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XIV.

No pude dormir en toda la noche. La presencia del lobo al otro lado de la ventana, en el patio, y todo lo que había conseguido descubrir sobre mi familia, sobre mí, no me permitieron que pudiera descansar. Cuando cerraba los ojos, dispuesta a dormir, la pesadilla que había tenido cuando había sido drogada por la señora Whitman se repetía siempre que lo intentaba.

Mi madre me encontró la mañana siguiente hecha un ovillo, con las mejillas húmedas y tapada hasta arriba con mi funda nórdica. Por si acaso quedaba alguna duda de si había pasado una mala noche, mis profundas ojeras fueron la prueba definitiva de que no podía ir al instituto hoy. Por una parte tenía que reconocer que me alegraba de no poder asistir al instituto hoy; no me veía con fuerzas para enfrentarme a Chase si lo que había descubierto en el despacho de mi padre era verdad. El mero hecho de imaginarme a Chase como un ser peludo, con cuatro patas y unos colmillos bastante afilados era demasiado para mí; aunque quizá eso explicaba el malhumor que tenían todos ellos y por qué eran capaces de quebrar huesos con tanta facilidad.

Cerré los ojos de nuevo, con fuerza.

-Creo que la visita al doctor Lawrence va a tener que adelantarse –opinó mi madre, tocándome la frente como siempre lo hacía cuando teníamos fiebre.

Estaba tan agotada física y mentalmente que no la rebatí.

Mi madre se marchó para llevar a mis dos hermanos al colegio mientras yo decidí coger mi móvil y comprobar los mensajes; la mayoría eran de Grace y Caroline, diciéndome que me recuperara, que Kyle se había enterado que me había puesto enferma (algo que me sonó a mentira) y se lo había dicho. El resto, de Chase.

Pensé en borrarlos todos. En fingir que no los había visto o que mi móvil los había eliminado solos. Pero eso sería ser cobarde, alguien que prefiere cerrar los ojos ante lo evidente en vez de plantarle cara al problema.

Con un suspiro, abrí cada uno de los mensajes que me había dejado, preocupado por mí, y después los fui eliminando.

Cuando mi madre volvió a subir a mi cuarto, tras dejar a mis hermanos en el colegio, venía acompañada por tío Henry. El enfrentamiento que mantuvimos volvió a mi mente, como si hubiera sucedido ayer; pese a ello, él me mira con un gesto de auténtica preocupación.

-Tenemos que llevarla, Henry –le informó mi madre-. No quiero que le suceda de nuevo.

Él me dirigió una breve mirada y me pregunté si él también estaría metido en todo aquello de cazadores de lobos. Estaba claro que sí: él era el mejor amigo de papá en el pueblo, era más que obvio que Henry también tenía que estar involucrado en todo aquello.

-Llamaré a Gustav para que venga de inmediato –se ofreció tío Henry-. En su estado no es bueno que se mueva o haga esfuerzos.

Mi madre asintió, con rotundidad, y pude ver que tenía el semblante serio, pensativo. Algo le estaba rondando la cabeza. ¿Debía preguntarle respecto a nuestros verdaderos orígenes y por qué papá murió? Ya no era una niña y, después de todo lo que había descubierto, estaba segura de poder soportar lo que fuera. Incluso la cruda verdad que mi madre llevaba guardando tanto tiempo.

Necesitaba contarle a alguien mi sueño. Necesitaba si tenía que ver algo con la muerte de mi padre.

Apoyé la cabeza sobre mi cabecero y solté un suspiro de derrota. Quería echarme a llorar por todas las mentiras que había tenido que aguantar todo aquel tiempo y que, tenía que reconocer, me dolían. Unas más que otras. Por ejemplo, la idea de que Chase era un licántropo se me hacía insoportable; al igual que saber que mi padre había tenido un pasado oculto. Era como si hubiera llevado una doble vida, como si fuera un agente de la CIA.

Mi cama crujió bajo el peso de mi madre y sus manos comenzaron a acariciarme el cabello de forma metódica. Aún con los ojos cerrados, sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas.

-Mi pequeña niña –murmuró mi madre-. Siento mucho haberte dejado a ti sola cuidando de tus hermanos, intentando salvar a esta familia… Tú no tendrías que haber tenido esa responsabilidad, aún no. Cuando te veo… veo parte de tu padre en ti: su misma fortaleza, sus ganas de salir adelante… su espíritu de lucha. Tu padre estaría muy orgulloso de Mina, y yo también lo estoy, cariño. Yo también lo estoy.

No pude seguir aguantando más las lágrimas. La disculpa sincera de mi madre, el hecho de que ahora podía ver cuánto había sufrido y por qué se había sumido en ese mundo de dolor y desesperación, hicieron que las lágrimas brotaran y corrieran por mis mejillas. Al abrir los ojos, vi que mi madre también lloraba; sus bonitos ojos verdes estaban brillantes y sus mejillas estaban salpicadas en lágrimas. Era la primera vez que la veía llorar delante de mí tras la muerte de papá.

Mi madre esbozó una sonrisa y comenzó a secarme las lágrimas con sus pulgares, como había hecho cuando éramos niños. O en el funeral de papá.

-No llores, cielo, por favor –me suplicó mi madre, con la voz rota-. Sé que te has tenido que esforzar mucho para sacar adelante a esta familia y que has tenido que hacer frente a muchísimos problemas. Podrías haber acudido a la abuela, pero no lo hiciste… Por eso te estoy tan agradecida, cariño; por eso y por haber conseguido cuidar tan bien de tus hermanos.

-Mamá… -comencé, tragando saliva-. Mamá… ¿qué le ocurrió realmente a papá? ¿Fueron realmente unos lobos?

Los ojos anegados en lágrimas de mi madre se abrieron desmesuradamente y la presión de sus dedos en mis mejillas aumentó de fuerza. Parecía asustada.

La sujeté por las muñecas, incapaz de seguir reprimiendo más las ganas de preguntarle, de exigirle la verdad.

Pero, para saberla, primero tenía que confesar algo que sabía que la iba a molestar.

-Mamá, lo sé todo –le dije, hablando con firmeza-. Sé lo del tapiz del estudio de papá y sobre su… su secreto. No sigas mintiéndome más, por favor.

De la garganta de mi madre salió un sonido ahogado. Un sollozo. El momento que más había temido durante todos estos años se había cumplido: mi madre había hecho lo imposible por mantenerlos al margen de todo esto. Pero, ahora que sabía la verdad, muchas cosas, recuerdos de niña, comenzaban a tener sentido. Como, por ejemplo, porque nos hacían salir de la cocina cuando venían un montón de hombres a ver a papá.

Mi madre liberó una de sus muñecas y se la llevó a la boca.

-¿Cómo te has enterado?

-Eso no importa –la corté, con dureza-. Quiero que me digas toda la verdad. Ahora.

Mi madre comenzó a temblar.

-Yo… yo no debería, cariño… -tartamudeó-. Quizá Henry… él… él sabe de este asunto más que yo. Tu padre… no quiso que nos viéramos involucrados con todo ese asunto de… de lobos.

En ese momento apareció Henry, tan puntual como siempre, y se nos quedó mirando a ambas. Mi madre se sorbió la nariz e intentó arreglarse el maquillaje, le hizo un par de señas y él se acercó dócilmente, como si yo fuera una bomba a punto de estallar. Aunque, en cierto modo, así era.

-Mina lo sabe –fue lo único que dijo.

Pero esa frase fue más que suficiente para que Henry me mirara con horror y se pasara la mano por la boca en repetidas ocasiones. Yo permanecí acostada, con las manos entrelazadas por encima de la funda nórdica, expectante.

Si Henry conocía todas las respuestas, él era lo que necesitaba para terminar de comprender este intrínseco puzle que me demostraba que en este pueblo ocurrían más cosas de las que parecían.

-Gustav está a punto de venir –respondió Henry, como si aquello fuera una razón de peso para no contarme la verdad.

-No me importa –murmuró mi madre-. Tiene derecho a saberlo, ¡tú mismo me dijiste que merecían saber la verdad! Pues dísela, ¡ahora!

Henry comenzó a pasearse por mi habitación, intentando encontrar un punto por dónde empezar. No sabía qué sabía realmente, así que tendría que empezar por… suponía, un punto intermedio de la historia. Hasta su muerte.

Mis manos se aferraron a la funda en un movimiento inconsciente.

-Tu padre era un… un cazador de licántropos –empezó Henry, sin mirarme-. Su familia, al igual que la mía y la de muchos otros, procede de un antiguo linaje que ha mantenido la tradición desde hace siglos; sin embargo, hace tiempo, llegamos a un pequeño acuerdo entre nosotros y la manada de licántropos que estaban establecidos en la zona: ellos prometieron no atacar a nadie y nosotros prometimos no asesinar a ninguno de los suyos. Éramos y somos como unos guardianes: procuramos que ellos hagan cumplir su palabra y tenemos un Consejo mixto –entonces, ése era el consejo al que se refería él cuando le pidió a mi madre que hablara con ellos: mi madre era miembro de una asamblea de criaturas sobrenaturales y humanos. Espeluznante- conformado por tres cazadores y tres líderes de la manada que se encargan de juzgar cualquier problema que surja entre nosotros.

»Tu madre forma parte de ese Consejo puesto que tu padre murió y ella decidió ocupar su lugar. Intentamos proteger el secreto de los licántropos, ayudarlos a que se integren en nuestra sociedad. Pero no todos quieren… o pueden.

La nueva información me bombardeó y provocó un sordo dolor de cabeza; ésta trabaja a toda velocidad, estableciendo conexiones y rehaciendo la breve historia que había podido crear a partir de los informes que había encontrado en su despacho. Por fin lograba entender qué papel tenía mi madre en todo esto e incluso llegaba a comprender por qué había decidido ocultarnos toda aquella información hasta ahora.

-¿Cuál era el papel de mi padre en el Consejo? –pregunté-. ¿Qué hacía?

Mi madre y tío Henry cruzaron una mirada.

-Informes –respondió, pero tuve la sensación de que no me contaba toda la verdad-. Se encargaba de realizar informes sobre la manada de licántropos; en ellos constaban sus miembros y algunos datos más sin importancia. Luego enviaba esos informes a otros cazadores de más rango. Querían mantener a los licántropos controlados por los posibles problemas que pudieran dar.

Eso me pareció como si tuvieran consideraran a los lobos como mero ganado. Pero, si de verdad era cierto que su misión era la de mantener a salvo a los licántropos y ayudarlos a integrarse, sin que se desvelara su secreto, significaba que mi padre y todos los cazadores eran buenas personas… que tenían una buena misión. Que estaban allí para hacer el bien.

Entonces, ¿por qué mataron a mi padre?

-¿Y la muerte de mi padre? –inquirí-. ¿Por qué, si vuestro deber es ayudar a los licántropos, lo asesinaron?

La mandíbula de Henry se tensó y mi madre se puso rígida.

-No es momento para hablar de eso, cielo –respondió en esta ocasión mi madre, intentando sonar amable-. El doctor Lawrence está a punto de llegar.

Automáticamente alguien llamó a la puerta y Henry se marchó de la habitación para abrírsela a nuestro invitado. Mientras tanto, mi madre comenzó a acariciarme la mano, haciéndome círculos en la palma y sonriéndome como si no hubiera pasado nada; sus ojos, pese a ello, decían todo lo contrario: se mostraban turbulentos, pero parecía que se había quitado un peso de encima al contarme parte de la verdad sobre mi padre.

Aún me quedaban un par de preguntas por hacer.

Tío Henry volvió a la habitación con un hombre de pelo entrecano, con unos bonitos ojos verdes y una sonrisa amable. El doctor Lawrence se me acercó a la cama y mi madre se apartó, dejándole espacio para que pudiera trabajar con más libertad.

Hacía muchísimo tiempo que no lo veía pero, ahora que lo tenía enfrente de mí, juraría que lo había visto en alguna de las reuniones que hacía mi padre con otros cazadores; quizá el también fuera uno. Incluso Henry lo mencionó en la conversación que escuché a escondidas.

El doctor Lawrence me sonrió con amabilidad mientras comenzaba a sacar un estetoscopio de su raído maletín de cuero.

-Vaya, Mina, hace mucho tiempo que no te veía –me comentó.

Tras el exhaustivo examen que me hizo el doctor Lawrence, mi madre y Henry lo acompañaron al piso de abajo para poder despedirlo. Me quedé mirando al techo durante unos minutos, sin saber qué hacer exactamente; el doctor me había recomendado que guardara reposo un par de días más puesto que tenía que recuperar fuerzas, alegando que mi pequeño episodio podía haber tenido como causas, entre otras, un acumulado nivel de estrés alto.

Quizá esos días en casa me permitirían recapacitar y pensar en cómo me iba a enfrentar a Chase sabiendo lo que sabía de él ahora. Un licántropo, eso es lo que era; un chico con una fuerza extraordinaria que podía convertirse en lobo y que, si no me equivocaba, vivían en este barrio porque mi padre había querido tenerlos vigilados de cerca.

Enterré la cabeza entre mis manos y me presioné las sienes con fuerza, intentando de controlar el temblor. Siempre había sabido que Chase guardaba un secreto y había supuesto que era lo suficientemente oscuro y peligroso para no poder confiárselo a nadie; estaba claro que no iba desencaminada, pero no había llegado a rozar siquiera con los dedos lo que podría ser.

Jamás hubiera podido averiguarlo. Era demasiado surrealista.

El teléfono comenzó a vibrar en mi mesita, provocando que soltara un respingo. Al inclinarme para ver quién era, me quedé paralizada: Chase. La última persona con la que querría hablar en aquellos mismos momentos. No le había respondido a sus mensajes y eso lo había preocupado aún más; si no respondía a esa llamada quizá decidiera presentarse en casa. Y no creía que a mi madre le hiciera mucha gracia encontrarse con Chase Whitman preguntando por mí.

Cogí el móvil de mala gana y lo sostuve durante unos segundos, debatiéndome si debía contestar o fingir que no lo había escuchado… de nuevo.

Mi dedo se deslizó por la pantalla lentamente y tragué saliva.

-¿Sí? –pregunté, con un hilillo de voz.

-¡Menos mal que has decidido contestar! –bufó Chase, con un tono demasiado alegre-. Hoy no has aparecido por el instituto y estaba preocupado. Aunque tu amigo Monroe me ha informado amablemente que estabas enferma –noté cierto tonillo de burla.

Se hizo un silencio entre nosotros, quizá Chase esperaba que me riera de lo que había dicho, pero no tenía fuerzas ni para hacerlo. No después de lo que había averiguado sobre él y su familia. Me apreté el puente de la nariz con fuerza, intentando encontrar una forma de explicarle que tenía que hablar con él sin tener que recurrir a los gritos.

Estaba molesta por el hecho de que él podría estar involucrado en la muerte de mi padre pero, antes de precipitarme, quería estar segura de ello.

Chase intuyó que algo no iba bien porque insistió, con un tono mucho menos alegre que el que había usado antes.

-Oye, lamento muchísimo de nuevo lo que sucedió en mi casa –se excusó-. Mi madre normalmente no es así… ¡pero le caíste bien!

-No… no es eso –balbuceé-. Es… otra cosa; necesito hablar contigo. Es algo grave.

Mi tono serio hizo que Chase se diera cuenta de que, después de confirmarse que algo no iba bien,  ese algo tenía mucho que ver con él. Oí que cogía aire por el otro lado de la línea y me lo imaginé cuadrando la mandíbula y procurando mostrarse impasible, aunque no pudiera verlo.

-¿Te ha pasado algo, Mina? –preguntó él, con tono brusco-. ¿Estás bien? Si quieres puedo ir a tu casa…

-No –lo corté y él enmudeció de golpe-. Simplemente quiero hablar contigo sobre un asunto. Esta noche, ¿quieres?

-Por supuesto, Mina –me respondió Chase, entristecido-. Deja la ventana abierta, por favor.

Estuve el resto del día nerviosa, pensando miles de formas de comenzar la conversación y todas ellas empezaban con la misma frase: «Sé tu secreto». Mi madre me deja quedarme en mi habitación, como si tuviera una enfermedad demasiado contagiosa. De todos modos, mis hermanos consiguen eludir el control de mi madre y su «dejad tranquila a vuestra hermana, por favor; necesita descansar» y suben corriendo a colarse a mi cuarto. Percy se sienta sobre su cama y Avril ocupa un lugar a los pies de la mía. El tiempo afuera ha empeorado, por lo que no pueden salir para jugar en el patio o con sus amigos. Desde que conseguí traer a mi hermana de la fiesta, se ha convertido en la misma niña que fue alguna vez.

De nuevo me siento a gusto con mis hermanos y las discusiones han disminuido hasta casi desaparecer. Volvemos a parecernos a la familia que fuimos, aunque echamos en falta a papá. Eso me hace recordar que dentro de poco se va a cumplir su segundo aniversario de muerte. El año pasado tío Henry tuvo la deferencia de llevarnos al cementerio para poder llevarle flores en su memoria.

Cuando por fin oscureció y todo el mundo se marchó a la cama, pude respirar. Me levanté y dejé un poco subida la ventana; luego volví a la cama y me tapé, cerrando los ojos.

-Mina –la voz de Chase se coló en mis sueños y me hizo despertar de golpe.

Él me miraba fijamente, aún con medio cuerpo fuera de la habitación. Parecía haberse quedado paralizado por mi reacción o porque no estaba preparado para lo que teníamos que hablar. Me incorporé torpemente y alisé unas imaginarias arrugas en mi funda nórdica; Chase, por el contrario, se quedó sentado sobre el alféizar de la ventana, aguardando a que le dijera a qué se debía aquella cita tan repentina.

Se mordía el labio con nerviosismo y sus piernas no dejaban de moverse. Estaba nervioso.

-Si estás cansada podemos hablar en otro momento… -dijo, con timidez, mientras señalaba hacia atrás.

A pesar de ser un lobo, un depredador, en esos momentos parecía todo lo contrario: su mirada asustadiza, sus tics nerviosos; parecía un conejillo que hubieran conseguido arrinconar y que supiera que iba a morir.

Solté el aire poco a poco, mentalizándome de lo que iba a decir. Lo que más me temía era su reacción.

-Necesito hablar contigo de esto ahora –respondí, con firmeza e hice una pequeña pausa-. Sé lo que eres…

Los ojos de Chase se abrieron como platos y su labio inferior comenzó a temblar. Se lo mordió con fuerza para detener el temblor, aunque yo ya lo había visto. Sus manos se retorcían y su respiración se había disparado.

Estaba claro que aquello no se lo esperaba.

-¿A qué te refieres? –inquirió, elevando su tono de voz-. Mina, no entiendo qué es lo que crees saber pero…

-Descubrí en uno de los documentos de mi padre un registro de todos los licántropos que viven en el pueblo –le expliqué, dejándolo sin posibles excusas-. Tu nombre y el de tu hermano estaban en esa lista, igual que la del resto de tus amigos. No sigas engañándome más, por favor. Ya no tiene sentido.

La mirada que me lanzó fue extraña. Entrecerró los ojos y se pasó una mano por el pelo, alborotándoselo.

-Te vi ayer mismo –añadí, por si acaso le quedaba alguna esperanza de poder evadirse del tema-. En el patio, convertido en lobo.

-¡Joder! –se le escapó a Chase, con un tono enfurecido. Sin embargo, cuando me miró y se dirigió a mí, su tono se suavizó-. Mina… tienes que entenderlo… no parecías saber nada…

Nunca había visto a Chase balbuceando de ese modo. Gesticulaba demasiado con las manos y abría y cerraba la boca, como cuando me trajo de la fiesta y lo invité a pasar a casa; estaba tan perdido y sin saber por dónde empezar que me dio lástima. Quizá no debería haber sido tan brusca y debería haberle ido poco a poco hasta haberle confesado que había descubierto cuál era su secreto.

-Entonces, ¿me estás diciendo que debería haberlo sabido? –inquirí, modulando la voz para que no sonara demasiado alta.

Chase parpadeó, sabedor de que había cometido un pequeño desliz.

-Tu padre era el cazador que velaba por nosotros –me confesó-. Mi padre y él… bueno, digamos que tenían que convivir en la misma zona; cuando te conocí en la fiesta, creí que estabas al tanto y que por eso me hablaste. Pensé que no te importaba…

¡Error! Mi alarma saltó nada más oír pronunciar esas palabras. Recordé la conversación que había mantenido con su madre y su hermano, cuando les había asegurado que yo no sabía nada. Fruncí el ceño al darme cuenta que me había mentido… de nuevo. ¿Cuántas veces más iba a seguir mintiéndome? ¿Y por qué si yo ya sabía la verdad?

-Oh, por favor, ¡no puedo creerme que sigas mintiéndome! –exclamé, levantando los brazos al aire.

-¡Por supuesto que no te he mentido! –respondió, en un tono hastiado-. Te estoy diciendo la verdad. Te lo juro.

-¿Y por qué le dijiste a tu madre que «no sabía nada»? –le pregunté, entrecerrando los ojos.

-¡Nos estuviste escuchando! –se quejó, consternado-. Dios, pensé que te había dejado completamente inconsciente. Pero no es lo que tú piensas –añadió a toda prisa, alzando ambas manos, en señal de derrota-. No tiene nada que ver… contigo.

Parpadeé varias veces, sorprendida.

-¿Lorie sabe todo esto? –pregunté, optando por cambiar de tema. Quizá cuando se relajara podría preguntarle de nuevo-. ¿Sabe que tú… bueno, que tienes pelo y todo eso?

Con mi pregunta inocente conseguí arrancarle una de sus sonrisas torcidas. Se apoyó en el marco de la ventana y se cruzó de brazos, tomándose su tiempo; como si estuviera dando su toque con ese efecto.

-Ella lo sabe todo –respondió-. La manada, para poder continuar con su… digamos legado, busca un tipo concreto de candidatas –ahora no dudaba en contarme todo aquello, técnicamente no se estaba saltando ninguna regla de su manada puesto que yo ya sabía todo-. Los mayores hacen un estudio genético de algunas chicas y seleccionan a las más adecuadas. A las que creen que tendrán mayor probabilidad de concebir niños que puedan llevar el gen y sean más fuertes.

Levanté una ceja, incapaz de poder creerme que fueran tan rudimentarios y tuvieran que hacer una «selección» tan dura para hacer que perdurara la especie. Era… bueno, algo antiguo.

-¿Es así como intentáis mejorar la especie? –adiviné-. ¿Cogiendo a esas operadas para que sean las madres de vuestros hijos?

Chase se encogió de hombros. Había conseguido tranquilizarse y, recuperado de la sorpresa de saber qué era, estaba muchísimo más cómodo hablando del tema. Es como si se hubiera quitado una enorme carga de encima y pudiera hablar con más libertado conmigo.

Sin más mentiras.

¿Debería contarle mi sueño, en el que aparecía transformado en lobo y atacaba a mi padre, matándolo? Abrí la boca, pero me lo pensé mejor: tenía que averiguar si él realmente tenía algo que ver en su asesinato y después actuaría. Ahora que sabía quién era no iba a dejar que los asesinos de mi padre siguieran por ahí, sin pagar por lo que habían hecho.

Quería venganza.

-Quiero llevarte a un sitio, Mina –me interrumpió la voz de Chase; sonaba seria-. Allí te contaré todo lo que quieras saber. Todo.

Lo estudié durante unos segundos, replanteándome la oferta: si la aceptaba, quizá podría averiguar quién había asesinado a mi padre y, por ende, podría empezar con mi venganza, si me negaba… me quedaba sin respuestas. Y, ahora que por fin todo había comenzado a tener sentido, necesitaba más respuestas.

Y las respuestas que buscaba en esos momentos únicamente parecía tenerlas Chase.

No me quedaba otro remedio: tendría que aceptar. Además, eso suponía tener más tiempo con Chase.

Y, a pesar de todas las cosas que había descubierto, tanto sobre mí como de Chase, aún le quería. No me importaba que fuera un licántropo, eso no tenía ninguna importancia; sabía que él… era especial.

Acepté su oferta con una media sonrisa y le pedí, con timidez, si podía quedarse allí, conmigo. Chase sonrió, aliviado, y se metió bajo la funda, apretándome contra su pecho. Todas las preocupaciones, dilemas o dudas que tenía en la cabeza desaparecieron al oír el rítmico sonido de su corazón.

Era el sonido más maravilloso del mundo en esos momentos.

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