XII.
Durante el resto del día le estuve dando vueltas a la nota de Chase. Llevarme a su casa no suponía nada, estaba segura de que no era la primera vez que habría llevado a una chica a su casa. No entendía qué pretendía demostrar con todo aquello, con esa idea de querer llevarme a su casa.
No conseguía encontrarle sentido alguno a su extraña proposición y a cuáles eran sus verdaderos motivos.
En el comedor, durante nuestra hora libre, tuve que darle la espalda a la mesa donde siempre se sentaban los Doce por miedo vomitar toda la comida o tener que salir de allí corriendo por temor a echarme a llorar: Lorie había trepado de nuevo al regazo de Chase y ambos estaban besándose apasionadamente, provocando que el resto estuviera soltando risitas y bromas. Sabía que aquello era necesario, que Chase lo hacía por aparentar. Pero no podía evitar que me molestara. Y mucho.
Lorie lo tenía sujeto por el pelo y parecía estar introduciéndole la lengua hacia el esófago. Chase, por el contrario, la mantenía bien sujeta por la espalda, pegándola más a él.
Era repugnante y vomitivo.
Removí mi triste pastel de carne, sin ganas, mientras el resto del grupo hablaba de forma bastante animada la próxima salida. Estaba claro que, en aquella ocasión, yo no iba a asistir.
De vez en cuando lanzaba rápidas miradas a mi espalda, rezando para que se hubieran separado. Pero, cada vez que miraba, ellos aún seguían a lo suyo y mi estómago iba poniéndose cada vez peor. Estaba segura de que iba a vomitar allí mismo.
Kyle, que había cogido la costumbre de sentarse a mi lado en el comedor y en cualquier clase que compartiéramos, me dio un suave codazo mientras se llevaba a la boca un trozo de pastel. Me miraba detenidamente, como si supiera lo que realmente me pasaba.
Aparté la mirada rápidamente de la pareja (por no decir masa uniforme de brazos) que formaban Lorie y Chase y la clavé en mi compañero.
Esta vez no sonreía.
-Estás pálida –fue lo primero que dijo-. ¿Te encuentras bien?
Aquella pregunta me pilló de improvisto. Era más que obvio que no me encontraba bien, pero no estaba segura que comentarle a Kyle el motivo por el que me encontraba así fuera una buena idea.
-Estoy bien –respondí, aunque mi tono de voz me delató.
Kyle miró involuntariamente hacia Chase y Lorie y torció el gesto. Parecía estar a punto de saltar hacia su mesa y estrangular a Chase con sus propias manos. No me parecía tan mala idea, para ser sincera.
-Eso es realmente vomitivo –opinó, con la boca llena y señalando con su tenedor a Chase-. Deberían irse a la habitación de un hotel y dejar al resto de gente normal comer sin preocuparse por vomitar.
Su comentario me arrancó una carcajada y me subió un poco el ánimo que, en aquellos momentos, reptaba por el suelo como una pobre serpiente. Me llevé un bocado a la boca con más ánimos y giré la cabeza con descaro hacia Chase, mientras él seguía absorto en Lorie. Kyle sonreía de forma misteriosa cuando volví a mirarlo.
-Realmente te quita las ganas de comer –comenté.
Kyle hizo un movimiento que se asemejaba a colocarse unas gafas invisibles y dijo, con una voz de erudito:
-Los jóvenes de hoy en día no saben cómo sobrellevar las nuevas emociones. En vez de estar magreándose ahí en público, deberían liberar su energía y calentón en otra cosa de más provecho como, por ejemplo, jugar a videojuegos. Que, además, tienen un gran valor educativo.
Forcé una sonrisa. Era muy posible que llevara razón: no tenía ni idea de cómo sobrellevar mis sentimientos; había hecho un gran esfuerzo por parecer indiferente ante Chase y Lorie, pero había fallado estrepitosamente. Y, ahora que estaba comenzando a distraerme junto a Kyle, recordé de golpe las palabras que me había dedicado Chase. Su promesa.
«Siento algo muy especial por ti». Esa frase me golpeó con contundencia y me aplastó bajo su peso: cuando Chase me había pedido que fingiéramos llevar una mala relación en el instituto, jamás me hubiera imaginado que tuviera que estar aguantando el verlo magreándose con Lorie como si ésta fuera la última mujer en la faz de la tierra. Parpadeé varias veces para ahuyentar las lágrimas, pero no estaba funcionando.
Arrastré ruidosamente la silla hacia atrás e hice lo que mejor había aprendido a hacer desde que mi padre muriera: salí a toda prisa del comedor, dejando completamente perplejos a mis amigos.
No me importó. Lo único que quería en esos precisos momentos era alejarme de Chase y de Lorie, encerrarme en cualquier lugar y dejarme llevar. Me metí en el primer baño de chicas que encontré y me encerré en uno de los cubículos.
Me senté sobre el inodoro, subiendo incluso las piernas, y me hice un pequeño ovillo sobre la tapa. Ahora me arrepentía de haberme marchado de aquella forma, de improvisto, dejando a mis amigos completamente alucinando. Debían pensar que estaba mal de la cabeza.
Cerré los ojos y comencé a mecerme, tal y como había aprendido a hacer tras la muerte de mi padre y había sufrido algún episodio similar a éste. El truco estaba en centrarme en mi respiración. Únicamente en mi respiración.
Habría sido fácil de no haberme interrumpido alguien con sus continuos golpes en la puerta. Por un instante dudé, ¿qué pasaría si no respondía? Nada. Pero ¿y si era Grace o Caroline? No podía hacerles ese gesto tan desconsiderado. Eran mis amigas.
Me arrepentí al segundo de haberlo hecho; debería haber fingido que no estaba allí hasta que se hubiera ido. Pero fui demasiado tonta y confiada. Mierda.
Chase me miraba fijamente, con los brazos cruzados a la altura de su musculoso pecho, tras la puerta. Me incliné para comprobar que no hubiera decidido traer consigo a Lorie.
Había venido solo.
Intenté cerrarle la puerta en las narices, pero él la frenó con un simple movimiento de mano. Qué humillante.
-Vete –le pedí, en voz baja. No tenía ni ganas de hablar en un tono normal, únicamente quería volver a hacerme un ovillo encima del inodoro y quedarme allí el resto del día.
Chase ignoró por completo mi pequeña petición y se quedó donde estaba, sin dejar de escrutarme con la mirada.
-Bueno, permíteme que te lo diga de otra manera que quizá te quede más clara: quiero que te vayas a tomar por…
Chase comenzó a negar con la cabeza.
-Jamás me imaginé que te oiría usar esa expresión tan fea, Mina. Debes de estar muy enfadada conmigo…
Lo último que necesitaba en aquellos momentos es que viniera él, precisamente él, con aquellos aires de superioridad. Como si disfrutara viéndome más humillada de lo que estaba ya. Sentí que se me empañaban los ojos y bajé la cabeza inmediatamente: no quería darle la satisfacción a Chase de verme, además, llorar.
-Lárgate de aquí, Chase. Déjame en paz.
Me regañé a mí misma por mi tono pastoso y aún más cuando Chase me hizo alzar la cabeza, cogiéndome por la barbilla. Desvié la cabeza hacia un lado automáticamente, rehuyendo su mirada.
No me creía con fuerzas de ver la satisfacción y el regodeo en sus ojos negros.
-¿Me odias? –preguntó-. ¿Odias a Lorie por lo que has visto?
-Lo único que quiero es que os vayáis al infierno, los dos –respondí, controlando el temblor de mi voz-. Así que te estaría muy agradecida si me dejaras en paz y siguieras con tu asuntillo pendiente.
Chase se echó a reír entre dientes, lo que me provocó que me ardieran las entrañas. Quería darle un buen puñetazo allí mismo, en su perfecta cara, pero era demasiado poca cosa como para poder siquiera hacerle daño. Sería un malgasto inútil de energía y, era lo más probable, yo saliera más perjudicada que él.
-Tú eres mi asunto pendiente, Mina –declaró con rotundidad.
-No te creo –respondí entre dientes.
-Lo suponía –suspiró él, con cansancio-. Pero, si no significaras para mí, no estaría aquí, ¿verdad?
Cogí fuerzas suficientes como para enfrentarme a su oscura mirada y lo miré: Chase me miraba con firmeza. Tenía los labios hinchados y no pude evitar fruncir el ceño y apartar de un manotazo su mano de mi barbilla. Su contacto me quemaba.
-También podrías haber venido para regodearte un poco de mí. Para dar la pincelada final a tu magnífica obra –repliqué.
-Con todo esto no haces más que demostrarme que estás celosa –dijo él.
Parecía que había disfrutado pronunciar la palabra «celosa», incluso sus ojos parecían desprender un brillo de triunfo.
Le di un empujón en el pecho, provocando que él me mirara un tanto alarmado por mi reacción. Recompuso su gesto socarrón en un segundo y me sujetó por las muñecas con firmeza, sin perder la sonrisa.
-Estás celosa –volvió a asegurarme.
Intenté deshacerme de él, pero Chase me sujetó con más fuerza. Menudo espectáculo estaba dando con aquellos gritos y chillidos, esperaba no atraer a nadie más al baño porque, de lo contrario, iba a ponerme muchísimo más nerviosa de lo que ya me encontraba en esos momentos.
-¿Y qué si estoy celosa? –le escupí, tirando más hacia atrás-. ¿Y qué?
Chase entrecerró los ojos.
-Únicamente quería demostrarte con eso cómo me he sentido yo esta mañana al verte con ese Monroe hablando –me respondió, con voz dura.
Inspiré por la nariz con fuerza cuando descubrí las verdaderas intenciones de Chase que se escondían tras todo aquel numerito. Me quedé inmóvil, mirándolo fijamente; tratando de encontrar algún gesto que me demostrara que me había mentido.
Estaba claro que Chase hablaba muy en serio.
Era incapaz de creerme que Chase hubiera montado todo aquello para vengarse de mí por haber estado hablando con Kyle.
Chase estaba celoso de Kyle.
Las piernas comenzaron a temblarme, como siempre me sucedía cuando me ponía demasiado nerviosa, y me apoyé sobre la pared del baño, sin apartar la vista de Chase.
-Será mejor que te lleve a casa –decidió él-. Pareces estar a punto de desmayarte…
Cerré los ojos un instante, intentando controlar la sensación de vértigo que parecía habérseme asentado en el estómago y que amenazaba con desbordarse en cualquier momento. Tenía razón: quería irme a casa en aquel preciso momento.
Asentí y Chase me soltó, con suavidad.
-Espérame aquí –me pidió-. Volveré en un segundo con todas nuestras cosas.
Volví a asentir y me deslicé hasta quedarme sentada en el suelo. Vi desaparecer a Chase por la puerta a toda prisa y me pregunté qué iba a decirles a mis amigas sobre por qué había decidido marcharme del instituto.
Cerré los ojos un instante y, apenas un par de segundos después, alguien me daba toquecitos en el hombro.
Era Chase de nuevo.
-Ya tengo todo –me informó, tendiéndome un mano-. Larguémonos de aquí antes de que alguien nos vea. Sería un poco violento que me vieran salir del baño de chicas, ¿no crees? –intentó bromear, sin conseguirlo.
Debí de quedarme durmiendo sobre el confortable, y ya conocido, asiento del coche de Carin porque, al abrir de nuevo los ojos, vi que Chase había aparcado frente a una casa que era idéntica a la mía pero que, para mi horror, no era mi propia casa. Su porche parecía más cuidado y había maceteros por toda la barandilla, además de un gracioso balancín para tres personas. Le dirigí una mirada interrogante a Chase. ¿Dónde demonios me había traído?
Él se encogió de hombros.
-Es mi casa –respondió a mi pregunta no formulada-. No podía dejarte sola en ese estado. Estás muy pálida, Mina. Demasiado.
Solté un suspiro y me llevé una mano a la frente. Hacía tiempo que no me sentía igual, pero estaba claro que, tarde o temprano, iba a regresar; pensaba haberme despedido de ella un par de meses después de la muerte de mi padre, pero estaba equivocada.
-No es nada a lo que esté acostumbrada ya, Chase –le dije-. Tengo anemia.
Chase le dio un violento golpe al volante y soltó una imprecación. Me quedé perpleja con su reacción: parecía como si le hubiera confesado que tenía una enfermedad incurable o estaba al borde de la muerte.
Cerré los ojos de nuevo cuando la sensación de vértigo apareció de nuevo y todo comenzó a nublárseme. Maldita anemia.
-Joder, Mina, podrías habérmelo contado –me respondió.
Abrí un poco los ojos para poder lanzarle una mirada fulminante. Oh, claro, porque había conseguido adivinar con mi bonita bola de cristal que, tras estos meses de tranquilidad, precisamente hoy iba a necesitar mis pastillas de hierro.
-No creí que fuera necesario –dije entre dientes-. Hacía mucho tiempo que no sufría un episodio como éste y…
-¿Y qué hubiera pasado si hubieras sufrido en medio del comedor un ataque o lo que sea que te dé por eso? –me espetó mientras salía con furia del coche, lo rodeaba y se plantaba en mi parte.
Me abrió la puerta de un tirón y me tendió la mano. Se la cogí y sentí que me fallaban las piernas; lo último que quería era caerme al suelo frente a Chase. Tal y como había sucedido en la fiesta del lago, sus brazos me rodearon antes de que llegara a rozar siquiera el suelo.
Eché la cabeza hacia atrás y solté un suspiro. No quería que los vecinos me vieran en brazos de Chase como si fuera un cadáver; sabía de primera mano que las quisquillosas vecinas del barrio no tardarían en hacer correr la voz si veían algo extraño. Aunque fuera fruto de su imaginación.
-Llévame a mi casa, por favor –le rogué-. No quiero ni pensar en lo que dirá la gente si nos ve…
-Me importa una mierda lo que opine la gente, Mina –me cortó abruptamente Chase.
«Pero, en cambio, sí que te importa lo que diga la gente del instituto si pudiera vernos», me dije interiormente mientras Chase subía las escaleras del porche conmigo aún en brazos y empujaba suavemente con el pie la puerta de la entrada. Quería convertirme en alguien diminuto en aquellos momentos…
¿Qué pasaría si estaba su madre y lo veía con una chica que no era Lorie en brazos? No quería ni imaginarme su reacción.
-¡Ya estoy en casa! –gritó Chase cuando avanzamos hacia el interior.
Me rebatí para que me bajara al suelo, pero él no cedió. Oía ruido en algún lugar, seguramente la cocina, y quería irme corriendo de allí. Miré la entrada de la casa de Chase con una mezcla de horror, vergüenza y curiosidad: aquella era la casa de Chase Whitman. El chico del que mi madre me quería mantener alejada por creer que habían sido él y su familia los causantes de la destrucción de mi familia.
Tuve que reconocer que la decoración me dejó completamente impresionada: me había imaginado un estilo mucho más antiguo y no tan moderno. Era incluso más bonita que la nuestra con todos esos muebles caobas y ese espejo de pie tan grande que había.
-¡Chase James Whitman, no puedo creerme que hayas decidido escaparte de clase otra vez! –respondió gritando una voz claramente femenina. Y enfadada.
Chase se encogió de hombros, con una sonrisa, y se dirigió conmigo al salón que estaba mucho más ordenado e iluminado que el mío. Me dejó sobre un enorme chaisse-longue bastante moderno de color negro y se sentaba a mi lado, colocando los pies encima de una mesita rectangular baja donde había infinidad de revistas.
-¡Una compañera se ha puesto enferma y, como no había nadie en su casa, me he ofrecido a traerla aquí! –se excusó.
Le dirigí una mirada asustada antes de oír los rápidos pasos de su madre dirigiéndose hacia el salón.
Aquel era el final.
Cuando su madre entró en el salón por la otra puerta, que seguramente llevaba a la cocina, pensé en fingir un desmayo. Era idéntica a Chase, pero un poco más pequeñita y con los cabellos de un rubio mucho más oscuro que el de su hijo.
Pero su mirada era idéntica a la de Carin: sus ojos marrones me estudiaron con lentitud mientras Chase había conseguido el mando de la televisión y se disponía a encenderla, con toda la tranquilidad del mundo. ¡Como si su madre no estuviera haciéndome un riguroso examen como si fuera una cobaya!
-Chase –dijo en un tono que parecía ser universal en todas las madres: mitad aviso, mitad bronca-. ¿No nos vas a presentar, al menos? Es lo mínimo que podrías hacer tras traerla a esta casa.
No lo dijo con acritud, pero yo bajé la mirada inmediatamente. Estaba avergonzada.
-Mamá, ella es Mina Seling, vive en el barrio –me presentó Chase con un tono aburrido-. Mina, ella es mi madre, Imogen Whitman.
Miré a la madre de Chase y esbocé una diminuta sonrisa.
-Un placer conocerla, señora Whitman –la saludé.
Su madre me devolvió la sonrisa. Una auténtica sonrisa cargada de cariño y respondió:
-Igualmente, Mina. Espero que el idiota de mi hijo haya tenido la deferencia, al menos, de ir a una velocidad normal –le dirigió una mirada enfadada a Chase, que parecía absorto en la televisión.
-Sí, mamá –respondió Chase sin apartar la vista de la pantalla-. He conducido como una abuelita para traerla aquí, ¿contenta?
La señora Whitman se me acercó y me puso ambas manos en mis mejillas, que comenzaron a arder inmediatamente. Sus ojos, que eran de un tono similar al chocolate con leche, me escrutaron el rostro. Chasqueó la lengua y di un pequeño respingo que, recé, no hubiera oído.
-Está muy pálida –le comentó a Chase y se volvió hacia mí-. Estás muy pálida, querida.
-¿Por qué no le preparas uno de tus fastidiosos tés? –propuso Chase, que ahora me miraba fijamente.
Su madre intentó darle un golpe con una de las revistas, pero él consiguió esquivarlo con un simple movimiento de cabeza.
-¡Tu padre no hubiera permitido que me hablaras en ese tono, jovencito! –le gritó, enfadada.
Chase entrecerró los ojos y fulminó a su madre con la mirada.
-Mi padre no hubiera dejado que pasara Mina siquiera a casa –le espetó, con odio-. Ni eso, ni mucho más.
Me encogí de forma inconsciente, como si mi instinto hubiera tomado las riendas, y me quedé mirando a Chase y a la señora Whitman, que se miraban el uno frente al otro, dispuestos a continuar con la discusión a pesar de estar allí en medio.
La madre de Chase lo señaló con el dedo índice, de forma amenazadora.
-¡No vuelvas a hablar así de tu padre! –exclamó.
Era incapaz de imaginarme a aquella mujer en la misma situación que mi madre, dejando abandonados a sus hijos; rebosaba de energía y vitalidad. No era como mi madre. No se parecían en nada.
-¡Mi padre está mejor muerto! –gritó entonces Chase-. ¡Sin él estamos mucho mejor! Él es el culpable de todo lo que nos ha pasado, ¡de todo!
Se me escapó un quejido cuando la mano de la señora Whitman chocó contra la mejilla de su hijo. Cuando Chase miró de nuevo a su madre, de su garganta brotó un sonido que no parecía humano. Sin embargo, ello no amedrentó a la señora Whitman; miró a su hijo con rabia contenida.
Fue entonces cuando cayó en la cuenta de que no estaban los dos solos. Su mirada se clavó en mí y tragué saliva, horrorizada.
Cuando Chase me miró, vi que sus ojos se habían vuelto completamente carmesíes y que respiraba entrecortadamente.
-Sube ahora mismo a tu cuarto, Chase –le ordenó la señora Whitman-. Yo me encargaré de ella.
Chase se puso en pie y, antes de marcharse, me dedicó una última mirada. Sus ojos habían vuelto a la normalidad, negros, pero los tenía brillantes y llenos de preocupación y… horror. Desapareció por la puerta por la que me había traído sin mediar palabra y únicamente oí el sonido de su puerta al cerrarse.
Miré a la señora Whitman y vi que me sonreía amablemente, como si no recordara lo que acababa de ver.
-Los jóvenes de hoy en día tenéis mucho temperamento –sonrió-. Es difícil lidiar con vosotros en algunas ocasiones.
Me guió hacia una espaciosa cocina y me hizo sentar sobre un taburete mientras ella recorría todos los armarios, abriéndolos y cerrándolos, sin encontrar lo que buscara. Me dediqué a seguirla con la mirada, consciente de que todo lo que había visto era normal. Los padres discutían con sus hijos; Chase estaba resentido con su padre y se lo había dejado claro a su madre. Y ella le había abofeteado…
Metí la cabeza entre mis manos, sintiendo que todo me daba vueltas de nuevo. La experiencia en el baño y en aquella casa se habían unido para darme un fuerte dolor de cabeza. Rezaba por no vomitar allí mismo.
La madre de Chase me puso una taza delante y me sonrió de nuevo. Parecía querer hacer ver que todo iba bien.
-Es un té especial, cielo –me explicó-. Te ayudará a disminuir el dolor de cabeza y te hará que mejores.
Le eché un vistazo de reojo al interior de la taza, donde una bolsita casera de té estaba llena de hierbas que desprendían un fuerte olor dulzón, y volví a mirar a la cara a la señora Whitman, que parecía estar esperando pacientemente a que le diera un sorbo a su té casero.
Cogí con las manos temblorosas la taza y me la acerqué lentamente a los labios. La señora Whitman volvió a sonreírme para infundirme ánimos y le di el primer sorbo.
Tenía que reconocer que no estaba tan mal como esperaba, pero el sabor se me pegaba al paladar. Dejé la taza sobre la encimera y la señora Whitman me indicó que volviera a beber de ella.
-Tienes que bebértelo entero para que funcione, tesoro –me explicó, guiñándome un ojo.
La obedecí y vacié de un trago el resto del contenido; la señora Whitman cogió la taza con una sonrisa de satisfacción en la cara y noté que algo no iba bien. La vista se me había comenzado a nublar y sentía la boca pastosa… Intenté decirle a la madre de Chase que algo me estaba pasando, pero la boca no me obedecía.
Un profundo sopor se apoderó de mí, atrayéndome a sus dulces garras. Me sentía cansada, demasiado cansada.
Después, todo se volvió negro.
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