XIX.
Cuando conseguí llegar a casa, tenía los ojos completamente rojos de tanto llorar. Comprobé que no había nadie, dejé mi mochila en la entrada y subí a la planta de arriba; recordé que aún no había devuelto las llaves al joyero de mi madre y que ella no parecía haberlas echado en falta. Quizá podría entrar al despacho de mi padre para seguir averiguando cosas.
Aún tenía dos horas como máximo hasta que mi madre llegara a casa.
Me colé de nuevo en el despacho de mi padre y comencé a buscar entre sus estanterías, dejando a un lado sus volúmenes sobre derecho, y cogiendo los libros que tenían un aspecto más interesante. Mientras revolvía entre sus pertenencias se cayó una fotografía que estaba oculta entre las páginas de uno de sus libros. Al recogerla, abrí la boca de la sorpresa.
En la fotografía salían mi padre y un hombre que se parecía escalofriantemente a Chase y Carin: tenía el mismo pelo platino que los dos hermanos, los ojos oscuros de Chase y las facciones duras de Carin.
Tenía que ser a la fuerza el padre de los Whitman. Pero ¿por qué mi padre escondía una fotografía donde se podía ver claramente que mi padre y su padre se llevaban bien? Parecían incluso amigos. Y no entendía si, existía cierta relación de amistad entre esos dos, el motivo que había empujado a los hijos y resto de la manada a matar a mi padre.
De nuevo me sentía en una encrucijada en la que me faltaban demasiadas piezas. Pero, si llegaba al final, era posible que supiera toda la verdad.
Abandoné el despacho justo cuando mi madre entraba por la puerta de la entrada. Se la notaba completamente recuperada y con los brazos cargados de bolsas de la compra. Una tarea que, hasta hace un mes aproximadamente, tenía que hacer yo.
La mirada que me dirigió fue de lo más esclarecedora: teníamos que hablar. La acompañé hasta la cocina y, mientras ella iba colocando todo, yo me senté en una de las sillas, a la espera.
Mi madre dejó de golpe un enorme bote, sobresaltándome. El enfado del sábado había empeorado.
-Cuando creí que no podía estar más avergonzada y dolida contigo, Mina –empezó mi madre, apoyándose sobre la encimera-, pero estaba equivocada. Hoy, cuando el director Howard me ha llamado, me he sentido mucho peor. No entiendo qué ha podido cambiarte, pero ya no eres la misma.
-Mamá… -la interrumpí, con intención de explicarle lo que había pasado.
-No, Mina, basta –me espetó-. Desde que decidiste mezclarte con ese muchacho empezaste a cambiar: te veías con él a escondidas, te fuiste con él sin decírselo a nadie, no quiero ni imaginarme lo que habrás hecho con ese chico y ahora te has visto metida en una pelea –enumeró cada uno de mis fallos y me sentaron como si me hubieran dado una bofetada. Sin embargo, no podía replicarle porque llevaba toda la razón: al acercarme a Chase, toda mi vida había cambiado. Yo había cambiado-. No te entiendo, hace tiempo que dejé de entenderte. Mi pequeña Mina ya no está…
Había dolor en sus palabras. Estaba avergonzada de mí, no me reconocía y lo cierto es que yo tampoco… En todo aquel tiempo había sufrido un cambio tan extremo que dudaba que quedara algo de la antigua Mina en mí. La antigua Mina habría rechazado a Chase cuando tuvo oportunidad; la antigua Mina no habría permitido que ese chico se acercara a ella como lo hizo. En definitiva: la antigua Mina se habría mantenido al margen de todo aquello y jamás habría averiguado la verdad. Seguiría viviendo en una mentira.
No sabía qué era mejor.
Ni siquiera me había dado cuenta de que había empezado a llorar. Tenía las mejillas completamente bañadas en lágrimas y mi madre me miraba con dureza, como si creyera que todo eso era una invención mía.
Me tapé la cara con las manos y decidí sacar todos mis demonios, demostrarle que yo había sido una simple víctima en todo aquel maquiavélico plan ideado por Chase.
-Me mintió –sollocé, incapaz de poder parar-. Estuvo jugando conmigo todo el tiempo, mamá; cuando le pregunté al respecto siguió mintiéndome. Juró que me quería y yo le creí como una estúpida. Tienes razón, mamá: he cambiado. Él me ha cambiado y me ha convertido en una persona que no sé quién es.
»No quiero seguir siendo esta persona. Quiero ser la antigua Mina.
Ahora que había conseguido confesar parte de mi dolor, mi madre parpadeó varias veces, intentando contener sus lágrimas. Mis palabras y mis lágrimas le habían demostrado lo que yo llevaba tanto tiempo intentando explicarle. Se acercó con timidez y me frotó los hombros, intentando consolarme.
-Cielo, por favor, no… no llores –me pidió-. Sé que esa chica, Lorie Ross, era muy cercana a Chase y pensé… oh, Dios, ni siquiera sé lo que pensé… Estaba tan confundida que… que te he tratado de una forma horrible.
Me abracé a ella y enterré la cara en su pecho, como había hecho cuando era pequeña en tantas ocasiones. Hablar me había ayudado a aliviarme un poco de este dolor lacerante que sentía, pero no había logrado quitármelo de encima.
Aún iba a tardar mucho tiempo en cicatrizar esa herida.
Seguí llorando de forma incontrolable mientras mi madre me intentaba consolar de forma torpe.
-Es muy normal a tu edad enamorarse, cielo –me susurró-. Y también lo es equivocarse… Deja que pase el tiempo, cariño. Esto no dura eternamente: encontrarás a la persona idónea.
Lloré con más fuerza aún al oír sus palabras.
Grace no tardó en llamarme para preguntarme si era cierto el rumor que corría por el instituto. Solté un suspiro y le dije la verdad: le conté todo lo que había sucedido entre Lorie y yo e incluso le dije lo que me había dicho Chase. Mi amiga empezó a soltar improperios dignos de un camionero que habrían hecho palidecer a su madre y le habrían constado un ataque al corazón a su adorable abuelita.
Eso significaba que estaba muy enfadada.
-Qué cabrón –concluyó-. Creo que no le quedó muy claro mi mensaje, ¿no crees? Quizá tendría que probar con otro tipo de técnica mucho más efectiva. Así te dejaría en paz de una maldita vez. ¿Qué te parece si le amenazo con dejarlo sin su amiguito?
Se me escapó una risa involuntaria. La primera auténtica que se me salía desde el sábado. Grace hizo un sonidito de satisfacción.
-Esta tarde me pasaré a verte, ¿vale? –se despidió, tras reírnos durante un par de minutos-. Tienes que contarme toda la historia. ¡Te has convertido en una especie de ídolo en el instituto!
Tras colgarle, decidí que había llegado el momento de echarle un rápido vistazo a la marca. No la había tocado desde el sábado y temía que pudiera haberse infectado; me encerré en el baño a cal y canto y me retiré un poco la camiseta: me quité con cuidado la gasa que cubría la herida. Me dolió, pero el aspecto que presentaba no era tan malo como el que me había imaginado. Gracias a Dios no se me había abierto tras la pelea con Lorie y su aspecto me hacía pensar que ya estaba casi curada. De lo que no me libraba era de la cicatriz: tres líneas oblicuas que cruzaban mi clavícula.
Una señal del pasado de la que no iba a poder deshacerme tan fácilmente.
Decidí no ponerme ninguna gasa sobre la herida y salí del baño. La voz de mi madre se coló desde el salón; al parecer alguien parecía haber venido a hacerme una visita.
Cuando entré en el salón, me frené de golpe al ver a Kyle en el sofá, con las manos sobre sus rodillas y escuchando atentamente algo que le contaba mi madre. Al verme aparecer, ambos enmudecieron y mi madre me dedicó una encantadora sonrisa. Parecía haber olvidado el enfado de todo lo que había sucedido en estos últimos días o, simplemente, estaba demasiado ocupada intentando parecerle simpática a Kyle.
-Ah, cielo –me saludó mi madre-. ¡Mira quién ha venido a verte!
Si esperaba que me pusiera a dar palmas o algo por el estilo, se equivocó: me dediqué a mirar a Kyle y a mi madre. No entendía qué hacía Kyle aquí, pero iba a descubrirlo dentro de poco. Mi madre captó la indirecta y se excusó, marchándose a la cocina para darnos un poco de intimidad.
Pero, como todas las madres, sabía que iba a estar muy atenta desde la cocina.
Me senté en el viejo sillón, interponiendo un poco de distancia entre Kyle y yo, y procuré mostrarme lo más amable posible, dadas las circunstancias. Una parte de mí me exigía que dejara la educación a un lado: por culpa de Kyle, mi madre se había enterado de mi pequeña escapada. Podría decirse que Kyle había acelerado lo inevitable sin darme opción a prepararme para ello.
-He oído lo que ha pasado con Lorie Ross y he venido para ver que estabas bien –se excusó Kyle a toda prisa.
Al final iba a resultar cierto que todo el instituto se había enterado de mi pequeño altercado con Lorie aunque, visto de ese modo, no era de extrañar: el instituto de Blackstone, al igual que el pueblo, era pequeño y cualquier cosa que se saliera de la rutina suponía un foco y hervidero de comentarios. Aquellas próximas semanas se me iban a hacer eternas debido al protagonismo que había conseguido acaparar con mi actuación.
Me di una palmada en las rodillas, como si aquel comentario de Kyle fuera el cierre del tema. Ahora que había comprobado que estaba en perfectas condiciones, podría irse por donde había venido. Quizá incluso olvidara su pequeña traición.
Le dediqué una encantadora sonrisa y recé para que pillara la indirecta.
-Bueno, ya has podido comprobar que estoy perfectamente –dije, intentado ayudar a su cabecita a que pillara la indirecta-. Agradezco mucho tu gesto, de verdad.
Kyle empezó a retorcerse las manos, con nerviosismo. Vaya, parecía que el chico que parecía seguro de sí mismo no lo era realmente y tenía un pequeño problemita de seguridad…
-También te debo una disculpa –prosiguió, ante mi sorpresa y, he de reconocer, cierta satisfacción-. Me he enterado que, por mi culpa, tuviste un montón de problemas con tu madre…
-¿Por qué? –le interrumpí y él se mostró confuso-. ¿Por qué hiciste todo eso?
Kyle bajó la mirada, un tanto avergonzado. Me recordó a un niño pequeño al que hubieran pillado robando un caramelo y usara su encanto infantil para conseguir rebajarle el castigo. Era la misma táctica que usaba mi hermana pequeña cuando mi madre la pillaba intentando colarse en el despacho de mi padre.
-Por miedo –respondió, en voz baja-. Chase Whitman es un chico problemático y le encanta meterse en líos; en el instituto abundan los rumores sobre que él y sus amigos les gusta engatusar chicas para pasar un buen rato y pensé… pensé…
La excusa me parecía bastante trabajada, y puede que hubiera algo de verdad en ella, pero sabía que Kyle Monroe también era un cazador: sus motivos no podían basarse en miedo. Los cazadores no podían sentir miedo, ese sentimiento era como un paralizante que te impedía actuar con claridad y eso era lo que los cazadores no podían permitirse.
-Sé que eres un cazador, Kyle –le confesé-. Puedes dejar el papel de compañero de clase asustado y preocupado.
Kyle no pareció sorprendido de mis palabras, incluso parecía complacido.
Esbozó una sonrisa que no le llegó a los ojos.
-Y yo sé que debería habértelo dicho, pero Grace nos pidió a Rick y a mí que no dijéramos nada porque tú aún no estabas preparada –repuso-. Pero, ahora que lo sabes, puedo hablarte con franqueza: se lo dije a tu madre porque quería protegerte.
¿Para protegerme? ¿De qué? No entendía de qué quería protegerme Kyle: con Chase nunca me había sucedido nada que me pusiera en peligro. Ahora fui yo la que se mostró confusa y perdida.
-Los licántropos son criaturas muy inestables y más aún cuando están pasando por esta edad –me contó-. Temí que pudiera perder el control estando tú cerca; tenemos registros de sucesos así y los resultados no son nada halagüeños.
Aquel comentario me pareció más una confesión, y no me gustó nada esa confesión: Kyle había descubierto, de algún modo que desconocía, mi relación con Chase.
-Tú lo sabías –murmuré y lo miré fijamente-. ¿Desde cuándo sabías que Chase y yo…?
Mi cabecita trabajaba a mil por hora, repasando todos y cada uno de los detalles; buscando algún momento en el que se pudiera sospechar que entre Chase y yo había algo. No encontré nada. Me había dedicado a ignorar a Chase, como había hecho siempre, y me había centrado en mis amigas. No era posible que nadie, ni siquiera Kyle, pudiera haberlo averiguado.
No lo entendía.
-Desde el día del comedor –al ver que no entendía a lo que se refería, especificó-: cuando saliste corriendo y tuve que decirles a tus amigas que parecías estar enferma. Salí detrás de ti y, al ver que Chase me seguía, fingí que me dirigía a mi taquilla y vi que entraba en el baño donde estabas. No pude evitar oírlo todo, Mina. Pensé que era un error, que tú jamás podrías estar con él… pero no sabías la verdad y… y cuando te fuiste con Whitman no sé lo que me pasó. Tuve miedo de lo que pudiera hacerte y por eso llamé a tu casa fingiendo que quería invitarte a salir…
Me sentí como una estúpida. Recordaba el episodio del baño y los gritos que había proferido, sin importarme que alguien pudiera oírnos; mi falta de cuidado había provocado que Kyle lo oyera todo y, tampoco había que ser un genio, para que atara los cabos. Pero había algo que no entendía de todo aquello: ¿por qué Kyle había esperado a que Chase y yo decidiéramos irnos el fin de semana pasado para poner a mi madre en aviso y echar por tierra la excusa que me había inventado? Habían pasado varias semanas desde el episodio del baño y el viernes pasado.
Me crucé de brazos. No sabía si sentirme herida, aliviada o traicionada. Si no hubiera sido por la llamada de Kyle y la llamada que después me hizo Grace a petición de mi madre jamás hubiera averiguado la verdad o, dicho de otro modo, no había comprendido el sueño que había tenido. Seguramente hubiera seguido viviendo aquella mentira mientras Chase se habría seguido riendo a mis espaldas.
-No me creo que tuvieras miedo por lo que pudiera pasarme –lo acusé, mirándolo con los ojos entrecerrados-. No hay tanta confianza entre nosotros, Kyle.
Las mejillas de Kyle se tiñeron de un rojo oscuro y vi que su nuez se movía cuando él tragó saliva, evidentemente incómodo por algo que yo no lograba entender. Algo que mi cabecita aún no había logrado encajar.
-No… no creo que sea el mejor momento para hablar de esto, Mina –dijo, con un ligero balbuceo-. Ahora mismo debes estar… bueno, un tanto dolida con todo lo que ha sucedido entre Chase y tú.
Me volví a quedar sorprendida ante las palabras de Kyle. ¿Acaso también estaba al tanto de que la manada de Chase habían sido los asesinos de mi padre? ¿Por qué me daba la sensación de que todo el mundo lo sabía y no hacían nada por ponerle un remedio? ¿Por qué nadie era capaz de hacer algo para que pudieran pagar por su crimen?
-Supongo que debe ser muy duro que tu madre te prohíba ver a una persona que es… tan importante para ti –prosiguió él y frené un suspiro de alivio que se me iba a escapar.
Decidí ser un poquito sincera con él y demostrarle que no había de qué preocuparse ya.
-Entre Chase y yo no hay nada –dije, con toda la indiferencia posible, y Kyle se mostró atónito-. No podía seguir permitiendo que siguiera jugando conmigo. Él estaba con Lorie y yo no podía seguir así. Había demasiadas diferencias insalvables entre los dos.
Había demasiadas diferencias insalvables entre Chase y yo. Demasiadas para poder seguir con nuestra relación; es como, si desde el principio, hubiera sabido que aquello no podía haber acabado bien. Supongo que me comporté como una ingenua e ilusionada adolescente que piensa que ha conseguido encontrar al hombre de su vida en la persona que menos había esperado. Pero mi imaginación me había jugado malas pasadas y la realidad había sido mucho más brutal y humillante: el chico malo del que me enamoré, o creí hacerlo, había estado jugando conmigo para poder darle más juego a su enrevesada mente porque, además, había sido el asesino de mi padre. Un par de «diferencias insalvables», como las había denominado anteriormente.
Quizá debería haberlas llamado «abismos insalvables».
Unos minutos después de aquella confesión, Kyle decidió que había llegado la hora de marcharse. Tras haber pronunciado aquellas palabras, sentí que un nudo se me instalaba en la garganta y que no tardaría en irse, haciendo que todo lo que había estado conteniendo saliera como un torrente.
Acompañé a Kyle hasta el porche, procurando mantenerme lo más entera posible y pidiendo en silencio que se marchara pronto. Para mi desgracia, Kyle se entretuvo unos instantes en los escalones, como si estuviera dudando. Deshizo el camino que había hecho y se me acercó, con cierta timidez.
-Quizá me equivoque cuando haga esto –empezó, para mi sorpresa y estupefacción-, pero ya no puedo seguir aguantándolo más…
El dolor en la clavícula llegó antes de que Kyle me acercara a él de golpe y se me acercara para besarme. No pude reaccionar a tiempo para apartarlo debido a la sorpresa y rapidez de Kyle; me quedé completamente paralizada mientras él me besaba. La escena no hubiera estado mal si no hubiera visto, con horror, pasar el BMW de Carin con Chase al volante.
La mirada que me dirigió estaba cargada de distintas emociones: sorpresa, perplejidad, dolor… Estaba decepcionado conmigo.
Un impulso inconsciente me hizo que me pegara más a Kyle y que fingiera que estaba disfrutando del beso. Le pasé las manos por el pelo y ladeé un poco la cabeza, cerrando los ojos.
Lo único que oí fue el acelerón que dio Chase con el coche, huyendo de allí.
Me pasé el resto de la tarde mientras esperaba a mi amiga Grace como si estuviera enferma. No sabía si era un dolor real o simplemente algo psicológico, pero el corazón me dolía como si alguien me hubiera metido la mano en el pecho y lo hubiera aplastado en su puño. Cualquier otra chica estaría con una sensación de puro éxtasis y flotando si le hubiese besado Kyle Monroe, pero yo me sentía fatal.
Estaba dolida con Chase, le había asegurado que lo odiaba y que me arrepentía de todo lo que había sucedido entre nosotros, pero eso no me daba ningún derecho a hacer lo que había hecho. Ni tampoco para haberle pegado a Lorie.
Me arrepentía de todo lo que había hecho.
No me reconocía como la Mina que había sido, ni como persona. Si existieran las máquinas del tiempo, habría hecho lo que fuera para poder usar una y retroceder al día de la fiesta de los Bruce para evitar el encuentro que había tenido con Chase.
El inicio de todo.
No era la primera vez desde el sábado, al regresar a mi casa, que le daba vueltas al mismo asunto: lo que hubiera sucedido aquella noche, en el lago, si no hubiera hablado con Chase Whitman. Era más que evidente que, de no haberse producido aquella conversación, nada hubiera cambiado: él seguiría con Lorie, yo seguiría riéndome con Grace a espaldas de Caroline y no se habría destapado todo el asunto de los licántropos y cazadores. Hubiera seguido llevando la misma monótona y aburrida vida donde tendría que lidiar con los problemas de mi casa y con mis dos hermanos mientras mi madre hubiera seguido inmersa en ese pozo.
Mi madre había propuesto llevarse a mis dos hermanos un rato al restaurante, alegando que yo no me encontraba del todo bien y necesitaba descansar, dejándome la casa para mí sola. Me había puesto en el sofá, con una gran cantidad de mantas y había creado un improvisado nido con ellas.
Estaba dispuesta a verme un par de películas mientras esperaba a Grace. Esperaba que eso ayudara a ese dolor lacerante que aún tenía en el pecho y que no conseguía irse del todo. Para colmo, la imagen de Chase pasando por delante de mi casa justo en ese preciso momento se repetía una y otra vez en mi cabeza, sin tregua.
Una vez desaparecido el enfado que había tenido desde el sábado, lo único que me quedaba era la pena y la autocompasión. Y eso mismo es lo que estaba haciendo en aquellos precisos momentos. Chase me había contado en una ocasión que los licántropos se emparejaban una vez en su vida, pero Chase había seguido con Lorie a pesar de estar conmigo. Yo me había inmiscuido en la relación sin importarme lo más mínimo lo que pudiera sentir o pensar Lorie; en otras palabras: era una completa zorra. Quizá si me mereciera las palabras que me había dicho Lorie.
Me tapé aún más con la manta, como si aquel nido pudiera aislarme del mundo durante unos minutos y me concediera una pequeña tregua para mí. Mi vida había dado un cambio radical en cuestión de meses: había pasado de tener una vida sencilla a tener una vida llena de problemas y encrucijadas.
Se me escapó un gemido y el nudo de la garganta se hizo mucho más fuerte. Llevaba llorando como una niña pequeña desde el sábado por la noche y no parecía que aquella etapa pudiera tener un fin. Antes de la muerte de mi padre había tenido novios y había habido rupturas igual de duras que las de Chase, pero en ninguna de ellas me había sentido como me había sentido ahora.
Era como si hubiera descubierto lo que se sentía realmente cuando te partían el corazón con Chase.
No quería seguir con todo esto. Quería volver a ser yo.
No quería estar llorando a cada hora por lo que había perdido pero que, en realidad, nunca había tenido.
Grace llegó cuando mis mejillas estaban completamente mojadas y tenía los ojos enrojecidos de tanto llorar. Estaba patética.
Le abrí la puerta y me la encontré con un enorme cargamento de chocolate, como si hubiera decidido robar todo lo que había encontrado a su paso que tuviera chocolate. Su gesto se torció cuando vio el deplorable aspecto con el que la había recibido.
Chasqueó la lengua, pasó al interior de la casa y observó con horror mi pequeño nido de mantas y la montañita de pañuelos que había ido montando conforme los desechaba.
-Estás peor de lo que creía –comentó mientras dejaba todo su equipaje sobre la mesa-. Pero tengo el remedio para los corazones rotos… -hizo un chapucero redoble de tambores y cogió un enorme bote de helado-. ¡Chocolate!
Dejé que Grace se introdujera en mi improvisado nido y le tendí una enorme cuchara que había cogido en la cocina. Aquello me recordaba a las noches que hacíamos en casa de Grace para ver películas de terror; parecía que hubiera pasado una eternidad desde entonces.
Grace me tendió el bote de helado mientras ella se llevaba una enorme cantidad de helado a la boca, manchándose la comisura de los labios de chocolate. Decidí imitarla cuando ella, muy hábil, consiguió mancharme la cara con helado. Se echó a reír ante mi aspecto ridículo y mi mohín.
-No quiero verte preocupada por Chase Whitman nunca más –me avisó, con seriedad-. Lo dejaremos de nombrar, será como nuestro Voldemort personal… -su cara se iluminó con una sonrisa pícara-. Por cierto, Cupido me ha chivado que alguien te ha besado… ¿Es eso cierto?
Se me había olvidado por completo lo que había sucedido con Kyle. Pero no pude evitar sonrojarme, haciendo que la sonrisa de Grace se ensanchara, malinterpretando todo aquello.
-¿Te lo ha dicho Kyle? –pregunté, mientras me metía en la boca helado.
Grace puso los ojos en blanco.
-Kyle se lo contó a Rick y él me lo ha contado a mí –me explicó-. Pero no era ningún secreto que Kyle Monroe estaba coladito por tus huesos, cielo: me di cuenta el mismo día en que Rick nos invitó a su casa.
Le di un empujón juguetón, con tan mala suerte que la camiseta que llevaba se me bajó, mostrando mi clavícula y la marca que me había hecho Chase y que procuraba evitar mirar. Los ojos de Grace se clavaron en ella como si fuera una señal luminiscente que pidiera ser mirada.
Su boca se abrió con horror y, antes de que pudiera taparla de nuevo, la mano de Grace la acarició.
-Te lo hizo él, ¿verdad? –inquirió, en voz baja. Como si hubiera alguien en casa aparte de nosotras.
Bajé la mirada.
-Me di cuenta el sábado por la mañana –le respondí, un tanto avergonzada.
Los dedos de Grace recorrieron las cicatrices con ternura y cariño.
-Entonces, ¿él y tú…? –no terminó la pregunta, pero ambas sabíamos a lo que se refería.
No podía seguir mintiéndole más a una de mis mejores amigas.
-Sí –fue lo único que respondí.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro