Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

XIII.

En mi sueño, corría por un bosque que conocía muy bien porque se parecía al que me había llevado Chase en nuestra primera y única cita. Las ramas bajas y los matorrales se me enredaban por el pelo y se me quedaban enganchadas a la ropa mientras yo intentaba avanzar entre el follaje.

Tenía una extraña sensación en el pecho que me laceraba como si alguien hubiera cogido un cúter y hubiera empezado a hacerme pequeños cortes. Sabía que algo malo iba a ocurrir y que, si no me daba prisa, iba a llegar tarde. Los pulmones me ardían y las piernas me dolían una barbaridad, como si hubiera corrido muchos kilómetros, pero sabía que no podía pararme. Tenía que continuar.

Se me escapó un suspiro de alivio cuando conseguí salir del bosque hasta un claro que desconocía pero que la intuición me advertía que no estaba muy lejos de mi objetivo. Unas voces que sonaban demasiado alteradas frenaron mi carrera e hicieron que me quedara escondida detrás de unos arbustos.

Me llevé una mano a la boca para ahogar el grito que se me escapó y que esperaba que ninguno de los presentes hubiera oído: mi padre, vestido con la ropa que había llevado el día que murió, estaba intentando hablar con… ¿con Kai? Me sorprendió verlos aparecer en mi sueño, pero ahí estaban los Doce al completo, incluso Chase.

Carin se adelantó unos pasos para encararse con mi padre mientras Kai se quedaba muy cerca de su amigo. Chase estaba cerca de donde se encontraban, junto a Lay.

-¡Confiésalo! –gritaba Carin, con los ojos desencajados de la ira. Sus pupilas, advertí, eran del mismo color carmesí que las de Chase cuando había estado discutiendo con su madre-. ¡Confiesa que lo hiciste tú, maldito asesino!

Mi padre alzó débilmente las manos, completamente sorprendido de que doce adolescentes hubieran conseguido arrinconarlo. No parecía nervioso ni asustado, pese a ello.

-Chicos, chicos… no sé de qué estáis hablando –repuso mi padre, con tranquilidad.

Kai se puso a la misma altura que Carin.

-¡Tú asesinaste a Greg, bastardo! –vociferó Kai, señalándole con el dedo índice.

Pese a su color levemente tostado de su piel, en aquellos momentos parecía tal pálido como Carin o Chase. Sus ojos verdes refulgían en la oscuridad con ese típico brillo carmesí. El resto intentaba frenarlos, sin perder de vista a mi padre.

¿Qué tipo de sueño era éste? ¿Qué demonios me estaba pasando? Lo último que recordaba era que estaba en la cocina de la señora Whitman… dándome un té. Y luego… luego…

El grito de rabia de Carin me distrajo por completo de lo que tenía en mente. Entre tres habían conseguido sujetar a Carin, que se debatía entre sus brazos para poder alcanzar a mi padre.

-¡No lo niegues! –aullaba-. ¡No lo sigas negando! Él te vio… ¡TE VIO CÓMO LO ASESINABAS!

-Yo no lo maté –replicó mi padre, subiendo el tono-. No lo maté.

Chase, que se había mantenido apartado de mi padre durante todo ese tiempo, se apartó de Lay y se situó frente a mi padre. Sus ojos destilaban odio. Un odio profundo. Un odio que me dio escalofríos.

No parecía el Chase que había conocido.

Ese chico me daba miedo.

-Tienes hijos, ¿verdad? –preguntó, con una voz carente de cualquier emoción.

Los ojos de mi padre se abrieron y asintió.

La sonrisa que esbozó Chase fue una mueca macabra.

-Sería una pena que sufrieran la pérdida de un padre, ¿verdad? –prosiguió, arrancándole una carcajada a Kai-. Sería… una pena que sufrieran lo mismo que nosotros; que se quedaran igual de destrozados… -añadió, arrastrando las palabras.

Kai le dio un par de palmaditas en el hombro, sonriente.

-¡Qué gran idea, chico! –le felicitó.

Antes de que pudiera reaccionar siquiera, todos se convirtieron en unos ejemplares de lobos de distintos pelajes. Mi padre no pareció impresionado por ello, simplemente se limitó a retroceder hasta que su espalda chocó con el tronco de un árbol.

La manada de lobos avanzó, enseñándole los dientes y algunos incluso los chasquearon. No quería seguir viendo lo que iba a suceder.

Sabía lo que iba a pasar.

Mi grito desgarrador quedó ahogado por la mezcla de gritos de horror de mi padre y gruñidos de los lobos cuando éstos se abalanzaron sobre él.

Dispuesto a matarlo.

Abrí los ojos de golpe, con la respiración entrecortada y con las mejillas completamente empapada. Además, una fina película de sudor me cubría el cuello.

Parpadeé varias veces, confusa. Me encontraba tumbada sobre un sofá y tapada con una manta que no conocía en absoluto. Cuando conseguí enfocar la vista, asocié aquella casa a la de Chase y lo recordé: él me había traído a su casa tras haber tenido un episodio de histeria en el baño del instituto; había sido testigo de una discusión bastante acalorada entre su madre y él; Chase había subido a su cuarto y la señora Whitman me había ofrecido un té… ¡Un té con algún tipo de sustancia que me había dejado completamente K.O! No podía creerme que me hubieran drogado y tampoco era capaz de entender el motivo.

Hice un ademán de levantarme, pero una serie de voces procedentes de la cocina me lo hicieron pensar mejor. Una de ellas era, claramente, la de la señora Whitman; la otra, por lo que supuse, debía pertenecer a Carin.

-¿Por qué coño la ha tenido que traer a casa? –preguntaba Carin, evidentemente enfadado.

-No se encontraba bien y no había nadie de su familia en casa, cielo –respondió con dulzura su madre, ignorando el tono que había empleado su hijo.

-¡Que la hubiera llevado a la puta enfermería del instituto, joder! –gritó Carin y se oyó un golpe. Como un puñetazo.

-Quizá tu hermano creyó que no era conveniente… -empezó la señora Whitman.

-Me importa una verdadera mierda lo que creyera Chase que era conveniente –la cortó de malos modos su hijo-. Le avisé que no quería a ninguna chica o persona en casa. Y él se lo ha pasado por el forro de los cojones.

-¡Carin, ese vocabulario! –le advirtió su madre-. Chase intenta ser amable con esa chica…

-Lay me ha contado que tienen que hacer un trabajo con esa Maria Seling –me rechinaron los dientes al oír Carin equivocándose en mi nombre-. Quiero que lo hagan lo más rápido posible. No la quiero aquí.

Vaya, tenía que reconocer que ser odiada de esa forma por una persona que ni siquiera me conocía era todo un honor.

-Carin, por favor –intentó tranquilizarlo su madre, hablando con suavidad-. Esa chica no sabe nada, es inofensiva. No hará nada. ¿No crees que Chase no la habría dejado pasar aquí de no ser así?

Oí un bufido de Carin.

-A veces pienso que no usa el cerebro –suspiró.

La risa cantarina de su madre inundó toda la cocina y se coló en el salón, donde estaba aovillada y tapada con la manta. De nuevo escuchando una conversación que no debería estar escuchando que, de algún modo, tenía alguna relación conmigo.

-Tu hermano suele usar su cerebro más veces que tú, cielo –se rió.

-¿Dónde está Chase? –se interesó entonces Carin.

-Dándose una ducha –respondió su madre-. Ha perdido los nervios y temía que pudiera hacer algo que nos pusiera en evidencia; después he tenido que dormir a la chica…

Oí unos pasos que bajaban por la escalera y cerré con fuerza los ojos. Olí el champú de Chase y fingí que estaba profundamente dormida. Sus dedos acariciaron mi cabello y sentí su respiración cerca de mi cara antes de sentir sus labios sobre los míos. Aunque fue apenas una fracción de segundo, eso provocó que mi corazón comenzara a latir con fuerza.

-¿Qué coño le habéis hecho? –preguntó Chase en la cocina, con un tono enfadado-. ¡La habéis dejado inconsciente en el sofá!

-Eh, tranquilo, hombretón –respondió la voz de Carin-. Mamá ha tenido que hacerlo porque a ti se te ha ido la olla. ¿En qué coño estabas pensando para traerla aquí?

-¡Porque no sabía a dónde más llevarla, Carin! –respondió su hermano, gritando-. La vi en el pasillo, completamente pálida y me entró el pánico, ¿vale? En el coche le pregunté y me dijo que en su casa no había nadie… ¡Tampoco podía dejarla en la calle!

-¡Haberla llevado a un hospital, no aquí! Sabes que no podemos… no podemos traer a otra gente aquí, ¡y menos a ella!

-¡No sabe nada! –repitió las palabras que antes había pronunciado su madre. Chase parecía enfadado-. Además, tenemos que hacer un trabajo en grupo. ¿Tampoco vamos a poder hacerlo aquí por tu maldita obsesión?

-Lo hacéis y la quiero fuera –respondió Carin, con un tono amenazador-. Piensa en qué dirá Lorie…

-Lorie no dirá nada –lo cortó Chase-. No tiene que decir nada.

Quizá había llegado el momento de largarme de allí. No tenía ni idea de qué hora podía ser, pero algo me decía que mi familia estaba preocupada por mí.

Rebusqué en mis bolsillos hasta dar con mi móvil. No había ninguna llamada y eran las dos de la tarde. ¿Cuánto tiempo había estado inconsciente o durmiendo?

Se me escapó un quejido de dolor cuando me senté y la cabeza comenzó a martillearme como si fuera un yunque y alguien estuviera dándome con un buen martillo.

En un segundo, Chase estaba a mi lado, sujetándome por la parte baja de la espalda y con una mirada cargada de preocupación.

-¡Ah, al menos ya se ha despertado! –dijo la voz de la señora Whitman-. ¡Te habías desmayado, cielo! Pero ahora tienes mejor tono de piel; no estás tan pálida.

El hermano de Chase no tardó en asomar su cabeza por el salón y vi que me miraba con el ceño fruncido, controlando su odio hacia mi persona. Un odio que no terminaba de entender.

-¿Por qué no se queda a comer? –propuso, para mi sorpresa y horror, la señora Whitman. La misma que me había echado algo en su «té especial».

Oí que Carin hacia un sonido estrangulado y que volvía a meterse de nuevo en la cocina. Chase me miró a mí, esperando una respuesta…

No tenía ni idea qué responder.

-¡Estupendo, se queda a comer! –exclamó la madre de Chase, malinterpretando mi silencio.

Me removí en mi sitio, incómoda, y le lancé una mirada de ayuda a Chase, que se mordía el labio.

-Creo que debería llevarla a casa, mamá –intervino Chase, acudiendo en mi ayuda.

Yo asentí con entusiasmo, alegre de poder irme de aquí y hacerle una pequeña pregunta a Chase sobre su madre.

La señora Whitman hizo un mohín, parecido al de Caroline, que mostraba lo triste y decepcionada que estaba por no quedarme allí a comer. Chase puso una mano en mi parte baja de la espalda y me empujó para que pudiera ponerme en pie.

Su madre nos acompañó hacia la puerta de la entrada y se quedó allí mientras nos subíamos al coche de Carin, donde estaba mi mochila, en el suelo del copiloto.

-Espero verte pronto, querida –se despidió la señora Whitman.

Cuando el coche se frenó en la acerca de mi casa, me permití soltar un suspiro de alivio. Chase me miraba, esperando a que dijera algo.

-Nos vemos… ¿mañana? –probé a decir.

-Supongo que ya no hace falta que te lleve a mi casa esta tarde –repuso él, en un tono jocoso que no llegaba a sus ojos-. Lamento mucho… que mi hermano se hubiera comportado como un completo gilipollas. Lo malo es que suele ser así con todo el mundo.

Quise decirle que había escuchado una conversación y que sabía que su madre me había drogado, incluso quería contarle lo de mi sueño, pero algo me hizo que me quedara en silencio. Su escueta y vaga respuesta se repitió en mi cabeza, advirtiéndome que no dijera nada. Antes tenía que colarme en el despacho de mi padre para asegurarme de que Chase no había tenido nada que ver con el asesinato de mi padre.

Entonces le contaría todo.

Me bajé del coche con una sonrisa y me despedí de él con un seco «adiós».

Quizá había llegado el momento de colarme en el despacho de papá y descubrir de una vez por todas lo que sucedía en aquel maldito pueblo.

Entré sigilosamente en mi casa, pero mi madre me cortó el paso con los brazos cruzados y una arruga en la frente. Parecida a la que ponía papá cuando estaba enfadado.

-¿Dónde has estado? –me espetó.

-He venido andando desde el instituto –mentí, bajando la mirada-. He tenido… otro episodio… necesito mis pastillas para la anemia.

Aquello hizo que mi madre abriera desmesuradamente los ojos y se acercara a mí a toda prisa. El enfado había desaparecido por completo de su semblante, siendo sustituido por la preocupación.

En un parpadeo, estaba entre los brazos de mi madre, que me estaba asfixiando en un impresionante abrazo.

-¡Dios mío, Mina! –exclamó-. ¿Por qué no me has llamado? ¡Podría haber ido a por ti!

Negué varias veces con la cabeza, separándome un poco de mi madre para mirarla a la cara.

-Estoy bien –respondí-. Solamente ha sido un susto.

Sin poderlo evitar, la abracé también. El enfado y sus mentiras pasaron a un segundo plano; hacía muchísimo tiempo que mi madre no me abrazaba de aquella forma, acariciándome el pelo y haciéndome sentir como si fuera una niña pequeña de nuevo. Quería llorar y contarle todo lo que me había pasado, incluso el extraño sueño que había tenido sobre la muerte de papá. Pero no podía, no podía confesarle que la había desobedecido y que había descubierto que sentía algo por Chase Whitman.

-¿Por qué no subes a tu habitación, cielo? –me propuso-. Descansa un poco.

La miré y asentí. Quizá podría aprovechar esta oportunidad que se me presentaba y podría intentar colarme en el despacho de papá; necesitaba encontrarle sentido a todo aquello si no quería volverme loca, literalmente. Algo me decía que en el pueblo había algo extraño, algo que no terminaba de encajar. Y que mi familia estaba metida en el ajo.

Subí a mi habitación y me quedé unos segundos en el rellano, esperando oír a mi madre volver a la cocina. Fingí que cerraba la puerta de mi habitación, dando un portazo. Miré al final del pasillo, donde estaba el dormitorio de mis padres y cogí aire.

Estaba jugándome mucho con todo aquello de colarme en el despacho de mi padre.

Crucé con cuidado el pasillo y abrí despacio la puerta de la habitación de mis padres. Un ramalazo de nostalgia se me enroscó en la garganta mientras cerraba la puerta a mi espalda. Al igual que el estudio de papá, la habitación de mis padres también estaba vetada para mí; no quería estar allí por la infinidad de recuerdos que cubrían cada palmo de las paredes.

Parpadeé, intentando centrarme en mi objetivo: encontrar la llave del despacho de papá. Empecé por dirigirme a la mesita que había sido la de mi padre; todo estaba como lo había dejado, ya casi dos años atrás. Abrí el primer cajón y comencé a rebuscar, sintiéndome un poco culpable por lo que estaba haciendo. No encontré nada.

Seguí rebuscando en el resto de cajones, topándome con fotos, recortes y cuadernos que no me daban ninguna pista sobre lo que quería saber.

Me recorrí cualquier cajón o escondite donde podrían haber dejado las llaves pero, en la parte de mi padre, no encontré nada.

Decidí pasar a las cosas de mi madre. Me sorprendió no encontrar ningún frasco con pastillas o cualquier vestigio de sus antiguos vicios; eso me demostraba que aquello, su esfuerzo por dejarlo todo, era real. Seguí rebuscando y, cuando llegué a su viejo joyero, ya estaba casi al borde de la desesperación.

Aquel viejo joyero era mi última esperanza. Si no encontraba allí lo que buscaba, iba a tener que aprender a forzar candados y cerraduras. Abrí la tapa con cuidado, provocando que soltara un pequeño chirrido, y empecé a remover sus joyas, con la esperanza de encontrar ahí las malditas llaves.

Casi cuando ya estaba a punto de abandonar mi búsqueda, mis dedos rozaron algo que se asemejaba a los dientes de una llave. Conteniendo un grito de júbilo, saqué el juego de llaves y las sostuve en alto.

Primera fase del plan, completada. Ahora tenía que conseguir poder seguir a la siguiente fase sin que mi madre pudiera darse cuenta de que le faltaban esas llaves.

Volví a salir de la habitación, procurando no dejar ningún rastro que pudiera hacer sospechar a mi madre de que alguien se había colado allí.

Entré a mi habitación y guardé a toda prisa las llaves en un frasquito que tenía en unos de los cajones de mi desvencijada cómoda. Decidí ponerme el pijama y meterme en la cama, dispuesta a no seguir arriesgándome más.

Aquella misma noche iba a colarme en el despacho de mi padre. Era el único momento del día en el que podría moverme con un poco más de libertad.

Recuperé mi viejo frasco de pastillas y me metí dos comprimidos en la boca. Esperaba que aquel gesto no se volviera de nuevo una rutina.

Mi madre subió con una bandeja cargada de mis platos favoritos y con Percy pegado a sus piernas, mirándome como si me encontrara en mi lecho de muerte. Lo saludé con una sonrisa que él no me devolvió.

-He estado pensando que quizá debería llevarte a ver al doctor Lawrence –me informó mi madre, mientras me ayudaba a incorporarme y me pasaba la bandeja-. Necesitas hacerte unas pruebas.

-Avril ha bromeado diciendo que estabas esperando un bebé –comentó Percy, con un hilillo de voz-. Pero yo le he dicho que no es verdad…

-¡Claro que no es verdad! –lo interrumpió mamá, dándole un fuerte abrazo-. Mina aún es demasiado joven para tener bebés.

Asentí, conforme a las palabras de mi madre.

Percy pareció creerme en aquella ocasión, porque su cara se iluminó de golpe y se sentó sobre mi cama, cerca de donde estaba. El cabello cobrizo le caía por los ojos, aunque él no paraba de apartárselo con un soplido. Necesitaba un buen corte de pelo, me dije.

Vi que mi madre me miraba, sin parpadear. Como si esperaba que yo dijera algo.

Algo sobre las pruebas.

-Por supuesto –acepté-. Así podrás respirar tranquila, mamá.

La sonrisa de satisfacción de mi madre fue más que evidente.

Percy se quedó conmigo mientras yo comía en silencio. Ahora dormía con mamá, dejándome para mí sola la habitación; algunas noches le echaba de menos, sobre todo cuando se acercaba a mi cama para acurrucarse a mi lado.

Pero también agradecía esa intimidad. Si mi hermano hubiera estado durmiendo la noche que vino Chase, no estaba segura de haber podido dormir tan tranquila.

Mi hermano, que estaba en el suelo, jugando unos viejos Transformers y un coche de policía, me dirigió una mirada iluminada.

-Nos tenías muy preocupados, Mina –me dijo, con tono serio.

-No tenéis por qué estarlo, Percy –respondí-. No fue nada, únicamente un susto.

Percy dejó sus juguetes en el suelo, prestándome toda su atención.

-No quiero que te pase como a mamá –me confesó, en voz baja-. No quiero que te vayas, Mina; tú eres la que nos ha ayudado cuando mamá estaba… diferente.

Me hice a un lado, dejándole un espacio en mi cama para que se subiera allí, conmigo. Percy se me acercó, sonriendo, y se acurrucó a mi lado, como había hecho algunas noches. Su cuerpecito se apretó al mío y cerró sus ojos.

Se le escapó un bostezo y murmuró:

-Tú eres mejor que mamá.

No pude evitar sentirme en parte halagada y en parte asustada.

Aunque mi teléfono no paró de vibrar en toda la tarde, no lo cogí. Estaba demasiado agotada y tenía la sensación de que lo que fuera que me hubiera echado la madre de Chase en el té para dejarme completamente K.O.

Aún tenía ese regusto dulzón en la boca y también la pesadez en todos los miembros de mi cuerpo. Estaba aún en la cama, reposando, y aguantando las continuas verborreas de mano de mi hermana Avril, que parecía haberse propuesto tenerme despierta gracias a sus largas conversaciones.

Cuando llegó la noche, procuré asegurarme de que todos dormían con sus puertas completamente cerradas. No me arriesgué a salir hasta que llegó la medianoche; con mi viejo pijama y el corazón latiéndome a mil por hora, me dirigí a la puerta del despacho de mi padre. Mi única esperanza.

Tragué saliva y comprobé que no había nadie despierto quedándome unos minutos en silencio, escuchando. Al ver que se colaban unos ligeros ronquidos por la puerta de la habitación de Avril, cogí una de las llaves y empecé mi tarea.

Abrir la puerta no me supuso ningún problema y pude entrar, después de tanto tiempo, al despacho de mi padre. No había tenido muchas ocasiones de verlo, ya que mi madre nos tenía terminantemente prohibido entrar cuando papá estaba trabajando. No quería que lo molestáramos; pero, cuando se despistaba, corría escaleras arriba, llamaba a la puerta y entraba. Mi padre me observaba desde detrás de su escritorio y me indicaba con señal que me acercara a él.

Me sorprende que todo siga igual, incluso el trabajo que mi padre nunca llegó a terminar. Comencé a moverme con sigilo, sin encender siquiera la luz por temor a que cualquiera que se levantara viera por debajo de la puerta una línea de luz.

Avancé torpeza hacia su escritorio y miré los papeles que había dispersados sobre su superficie; todos parecían ser facturas y viejos contratos que mi padre debía haber estado revisando.

La pared que tenía enfrente, al lado de la puerta, mostraba un enorme escudo que siempre me había llamado la atención: era un llamativo blasón completamente negro con una criatura que parecía ser un lobo bípedo en el centro; detrás de ella se cruzaban dos enormes espadas y, terminando en vertical, había un hacha que parecía cortar por la mitad al ¿lobo? Para finalizar, había estrellas plateadas estampadas rodeando la estampa de las armas y la criatura.

Siempre había pensado que mi padre lo había comprado en cualquier tienda de antigüedades en alguno de sus viajes, pero ahora no lo tenía tan claro.

Y más aún tras leer la inscripción que rezaba el escudo.

«Lupus et sanguis».

No había que ser un genio de latín para saber qué significaba aquella frase. ¿Por qué mi padre tenía un tapiz con un escudo tan raro en su despacho?

Aparté la vista de la pared y reanudé mi tarea de buscar documentos, libros o cualquier otra cosa que tuviera alguna pista sobre lo que tramaba y me ocultaba mi madre.

Me mordí el labio y escuché atentamente, buscando cualquier sonido que me hiciera descubrir si alguien de mi familia se había despertado. Nada.

Proseguí mi búsqueda por los cajones del escritorio, topándome con uno que estaba completamente cerrado. Se me escapó un bufido de indignación y busqué con la mirada una llave que pudiera encajar en esa cerradura; no vi ninguna y no tenía tiempo, así que intenté forzarla con un abrecartas y haciendo palanca.

Con un esfuerzo sobrehumano, lo conseguí.

Retrocedí un poco al observar la cantidad de papeles y libros antiguos que tenían pinta de estar en muy malas condiciones.

La pista que necesitaba.

Empecé por coger algunos de los papeles que sobresalían y su título me dejó un poco sorprendida; era una especie de censo donde constaban una serie de nombres, direcciones y ¿número de hijos? No entendía muy bien qué significaba esos papeles, pero el hecho de que constara en el título: «Población de licántropos 2000-2005».

Era un registro de todas las familias que había en el pueblo que, supuestamente, eran «licántropos». Se me atragantó una risa histérica al darme cuenta que todo aquello debía ser una broma muy pesada.

Los licántropos no existían. Al igual que los vampiros, Big Foot e, incluso, los unicornios. Aquello estaba mal.

Había más registros de población y el último no estaba terminado. Era el que mi padre debía estar haciendo antes de que muriera por… lobos.

No podía ser una coincidencia que mi padre hubiera escondido todos aquellos papeles y libros sobre licántropos y que hubiera muerto a causa de un ataque de lobos. ¿Qué ocurriría si el sueño que había tenido fuera la explicación de por qué mi padre murió?

Mi sueño y aquellos papeles no podían ser una coincidencia.

Pasé de seguir ojeando informes y cogí el viejo libro. El título tampoco dejaba lugar a mucha imaginación: «Homicida Luporum».

El volumen era pesado y, cuando lo abrí, un olor a cerrado hizo que parpadeara para espantar las lágrimas; las hojas estaban repletas de dibujos demasiado horribles y explícitos como para no saber a qué se referían. En una se veía claramente la transformación completa de un hombre en un lobo.

Arrugué el ceño al seguir pasando las páginas, empapándome de toda la información que había en aquellas páginas. Tras la sorpresa inicial de descubrir que en el pueblo había asentada desde hacía siglos una manada de lobos y que mi familia pertenecía a un grupo que se encarga de exterminarlos, empecé a buscar cualquier indicio que relacionara a mi familia con aquellos cazadores de lobos.

En la última página me encontré con un enorme árbol genealógico que tenía aspecto de ser bastante antiguo; sin embargo, lo que más me llamó la atención es que había muchos huecos vacíos al final de la página y que, con una caligrafía que reconocería en cualquier parte, estaban inscritos los nombres de mis hermanos y el mío propio.

Mi padre era quien nos había inscrito en aquella página.

Aquello solamente podía significar una cosa.

Mi familia, mi padre, pertenecían a un largo linaje de exterminadores de lobos.

Me llamó la atención la última hoja. El último registro que había llevado mi padre antes de morir.

Solté la hoja como si me hubiera quemado su simple contacto cuando leí los últimos doce nombres que constaban en la lista. No quería creerlo. Simplemente, no podía hacerlo.

Ahora todo tenía sentido: la furia de mi madre, las advertencias de tío Henry, incluso la mentira de Chase. Mi sueño había sido el detonante de todo aquello; la pieza central del puzle que, por fin, había cobrado sentido.

Chase era uno de los licántropos. Igual que sus once amigos.

Él tenía algo que ver en la muerte de mi padre. No fueron unos vulgares lobos los que lo asesinaron.

Guardé a toda prisa todo lo que había sacado. Miré de nuevo el escudo y comprendí al fin que era nuestro emblema familiar; el emblema de una familia que se dedicaba a cazar y asesinar como si fueran simples bestias a los licántropos.

Salí de allí con el corazón encogido y me encerré en mi habitación. Me acerqué tímidamente a la ventana, intentando tranquilizarme y poner en orden mis ideas, pues había demasiada información que asimilar todavía.

En el patio, cerca de la valla, un imponente ejemplar de lobo miraba hacia mi ventana. Hacia mí. Pero era imposible que pudiera verme, estaba escondida tras una de mis cortinas. Me llamó la atención su pelaje plateado, que parecía destacar más aún bajo la luz de la luna.

Reconocí a ese lobo inmediatamente.

Era el que aparecía en mi sueño.

El lobo que ocupaba el lugar de Chase cuando todos ellos se transformaban y atacaban a la vez a mi padre.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro