tarde de las compras, cogí el dinero que me había dado mi madre y bajé a toda prisa a la entrada, donde ya me esperaban Grace y Caroline montadas en el Lexus. Recé para que, en aquella ocasión, no tuviera que encontrarme con Reece o con alguna de las animadoras.

-Las gemelas Fisher tienen que estar al llegar –me informó Caroline, nada más subirme al coche. Se estaba retocando el pelo mirándose en el espejo retrovisor.

Un impresionante coche de color rojo se colocó al lado del Lexus y la ventanilla del copiloto se bajó, mostrando quién conducía el coche. Claudia nos saludó efusivamente mientras Roberta, que era quien conducía, nos saludó con la mano.

-¡Para ser un pueblo tan pequeño nos hemos perdido varias veces antes de encontrar la calle! –nos dijo Claudia, como quien estuviera contando una historia la mar de divertida.

Miré a Grace por el espejo retrovisor.

Caroline arrancó el coche con una sonrisa educada y les indicó a las gemelas Fisher que la siguieran. Condujo con más precaución e intentando respetar todas las señales que se encontraba por el camino; Grace hizo un par de bromas al respecto y todas estallamos en risas mientras la música atronadora de las Fisher nos indicaba que estaban tras nosotras.

Solamente había un sitio al que pudiéramos ir y que se acercara un poco a lo que buscaban, o esperaban, las gemelas Fisher quienes, sin duda alguna, estaban acostumbradas a otro tipo de vida. Yo nunca había salido de Blackstone y no había visto más que mi pueblo, al igual que Grace; Caroline era la única que había salido de Blackstone en multitud de ocasiones, durante las vacaciones, y había sido testigo del nivel de vida, tan distinto al nuestro, que había en otros lugares del mundo.

No iba a tardar en descubrirlo por mí misma, solamente tenía que esperar a terminar el instituto.

Tras la conversación que habíamos mantenido sobre qué queríamos hacer con nuestras vidas, qué estudios seguir, había hecho una investigación más profunda: había buscado universidades por todo el país y me había guardado la que estaba en Petersburg, la única que estaba dentro de Virginia. Aún no tenía muy claro si quería marcharme mucho más lejos o si podría permitírmelo, así que había escogido la que más cerca, más o menos, me pillaba de casa.

Caroline aparcó el Lexus frente a Signs y nos hizo bajar mientras Roberta dejaba su llamativo coche detrás del Lexus de Caroline. Claudia bajó de un salto del coche y corrió hacia nosotras, dándonos a cada una un fuerte abrazo que no supimos muy bien a qué se debía. Roberta, al contrario, se limitó a darnos dos educados besos en las mejillas mientras su hermana daba botecitos sobre la punta de sus pies.

Cada vez tenía más claro que el pueblo se les quedaba más pequeño conforme pasaba el tiempo. Las hermanas Fisher eran chicas de ciudad, Blackstone no tenía lo que ellas necesitaban.

-¿Por qué no pasamos a ver qué conseguimos? –propuso Caroline, dando una palmada.

Claudia enroscó su brazo en el mío y me dedicó una encantadora sonrisa. Parecía que fuéramos las mejores amigas del mundo cuando, en realidad, apenas conocía nada de aquella chica; sabía que se había mudado desde Alemania porque sus padres tenían pensado abrir un negocio aquí y ahora vivían en la zona exclusiva del pueblo. Roberta le dedicó una mirada de aviso mientras pasaba a la tienda tras Grace. Al contrario que su hermana, Roberta parecía muchísimo más reservada y no parecía encontrarse muy cómoda en nuestra compañía.

Una amable dependienta nos esperaba en el centro de la tienda, con su mejor sonrisa para vender; nos saludó efusivamente a todas y le preguntó a Caroline, que era quien mejor se desenvolvía en estos temas, qué era lo que deseábamos. Un segundo más tarde, nos había llevado a una zona donde todos eran vestidos largos. No pude evitar recordar mi viejo vestido que, tal como había pronosticado, no había vuelto a usar desde la fiesta en casa de los Bruce. Podría haberlo usado, pero en el cartel (siguiendo las instrucciones de Reece) rezaba que debían llevarse vestidos largos.

La dependienta juntó las manos y, por un segundo, pensé que iba a frotárselas de ver la cantidad de dinero que íbamos a dejarnos en su tienda por un baile, para una ocasión especial. Todo el mundo sabía que, los trajes que compráramos, iban a terminar colgados en una percha cogiendo polvo. «Un recuerdo de una de las noches más importantes de tu vida, cielo», como había dicho mi madre cuando le había dicho que necesitaba un vestido para el baile.

Discrepaba sobre que «iba a ser una de las noches más importantes de mi vida», pero no se lo dije, obviamente.

-Aún tenemos varios modelos que pueden interesarles –dijo la dependienta-. Todas las chicas que han venido nos han pedido modelos con tonos oscuros…

Caroline movió su mano de arriba abajo, como si estuviera abanicándose.

-Requisitos absurdos –la cortó-. Pero creo que conseguiremos encontrar algo que nos interese, gracias.

La dependienta se marchó de allí a toda prisa, para brindarnos algo de espacio para poder elegir, y Caroline comenzó a pasar perchas, buscando cualquier cosa que se adecuara a las instrucciones que había dado Reece respecto al vestuario que debía llevarse. Grace y Claudia no tardaron en imitarla, dejándome con Roberta un tanto apartadas.

Roberta tenía los labios fruncidos y no estaba cómoda en aquella situación; al contrario que su hermana, ella no parecía preocuparse por su aspecto. Mientras Claudia le gustaba exprimirse hasta la última gota, Roberta apenas le gustaba lucirse; ambas llamaban la atención, estaba claro, pero Roberta no parecía querer llamar la atención, aunque no pudiera evitarlo.

Caroline escogió un bonito modelo que tenía la parte superior de color blanco y la inferior de negro, con cola de sirena; Claudia tenía entre sus manos un provocador vestido negro de un solo tirante que tenía una larga abertura que le permitiría lucir sus bonitas piernas; Grace había encontrado uno de palabra de honor con una larga falda de tubo y un gran lazo que se ajustaba a la cintura. Roberta y yo cogimos cada uno sin tan siquiera fijarnos mucho: el de Roberta resultó ser un discreto vestido negro sin mangas, que se fruncía en la zona de la cintura con la falda con vuelos semitransparentes que parecían formar olas cuando se movía. El mío, a pesar de no haber prestado atención al escogerlo, resultó ser un modelo que se ajustaba bastante a lo que me gustaba: tenía un cuello halter con una tela semitransparente y decorado con finas filigranas que mostraban que, en la capa de abajo, el corte era de palabra de honor, dejándome la espalda al aire; llevaba un cinturón de tela que se ajustaba en la cintura con un bonito lazo del mismo color y la parte inferior constaba de dos capas: una negra y otra que se superponía que era mucho más transparente y que iba al vuelo.

Al probármelo, supe que había hecho la elección adecuada: era sencillo y sobrio y, además, se ajustaba bastante al precio que tenía en mente. Todas se quedaron boquiabiertas al verme con él puesto y Caroline me suplicó con la mirada que me lo llevara. Sus elecciones también eran idóneas para ellas y vi que Claudia no paraba de mirarse en el espejo de su probador con una sonrisa de satisfacción en el rostro; puede que me hubiera equivocado y que las gemelas Fisher se hubieran conseguido sentir a gusto en Blackstone, convirtiéndose en unas habitantes más.

Mientras esperábamos para pagar nuestros respectivos vestidos, Grace llamó mi atención dándome un ligero golpe en el brazo.

-Estás preciosa con él, lo sabes, ¿verdad? –me preguntó, en un murmullo.

-Tú también estás genial con el tuyo –respondí, en el mismo tono de voz.

Grace negó con la cabeza, como si no hubiera entendido lo que ella había querido decirme.

-Parece que estuvieras destinada a llevarlo –me explicó-. Como si, desde siempre, hubiese sido ese vestido.

Me encogí de hombros y pagué mi vestido mientras Claudia, que parecía haber encontrado en Caroline la compañera perfecta para hablar de compras, ciudades y términos que aún no terminaba de comprender, unía su brazo al de mi amiga y ambas se echaban a reír ante algo que Caroline había dicho.

Tuvimos que dejar los tres vestidos pulcramente colocados en el asiento que había libre en la parte de atrás, al lado de mí. Tanto Grace como Caroline parecían encantadas ante la idea de asistir al baile y haber podido encontrar un buen vestido con tan poco tiempo.

Me dejaron en la puerta de mi casa y se despidieron con un movimiento de mano, aguardando a que entrara por mi puerta para poder marcharse. Cargué como buenamente pude con el vestido hasta la planta de arriba de la casa y llamé tímidamente a la puerta de mi hermana. Apenas había pasado tiempo con mis dos hermanos pequeños y creía que sería una buena ocasión enseñarle el vestido a mi hermana para intentar recuperar un poco de tiempo perdido.

La voz de mi hermana invitándome a pasar se coló y abrí tímidamente la puerta; su habitación había dado un cambio radical y apenas reconocía a esa chica vestida como cualquier otra persona de la que había sido mi hermana este último año. Todo el rastro de su anterior forma de vestir había desaparecido por completo de la habitación y pude reconocer a mi hermana pequeña, la que había sido antes de la muerte de papá. Avril estaba en su escritorio, absorta en algo que veía en su ordenador portátil; desvió la mirada de la pantalla y la clavó en la bolsa que llevaba cargada al hombro. Sus ojos se abrieron desmesuradamente y empezaron a brillar con ilusión: sabía que, uno de los sueños de Avril, siempre había sido asistir a un baile y que, el año que viene, podría hacerlo cuando entrara al instituto.

-¿Es el vestido? –preguntó, señalándolo con la cabeza.

Toda mi casa, por no decir el vecindario entero, debía haberse enterado que iba a ir al Baile de Cambio de Estación porque mi madre no había parado de hablar del tema desde que le había pedido permiso. Mi hermana se había contagiado del entusiasmo de mi madre y Percy… Percy se había dedicado a mirarme como si aquello supusiera que me marchara de casa para siempre.

Asentí y lo dejé sobre la cama de mi hermana, que saltó del escritorio para acercarse a toda prisa hasta donde yo estaba. Cogió aire y bajó la cremallera de la funda que lo cubría con cuidado, como si estuviera hecho de cristal. Se le escapó un grito de sorpresa y acarició el vestido con cariño y adoración.

-Es precioso –murmuró, pasando una y otra vez los dedos por la tela-. Estarás preciosa con él, Mina –añadió, en voz más alta.

Sonreí con timidez.

-Necesitaré ayuda para lo que sea que necesite para el baile –dije.

-Cuenta conmigo –repuso mi hermana, con otra sonrisa-. Estoy segura que Kyle se quedará boquiabierto cuando te vea y, ¿quién sabe?, a lo mejor acabáis en cualquier rincón dándole al tema, ¿eh?

Mi hermana había sospechado que algo había ido mal en mi escapada con Chase y, el domingo, cuando regresó de casa de los Miller, me preguntó qué me había pasado. Yo estaba destrozada y le había pedido que no hiciera preguntas, cosa que aceptó sin rechistar, y dejó de preguntarme al respecto. Pero, desde entonces, la había pillado mirándome y escrutándome con la mirada, como si así pudiera averiguar lo que realmente me había sucedido. Sabía que mi hermana se preocupaba por mí y eso me conmovía porque significaba que parecía haber comprendido que todo lo que había hecho por ellos cuando mamá había estado tan mal había sido únicamente para protegerlos y sacarlos adelante.

Su broma me hizo que mi rostro se contrajera en una mueca. Aún no tenía muy claro cómo comportarme con Kyle o qué esperaba Kyle de mí. Lo que sí sabía era que Kyle tenía esperanzas de que sucediera algo entre nosotros. Algo poco probable, al menos por mi parte.

El rostro de Avril se había puesto serio de repente.

-Creo que es hora de que lo sueltes todo –me dijo, cruzándose de brazos.

Parpadeé varias veces, sin comprender.

Mi hermana hizo un aspaviento con los brazos, exasperada.

-¡Soy tu hermana y te conozco bien, Mina Elizabeth Seling! –me estremecí al oír mi nombre completo, nadie lo usaba, excepto mi vieja abuela y mi madre cuando estaba muy enfadada-. Desde el sábado llevas actuando como si fueras una maldita zombi, como si te hubieras convertido en mamá tras la muerte de papá, y no entiendo por qué no me lo cuentas. Soy tu hermana…

¿Qué debía hacer? No podía seguir mintiendo a todo el mundo, fingiendo que todo iba bien, que no me sucedía nada. Era igual que cuando papá murió: le aseguré a todo el mundo que estaba bien, que había conseguido superarlo de una forma demasiado rápida. Me cerré en mí misma y oculté, y sigo ocultando, todo lo que sentía por la muerte de papá.

-Es complicado de explicar, Avril –respondí, evasiva.

-«Es complicado de explicar, es complicado de explicar» -repitió Avril, fingiendo mi tono de voz-. Por Dios, ya no soy una cría.  Me doy cuenta de cosas como, por ejemplo, que tu amiguito Whitman tiene un grave problema peludo, ¿verdad? Y que papá no se dedicaba a los negocios únicamente.

Era inevitable que mi hermana se enterara de todo tarde o temprano pero, sinceramente, hubiera preferido que se hubiera enterado más tarde. Mi madre iba a coger un berrinche terrible cuando supiera que Avril también sabía toda la verdad.

Pero, que supiera lo de Chase, me daba más libertad para poder hablarle con franqueza.

-Y, ahora que te he desvelado la mayor bomba que pudieras imaginar (y no hablo del hecho de lo que tú ya sabes, sino de que lo sé), puedes hablar con franqueza de una puñetera vez.

Me senté en la cama y Avril en el suelo, frente a mí. Sabía que iba a ser difícil y que, probablemente, acabara llorando como una niña pequeña, pero tenía que aprender a confiar en los demás y en abrirme más.

Apoyé la barbilla entre mis rodillas y cogí aire.

-La cosa no salió como lo planeaba –le confesé-. Pensé que Chase y yo habíamos llegado a congeniar, que no había nada que se interpusiera entre nosotros pero… pero era obvio que no –mi hermana se inclinó hacia mí, mirándome con los ojos muy abiertos-. Nos falló algo muy importante: la confianza. Yo no confiaba del todo en él y, cuando creí hacerlo, bueno… me di cuenta que él no confiaba en mí. Demasiados secretos, supongo.

Avril entrecerró los ojos, como si estuviera captando que faltaba algo en mi historia.

Mi hermana me conocía bien.

-Estoy segura que pasó algo más y que hace que te sientas aún peor, ¿me equivoco? –sus cejas se alzaron hasta que casi desaparecieron debajo de su flequillo rubio y sus ojos azules me contemplaron como si pudieran ver lo que sucedía en mi cabeza. Ante mi muda respuesta, que fue más que suficiente, mi hermana abrió mucho la boca-. Lo sabía, ¡lo sabía!

Me tapé la cara con las manos porque mis mejillas se habían encendido y tenía que tener toda la cara sonrojada. Mi hermana me dio un par de palmaditas en las piernas, mientras oía cómo se reía bajito.

Cuando bajé las manos, mi hermana me miraba con una amplia sonrisa. Parecía estar orgullosa de mí. Pero ¿por qué?

-Aunque haya resultado ser un cerdo –continuó mi hermana-. Yo creo que te quería, Mina; cuando lo vi en la fiesta… bueno, he de decir que no hay muchos chicos que acompañarían a alguien a buscar a su hermana perdida. Pero él lo hizo, sin dudarlo, y sin apenas conocerte –hizo una pausa y se subió a la cama, apoyándose en mi regazo-. Tienes que quedarte con los buenos recuerdos, Mina. Si sigues castigándote de esta forma… no vas a conseguir continuar. Tienes que seguir adelante, no puedes quedarte atrapada en el pasado.

»Ahora te debes sentir dolida, traicionada, incluso asqueada por haberte entregado hasta tal punto a él, pero… debes pasar a la siguiente fase: la aceptación. Es como el luto: tienes distintas fases y debes pasar de una a otra, no debes quedarte atascada en ninguna de ellas. Si consigues hacerlo, podrás pasar página. Piensa en ello como si fuera un videojuego, si así te resulta más fácil.

Miré a mi hermana como si estuviera hablando con otra persona. Era imposible que una niña con trece años pudiera hablar con tanta… seguridad. Pero sus palabras estaban cargadas de ella y parecía muy bien conocer las sensaciones que estaba experimentando ahora. Avril esbozó una diminuta sonrisa al leer en mis ojos las dudas que tenía y las preguntas que no me atrevía a hacerle.

-Sé de lo que hablo, hermanita –continuó-. Yo… en fin, digamos que me gustaba un chico demasiado y… ya puedes imaginarte lo que llegamos a hacer. Pensaba que me quería, que con ello nos habíamos demostrado lo que nos queríamos: que nuestros sentimientos eran reales –la sonrisa se volvió amarga, como si tuviera ácido en la boca-. Estaba equivocada, hermanita: a las pocas semanas me dejó porque había encontrado a otra mejor.

»Pero, ¿sabes qué es lo mejor de todo? Que con ello me demostré que era fuerte. No iba a dejar que ningún niñato me aplastara y salí adelante. Puede que eso hiciera que tuviera un humor más… irascible, pero conseguí hacerlo, Mina.

»Lo que quiero decir es que, sé que no es fácil, pero no imposible. Y tú, más que nadie, puedes conseguirlo: nos sacaste adelante cuando mamá estuvo ausente y, cuando intento recordar algún momento, no hay en ninguno solo en el que no aparezcas. Siempre has sido fuerte, Mina, y, cuando te miro, veo a la persona en la que quiero convertirme de mayor.

Parpadeé rápidamente e hice un gran esfuerzo, pero no conseguí frenar las lágrimas. El hecho de que mi hermana me hubiese confesado su mayor secreto, que se hubiera sincerado hasta tal punto conmigo; el sentimiento que había en las palabras que había pronunciado me demostraban que no mentía.

Me conmovió profundamente que mi hermana me viera como una persona fuerte, como lo fue papá, cuando la verdad era muy distinta: solamente era una chiquilla asustada que guardaba bajo un muro todos sus sentimientos, incapaz de poder lidiar con ellos por temor a que me aplastaran bajo su peso.

Yo no era valiente ni fuerte.

Miré a mi hermana y vi en ella algo que no había visto nunca antes: madurez y sabiduría. Era como si hubiera envejecido años y años pero conservara esa apariencia dulce e infantil de su edad.

Mi hermana había cambiado y ahora parecía mucho mayor.

Cuando llegó el sábado, mi madre y mi hermana se pusieron frenéticas. Había hablado con Kyle y le había pedido que se pasara a buscarme a mi casa sobre las siete de la tarde; mi madre y mi hermana, que habían escuchado atentas casi toda la conversación, llegaron a la conclusión de que no debía perder tiempo para arreglarme para el baile. Apenas me dejaron comer tranquila y, cuando dije que había terminado, ambas me pusieron de pie y me llevaron casi a volandas hacia mi habitación.

El vestido me esperaba pacientemente colgado en su percha, con un minucioso planchado que le había dado mi madre a última hora. Mi hermana fue la encargada de traérmelo mientras mi madre se tapaba la boca, completamente bajo el influjo de las miles de emociones que la agolpaban por el simple hecho de que iba a asistir a un baile. Mi madre se había perdido los últimos acontecimientos este año y no estaba dispuesta a que se le pasara nada más: se había colgado de la muñeca la cámara de fotos e iba a inmortalizar el momento.

Mi hermana me había cubierto la piel con una suave capa de purpurina plateada y me ayudó a ponerme el vestido mientras mi madre soltaba extraños soniditos, con los ojos húmedos.

-Estás preciosa –me susurró mi hermana al oído, colocándome en el espejo para que pudiera observarme.

No reconocí a la chica que me devolvía la mirada frente al espejo. Tenía el cabello rubio recogido en un prieto moño que dejaba un par de mechones enmarcando su rostro; sus ojos de color gris estaban perfilados y difuminados con todos oscuros de manera suave, dándole un toque misterioso, y sus labios se torcían hacia abajo, en una sonrisa triste. Aquella chica que me miraba desde el espejo estaba mucho más delgada y se la notaba cansada pero, en el fondo de sus ojos, se podía apreciar una chispa de vida, como una señal de rebeldía. «Podéis intentar hundirme, pero nunca lo conseguiréis. ¡Soy más fuerte de lo que pensabais!», parecía querer gritar.

El vestido se le ajustaba perfectamente, resaltando de forma sutil las curvas que poseía. Parecía salida de la gran ciudad y no de un pequeño pueblecito perdido en Virginia.

Parpadeé un par de veces y me giré hacia mi madre y mi hermana, que me miraban embelesadas.

-A tu padre le hubiera encantado verte así, cielo –dijo mi madre, con un tono ronco y soltando algunas lágrimas.

Se me obstruyó la garganta al oírla mencionar a papá por primera vez desde que hubiera decidido salir de su depresión y me lancé a sus brazos mientras mi hermana nos rodeaba a ambas. Un segundo después, unos bracitos tímidos se enroscaron en torno a nosotras y miramos a Percy, que nos observaba con los ojos muy abiertos.

Mi padre estaría muy orgulloso de todos nosotros y, seguramente, le hubiera encantado vernos así. Él tenía que estar en alguna parte, vigilándonos y sonriendo de orgullo; aunque él se hubiera ido, nos había dejado un gran regalo que no había comprendido hasta ahora: el amor que nos profesábamos.

Bajamos al salón y mi madre lanzó algunas fotos de nosotros tres juntos. Sonreía abiertamente y todos hacíamos bromas, incluso Percy se atrevió a decirme que estaba muy guapa. Luego llegó Kyle, vestido con un esmoquin que le hacía parecer salido de una película como El Gran Gatsby y que le favorecía bastante; se había echado gomina para aplastar y dominar su cabello y me sonreía con timidez.

Mi madre le hizo pasar y nos pidió si podía hacernos un par de fotos. Yo estaba temblando como una hoja y Kyle parecía nervioso.

Tras la rápida sesión de fotos, mi madre nos acompañó hasta la puerta y se nos quedó observando mientras nos dirigíamos al Hyundai blanco de Kyle y nos metíamos en él.

Kyle sacó una cajita y me la mostró con cuidado.

-Sé que en los bailes suelen regalarse ramilletes de flores –comenzó, carraspeando una vez-, pero Reece Douglas y el resto del comité han sido muy estrictos con sus normas: se llevarán máscaras en vez de ramilletes de flores –levantó la tapa y vi una bonita máscara veneciana de color gris oscuro decorado con hilos de color dorado que rodeaban los huecos de los ojos y un par de plumas a los lados. Era preciosa-. Espero que te guste –concluyó, en voz baja.

La cogí con cuidado y la contemplé, maravillada. Era la primera vez que alguien me regalaba algo tan bonito y tan frágil; cuando volví a mirar a Kyle, él ya se había colocado su máscara, muy similar a la mía pero sin plumas y con los hilos en color plata, y me miraba expectante, aguardando mi respuesta.

-¿Te gusta? –me preguntó, anhelante.

-Me encanta, Kyle –respondí-. Gracias.

Su sonrisa se hizo más amplia y satisfecha y arrancamos. El coche del padre de Kyle era enorme y bastante cómodo. Además, conducía a una velocidad humana y respetaba todas las señales de tráfico y semáforos; eso me demostraba que era un chico responsable. Cuando nos detuvimos en un semáforo en rojo, Kyle giró la cabeza de nuevo hacia mí.

Tenía las mejillas levemente ruborizadas.

-Sobre lo del beso… -abrí la boca para responder algo rápido, pero Kyle me frenó con una media sonrisa de comprensión- quería decirte que quizá no fuera un buen momento para hacerlo. Pero quiero que sepas que esperaré el tiempo que haga falta, hasta que estés preparada y que aceptaré sea cual sea tu decisión.

No sabía qué responder porque me había pillado de improvisto. Me pregunté qué habría sucedido si Kyle se hubiera adelantado a Chase; lo único que tenía claro, de haber sucedido, es que no hubiera tenido tantos problemas como los que había tenido.

Nos quedamos en silencio el resto del trayecto.

Al aparcar cerca de la entrada del instituto, me pregunté si Grace y Caroline ya habrían llegado junto a sus acompañantes. Por todos lados veía parejas que se acercaban al instituto y todos ellos iban vestidos de oscuro, confundiéndose los unos con los otros. Kyle colocó una mano en la parte baja de la espalda y me empujó suavemente para que entráramos en el edificio; cuando llegamos a la puerta que conducía al gimnasio y de la que se colaba un sonido de música estruendoso.

Entrar al gimnasio fue como si pasáramos por un portal mágico: todo el espacio estaba casi a oscuras y, en la zona de las gradas, habían montado una mesa de mezclas donde el fantasma de la Ópera estaba pinchando.

En el centro del gimnasio se había montado la pista de baile y la gente que se movía al ritmo de la música, siendo iluminados por una enorme bola de discoteca que lanzaba reflejos de los focos. A los lados, se habían dispuesto varias mesas largas donde podían verse fuentes auténticas que lanzaban chorros de bebida que parecía champán, poncheras rellenas de líquido rosado y bandejas con canapés bastante cuidados; luego también habían mesas circulares donde las parejas se sentaban para recuperar el aliento tras un cansado y movidito baile.

Kyle me condujo hacia una de las mesas donde estaban Grace junto a Rick y Caroline y Logan. Se levantaron al verme aparecer e, incluso, sus respectivos novios se me quedaron mirando alucinados; me abrazaron con fuerza y saludaron a Kyle con una sonrisa.

-¡Por fin has venido! –chilló Caroline, para hacerse oír por encima del barullo-. Me encanta tu máscara, por cierto.

La máscara de Caroline era completamente blanca y sin ningún tipo de pluma; llevaba dibujados filigranas que se me asemejaban a las antenas de las mariposas de color plateado y dorado; la de Grace era de terciopelo y tenía piedrecitas colocadas a los lados, rodeando los ojos.

Caroline y Grace tenían sus vasos y Kyle se había puesto a hablar sobre coches con Logan y Rick, que estaban esperando a Max y su misteriosa acompañante, y la mitad de las palabras que decían era incapaz de comprenderlas, por lo que les avisé a mis amigas que iba a acercarme a la mesa, que estaba al otro lado del gimnasio.

Cruzar de nuevo hacia la mesa de las bebidas fue una auténtica aventura. La gente no paraba de moverse de un lado a otro y las chicas no paraban de contornearse junto a sus parejas. Al alcanzar la mesa se me escapó un suspiro de alivio; me agobiaba la aglomeración de gente.

Cogí uno de los vasos vacíos que habían dispuestos por toda la mesa y lo coloqué bajo el chorro de bebida que caía de una de las fuentes que estaban colocadas a lo largo de la mesa. Le di un pequeño sorbo a mi vaso y torcí el gesto ante el sabor de la bebida; tendría que ir con cuidado, ya que no quería repetir lo sucedido en la fiesta de los Bruce.

Decidí quedarme unos minutos más allí, observando a la gente bailar, antes de regresar junto a mis amigas.

-¿Te has acostumbrado a beber? –preguntó una voz muy cerca de mi oído.

Solté un respingo y me giré para ver a quien se había acercado para hablarme. En un primer momento pensé que Kyle había venido a buscarme, pero reconocí bajo la máscara a Chase. La persona que menos me esperaba que hablara conmigo, dadas las circunstancias. Hice un ademán de moverme a un lado y apartarme de él, pero Chase me cogió por el brazo, impidiéndomelo.

Forcé una sonrisa, mientras vigilaba que nadie nos estuviera observando. Pero, entre todo el gentío, era imposible que alguien nos estuviera prestando atención.

-¿No tendrías que estar en otro sitio? –respondí, entre dientes-. Con Lorie, por ejemplo.

Sus ojos se clavaron en los míos con el típico brillo carmesí que ya había averiguado a qué se debía. Apretó un poco más y yo lo miré con el ceño fruncido.

Siempre había temido el momento en el que tuviera que encontrarme con Chase y tuviera que hablar con él. Habían pasado semanas desde el sábado en el que había huido y en esta última semana, Chase se había dedicado a hacer como si yo no existiera. ¿A qué demonios se debía esa conversación?

Comenzamos a movernos hacia la salida del gimnasio. E intenté resistirme, aunque no me sirvió para nada. Salimos del gimnasio y Chase se dirigió hacia las taquillas, arrastrándome tras él como si fuera una niña pequeña que no quisiera irse con sus padres.

-¡Eh! –protesté, intentando liberarme de él-. No puedes hacerme esto… ¡No puedes!

Chase me miró con el ceño fruncido, como si no hubiera entendido lo que acababa de decirle. No quería acompañarlo, quería regresar junto a mis amigos y seguir disfrutando del baile. Aquello era humillante.

-¿Qué no puedo hacerte? –preguntó, mirando hacia todos los rincones, buscando algo.

Le di un golpe en el brazo con furia pero que a él no le pareció molestarle. Maldito licántropo.

-¡Todo esto! –exclamé, enfadada-. No quiero saber nada de ti, ¡nada! Creí que te lo había dejado bastante claro.

En aquel momento, Chase me empujó con cierta violencia contra las taquillas y me cortó el paso colocándome a cada lado de mi cabeza sus brazos. Tragué saliva y recordé lo que me había comentado Kyle sobre los licántropos: «En esta edad son más irascibles y difíciles de controlar». Tendría que mantener la calma si no quería que Chase perdiera el control y pudiera hacerme cualquier cosa.

-Pues yo creo que aún tenemos cosas pendientes –dijo Chase, entre dientes.

El tono que usó, ronco y casi un gruñido, hizo que me encogiera.

«Tranquila, Mina. Si te muestras tranquila no te pasará nada… espero», intenté tranquilizarme, repitiéndomelo una y otra vez. Tenía que convencerme a mí misma que, si conseguía mantener la calma, Chase también estaría bajo control. Si dejaba llevarme por el pánico… no quería ni imaginarme las posibles consecuencias que podría haber.

Cogí aire y alcé la cabeza para mirarlo fijamente a los ojos.

-Dime lo que tengas que decirme y déjame en paz, Chase –le pedí, procurando que no me temblara la voz.

Su cuerpo estaba a centímetros del mío y notaba el calor que desprendía. Era como si tuviera muchísima fiebre, aunque su alto calor corporal no tenía nada que ver con la fiebre: Chase podía transformarse en cualquier momento y atacarme debido a su enfado; un enfado que no lograba entender.

Cerré los ojos con un sobresalto cuando el puño de Chase se estrelló contra la taquilla en la que estaba apoyada.

«Calma. Calma. Calma».

-Aquel día, cuando te marchaste… lo tenía todo planeado. Iba a decirte toda la verdad, pero no me diste tiempo –dijo Chase, con ese mismo tono ronco y con un timbre de tristeza-. Te lo juro que te lo iba a decir.

Volví a coger aire e intenté aferrarme a cualquier cosa para que no viera que habían comenzado a temblarme las manos. Así que, supuestamente, iba a contarme toda su “verdad”; me iba a confesar que había asesinado a sangre fría a mi padre por un motivo que aún desconocía.

Pero había llegado el momento.

Por fin iba a saber la verdad.

-Habla –le ordené, sintiendo que tenía la boca seca.

Chase cerró los ojos y soltó un suspiro derrotado. Incluso se atrevió a apoyar su frente sobre la mía, haciendo que me pusiera rígida de inmediato.

Su contacto y ese gesto me habían dejado sorprendida.

Intenté no moverme.

-Es cierto, Mina, lo matamos –me confesó, en voz baja. De mi pecho brotó un gemido y tuve que apretar con fuerza mis puños para no descargarlos contra la cara de Chase-. Pero tienes que saber que tu padre no… no era como tú piensas: él… él mató a mi padre. Eran amigos y lo mató: Carin y Kai lo vieron.

»Por eso mismo lo matamos, por venganza.

Cerré los ojos y el sueño que tuve volvió a repetirse en mi cabeza. Oí el grito desgarrado de Kai acusando a mi padre haber matado a alguien llamado Greg y entonces entendí de golpe a quién se refería: Gregory Whitman. Entonces, como si algo se abriera en mi cabeza, vinieron los recuerdos. En uno de ellos, me vi agarrada a las piernas de mi padre mientras él hablaba de una forma bastante animada con el hombre que había visto en la foto, con el padre de los Whitman; en otro, los Whitman estaban en nuestro patio y Avril aún era muy pequeña como para jugar con nosotros.

Los Whitman eran amigos de mi familia desde que siempre. Y no entendía cómo había podido olvidarlo. Porque había sido incapaz de no recordarlo hasta ese mismo momento, tras la confesión de Chase.

-Mi padre no es ningún asesino –respondí, con fiereza-. En cambio, tú sí.

Las rodillas habían comenzado a temblarme y sospechaba que no tardaría en desplomarme de allí mismo. Que Chase me hubiera confesado que su manada y él habían asesinado a mi padre por creer que él había asesinado a su padre… había sido un golpe duro de soportar.

Pero tenía que estar equivocado. ¿Por qué iba a matar mi padre al padre de los Whitman si ambos eran amigos? No tenía ningún sentido.

-Tu padre es un asesino –gruñó Chase y me llegó el aroma del alcohol de su aliento. Chase nunca bebía mucho y, todo aquello, me hacía pensar que, en esta ocasión, se había pasado con ella-. Mató a mi padre. Hubo testigos que lo vieron. Mi propio hermano vio cómo asesinaban a sangre fría a su padre…

Le di un empujón en el pecho, sin importarme si aquello provocaba que Chase perdiera el poco control que tenía en esos momentos, y Chase retrocedió un par de pasos, tambaleándose. No iba a permitir que siguiera calumniando a mi padre de aquella forma tan horrible y malvada.

Chase me sujetó de nuevo por las muñecas, cuando volví a empujarle, y se acercó su rostro al mío. Sus ojos se habían vuelto de color carmesí y su calor corporal había aumentado varios grados.

Y eso sin contar con la cantidad de alcohol que llevaba encima.

En otras palabras, Chase parecía una bomba a punto de estallar.

Pero me daba igual. La rabia me consumía como si fuera fuego corriendo por mis venas: si había tenido alguna duda sobre la inocencia de Chase; sobre si podía darle, al menos, una última oportunidad… Todo se fue derrumbando como un castillo hecho de naipes.

Contuve las lágrimas porque Chase no se merecía verme así. No quería darle esa satisfacción.

-Estás borracho –le acusé y lo señalé de manera amenazadora-. Pero te aseguro que esto no quedará así, Chase Whitman: te juro que tú y tu pandilla de perros pulgosos pagará por lo que le hicisteis a mi padre.

Él estalló en carcajadas, como si mi comentario le hubiera resultado divertido.

-Ya es tarde, Mina –repuso-. Tanto el asesinato de mi padre como el del tuyo han quedado en el olvido; se investigaron, sí, y se cerraron por no haber pruebas concluyentes. Kai y Carin jamás contaron la verdad porque pensaron que nadie los creería, pero uno de los tuyos nos dio la idea: antiguamente había una ley que se llamaba la venganza de sangre. Técnicamente estábamos en nuestro derecho.

-¡Me importa una auténtica mierda si era vuestro derecho o no! –grité-. Era mi padre y tú, durante tanto tiempo, has… ¿qué has estado haciendo conmigo, Chase? ¿Prepararme para que terminara como mi padre? ¿Es eso?

Los ojos de Chase se abrieron desmesuradamente y el brillo carmesí fue desapareciendo hasta dejar paso al negro habitual. Me soltó las muñecas como si le hubiera quemado y se apartó de mí, negando varias veces con la cabeza.

Abrió la boca para contestarme, pero no tuvo oportunidad porque un grito masculino, de una voz que había comenzado a distinguir bastante bien, nos interrumpió.

-¡Eh!

Ambos giramos la cabeza a la vez hacia Kyle, que se acercaba hacia donde estábamos con el ceño fruncido y los labios en una mueca desagradable. Se había retirado la máscara y la llevaba cogida en una mano mientras la otra la llevaba metida en el bolsillo del pantalón.

Quería aparentar tranquilidad pero se le notaba a la legua que estaba deseando sacarme de allí y darle un puñetazo de propina a Chase. Cuando llegó a mi lado, buscó mi mano a tientas, aferrándola con fuerza al encontrarla. El gesto no le pasó desapercibido a Chase, que clavó unos segundos sus ojos en nuestras manos entrelazadas y esbozó una sonrisa irónica.

-¿No te han enseñado a que robar acompañantes en los bailes está mal visto, Whitman? –le espetó de malos modos Kyle.

La sonrisa de Chase se hizo más amplia.

-¿Y a ti no te han enseñado a que meterte en conversaciones ajenas es de mala educación? –replicó con chulería.

Kyle se encaró con Chase pese a ser unos centímetros más bajo que él y me apartó con suavidad hacia un lado. Parecía estar a punto de abalanzarse sobre él sin importarle que Chase tenía muchísima más fuerza y, debido a todas las peleas en las que se había metido, experiencia.

A Chase le pareció graciosa la idea de que Kyle se le hubiera acercado tanto porque pegó su rostro más al de él, sin perder la sonrisa. Estaba deseando que Kyle dijera algo molesto para empezar la pelea.

Aguardaba su oportunidad con impaciencia.

Y, de seguir así, no tardaría mucho en transformarse.

-No me das ningún miedo, Whitman –le aseguró Kyle, envalentonado-. Y no voy a permitirte que sigas haciendo lo que te viene en gana porque seas un maldito lobo pulgoso que se cree que éste es su territorio. Nosotros, los cazadores, somos los que os permitimos que sigáis aquí, recuérdalo la próxima vez.

-Deberías tener un poco de miedo, Monroe –respondió Chase-, porque pienso darte un puñetazo que te va a mandar al hospital.

Dicho esto, echó el puño hacia atrás y, antes siquiera de que me diera tiempo a gritar, lo estampó contra el pómulo de Kyle, lanzándolo de la fuerza que había empleado hacia atrás. El cuerpo de Kyle cayó un par de metros delante de donde nos encontrábamos, completamente desmadejado.

Como si estuviera muerto.

Eché a correr hacia él sin importarme lo que pudiera hacerme Chase. No lo reconocía y, me temía, que aquella persona que no había dudado en soltarme la verdad con tanta frialdad y darle un puñetazo a Kyle sin importarle siquiera lo que sucediera era el auténtico Chase Whitman.

Me había enamorado de una mentira.

Me arrodillé junto al cuerpo de Kyle sin importarme lo que pudiera sucederle al vestido y comencé a buscarle el pulso a toda prisa. ¿Qué sucedería si había muerto? ¿Qué demonios podía contar? Si decidía contar la verdad, nadie me creería o, simplemente, fingirían que aquello no era posible. Estaba rodeada de licántropos y cazadores y no sabía siquiera en quién confiar.

Una pesada mano cayó sobre mi hombro, provocándome un sobresalto y casi un infarto. Miré hacia arriba y la cara de Chase, observándome con un gesto que no supe cómo interpretar. Parecía dolido y enfadado a partes iguales.

-Está vivo –declaró-. No le he dado tan fuerte como querría.

Me desembaracé de su mano y me puse en pie de un salto.

Lo miré con odio.

-Apártate de mí, monstruo –le escupí y eché a correr.

Tenía que buscar ayuda y volver al baile, con toda la gente que había, no me parecía lo más adecuado. Sería la idea perfecta pero, con la aglomeración de gente que había en la pista de baile, perdería un tiempo valioso en llegar hacia mis amigos y contarles lo ocurrido. No, tendría que salir del instituto y encontrar a cualquier profesor o persona que me encontrara por el camino. Normalmente había gente patrullando por las afueras del instituto.

Rezaba para que fuera así.

Torcí en uno de los pasillos y aceleré el ritmo. No era capaz de oír las pisadas de Chase, pero eso no quería significar que no estuviera tras mis pasos: los licántropos, al igual que los lobos, actuaban con sigilo cuando querían cazar a su presa.

Y yo era la presa.

Los pulmones no paraban de arderme y me recordó al sueño sobre la muerte de mi padre. En esa ocasión también corría, pero por el bosque, y me pregunté si no sería una especie de señal de lo que iba a sucederme. El pasillo por el que corría en aquel momento estaba oscuro y, al fondo, creí ver una puerta.

Mi salvación.

Se me escapó un gemido de alivio y me sujeté el bajo del vestido para poder darle más brío a mis pasos. Algo me agarró del brazo y tiró de mí hasta meterme en uno de los pasillos laterales, que estaban igual de oscuros que el principal.

Intenté debatirme, sin aliento y resollando, pero un par de manos me sujetaron con más fuerza.

«Carin –gemí interiormente, muerta de miedo-. Carin lo ha visto todo y ha venido a deshacerse de mí después de que Chase me haya confesado la verdad sobre la muerte de mi padre».

Mi mente comenzó a imaginarse la multitud de dolorosos y horribles que podría tener aquella noche. Lo que tenía claro es que no iba a salir viva de allí. Que iba a terminar como mi padre.

Las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas antes de alguien me tapara la boca con un trozo de tela que tenía un fuerte olor dulzón que me provocó que me mareara.

Después, todo se volvió negro.

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