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XVIII.

El lunes llegó más rápido de lo que hubiera querido. Mi madre aún seguía resentida conmigo por lo que había hecho, pero tío Henry parecía haberse ablandado al verme en el estado tan deplorable en el que me encontraba. Incluso Grace había intentado hablar con mi madre para que se diera cuenta de que yo simplemente había sido una víctima en manos de Chase.

Cuando bajé a la cocina aquella mañana, mis hermanos ya estaban acomodados sobre la mesa y desayunaban en silencio. Mi madre los había enviado a casa de los Dahl el sábado para que no se enteraran de nada, aunque el domingo se habían dado cuenta de que algo había pasado. Ocupé la silla que había al lado de Avril en silencio mientras mi madre me dejaba mi desayuno sin tan siquiera mirarme. Mi hermana me dirigió una mirada inquisitiva y yo me encogí de hombros; Percy tenía su vista clavada en su bol de cereales y no paraba de moverlos de un lado a otro.

-Si no te encuentras bien, puedes quedarte en casa –la voz dura de mi madre hizo que me estremeciera y deseara hacerme diminuta.

Me replanteé seriamente aceptar la oferta de mi madre y quedarme en casa. No quería ver a Chase en el instituto, no estaba preparada para ello; pero eso supondría demostrarle que era una cobarde y que no afrontaba mis problemas. Sería como darle la razón a Chase.

Al final decidí ir al instituto. Mi madre se encargó de llevarme personalmente y, cuando me dejó, comprobé que se había quedado hasta ver que desaparecía en el edificio sola. Me dirigí a clase con la cabeza gacha, esquivando gente y mentalizándome para lo que se me avecinaba. Cuando alcancé mi clase ni siquiera miré a la mesa que había al lado de la mía. No podía.

Para mi desgracia, ni Caroline ni Grace habían llegado aún. Me senté sobre mi silla y comencé a sacar cosas de la mochila; por el rabillo del ojo vi que no había nadie ocupando la mesa. Chase tampoco había llegado a clase y eso me produjo un evidente alivio que no duró mucho: las gemelas Fisher se acomodaron cada una sobre mi pupitre con una sonrisa encantadora. Ambas eran morenas y tenían los ojos verdes; parecían modelos. Una de ellas, no sabría si decir si Roberta o Claudia, me guiñó un ojo pícaramente.

-Mina Seling, ¿verdad? –preguntó la otra y yo parpadeé, perpleja. Eso hizo que la chica soltara una risita que ahogó tapándose la boca-. Kyle nos ha hablado mucho de ti –me explicó.

Ah, Kyle. Aún tenía algunos asuntos pendientes con él: básicamente quería que me explicara cómo había averiguado mi ubicación cuando había estado con Chase y por qué había tenido que ir corriendo a decírselo a mi madre.

Me recordé que aquellas chicas nuevas no tenían la culpa y que intentaban ser amables conmigo, intentaban integrarse. Me obligué a sonreír y a ser agradable.

-Me pregunto si lo habrá hecho bien o no –bromeé.

Las gemelas se echaron a reír como si mi broma hubiese sido la mejor que hubieran escuchado de su vida y se acomodaron más. Miré de reojo la silla vacía de mi lado. Él aún no había venido, quizá no apareciera en todo el día…

Después, una de ellas le dio un codazo juguetón a la otra.

-¡Claudia! –exclamó la que estaba más cerca de mí-. No nos hemos presentado debidamente.

La otra gemela, Roberta, formó una diminuta «o» con la boca. Me fijé, además, que tenía unas disimuladas pecas sobre las mejillas; así al menos podría diferenciarlas… cuando las tuviera cerca.

-Oh, cielos, qué vergüenza –murmuró, contrariada, y me tendió una mano coquetamente-. Soy Roberta Fisher.

Su hermana me lanzó un guiño y un beso.

-Yo soy Claudia –se presentó-. Nos mudamos desde Alemania porque nuestros padres están continuamente yendo de un lado a otro por motivos de trabajo…

-Aunque esperamos que este pueblecito sea el definitivo –completó Roberta, con una sonrisa-. Es bastante… interesante.

Claudia le lanzó una mirada a su hermana y ella le sonrió. Conocía ese tipo de miradas: eran las que compartían las hermanas cuando sabían lo que la otra iba a decir sin necesidad de más.

-Los chicos de por aquí son bastante interesantes –rió Claudia-. Por ejemplo, tu compañero de mesa… ¿Chase Whitman?

Sentí que se me clavaban las letras de su nombre como si fueran cuchillos afilados. Tuve el impulso de salir corriendo de allí ahora que conocía las intenciones de aquellas dos: se habían acercado a mí, ya que era la compañera de Chase, para saber más cosas de él. ¿Quién podía resistirse a los encantos de ese chico?, pensé con desánimo.

Decidí ser precavida con mis respuestas. Lo último que me faltaba es que creyeran o llegaran a la conclusión de que Chase me gustaba y empezaran a circular los rumores por el instituto.

Me recoloqué en mi silla, preparada para responder a la insinuación que me había lanzado Claudia Fisher.

-Es bastante problemático –respondí.

Las gemelas Fisher compartieron otra mirada cómplice.

-Eso hemos oído –reconoció Roberta.

-Pero eso no le resta puntos, es más: se los duplica –continuó Claudia-. ¡Está para comérselo! ¿Sabes si la chica con la que siempre va…? –empezó a hacer aspavientos con la mano.

Bueno, había sido más rápido de lo que me había esperado. Pero ahí estaba la pregunta del millón: ¿había o no una relación con Lorie? Todo el mundo conocía la respuesta a la pregunta, y yo me la había saltado.

-¿Lorie? –pregunté con inocencia-. Por supuesto que están juntos. Hacen muy buena pareja.

Claudia hizo un mohín, como si aquello la entristeciera enormemente. Su hermana le dio un par de palmaditas en el brazo, tratando de animarla. Aquello me hizo recordar la marca y el hecho de que no me la había mirado aún; esperaba que mi olvido no me acarreara algún tipo de infección licantrópica o algo por el estilo. No quería convertirme en un mutante licántropo.

Sentí su presencia sin tan siquiera mirarlo. Sin embargo, sí vi los gestos de sorpresa y asombro de las gemelas Fisher; ambas se apartaron un poco para que Chase dejara sus cosas sobre su mesa y tomara asiento. Me giré a propósito para evitar establecer contacto visual con él. Las gemelas Fisher se despidieron con un rápido y apresurado «adiós» y se marcharon hacia sus pupitres. ¿Dónde estaba el profesor Sharpe cuando más se le necesitaba? ¿Tendría alguna secuela de mi atropello? ¿Habría recuperado el coche y quería que le pagara los gastos por haberlo atropellado? Esperaba que el maldito coche estuviera bien y que Chase me ignorara el resto del curso. ¿No podrían cambiarlo de nuevo a su clase? ¿O mandarlo a la otra punta del país?

-Mina… -oí su tono de voz suplicante y cerré los ojos con fuerza.

«No. No. No lo escuches. No lo hagas».

Cuando sus dedos rozaron mi muslo, intentando llamar la atención (cosa que consiguió), aparté la silla de golpe y lo miré con odio. Su aspecto era horrible: tenía el cabello revuelto, ojeras y estaba más pálido y delgado. A primera vista parecía que su dolor era real y que estaba arrepentido, pero yo no podía creerlo. Ya no.

Demasiadas mentiras había tenido que tragarme para hacerlo de nuevo.

-Déjame en paz –le siseé-. Olvídame. Haz que no existo.

Sus oscuros ojos me suplicaban que lo escuchara, mi corazón me pedía a gritos que le diera una segunda oportunidad y mi cabeza me prevenía que podría volver a destrozarme de nuevo. Pero ¿qué más me quedaba para que él lo destruyera? Me lo había quitado todo.

-Por favor, permíteme al menos que te explique todo –me pidió-. Dame al menos una última oportunidad…

Tragué saliva mientras miraba a mis compañeros. Por Dios, siempre elegía los mejores momentos para que yo pareciera una maldita perturbada obsesiva con él. Me retiré un poco más, frunciendo el ceño.

Abrí la boca para responderle cuando una mano se estampó contra mi mesa con fuerza, sobresaltándome.

-¿No la has oído? –inquirió una voz que reconocía muy bien en un tono bajo-. ¿O es que acaso eres duro de mollera y no lo comprendes?

Le dirigí una mirada de agradecimiento a Grace mientras ella seguía fulminando con la mirada a Chase. Quizá fue su tono o su actitud amenazadora, pero consiguió que Chase mirara hacia la pizarra sin decir nada más.

La hora de gimnasia era la más odiada, incluso por delante de Historia, por la mayoría de alumnos del instituto. La entrenadora Pit, quien se rumoreaba que había sido expulsada del ejército, era bastante estricta con los ejercicios que nos imponían.

Abrí mi taquilla con un golpe sordo y rebusqué en su interior hasta llegar a mi chándal: una camiseta y unos pantalones cortos azul marino que necesitaban un buen cambio. Me quité a toda prisa mi ropa mientras Grace abría su taquilla y sacaba su uniforme. Tenía los labios y el ceño fruncidos.

Si el día había ido mal, la hora de gimnasia se acercaba peligrosamente a convertirse en un auténtico infierno. Tocaba jugar a voleibol y, para mi sorpresa, compartíamos el gimnasio con las animadoras, que preparaban sus coreografías para el próximo partido. Verlas allí a todas ellas, sabiendo lo que sabía ahora de ellas me hizo que se me revolviera el estómago; buscaba desesperadamente sus marcas. Y más aún ver a Lorie pavoneándose junto a sus amigas, estallando en risas cuando pillaban a alguien mirándolas.

Grace me dio un ligero codazo en las costillas, llamando mi atención.

-Sé que estás esperando a que se den un buen golpe, pero si no prestas atención a esto serás tú la que acabe en el suelo con una conmoción –me dijo, con una sonrisa.

Estaba tratando de animarme y, puesto que Caroline no compartía clase con nosotras, se lo agradecía profundamente.

Las gemelas Fisher no tardaron en unírsenos a nuestro equipo alegando que no habían encontrado unas compañeras que se acercaran tanto a lo que ellas buscaban. Algo que sonó a una excusa muy elaborada, debía decir. Grace las aceptó a regañadientes y supe que había algo en aquellas dos gemelas que no terminaba de gustarle.

Comenzamos a calentar bajo los gritos y amenazas de la entrenadora Pit mientras las animadoras habían dejado sus ejercicios para observarnos. Hablaban en voz baja entre ellas y, juraría, que alguna vez Bianca y Wenda me señalaron de una forma poco discreta mientras Reece le murmuraba cosas al oído a Lorie, que sonreía.

Supe que no me había equivocado y que mis sospechas eran acertadas cuando, de improvisto, Lorie chocó a propósito contra mí, haciendo que casi me estampara de culo en el suelo, ante todos mis compañeros.

Le dirigí una mirada enfadada y ella me devolvió una sonrisa cargada de frialdad. Estaba molesta por no haber conseguido su objetivo: tirarme al suelo.

-¡Cuidado por dónde vas, pato! –me gritó, mientras volvía de nuevo con sus compañeras, que no me quitaban la vista de encima.

Durante el resto de la clase me mantuve alerta, vigilando cada movimiento de las animadoras, preparada para sus próximos ataques. Hasta ese mismo día, Lorie Ross jamás había reparado en mi presencia: nos habíamos evitado y cada una había ido por su lado. No entendía, o no quería creer, los motivos que habían empujado a esa chica a querer meterse conmigo. Pero eso podía significar una cosa: me había convertido en el objetivo de las animadoras porque sospechaban que pudiera haberme acercado pasando la línea a Chase.

Eso no podía ser, había sido cuidadosa cuando… antes de saber la verdad. Y ahora centraba todos mis esfuerzos en ignorarlo por completo.

Al llegar a mi taquilla, controlé mis flacos. Mis compañeras hablaban en gritos y se cambiaban sin tan siquiera hacerme caso. No había peligro alguno, pero yo estaba segura de que Lorie no había terminado con ese “ligero” empujón.

Aún me esperaba algo peor.

Me cambié a toda prisa y, al cerrar mi taquilla, algo me golpeó el hombro. Los vestuarios se habían ido vaciando porque todas estaban de camino al comedor y allí no quedaba casi nadie. Incluso Grace estaba en las duchas. Me giré con lentitud para enfrentarme a la mirada de odio de Lorie. Puede que a otras chicas las amedrentara, pero conmigo no iba a ser tan fácil. Me crucé de brazos, a la espera de que desembuchara lo que llevaba rumiando desde que me había visto entrar en el gimnasio y había visto ahí su oportunidad.

No me sorprendió nada verla respaldada por Bianca y Wenda, que me lanzaban miradas fulminantes, como si hubiera cometido un delito.

-Un pajarito me ha llegado con la noticia de que te has acercado demasiado a mi –recalcó bien la palabra por si me hubiera quedado cualquier duda- novio.

Levanté la barbilla con altivez. Iba a necesitar algo mejor que ese tono encantador y falso para asustarme.

-Pues dile a ese pajarito que la próxima vez procure fijarse mejor –le respondí.

Bianca y Wenda lanzaron una exclamación de sorpresa ante mi osadía y Lorie les dedicó una mirada heladora que las hizo enmudecer. Después, se giró hacia mí de nuevo. No había esperado que le respondiera, ella estaba acostumbrada a que las chicas bajaran la cabeza, dóciles.

Conmigo se había equivocado. Había demasiada rabia en mi interior y la estaba sacando poco a poco.

Lorie acercó un poco su rostro al mío. Era un poco más pequeña que yo y eso me hizo un poco de gracia.

-Me da igual si es verdad o no –me espetó-. Lo que quiero decir es que no quiero que te acerques a él, ¿me has entendido? Chase Whitman es mío.

-De todas formas, Lorie –intervino Wenda, con maldad-, no creo que Chase se fijara en una chica como ésta.

Le lancé una mirada que la hizo enmudecer, pero Lorie había ignorado de forma deliberada el comentario de su amiga. Me dio un empujón que me hizo chocar contra la taquilla. Me sorprendió con la rapidez en que se había puesto tan a la defensiva conmigo.

-Te he dicho si me has entendido o no –repitió.

Esbocé una media sonrisa.

-¿No crees que es un poco de novia obsesiva el hecho de estar amenazando a todas las chicas a las que tu novio mira descaradamente? –le pregunté, provocadora-. Debe ser muy triste que no te haga el mismo caso que los novios de tus amigas…

Lorie soltó un gruñido de frustración y se lanzó hacia mí, intentando agarrarme de la camiseta.

-¡Eres una maldita zorra y una puta! –me gritó, mientras sus amigas se hacían a un lado, temerosas de que pudieran verse involucradas en la pelea.

La esquivé sin ningún problema y aproveché mi oportunidad para estamparla contra la taquilla. Jamás había participado en ninguna pelea, pero no iba a permitir que Lorie se saliera con la suya. La sujeté por los hombros contra la taquilla mientras ella se rebatía; me hizo perder el equilibrio y yo la empujé de nuevo, haciéndola caer al suelo. Lorie soltó un grito de dolor cuando dio de lleno en el suelo y yo me senté a horcajadas sobre ella, mientras sus amigas se habían apartado y nos observaban completamente horrorizadas. Les dediqué una sonrisa burlona mientras inmovilizaba con brazos y piernas a Lorie para evitar que me atacara.

Ella se rebatía, gritando de furia e intentando agarrarme de algún sitio. Estaba fuera de control.

-Eres una zorra, Mina Seling –me escupió, con odio.

Bajé la cabeza un poco y le sonreí. Quería disfrutar de su reacción cuando oyera lo que tenía pensado decirle.

-Pues a tu novio le encantaba –le susurré-. Creo que se divertía más conmigo que contigo…

Nunca me había burlado de aquella manera de nadie. Nunca había hurgado en las heridas ajenas por placer ni por diversión. Pero en aquel momento no pude evitarlo: quería hacer sufrir a todas y cada una de las personas importantes para Chase. Y, aunque él no me lo había dicho personalmente, sabía que Lorie pertenecía a esa lista.

Los ojos de Lorie se nublaron de dolor y empezó a revolverse con energías renovadas, haciéndome más difícil sujetarla contra el suelo.

-Tu padre se merecía lo que le pasó –masculló-. Ojalá te hicieran lo mismo a ti.

Durante todo aquel tiempo había mantenido el control en la situación, había mantenido la calma y había pensado con frialdad. Pero la simple mención de mi padre, de la forma en la que fue brutalmente asesinado, pronunciadas por aquella chica que se acostaba con Chase, hicieron que rompiera esa delgada línea.

Le solté una bofetada con todas mis fuerzas.

Me temblaban los brazos y ya no ejercía la misma fuerza sobre Lorie, que aprovechó para soltarse un brazo y devolverme la bofetada.

Lo siguiente que sucedió apenas podría recordarlo con claridad. Todo fue un cúmulo de sonidos y colores que pasaban por delante de mis ojos mientras quería terminar con lo que había empezado: destrozar a Lorie. Ni siquiera fui consciente de que me apartaban de ella unos brazos y me alejaban de una herida Lorie. Empecé a revolverme, dando golpes a ciegas y escuchando los quejidos de la persona que se había encargado de separarnos.

Me sacó del gimnasio mientras Lorie seguía gritando como una perra en celo mientras sus amigas intentaban calmarla. Cuando parpadeé, jadeando del esfuerzo, comprobé quién se había encargado de separarnos y sacarme de allí: Chase.

Rechiné los dientes y me abalancé contra él, sin importarme siquiera lo que pudiera sucederme. La rabia que sentía por el comentario de Lorie me cegaba, impidiéndome pensar con claridad. Él consiguió frenarme con una facilidad vergonzosa y arrinconarme contra la pared. Chillé y pataleé, dándole en una de las ocasiones en la espinilla, sin que se inmutara lo más mínimo.

-¡Ya basta! –me ordenó, como si yo fuera una niña pequeña.

-Déjame en paz, ¡suéltame de una vez, joder! –chillé, mientras me revolvía.

Chase me sujetó con más firmeza y me obligó a que me sentara en el suelo.

-Si no dejas de moverte, no vas a parar de sangrar.

Hasta que Chase no me dijo que estaba sangrando, no fui consciente de un líquido que me chorreaba desde el labio y que estaba manchando mi camisa. Me la limpié con el dorso de la mano y fulminé con la mirada a Chase.

Parecía decepcionado.

-No entiendo qué es lo que ha pasado ahí dentro, pero si no te hubiera separado de ella la habrías dejado muy mal –me amonestó. Algo comprensible porque Lorie era su novia-. La Mina que conozco no habría hecho eso…

Me dieron ganas de abofetearlo. Y eso hice. Con ganas.

Chase recibió la bofetada sin inmutarse.

-¿Eso tampoco lo habría hecho la Mina que conocías? –le pregunté, con rabia-. Ah, claro, por supuesto que no; la Mina que conocías era demasiado ingenua y estúpida que estaba tan ciega que era incapaz de ver la realidad.

Chase abrió la boca para responderme, pero lo interrumpió la llegada de la entrenadora Pit. Miré por encima de su hombro y vi que Lorie tenía la cara llena de golpes y que también sangraba del labio; me dirigió una mirada de odio mientras se apoyaba en sus dos amigas. La entrenadora Pit le hizo un gesto a Chase y éste me puso en pie de golpe.

-Nos vamos a ver al director. Ahora –me comunicó, con un gesto duro.

La seguí en silencio, al lado de Chase, en todo el trayecto hasta el despacho del director. Recuerdo haber estado allí cuando la secretaria, una mujer entrada en años que adoraba a todos los alumnos, me mandó llamar el día en que mi padre murió. En aquella ocasión, la secretaria nos indicó que Chase y yo nos sentáramos en las sillas mientras la entrenadora Pit acompañaba a una llorosa Lorie al interior del despacho del director. La secretaria, la señora Cooper, ocupó su asiento tras la enorme pantalla del ordenador y comenzó a teclear.

Me llevé el dorso de la mano de nuevo al labio y me sequé la sangre que seguía saliendo de él. Estaba segura de que me iba a caer una buena, aunque yo no había sido quien había empezado la pelea. Sus amigas, Bianca y Wenda, iban a contar una versión muy diferente y que iba a dejar en mejor lugar a Lorie que a mí.

Chase seguía a mi lado, con los labios fruncidos y los brazos cruzados. No entendía cómo había podido llegar al gimnasio para separarnos. Pero tampoco me importaba mucho, la verdad.

-No sé en qué estabas pensando, pero has sido una inconsciente –siguió amonestándome Chase, sin mirarme-. Enfrentarte de esa forma a Lorie es tan vulgar…

Sus palabras consiguieron reavivar mi enfado. Recordé lo que me había dicho Lorie: había sido mucho más cruel que yo. De eso no cabía duda.

-Yo que tú controlaría la lengua de tu novia –respondí, con frialdad-. Porque, si la próxima vez vuelve a acercarse a mí con ese tipo de comentarios, te juro que ni siquiera tú vas a conseguir frenarme.

-¿Qué? –preguntó él, confuso.

Le dediqué una mirada iracunda.

-No quiero que vuelva a recordarme lo que le hiciste a mi padre.

De nuevo apareció ese semblante dolido. Esa máscara.

-Si me dejaras explicarme…

No iba a empezar esa conversación, no con él. Aún estaba demasiado dolida y traicionada después de haberme enterado de la verdad: que él había sido uno de los asesinos de mi padre aunque no hubiera ninguna prueba que pudiera inculparlos.

Agradecí en silencio cuando la puerta se abrió y salieron la entrenadora Pit y Lorie, que se lanzó a los brazos de Chase y me fulminó con la mirada mientras irrumpía en llanto. El corazón se me encogió y desvié la mirada, incómoda y con las lágrimas asomando por mis ojos. La entrenadora Pit nos hizo pasar con un seco movimiento de cabeza al despacho, donde el director Howard nos esperaba tras su escritorio lleno de documentos. Era obvio que no le sorprendía ver a Chase, pero mi presencia sí que lo dejó sorprendido.

-Señor Whitman, señorita Seling –nos saludó, con educación-. Por favor, tomen asiento.

Ambos obedecimos y aguardé en silencio mi condena. Tenía la sensación de ser un delincuente esperando su sentencia. Chase se puso en una postura más cómoda, como si todo aquello fuera rutinario para él.

El director Howard observó mi labio sangrante con el ceño fruncido.

-Estaba seguro de que jamás la vería involucrada en un asunto de este calibre, señorita Seling –el director intentó quitarle hierro al asunto, pero no lo consiguió. Carraspeó-. Esto para usted, señor Whitman, no es nada nuevo, ¿verdad?

Chase le dedicó una encantadora sonrisa.

-La señorita Ross me ha comentado una versión que, puedo asegurar, que no se ciñe a lo que ha sucedido en realidad –prosiguió el director-. Por eso mismo quiero que me cuenten lo que ha sucedido. Usted primero, señor Whitman.

Chase se encogió de hombros con chulería.

-Tampoco hay mucho que contar, señor. Mi novia había faltado a nuestra cita –comenzó a relatarle Chase-, por lo que decidí ir a buscarla. Me dirigí al gimnasio y oí gritos que venían de los vestuarios; cuando entré vi a esta chica encima de mí novia. Ambas estaban peleando.

Apreté los dientes. Era más que obvio que Chase iba a intentar favorecer a Lorie.

El director Howard cabeceó, escuchando atentamente el relato de Chase. Cuando terminó, llegó mi turno; me hubiera gustado pedirle al director que Chase no estuviera allí, pero no me atreví.

-Señorita Seling, es su turno –me invitó el hombre, con amabilidad.

Me removí en mi asiento y evité mirar a Chase durante todo el tiempo que estuve contándole mi versión.

Cogí aire y empecé, con timidez.

-Habíamos terminado la clase de gimnasia y estaba en los vestuarios cuando Lorie vino acompañada por dos de sus amigas y empezó a decirme cosas –hice una pequeña pausa para coger aire de nuevo-. Me empujó y yo le devolví el empujón; después Lorie dijo algo sobre mi padre y perdí el control…

-La señorita Ross me ha informado que usted hizo un par de comentarios sobre su novio –me informó el director.

A mi lado, vi que Chase apretaba los labios con fuerza, haciendo que se formara una fina línea. Su pie comenzó a golpear el suelo, con enfado.

Intenté hacerme la sorprendida y parpadeé varias veces.

-No… no comprendo –murmuré.

-Lo que quiero decir, señorita Seling, es que la señorita Ross me ha asegurado que hizo un par de insinuaciones sobre su novio –especificó el director Howard.

Tendría que mentir. Además, ¿a quién iban a creer: a la animadora que se dedicaba a atemorizar a todas las chicas del instituto con sus amigas o a la pobre chica que nunca había tenido ningún problema y que siempre quería pasar desapercibida?

Estaba más que claro el resultado.

-Señor Howard, no sé de lo que está hablando –dije.

El director hizo un aspaviento con la mano.

-Dejando de lado los motivos de la disputa, es más que obvio que ambas son culpables en igual medida –informó-. Por eso mismo he decidido que ambas tendrán la misma sanción y, espero, que en el futuro no se repita.

Tragué saliva, aguardando a lo que el director tenía reservada para mí y para Lorie.

-Serán expulsadas por un período de tres días, es decir, lo que resta de semana la señorita Ross y usted –prosiguió-. Y hablaremos con sus padres, obviamente.

El castigo me cayó como una maza. Era la primera vez que me expulsaban y a mi madre todo aquello no le iba a hacer ninguna gracia; podía imaginarme su reacción, diciendo que todo lo que estaba sucediendo había sido culpa mía por haberme relacionado con Chase Whitman y por haberla desobedecido. Quizá pensara que había hecho todo aquello para llamar su atención después de lo que había sucedido el sábado.

Bajé la cabeza en señal de docilidad. Poco más podía hacer.

Y lo peor de todo es que iba a constar en mi expediente académico. Algo con lo que no había contado y con lo que salía bastante perjudicada.

-Pueden retirarse –nos despachó el director Howard, cogiendo una de las carpetas que había desperdigada por encima de su abarrotado escritorio.

Abandonamos en silencio el despacho y salimos de la zona de secretaría. Todo el mundo estaba en sus respectivas clases, por lo que los pasillos estaban desiertos. No sabía si volver a clase o marcharme del instituto y refugiarme de nuevo en mi habitación. Me arrepentía de no haber aceptado la propuesta de mi madre y haberme quedado en casa.

Aquel día había sido una auténtica mierda.

Me dirigí de nuevo a los vestuarios para coger mi mochila y largarme de allí antes de que decidiera meterme en otro lío. Cerré de un portazo la taquilla y salí del gimnasio con la cabeza gacha. Gracias a eso casi conseguí chocarme de lleno con Chase, que parecía estar esperando a alguien.

Intentó dedicarme una sonrisa amable, pero eso solamente consiguió que frunciera el ceño y lo observara con los ojos entrecerrados.

-He pensado que quizá podría acercarte a casa –se excusó.

Pasé de largo y él comenzó a seguirme. ¡Aquello era lo último que quería!

-Déjame en paz, Chase –le dije, acelerando el paso.

-Sólo si hablas conmigo, Mina –me propuso, poniéndose a mi lado-. Por favor.

-No tengo nada más que hablar contigo. Creo que lo dejé bien claro el sábado cuando descubrí todo lo que habías decidido ocultarme –respondí, con frialdad.

-Tienes que comprender que ahora estamos vinculados y que todo esto no nos hace ningún bien. La separación nos va a producir dolor…

Me frené de golpe al oírlo. Lo único que me había causado dolor habían sido las mentiras, el hecho de que me hubiera ocultado la verdad y que hubiera estado jugando conmigo todo aquel tiempo. Eso era lo que realmente me dolía. Me dolía su «tú eres alguien especial para mí» y su «te quiero». Y aquello había sido como echar sal en la herida. Parpadeé furiosamente para espantar las lágrimas.

-Te odio –dije en voz baja.

Chase intentó sujetarme del brazo, pero yo me aparté como si su simple contacto me quemara.

-¿Qué…?

-He dicho que te odio –repetí, en voz más alta-. Te odio tanto y me arrepiento de todo el tiempo que he gastado contigo. Si pudiera coger una goma y borrarlo, lo haría; me gustaría hacerte desaparecer de mi vida para siempre.

Tras exteriorizar parte de lo que me corroía por dentro, salí corriendo de allí sin tan siquiera mirar a Chase.

Había comenzado a asfixiarme y necesitaba salir de allí.

Necesitaba alejarme de él y de esa extraña sensación de estar aplastando mi corazón hasta convertirlo en mil piezas.

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