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XI.

Mientras veía la televisión en el salón, completamente ajena a la conversación que mantenían mi madre y mi hermana a mi lado. Desde que había bajado de nuevo, me había mantenido en el más completo silencio, sin dirigirle la palabra a mi madre. Estaba molesta por el hecho de que mi propia madre me estuviera ocultando cosas. Tampoco ayudaba que Chase se hubiera mostrado tan esquivo con sus respuestas.

Me crucé de brazos, incapaz de poderme concentrar en lo que veía. Eran demasiadas las cosas que tenía en la cabeza como para poder centrarme en la televisión.

-Mina… ¡Mina! –el grito de mi hermana me sobresaltó y me giré hacia ella, con el corazón latiéndome con fuerza.

-¿Qué? –inquirí, de malas formas.

-Es tu amiga Grace –respondió, torciendo el gesto-. Dice que te ha estado llamando al móvil y que no contestabas. Ahora mismo está por el teléfono, en la cocina.

Me levanté de un brinco y me dirigí a toda prisa a la cocina. No había nadie, por lo que podría hablar con más libertad; cogí el teléfono.

-¿Grace? –dije, con un hilillo de voz.

Oí un suspiro de alivio al otro lado de la línea.

-¡Gracias a Dios que he podido dar contigo! –exclamó, con ligero tono de enfado-. Te he estado llamando, ¿sabes? Pensaba que te había pasado cualquier cosa, ¡me tenías preocupada!

-Estaba cansada, Grace –mentí-. Y además, no tenía el móvil a mano. Lo siento.

Grace chasqueó la lengua.

-Ya me ha comentado tu hermana que estabas muy rara –me sorprendió que mi hermana le hubiera comentado eso. Incluso que se hubiera dado cuenta de que estaba distraída-. ¿Va todo bien?

Esbocé una media sonrisa que Grace no pudo ver. Grace y su manía de preocuparse por todos, en vez de pensar en ella misma en algunas ocasiones; Grace, la adolescente que actuaba como una madre… Su noto demostraba que estaba claramente preocupada por mí y que no iba a parar hasta que supiera la verdad. Una verdad que ni yo misma sabía.

-Estoy bien, Grace –mentí de nuevo-. Hoy estoy… distraída, nada más.

-Richard me ha invitado esta tarde a ir a su casa –me comentó Grace, mucho más alegre con ese tema-. Estarán sus amigos y me ha pedido que os invite a vosotras. ¿Qué me dices? Es un buen plan y te ayudará a relajarte.

Recordé que Kyle Monroe, uno de los amigos de Richard, me había comentado algo al respecto. Y que yo había aceptado. Más o menos. Le había dicho que lo hablaría con mi madre y, puesto que ahora estaba enfadada con ella por su esquivo silencio, no podía hacerlo. Pero, a fin de cuentas, el hecho de que no me hablara con mi madre significaba que podía hacer lo que quisiera dentro de unos límites. Y salir con mis amigas estaba dentro de ese límite.

Aun así me quedé un par de segundos en silencio, como si estuviera pensándome bien la respuesta.

-Me parece una idea estupenda, Grace –acepté al final.

-¡Estupendo! –gritó con energía-. Caroline y yo estaremos a las siete en tu casa, ¡así que no nos hagas esperar!

Le prometí que iba a tenerlo todo listo antes siquiera de que llegaran y colgué, sintiéndome un poco culpable por haber aceptado sin tan siquiera consultárselo realmente a mi madre. El episodio de la cocina se repetía una y otra vez en mi cabeza, al igual que la conversación que había escuchado a escondidas.

Que mi madre estuviera en algún tipo de consejo, uno bastante importante dentro del pueblo, me tenía intrigada. Y más aún que tuviera potestad para poder echar a los Doce del instituto. «Pero ellos también necesitan adaptarse», recordé las palabras de mi madre. ¿Adaptarse en qué? ¿Y si estaban en algún tipo de programa como el de protección de menores?

Pero eso no podía ser. Esos chicos llevaban en el pueblo desde siempre, habían nacido allí. Al igual que sus padres, y los padres de sus padres…

Pertenecían al pueblo tanto como cualquiera. No eran ningunos forasteros.

Quizá mi padre supiera lo que pasaba con ellos. Quizá tuviera algún tipo de prueba en su despacho…

La bombillita se me iluminó y me dio una nueva idea: colarme en el despacho de mi padre que estaba cerrado a cal y canto porque mi madre nos había prohibido, desde siempre, pasar. Y el hecho de que mi padre muriera hizo que mi madre terminara cerrando de forma más que definitiva la habitación.

Tenía que encontrar la llave para poder abrir la puerta y poder entrar en el despacho. Era posible que no encontrara nada y que fuera una pérdida de tiempo, pero era mi única oportunidad. La única idea que se me había ocurrido para intentar saber de qué iba todo aquello.

Sin embargo, tendría que preparar un buen plan para poder proceder, ya que mi madre podría darse cuenta y eso significaría que: a) me comería un gran castigo y b) cambiara las llaves de sitio y, además, tendría un gran castigo. Las dos opciones eran muy posibles y, tras la discusión que había mantenido con mi madre, ella aumentaría su vigilancia conmigo.

Además, tendría que dejar el plan para luego.

Mis amigas se presentaron puntualmente a la hora acordada. Yo había conseguido ducharme y vestirme en un tiempo récord, así que ya estaba preparada y esperándolas incluso antes de que decidieran llamar a la puerta.

Mi madre se quedó mirándome fijamente mientras me repasaba el peinado frente al espejo de la entrada. Su gesto era enfadado y estaba segura de que pronto iban a llegar los gritos. Qué bonita estampa para cuando llegaran mis amigas. Inolvidable.

-¿A dónde crees que vas, Mina? –inquirió mi madre desde el sofá, donde estaban mis dos hermanos, mirándome con curiosidad.

-Con mis amigas –me limité a responder. No creía que necesitara más detalles.

-¿Con tus… amigas? –repitió y vi que tenía un brillo desconfiado en la mirada. Después de la discusión de esa misma mañana, estaba claro que creía que me iba a escapar para ver a Chase o algo parecido.

Alguien llamó en aquel preciso momento a la puerta y la señalé con el pulgar, con una sonrisa de triunfo. Cuando abriera la puerta y mi madre comprobara que no le había mentido y que aquella desconfianza se basaba en una historia que había creado su propia mente, seguramente me pediría disculpas y me dejaría un poco más de espacio. Puede incluso que consiguiera que se olvidara del tema de Chase Whitman.

Al abrirles la puerta, Grace y Caroline entraron con timidez a la entrada y se asomaron al salón, donde mi madre las miró con sorpresa.

Ellas esbozaron su mejor sonrisa: era la primera vez en mucho tiempo en las que le pedía que vinieran a mi casa. Normalmente ponía cualquier excusa para evitar que sucediera, pero ya no había motivo alguno para hacerlo: mi madre parecía completamente recuperada y mi familia se parecía a la que había sido en el pasado… solamente faltaba mi padre.

-¡Buenas noches, señora Seling! –la saludaron al unísono Grace y Caroline.

Le dirigí a mi madre una mirada de «te lo había dicho» antes de largarme de allí, del brazo de mis dos amigas.

El impresionante descapotable negro nos aguardaba a la entrada. Al ver mi rostro de sorpresa y admiración, Caroline se echó a reír mientras enroscaba su brazo en el mío y tiraba de Grace y de mí hacia su coche nuevo. Sin duda alguna, ese coche superaba con creces al viejo Volkswagen que había perecido un par de semanas antes.

Caroline se deslizó sobre su asiento y nos sonrió, imitando a Reece Douglas cuando ella lo hacía desde su descapotable. Dio un par de palmaditas en el asiento del copiloto, invitándonos a subir.

-No recordaba que tú no habías visto a mi nuevo pequeñín, Mina –dijo, con alegría-. Te presento a mi pequeño Lexus IS C –paladeó el nombre del modelo como si fuera un rico manjar.

Grace se subió a la parte trasera y me miró, con los ojos brillantes. Desde que salía con Richard, se la veía más alegre y su habitual gesto hosco parecía haber desaparecido, suavizando sus facciones y dándole una apariencia mucho más juvenil y dulce. Me pregunté si yo también habría cambiado o si tendría el mismo gesto cabizbajo y ausente de siempre.

Me subí al asiento del copiloto y Caroline arrancó el coche con una risita. Me recordó aquel viaje al que había hecho con Chase en su moto.

Cerré los ojos y no los abrí hasta que Caroline frenó delante de la casa de Richard, que estaba muy cerca de donde vivían los Bruce.

Caroline silbó por lo bajo cuando contempló la imponente casa donde vivía Richard; no era tan ostentosa y llamativa como la de los Bruce, pero transmitía ese aire de familia rica que compartía con todas aquellas casas de la zona.

-Impresionante –comentó Caroline, mientras bajábamos del coche-. Sin duda alguna la familia Doyle tiene muy buen gusto.

Grace soltó una extraña risita, ahogada, y nos dirigimos hacia la puerta. Caroline fue la encargada de llamar al timbre y, cuando sonó, me empezaron a temblar las piernas sin motivo alguno. No era que Richard me cayera mal… pero había algo ahí que me ponía nerviosa. Tenía una extraña sensación.

Max, con una amplia sonrisa y un refresco en la mano, fue quien nos abrió la puerta. Se nos quedó mirando unos segundos antes de reaccionar e invitarnos a pasar atropelladamente, provocando que Caroline esbozara una diminuta sonrisa de satisfacción.

Según nos explicó, los padres de Richard casi siempre estaban en largos viajes por trabajo y que, por eso, Richard siempre les pedía que se quedaran con él: la casa era demasiado grande y solitaria para él solo. La entrada era enorme y bastante iluminada, contando con los pálidos colores que decoraban toda la estancia; Max nos guió hacia el fondo de la sala, donde había una puerta que debía bajar al sótano.

Conforme descendíamos, se oían más alboroto y gritos. Es como si hubieran montado una fiesta en aquel lugar. Max le dio otro trago a su refresco y comentó:

-El sótano es impresionante, os va a encantar.

Cuando entramos al sótano, todas tuvimos que ahogar un grito de asombro: el sótano de Richard Doyle era más amplio que cualquier otro sótano que hubiera visto. Se podía ver que estaba separado como si fuera un piso: tenía una zona de cocina, donde se veían electrodomésticos propios de ellas; había un amplio sofá y una pantalla de televisión enorme, donde estaban sentados Richard y Logan, gritándose acaloradamente mientras en la televisión se veía que habían perdido… ¿la batalla?; en uno de los rincones, finalmente, había una cama con dosel. Las paredes y estanterías estaban repletas de trofeos, maquetas de coches y aviones, además de pósters de distintos deportivos.

La típica habitación masculina.

Kyle, que estaba en un rincón leyendo, levantó la vista al vernos aparecer y nos saludó con una amplia sonrisa. Richard y Logan tardaron en fijarse en nosotras pero, cuando Richard se encontró con la mirada de Grace, se levantó de un salto y se acercó para abrazarla.

Me mordí el labio, con desasosiego. Habían empezado a salir un par de semanas después de la fiesta y ambos parecían estar felices el uno con el otro, alegres de poder verse de nuevo. Al principio, cuando Grace nos contó que lo había conocido en la fiesta, pensé que no iban a congeniar, que no estaban hechos el uno para el otro; estaba claro que me había equivocado. Pero siempre había pensado que a Grace no le habían llamado la atención chicos como Richard Doyle…

En cierto modo, algo parecido me había sucedido a mí: siempre había ignorado y evitado a los Doce, pero Chase había conseguido traspasar esos muros que había creado. Me había demostrado que estaba equivocada.

-¡Eh, chicas! –nos saludó Logan, moviendo la mano-. ¿Por qué no os echáis una partida al Call of Duty? Estoy seguro de que os va a gustar.

Dejamos a Grace con Richard y nos acercamos al sofá. Logan se apartó un poco para que cupiéramos los tres y nos pasó un mando; Caroline y yo nos miramos entre nosotras, debatiéndonos quién debía cogerlo.

Kyle no perdía de vista lo que nos sucedía. Incluso sonreía con diversión.

Logan lo agitó levemente, con impaciencia.

-Vamos, no tengo todo el día –nos apremió-. Y estos chicos, tampoco.

Finalmente, cogí yo el mando y Caroline me cambió su sitio para que pudiera moverme con más libertad. Logan me explicó los movimientos básicos y los botones que tenía que tocar; tras su breve clase sobre videojuegos, Logan volvió a clavar su atención en la pantalla y tragué saliva. Aquello iba a ser un completo desastre.

Empezamos a jugar y Logan comenzó a pulsar frenéticamente los botones de su mando. En un principio, me quedé sin saber qué hacer, completamente bloqueada, hasta que intenté imitar a Logan y su frenética acción.

-¡Por Dios, Mina, dale! –me gritaba Logan-. ¡Dispara, dispara! A tu izquierda… ¡No, a tu izquierda! ¡Muere, muere, muereeeeeeeeeeee! –gritó, pulsando como loco un botón e inclinándose hacia la pantalla.

Intenté obedecerle y, en el último segundo, conseguí darle al último de los objetivos que nos quedaban por eliminar. Logan soltó de golpe el mando y estalló en alaridos de felicidad, mientras Caroline y yo brincábamos en nuestro sitio y nos mirábamos de nuevo, sin saber muy bien qué hacer en ese tipo de situación.

Me puse rígida de forma involuntaria cuando Logan me atrapó entre sus escuálidos brazos, dándome un fuerte abrazo.

-¡Hemos ganado! –exclamó, con júbilo-. ¡Esta chica tiene un don con los videojuegos! ¿Lo has visto, Max? Es incluso mejor que tú –se burló.

El aludido le dedicó un obsceno gesto con su dedo corazón, pero sonreía. Estaba claro que no era la primera vez que se decían aquel tipo de cosas y era obvio que Logan se lo había dicho con guasa. Miré a Kyle y vi que estaba sonriendo tras la revista que estaba leyendo.

-¡Eh! ¿Dónde se ha metido la pareja del año? –se interesó Max.

-Seguramente le esté enseñando la mansión –respondió Kyle, con un bostezo-. Una larga visita guiada para la señorita Donovan.

El móvil comenzó a vibrarme en el bolsillo y pensé en ignorarlo. Sin embargo, algo me hizo que lo sacara y mirara la pantalla: Chase. ¿Por qué demonios me llamaba a esas horas? Estaba dolida por su pasividad y por su hueca respuesta respecto al tema de mi padre. Estaba enfadada con él, podría no cogerlo y fingir que no lo había escuchado, continuando la partida con mis amigos. Podría hacerlo. Debería.

Pero no pude. Algo en mi interior insistía en que debía contestar, que quizá fuera importante. Quizá había decidido decirme una verdad. La verdad.

Me puse en pie, ante la atenta mirada de Kyle y me disculpé y subí a la planta baja para poder hablar con más tranquilidad y sin que nadie pudiera oírnos.

Apoyé la espalda en una de las paredes y descolgué.

-¿Qué quieres? –pregunté, quizá con más fiereza de lo que quería.

-Saber qué tal estabas –respondió la voz de Chase al otro lado de la línea. Parecía preocupado.

-Como puedes comprobar, estoy perfectamente –repuse, con frialdad-. Y, ahora, si me disculpas, tengo cosas que hacer.

-¿Cosas como estar en casa de Richard Doyle? –inquirió, con voz dura-. ¿Te estás divirtiendo?

Su pregunta. El hecho de que supiera dónde me encontraba exactamente, hizo que me pusiera más furiosa aún. Cerré los ojos con fuerza, intentando tranquilizarme. Era muy posible que mi enfado no era culpa de Chase… o de mi madre. Pero, en aquellos momentos, su negativa a decirme la verdad se impuso.

-Lo cierto es que sí, gracias. ¿Algo más o vas a seguir mintiéndome para alargar la conversación? –pregunté, destilando ira por cada una de mis palabras.

-Yo no te he mentido, Mina –siseó-. He sido sincero contigo. ¿Qué te pasa?

Apreté los ojos con fuerza y cogí aire. Aunque siguiera defendiendo que había sido sincero conmigo, que no me había mentido… algo me decía que no era cierto. Chase me escondía algo y yo quería descubrir qué era. Por mucho daño que me causase descubrirlo. Intenté controlar mi voz cuando respondí.

No funcionó.

-Estoy cansada –dije-. Muy cansada…

Oí cómo alguien subía a toda prisa por las escaleras y me quedé paralizada. ¿Debía moverme o quedarme allí, fingiendo que estaba hablando con alguien que no fuera Chase Whitman? La cara de Kyle se asomó por la puerta y me dedicó una amplia sonrisa. Parecía que únicamente sabía sonreír.

-¿Todo bien, Mina? –me preguntó-. Te echábamos en falta ahí abajo y me han enviado a buscarte. Temían que te hubieras unido al tour –bromeó.

Aún con el teléfono pegado a la oreja, pude oír con claridad cómo los dientes de Chase rechinaban. Tenía que reconocer que, el hecho de que Chase se hubiera puesto celoso al oír la voz de Kyle me alegraba un poquito. Pero solamente un poco.

Le dediqué una media sonrisa a Kyle para tranquilizarlo.

-Estoy hablando con mi madre –dije-. Bajo en un momento.

Kyle levantó los pulgares y volvió de nuevo abajo.

-¿Ése era Kyle Monroe? –inquirió la voz de Chase al otro lado de la línea. Parecía muy enfadado-. ¿Qué coño pinta ahí Kyle Monroe?

-Es amigo de Richard –respondí-. Es normal que esté aquí.

-No me gusta –replicó-. Parece… parece que esconde algo.

Esbocé una sonrisa irónica que Chase no pudo ver.

-Entonces no es algo nuevo con lo que pueda lidiar –respondí.

-Sigues obcecada en algo que no es cierto, Mina –insistió, con voz cansada.

-Nos veremos el lunes en clase, Chase –dije en voz baja, a modo de despedida.

Colgué sin esperar a que Chase respondiera y volví a bajar. Caroline había ocupado mi lugar enfrente de la pantalla de la televisión e intentaba disparar mientras Logan le gritaba órdenes, exasperado. Max estaba sentado en uno de los brazos del sofá, observando cómo jugaban y Kyle había regresado a su lectura.

Sin apartar la mirada de la televisión, Caroline me preguntó:

-¿Tu madre?

Parpadeé varias veces, procurando controlar el tono de mi voz, y respondí, con toda la naturalidad posible:

-Quería asegurarse de que recordaba a qué hora tenía que volver a casa.

Con mi respuesta, Caroline despegó la vista de la televisión y me dedicó un encantador mohín, poniendo morritos.

Sabía lo que significaba eso.

-Pero nos quedaremos aquí un poquito más, ¿verdad? –dijo, con voz lastimera-. Estoy empezando a cogerle el tranquillo a este juego y puedo hablar con tu madre cuando volvamos. Le diré que ha sido culpa mía.

El enfado que tenía con mi madre y con Chase hicieron que mi decisión fuera la que buscaba Caroline y no la que hubiera elegido yo en otro tipo de situación. Además, ¿qué más daba? No estaba con Chase, si era lo que le importaba a mi madre realmente. Mi impulso de responderle lo que le había dicho, sugiriéndole que quizá intentaría trabar amistad con Chase Whitman, había hecho que consiguiera ponerla en guardia, vigilante.

No iba a permitir que me acercara a él. Aunque eso supusiera convertirse en una madre controladora. Todo lo contrario de lo que había sido anteriormente. Y todo por mi estupidez.

Me dejé caer sobre el sitio vacío del sofá y Kyle se me acercó, mientras Max ocupaba su lugar y comenzaba a leer una revista sobre coches.

Le dediqué una media sonrisa mientras él se sentaba sobre el brazo del sofá y me dedicaba un guiño.

-Creo que el tour se está alargando demasiado –comentó.

Logan pausó el videojuego y le dedicó una sonrisa cómplice. A Max se le escapó una risotada.

-Espero que no hayan pasado por la habitación de los padres de Rick –respondió Logan y todos se echaron a reír ante la mirada atónita que nos dirigimos Caroline y yo.

El lunes siguiente, cuando llegamos al instituto en el coche de Caroline (le había exigido a mi madre que me dejara volver a mi antigua rutina), sentí una presión en el pecho, como si algo fuera mal. Mis ojos se movieron involuntariamente buscando el coche de Carin, pero no vi por ningún lado el impresionante BMW.

Un tanto abatida, seguí a mis amigas, que no paraban de parlotear sobre lo que había sucedido o no en casa de Richard. En aquellos momentos, Caroline le estaba contando que había descubierto su pasión por los videojuegos, en especial por los que tenían relación con armas, drogas o, en general, violencia.

Me senté de golpe en mi asiento mientras mis amigas continuaban con su parloteo, completamente ajenas a mi malhumor. Chase, para mi alegría o desgracia, aún no había llegado.

Quizá eso significaba esa opresión en el pecho: que Chase no iba a aparecer por el instituto en todo el día.

Kyle Monroe, para mi sorpresa, ocupó el sitio vacío de Chase y me dedicó otra de sus sonrisas. Dentro de poco tendría que empezar a clasificarlas, ya que era lo único que hacía: sonreír.

-Creo que tu compañero hoy no va a hacerte el honor de venir a clase –comentó, como si no tuviera importancia.

Pero, en este caso, sí que tenía importancia. Para mí.

Bajé la mirada y comencé a sacar mis cosas, procurando no pensar en lo que había dicho Kyle. Tenía que fingir que no me importaba. Además, ¡yo estaba enfadada con Chase! Debía mantenerme firme.

-Entonces tendré un día tranquilo –respondí.

-Lamento decepcionarte –repuso otra voz que reconocí al instante.

Kyle miró a Chase con una mezcla de sorpresa y odio. Chase le dirigió una irónica sonrisa y se apoyó en su pupitre. Yo me mantuve en mi sitio, de brazos cruzados y mirando a Chase fijamente. Él ni siquiera se dignó a devolverme la mirada.

Imbécil.

-Por cierto, estás en mi sitio –prosiguió Chase.

Kyle bajó la mirada hacia la silla y después volvió a clavarla en Chase, que mantenía su sonrisa irónica.

-Fuera –le espetó Chase y Kyle se apresuró a levantarse y largarse a su sitio, no sin antes propinarle un fuerte empujón en el hombro al pasar a su lado.

Chase le dirigió una mirada que no auguraba nada bueno y ocupó su asiento. Fingí que no había estado atenta a lo que había sucedido entre Kyle y Chase y empecé a ojear mi libro de forma distraída.

-¿Voy a tener que encontrarme esta escena cada mañana? –me preguntó directamente a mí.

Desvié la mirada de mi «interesante» lectura con el libro de Historia y la clavé en él. Incluso me permití enarcar una ceja para darle más realismo a mi reacción sorprendida e inocente.

-¿Te ha molestado que mi amigo venga a intentar mantener una agradable conversación conmigo? –repuse, con amabilidad. Como si no supiera a qué venía toda aquella escenita.

La mirada que me dirigió fue heladora.

-Me ha molestado el hecho de que se acercara demasiado a ti –respondió, con demasiada fiereza. Incluso sonó un tanto posesivo.

Me eché un poco hacia atrás y luego rectifiqué mi postura: no iba a dejar que esa respuesta, y su tono, consiguieran amedrentarme. ¡Tenía que imponerme, demostrarle que era mucho más fuerte de lo que parecía! Quería eliminar a la pobre huerfanita de padre que bajaba la mirada y empezaba a tartamudear cuando se le hacía una pregunta sobre la muerte de su padre.

Recé para que nadie estuviera atento a nuestra conversación. Si llegara a correrse el rumor y llegaba a los oídos de Lorie… No quería ni imaginarme los posibles resultados que tendrían lugar entonces.

Esbocé una sonrisa torcida.

-Tú no eres mi dueño, Chase –le advertí, en voz baja-. Puedo hablar con quien quiera y cuando quiera. Al igual que tú.

Las cejas de Chase se bajaron hasta que casi se tocaron.

-Me estás castigando por algo que crees que he hecho –me acusó, no sin razón-. Pero te estás equivocando conmigo, Mina. Te dije la verdad y te la digo ahora: no teníamos nada que ver con tu familia…

Se giré bruscamente hacia delante justo en el momento en el que Grace se giró para poner los ojos en blanco mientras Logan charlaba animadamente con Caroline. La mirada cómplice que me dedicó Grace era más que obvia: aquello podría significar el nacimiento de otra parejita.

Le saqué la lengua de forma burlona antes de que entrara el profesor Sharpe en el aula y todos nos sumiéramos en nuestro habitual sopor mientras él proseguía con su fascinante (para él) relato sobre la Guerra de la Secesión.

Oí que Chase soltaba el aire bruscamente por la nariz, evidentemente molesto por haberlo cortado de aquel modo.

Mientras proseguía con mi intento en vano de seguir las enseñanzas del profesor, algo rozó mi codo, llamando mi atención: Chase había deslizado sutilmente un trozo de papel hacia mi mesa mientras él tenía la vista clavada en el profesor Sharpe, fingiendo prestarle atención.

Con todo el disimulo posible, cogí la nota y la leí atentamente.

Esta tarde, en mi casa. Iré a por ti.

Abrí mucho los ojos debido a la sorpresa y arrugué la nota para guardármela rápidamente en el pantalón que llevaba. Chase asintió imperceptiblemente, como si, con aquel gesto, quedara sellada su promesa.

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