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XVI.

Cuando llegamos a la seguridad del porche, ambos estábamos completamente empapados; parecía que hubiéramos decidido darnos un chapuzón en el lago que había en la zona. Chase se estaba peleando con la cerradura, chorreando agua. Me froté con ganas los brazos, intentando entrar en calor.

Un trueno se oyó a lo lejos y la lluvia comenzó a caer con más fuerza aún. Me preguntaba si toda aquella lluvia dejaría de caer en algún momento o si seguiría así todo el fin de semana. Al final Chase consiguió abrir la puerta y me hizo pasar a toda prisa, cerrando la puerta tras nosotros. Una brisa caliente impactó contra mi cara y me hizo soltar un suspiro de agradecimiento. Conforme íbamos avanzando, dejábamos tras nosotros un pequeño rastro húmedo. Nada más apartarme los mechones mojados de la cara, me quedé perpleja; el interior de la cabaña era más fastuoso de lo que me había parecido el exterior: la planta baja era enorme y su espacio estaba ocupado por un comedor y una cocina. El comedor tenía un rincón con varios sofás de colores oscuros y un mueble en color oscuro donde reposaba un televisor con una pantalla curva. A su lado, había una bonita chimenea acristalada.

De una de las vigas altas colgaba una bonita lámpara de araña en color negro y podía ver una barandilla que daba a la planta de arriba. Los electrodomésticos de la cocina eran de acero. Sin duda alguna, aquello debía haber sido obra de la señora Whitman. Toda la decoración me recordaban a ella.

Chase encendió las luces y se acercó a la chimenea. Un segundo después, un cálido y sugerente fuego se movía dentro del espacio de la chimenea; me acerqué inconscientemente hacia el fuego, completamente hipnotizada por el calor que desprendía y porque necesitaba secarme un poco. Vi que Chase desaparecía en una de las puertas que había en la planta baja y me acuclillé frente al fuego, extendiendo las manos, como si quisiera tocarlo. Algo pesado y mullido cayó sobre mis hombros, haciendo que soltara un respingo.

Chase se sentó a mi lado y se arrebuyó más en su toalla. Miré la mía y me tapé bien con ella. No sabía qué decir.

-Toda nuestra ropa está empapada –probé a decir, sintiéndome un segundo después estúpida. Mina y su don para decir obviedades.

Chase lanzó una rápida mirada a nuestros equipajes y me di cuenta que, ni siquiera la ropa que habíamos traído, había conseguido salvarse del chapuzón.

Un relámpago iluminó la pared de enfrente y, un segundo después, se oyó el trueno. No me animó el hecho de que tuviéramos la tormenta encima de nosotros.

Esperaba, al menos, que hubiera comida porque no íbamos a poder salir de allí hasta que mejorara el tiempo.

Chase se pasó su camiseta por la cabeza y la lanzó enfrente de él, estampándose con un sonido húmedo en el suelo, cerca de la chimenea. Desvié la mirada, un tanto azorada, y me cubrí aún más con la toalla. ¿Cuándo íbamos a empezar con las respuestas?

-Tengo algo de ropa aquí –dijo Chase-. Puede que te sirva algo.

Únicamente pude asentir con la cabeza. Los dientes me castañeaban y habían comenzado los temblores; a pesar de la toalla y la cercanía a la chimenea, mis ropas se habían pegado aún más a mi piel y el frío parecía habérseme colado en los huesos.

Tenía que deshacerme de la ropa si no quería acabar con una pulmonía.

En cuanto Chase se alejó de nuevo y escuché sus pasos subiendo hacia el piso de arriba, me apresuré a quitarme la toalla. Miré mi ropa y comencé a desvestirme a toda prisa, dejando las prendas de una forma más ordenada que Chase. Me quedé únicamente en ropa interior, así que me encogí sobre mí misma y me tapé con la toalla de nuevo, procurando que cubriera todo mi cuerpo. Chase regresó con unos pantalones secos y con una camisa a cuadros. Se me quedó mirando fijamente y yo me apreté más la toalla a mi alrededor.

-Dame tu ropa interior –me soltó a bocajarro.

Mis ojos se abrieron de golpe y mis mejillas se tiñeron de granate. Las palabras de mi madre resonaron de nuevo en mi cabeza, creando imágenes de lo más escalofriantes. Recordé la segunda teoría de mi hermana y me pregunté si, aunque me había asegurado que había sido una broma, no lo habría dicho realmente en serio.

De manera involuntaria me encogí sobre mí misma, incapaz de poder creerme que Chase me hubiera pedido precisamente eso.

-Sé que la tienes completamente mojada –continuó-. Vamos, Mina, quítatela para que pueda secarse.

-No me voy a desnudar delante de ti –le aseguré.

Chase puso los ojos en blanco y me lanzó al regazo la camisa, bastante similar a la suya, que había traído. La cogí con cuidado de que no se me cayera la toalla y me puse en pie. Me dirigí muy digna hacia donde se había dirigido antes Chase y procuré que no viera la cara de desconcierto por no saber qué puerta era. Oí una risita apagada en el comedor y la voz de Chase que decía:

-La puerta de la derecha, Mina.

Hice una mueca y abrí la puerta que me había indicado Chase. Para ser una cabaña de madera que usaban en contadas ocasiones, aquello se parecía más a una cabaña de lujo. Aunque ya no me sorprendía nada de la familia Whitman, incluso tenía la sospecha de que se habían tenido que instalar en mi vecindario a regañadientes. Encendí la luz del baño y mi mezcla gutural de grito de sorpresa y gemido por la frialdad que trasmitían los azulejos del suelo.

Dejé la camisa que me había prestado Chase sobre la enorme y pulida encimera de mármol con sus impresionantes grifos y dejé que la toalla resbalara sobre mis hombros hasta caer a mis pies. Me desabroché el sujetador a duras penas, pues tenía los dedos completamente entumecidos, y lo coloqué dentro de la pila de uno de los lavabos, procurando que no dejara ninguna marca de humedad. Dudé si debía quitarme o no las braguitas, pero un nuevo escalofrío hizo que tomara la decisión de quitármelas y dejarlas junto al sujetador.

La camisa de Chase me venía enorme. Tuve que doblarme un par de veces las mangas hasta que asomaron mis manos y el bajo de la camisa me llegaba muy por debajo del muslo lo que, bien visto, me venía bien. Cogí mi ropa interior completamente húmeda y volví a salir del baño; me sentía extraña llevando una camisa que no era mía y cuyo olor era indudablemente el de Chase.

A él lo encontré en la zona de la cocina, husmeando en los armarios que, gracias a Dios, tenían suficiente comida para sobrevivir, al menos, un mes allí. Me situé a su lado y lo rodeé por la cintura; desde que le había confesado que sabía que era un hombre lobo, su comportamiento había cambiado un poco. Era cierto que algunas noches se había quedado a dormir conmigo, pero su trato hacia mí no era igual que antes. Sus muestras de cariño se habían limitado a acariciarme y a sonreírme. Era como si, al descubrir su secreto, sus supuestos sentimientos hacia mí se hubieran enfriado. Se mostraba cauteloso conmigo y no entendía por qué.

Quizá aquel fin de semana nos ayudara, además, a recuperar esa pequeña chispa que parecía haberse apagado entre nosotros.

Al principio, cuando me apreté contra su espalda, Chase se puso rígido pero, un segundo después, su cuerpo se relajó y me acarició los brazos con suavidad.

-Siento mucho lo de estos días, Mina –suspiró, bajando la cabeza-. Pero mi familia se puso bastante nerviosa con tu presencia y no quería que sospecharan nada.

-Has estado preocupado y lo entiendo –dije-. No quiero que tengas problemas con tu familia por mi culpa.

Chase se dio la vuelta y tiró de mí hasta que choqué suavemente contra su pecho. Su corazón latía a toda velocidad, igual que el mío.

-Mi familia, desde hace tiempo, no lo significa todo para mí –me confesó, en voz baja-. Las cosas cambiaron hace tiempo. Y mi hermano no lo quiere entender.

Me separé un poco de él para mirarlo a la cara. Tenía los ojos clavados en algún punto de mi espalda que no alcanzaba a ver; parecía pensativo. Tenía arruguitas en la frente que se parecían a las que se le formaban a mi hermano y a mi padre cuando estaban preocupados por algo.

Chase estaba preocupado por algo.

Y tenía que ver conmigo, estaba segura.

-Eh, no he estado esperando tanto tiempo para que estés de bajón en este sitio tan maravilloso –me quejé en broma.

Chase sonrió, pero la sonrisa no le llegó a los ojos. Me agarró con firmeza por la cintura y me subió de un brinco a la encimera, como si fuera una niña pequeña. Y lo cierto es que me sentí así cuando lo hizo con una facilidad asombrosa. Ventajas de ser hombre lobo, supuse.

-Y, por eso, creo que sería una buena idea preparar una deliciosa cena –propuso.

Levanté una ceja, escéptica. Esta vez, Chase se echó a reír con ganas.

Había captado mi mensaje: «¿Me estás diciendo que sabes cocinar?»

-Me duele que no confíes en mis habilidades culinarias, Mina –dijo, llevándose una mano al pecho de forma teatral.

-En mi defensa diré que nunca me había imaginado a un licántropo cocinando –repuse-. Tengo miedo de que vayas soltando bolas de pelo o algo así.

-Soy un lobo, Mina, no un gato –me corrigió con una sonrisita.

-Los gatos son mucho más adorables, tienes razón.

Chase me dio un suave empujón mientras investigaba con qué material contaba para hacer una cena que me impresionara. Se me hacía extraño estar en una casita en medio del bosque con Chase prestándome toda su atención… como si fuéramos una pareja normal. Como si mi familia no se hubiera dedicado a tener controlados a todos los licántropos de la zona y él no fuera uno de ellos. Casi pude imaginarme un futuro con Chase así.

Chase cogió de la nevera una variopinta selección de verduras y las llevó a la pila, donde abrió el grifo; me incliné un poco mientras él sacaba un enorme bol de uno de los armarios y volvía a acercarse hasta donde estaba yo. Tamborileó los dedos sobre el bol mientras me miraba fijamente. Parecía estar debatiéndose sobre algo.

-Si quieres ayuda, no hace falta que me la pidas. Tengo un sexto sentido para ayudar a personas que lo necesitan –bromeé, mientras bajaba de la encimera y cerraba el grifo.

Sabía perfectamente que aquello no era sobre lo que se debatía, pero quería, de algún modo, demostrarle que estaba preparada para oírlo. Necesitaba oírlo. Si se trataba de algo sobre mi padre… Se me hizo un nudo en la garganta al pensar en él. ¿Cuántas veces habría estado tan cerca de la verdad siendo pequeña y no me habría enterado?

Chase me pasó un cuchillo con una sonrisa que no le llegaba a los ojos, otra vez. Me preguntaba cuándo iba a empezar a hablar, pero no quería forzarlo para que lo hiciera.

-Ya que te has ofrecido, no me importaría que cortaras las verduras –dijo.

Nos centramos cada uno en nuestra tarea y el silenció volvió a llenar toda la casa. Afuera aún se oía llover y truenos y no parecía que fuera a amainar pronto; me imaginé a unos diminutos Chase y Carin correteando por la casa porque afuera llovía mientras sus padres los observaban divertidos preparando la cena. Era capaz de entender por qué Chase parecía odiar a su padre, pero estaba segura que, en el fondo, el sentimiento de pérdida y añoranza era mucho más fuerte de lo que quería hacerme creer.

Terminamos de preparar una colorida ensalada que, según me contó Chase, era uno de los platos que más le preparaba su madre cuando estaban en esa casita y nos llevamos nuestros platos al sofá. Chase encendió la televisión pero, debido a la tormenta, éramos incapaces de ver nada; volvió a apagarla y se giró para que quedáramos cara a cara.

Quizá ese era el momento justo para empezar con las preguntas.

Removí un poco mi plato mientras él se metía en la boca una cantidad exagerada de ensalada.

-La licantropía… ¿cómo funciona exactamente? –pregunté, con cautela.

A parte de hablarlo con su familia, con sus amigos, estaba segura de que Chase no había tenido oportunidad de hablar mucho del tema. Incluso sospechaba que, cuando estaba con Lorie, ese tema en concreto no se tocaba.

Chase tragó con dificultad y se dejó su plato sobre el regazo. Parecía estar buscando por dónde empezar.

-Seguramente alguien más cualificado que yo podría hacerte una introducción bastante buena de por qué somos lo que somos, pero yo lo desconozco –empezó, pensativo-. Lo único que nos explicó mi padre fue lo básico: «Hijo, has heredado de papá una característica que no todo el mundo tiene: te vas a convertir en un apestoso y nauseabundo lobo». Mi hermano lo llevó bastante bien cuando llegó su turno, pero yo no. Desde siempre en casa lo habíamos llamado como «el problema peludo», pero cuando supe que yo también lo tenía… me destrozó. El mero hecho de ser licántropo me ata a este maldito pueblo de por vida; no podré ir a la universidad y tendré que conformarme con cualquier empleo. Cuando eres hombre lobo… te consideran peligroso: en luna llena te vuelves mucho más irascible y tienes que atarte a tu compañera de por vida –levantó los ojos al cielo y soltó un suspiro derrotado-. Yo quería ser normal.

»Pero todo se jodió cuando cumplí los catorce: ahí comenzaron los problemas y los cambios de humor constantes. Tuve que dejar de ir una temporada al instituto para que no causara ningún problema.

Me removí en mi asiento, un tanto incómoda. No me había esperado que Chase hubiera sido tan sincero conmigo; no nos conocíamos de toda la vida como podía hacerlo, por ejemplo, su amigo Lay y, pese a ello, parecía necesitar desahogarse con alguien como yo, alguien que no perteneciera a su manada. Sabía que aquello era un gesto de confianza, algo que yo aún no tenía muy claro respecto a él y que estaba intentando subsumir, y que, algún día, yo también tendría que sacar todo lo que llevaba tragando desde hacía ya dos años.

Chase se miró a las palmas de la mano, en un gesto de derrota. A mí se me formó un nudo en el estómago: verlo de aquella forma me partía el alma. Él no había elegido ser lo que era y se odiaba por ello porque eso suponía olvidarse de los planes de futuro que había ido creando desde que era pequeño. Me entristecía saber que jamás podría salir del pueblo y que Blackstone iba a ser su prisión.

Dejé el plato sobre el suelo y lo mismo hice con el de Chase. Después, lo abracé con cuidado, como si se hubiera vuelto frágil de repente. Se le escapó un sonido estrangulado y sus brazos me rodearon mientras escondía su cara en mi cuello. No era la primera vez que lo veía tan hundido pero, mientras que aquella vez no supe qué hacer, en esta ocasión había hecho lo correcto.

Chase necesitaba un hombro sobre el que llorar. Necesitaba sacar todo lo que tenía dentro. La psicóloga me lo había dicho una y otra vez, repitiéndomelo hasta la saciedad, pero yo no quería hacerlo; me resguardaba en mi dolor y me compadecía. Chase lo había hecho y, al final, había terminado por explotar. A mí iba a pasarme lo mismo, tarde o temprano; no podía seguir guardándomelo todo.

Lo estreché contra mí con más fuerza, como había hecho con Percy cuando no había podido seguir aguantando más las continuas pullas de mi hermana. El cuerpo de Chase se convulsionó y resonó un sonoro sollozo. Sentí las lágrimas de Chase sobre mi clavícula y parpadeé para contener las mías.

-Yo no… no quería –gimió-. ¡No quería!

Se aferró con más fuerza a mí, como si temiera que me fuera a deshacer. A pesar de mis esfuerzos por intentar que se calmara, no lo estaba consiguiendo. Y lo que era peor: estaba comenzando a hacerme recapacitar sobre mis propios problemas. Pensé en lo que habría sido de mí si mi propia madre hubiera seguido sumida en sus problemas.

Nos quedamos así, oyendo el sonido de la tormenta y de los sollozos de Chase ahogados sobre mi piel. Se me escapó un respingo cuando comenzó a besarme en la clavícula y ascendiendo por mi cuello. Se me puso la piel de gallina cuando me apretó más contra él, sin dejar de besarme, provocando que el corazón se me acelerara.

Sus manos me acariciaban la espalda mientras sus labios recorrían mi mandíbula, dándome suaves mordiscos. Cuando comenzó a besarme, la urgencia con la que lo hacía hizo que me planteara si estaba realmente preparada para lo que podría suceder; de nuevo, las advertencias de mi madre y la broma de mi hermana resonaron de nuevo en mi cabeza mientras Chase había pasado a deslizar sus manos por mis piernas. El corazón me martilleaba en el pecho.

No quería reconocer que había considerado esa posibilidad, pero estaba demasiado asustada de lo que podría suceder. Jamás había hablado del tema con nadie, ni siquiera con mis amigas; estaba segura de que Caroline, al menos, había conseguido estar con un chico. Sus vacaciones fuera del pueblo en exóticos destinos le habían facilitado el asunto. Pero ¿yo estaba realmente preparada para dar ese paso? Sí, por supuesto que sí. Chase era la persona adecuada. Algo me lo decía.

Tenía que confiar en mi instinto.

Sus manos se aferraron a mi cintura y nos separamos, respirando entrecortadamente. Chase tenía las mejillas teñidas de rojo y, por un momento, parecía mirarme con cierta timidez.

-Podemos parar… -me aseguró, con la voz ronca-. Haremos lo que tú quieras, Mina. Te lo prometo.

Fue ese detalle el que me hizo darme cuenta de que lo deseaba. Esbocé una tímida sonrisa y le rodeé el cuello con mis brazos, acercándome más a él. Sus manos retorcieron la camisa que llevaba y me besó con mucha más fuerza. Se me escapó una risita cuando me alzó en volandas y me llevó hacia las escaleras que conducían a la planta de arriba y que yo aún no había visto. La planta de arriba era un espacio completamente abierto donde había varias ventanas que le daban un toque de luminosidad a la habitación; en una de las paredes había un enorme espejo; también había dos butacones que hacían juego con la colcha de la cama de matrimonio que estaba pegada contra la pared que había enfrente de la ventana más grande.

Chase me dirigió una mirada cargada de timidez y me llevó hacia la cama, dejándome sobre ella con suavidad. Reboté en el cómodo colchón y Chase se colocó encima de mí, apoyando sus brazos a ambos lados de mi cabeza.

Su pecho subía y bajaba con rapidez bajo su camisa. Tragué saliva, ya que no sabía qué tenía que hacer; nadie me había dado nunca ningún manual sobre el asunto y estaba perdida. Le agarré el bajo de la camisa y comencé a desabrocharle los botones lentamente mientras sus ojos se clavaban en los míos. Esos profundos ojos oscuros que ahora me observaban casi con adoración.

Chase se irguió para que pudiera quitarle la camisa y la lancé al suelo. Él se comenzó a quitar los pantalones; yo dudaba sobre qué hacer ahora. Fue Chase quien tomó la iniciativa por mí: comenzó a desabrocharme poco a poco la camisa que llevaba. Lo único que cubría mi desnudez.

Cuando me quitó la camisa, me sonrojé sin poderlo evitar. Ahora ya no quedaba nada entre nosotros, ninguna capa de ropa. Era la primera persona que me veía así y mi corazón empezó a martillearme de nuevo por los nervios. ¿Y si no lo hacía bien? No tenía ninguna referencia y, por lo que me había contado mi madre, parecía haberme mentido en algunos puntos de su historia.

Chase comenzó a besarme de nuevo mientras sus manos recorrían cada centímetro de mi piel desnuda, provocándome escalofríos de placer. Arqueé la espalda cuando se situó entre mis piernas y comenzó a repartir besos bajando hacia mi estómago.

-Te quiero –murmuró, sobre mi vientre-. Te quiero tanto…

Cogí aire y cerré los ojos.

Me levanté a la mañana siguiente con todo el cuerpo dolorido y con una extraña sensación de pura felicidad. Estaba en la cama, sola y en algunas zonas de las sábanas veía rastros de algo que parecía sangre. Salí de la cama a toda prisa y cogí una de las camisas del suelo; me quedé mirándome en el enorme espejo, anonadada. Algo me había hecho un profundo arañazo sobre la clavícula. Quizá fuera esa la razón de que estuviera casi todo cubierto de sangre.

Me puse la camisa a toda prisa y bajé al piso de abajo. Chase estaba en la cocina, con un pantalón de pijama y sin camiseta; se giró hacia mí nada más verme llegar. Mi gesto de horror hizo que se me acercara casi a la carrera.

-¡Mina! –exclamó, cogiéndome por los hombros-. ¿Qué te ha pasado?

Me descubrí un poco la zona de la clavícula y le enseñé el arañazo que tenía y que no sabía de dónde había salido. Chase palideció de golpe.

-Tenemos que limpiarte eso inmediatamente –respondió, mientras tiraba de mí hacia el baño.

Me senté sobre el inodoro mientras Chase empezaba rebuscar entre los armarios que había en la habitación. La herida seguía latiéndome como si tuviera vida propia y la sangre había empapado la camisa; la intenté despegar, pero hice una mueca cuando fui incapaz. Aquello iba a ser peor de lo que me había imaginado.

Y aún no sabía cómo me había hecho esa herida.

Chase se acercó hasta mí con un botiquín entre las manos. Lo dejó sobre mi regazo mientras inspeccionaba de nuevo mi herida.

-Oh, joder, no puedo creérmelo –murmuró como para sí mismo.

-¿No puedes creerte qué? –pregunté, mientras él seguía mirando con el ceño fruncido mi herida.

Él desvió un segundo la vista de la herida hacia mi rostro. Tenía una expresión culpable.

-Esto es algo… algo que puede sucedernos a los licántropos –me explicó, en voz baja, cogiendo del botiquín algodón y desinfectante-. Lamento mucho no haberte avisado de los riesgos a los que te exponías estando conmigo y… ahora voy a tener problemas.

Se me escapó un gemido ahogado cuando aplicó el desinfectante sobre la herida y Chase hizo una mueca, como si le hubiera dolido más a él.

-¿Quieres decir que has sido tú quien me ha hecho esta… herida? –comprendí.

Chase asintió mientras seguía en su tarea de curarme la herida. Me mordí el labio para evitar soltar otro gruñido de dolor. El escozor era insoportable.

-Los licántropos somos muy posesivos –empezó Chase, sin mirarme-. A veces suele ocurrir que… cuando nos emparejamos tendemos a… marcar a nuestras parejas. Es como una forma de avisar al resto de machos que no se acerquen.

Me quedé boquiabierta, literalmente.

-¿Me estás diciendo… que acabas de… de…? –ni siquiera sabía cómo expresar lo que había hecho. Normalmente una no tenía que lidiar con cuestiones de este tipo y no conocía a ninguna chica que llevara un bonito arañazo cuyo mensaje implícito decía: «Propiedad de… Por favor, no acercarse a mí si no quieres que mi novio te dé una paliza. Gracias».

Chase me dedicó una mirada de disculpa.

-Acabo de vincularte, Mina –completó, con un hilo de voz.

No entendía el término, pero sabía más o menos lo que había querido decir con ello.

Tuve que coger aire varias veces para evitar desmayarme allí mismo de la sorpresa.

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