VII.
A la mañana siguiente me desperté cargada de optimismo. Parecía como si hubiera retrocedido en el tiempo y papá aún seguía vivo; me acerqué a Percy y lo observé durmiendo durante unos segundos. Recordaba lo bien que nos lo habíamos pasado anoche, viendo una antigua película de comedia, siendo los que habíamos sido alguna vez. Incluso Avril se había mostrado amable y no había hecho ningún comentario insidioso sobre nosotros.
Tío Henry y mamá se habían quedado boquiabiertos al vernos en esa estampa tan «familia feliz». Ambos se habían quedado paralizados en la puerta del salón, mirándonos con los ojos desorbitados de la estupefacción mientras nosotros nos mirábamos entre sí, con una sonrisa cómplice.
No quería darme un buen golpe con la realidad, pero no podía evitar sentirme por una vez en mucho tiempo… feliz.
Dejé a Percy durmiendo un poco más mientras me dirigía al cuarto de mi hermana. Tenía la puerta entreabierta, algo muy raro desde que papá murió y decidió atrincherarse en su habitación como si fuera un búnker, así que decidí asomarme un poco: Avril dormía con la cabeza oculta tras la almohada y con sus piernas desnudas despatarradas sobre la cama, por encima de las mantas.
-Avril –la llamé y ella respondió con un gruñido que sonó a «¿qué demonios pasa ahora?», aunque no estaba muy segura.
Me adentré un poco más dentro de su espacio privado y tuve que ir sorteando, como si se trataran de minas anti-persona, la multitud de prendas y objetos que cubrían el suelo de su habitación. Le retiré un poco la almohada de la cara y sus ojos me fulminaron, aunque no lo hizo de la forma en que estaba acostumbrada a hacerlo.
A pesar de lo que dijo de mí delante de su amiga Stacy, lo cierto es que el enfado se me había pasado de golpe cuando Chase me había contado sus problemas con Lorie, su familia y cuando le había dicho que quizá este viernes podríamos salir. Sabía que era una completa locura y que, de vernos alguien, podríamos tener muchos problemas.
Pero, por un instante, todo aquello no me importó en absoluto.
-Vamos, oso perezoso, arriba –le dije.
Mi hermana se tapó la cara con las manos y soltó un gemido ahogado.
-Oh, por Dios, ¿por qué habéis abducido a mi hermana y qué me habéis dejado en su lugar?
-Lamento defraudarte, Avril, pero sigo siendo tu hermana. Y tu hermana te ordena que te pongas a trabajar –repuse-. Venga, ¡levántate!
Mi hermana me dedicó un gesto nada cariñoso con el dedo corazón y se puso en pie. Soltó un gran bostezo y me hizo un gesto para que me apartara de su camino; me retiré un poco y la seguí mientras ella cogía prendas al azar del suelo y se dirigía al baño.
Antes de cerrar la puerta, se giró para mirarme.
-Te espero en diez minutos abajo –le advertí, señalándola con el dedo índice-. Levanta a Percy por mí, ¿quieres?
-Como quieras, hermanita –aceptó Avril, bastante dócil, y soltó otro largo bostezo.
Cerró la puerta tras ella y bajé hasta la cocina, dispuesta a preparar el desayuno. Al ver a mi madre allí, completamente arreglada y terminando de preparar el desayuno, me quedé gratamente sorprendida. Ella me vio y, mientras me hacía un par de señas para que me acercara, me brindó una tímida sonrisa.
Me mordí el labio y la estudié. Bajo una gruesa capa de maquillaje, se escondía la misma mujer que había sido desde la muerte de papá; sin embargo, el hecho de que estuviera haciendo ese gran esfuerzo por nosotros era encomiable. Era como si, con ese gesto, quisiera decirnos que estaba haciendo un gran esfuerzo para que volviéramos a ser, o al menos intentarlo, la familia que habíamos sido.
Me senté en el taburete que estaba más cerca de ella y recordé que eso era lo que hacía cuando era niña: me sentaba ahí y observaba a mi madre mientras ella terminaba de hacer sus tareas. Después, la ayudaba a preparar la mesa y subía a despertar a mis hermanos.
Pese a ello, me sentí un poco inquieta por todo ese cambio. Desde hacía tiempo había logrado establecer una serie de reglas y rutinas que llevaba repitiendo desde que papá murió; que mamá decidiera introducirse me descolocaba todos mis planes.
Decidí arriesgarme y preguntarle a qué venía todo eso.
-¿Qué significa todo esto? –le pregunté.
Mi madre levantó la vista de la sartén y clavó sus ojos azules en los míos.
-No te entiendo –su mirada la delataba: me estaba mintiendo.
Hice un gesto que abarcaba toda la cocina y después la señalé a ella.
-Llevas mucho tiempo… diferente, cambiada –le expliqué-. ¿Qué es lo que te ha hecho cambiar de opinión?
Sus ojos se volvieron como si estuvieran hechos de hielo y supe que no debería haber ido por ahí. No debía haberle recordado de aquella forma que nos hubiera dejado solos, abandonados y subsistiendo como podíamos.
-Soy vuestra madre, Mina –respondió-. Cuando papá murió… sentí que se me venía el mundo encima, fue todo tan inesperado… Le quería tanto. No quería creer que se hubiera ido. Que me hubiera dejado sola.
»Pero me he dado cuenta, quizá demasiado tarde, que debo seguir adelante. Que tengo que luchar por lo único que me queda de Tim: vosotros.
Sus palabras, cargadas de dolor y rabia, me provocaron un nudo en la garganta. Me había centrado en el dolor de mis hermanos y en el mío propio, pero jamás me había preocupado de hablar con mi madre, de saber qué es lo que le sucedía. Era obvio que había estado todo aquel tiempo escudándose en su dolor, lejos de nosotros.
Que hubiera decidido salir de su burbuja y hablarme con tanta claridad… bueno, esperaba que pudiera significar cosas buenas.
Y, aunque estaba deseando contarle mi «cita» (por denominarlo de algún modo) con Chase, eso me acarrearía muchos problemas. Empezando por prohibirme salir hasta que me hiciera mayor de edad, por ejemplo.
Bajé la mirada, con un nudo en la garganta.
-Gracias por volver, mamá –conseguí decir.
-Supongo que debí hacerlo hace mucho tiempo antes, cariño –respondió-. Aunque fuiste tú quien, de alguna manera, me logró hacerme entrar en razón.
Parpadeé varias veces, sin entender qué tenía que ver yo en todo ese asunto de «ver la luz». Mi madre sonrió, esta vez con más ganas.
-No voy a permitir que ningún chico peligroso se acerque a mi niña –me advirtió-. No podría perderte, Mina. Eso sería demasiado.
¿Perderme? ¿Acaso pensaba que Chase era algún tipo de asesino en serie que se dedicaba en sus horas libres a acudir al instituto para señalar a su próxima víctima? Una simple mirada suya me demostró que estaba hablando en serio. Y que también había algo más detrás de ese persistente sentimiento de mantenerme alejada de él. El instinto me dijo que era demasiado probable que detrás de todo aquello hubiera una razón demasiado poderosa… oscura.
Esbocé una media sonrisa.
-Mamá, he entendido el mensaje –dije-: no más Chase Whitman. Captado.
Mi madre abrió la boca para decirme algo, pero la aparición de mis dos hermanos en la cocina, hablando en voz demasiado alta sobre quién debía sacar la basura, la interrumpió; se giró hacia mis dos hermanos y ellos se quedaron paralizados en la puerta de la cocina, tal como había hecho yo.
Avril me lanzó una mirada envenenada. Parecía estar diciéndome: «¡No puedo creerme que hayas ido con el cuento de mi huida a mamá!». Negué imperceptiblemente la cabeza, rezando para que me creyera. Y para que se comportara.
-¡Ah, menos mal que ya estáis completamente vestidos y preparados! –exclamó mamá y comenzó a ponernos el desayuno delante de cada uno.
Mis hermanos me miraron, preguntándome con la mirada qué es lo que había sucedido; qué había cambiado. Me encogí de hombros y planté mi mirada en mi desayuno: huevos revueltos (casi como se encontraba en aquellos momentos mi propio estómago) y lonchas de beicon tostadas, como a mí me gustaban.
Mamá se sentó, presidiendo la mesa, tal y como había hecho papá, y nos observó, con los ojos entrecerrados, debido a su amplia sonrisa. Me pregunté dónde estaría tío Henry.
-Hoy os llevaré yo misma al colegio –nos informó mamá-. Y a ti al instituto, Mina –añadió, mirándome a mí.
Avril hizo un extraño sonidito mientras masticaba sus huevos; Percy me miró de reojo, como si supiera a qué se debía todo aquello, y yo me limité a mirar a mi madre, procurando mostrarme lo más entusiasmada. Todo el positivismo con el que me había levantado aquella mañana iba desvaneciéndose poco a poco.
Mi madre quería tenerme controlada. Quizá se hubiera enterado de lo que hice para recuperar a Avril.
En cuanto nos terminamos nuestros respectivos desayunos, mi madre lo limpió todo rápidamente mientras nosotros subíamos a nuestros cuartos para recoger nuestras respectivas mochilas. Le mandé un rápido mensaje a Caroline, avisándole que mi madre había decidido llevarme personalmente al instituto y que ya nos veríamos allí.
Bajé a la planta baja, donde me esperaban mis dos hermanos, y nos quedamos unos segundos en la entrada, mientras mamá daba marcha atrás en el coche y nos pitaba para que nos subiéramos.
Avril se cruzó de brazos y observó a nuestra madre, con los ojos entrecerrados.
-No me trago todo esto –comentó-. ¿Qué coño se ha fumado para ponerse ahora en el papel de «madre modelo»?
Debería haberle dicho que no debía referirse de esa forma a nuestra madre, pero estaba tan perdida que no sabía qué responderle. Aquel cambio tan inesperado me había dejado tan sorprendida como a ellos. Quizá un poco más.
Avril soltó un bufido mientras bajábamos las escaleras del porche, con Percy correteando por delante de nosotras, ajeno a nuestra conversación.
-Espero que esta vez dure –prosiguió Avril-. Porque si no pienso llamar personalmente a la abuela para contárselo todo.
Nos metimos en nuestros respectivos asientos y mamá arrancó, mientras subía el volumen de la radio, en la que estaban poniendo una vieja canción que me resultaba vagamente familiar.
Dejamos a Avril y Percy en la puerta de su colegio y esperamos a que se adentraran en el edificio; después, llegó mi turno. Ya ni recordaba cuándo había sido la última vez que mi madre había hecho algo así, pero esperé unos segundos dentro del coche, con intención de decirle algo… pero no me salían las palabras.
Mi madre entrecerró los ojos y los clavó en un punto del aparcamiento. No tuve que seguir su mirada para saber que el objetivo de aquella mirada era, sin duda alguna, para Chase y su pandilla. Salí del coche, sumida en el más completo silencio, y me dirigí hacia mi edificio.
Me sentí aliviada cuando me dejé caer sobre mi pupitre y me permití cerrar los ojos un segundo, mientras me masajeaba el puente de la nariz. Caroline y Grace aún no habían llegado.
-¿Una mala noche? –preguntó una voz que reconocería en cualquier parte.
Entreabrí un ojo y lo clavé en Chase, que me miraba fijamente mientras dejaba su mochila sobre su pupitre.
-Algo así –respondí, en voz baja, y dudé si debía continuar-. Eh… Creo que ayer no te di las gracias por ayudarme a encontrar a mi hermana. Así que… gracias.
Chase sonrió mientras ocupaba su asiento, a mi lado.
-El viernes me las podrás dar, Seling –contestó-. Recuerdo que tenemos una cita.
-¿Una cita quién? –nos interrumpió una voz, también masculina.
Alcé la mirada, espantada, y me encontré con un chico que nos miraba a ambos, cruzado de brazos. Para mi horror, lo conocía… al igual que todo el instituto: era Lay Pryde, uno de los Doce. Lay se apartó el flequillo con un bufido y clavó sus ojos marrones en Chase, exigiéndole una explicación.
Lay Pryde era, al igual que el resto de su pandilla, uno de los chicos más atractivos de todo el instituto. Tenía el pelo castaño, cortado de manera que le cayera el flequillo por uno de los lados. Sus rasgos eran dulces y, cuando sonreía, se le formaban dos hoyuelos de lo más adorables en las mejillas. Incluso sus ojos marrones desprendían amabilidad. Aunque, muchas veces, parecía estar ausente.
En aquella ocasión, parecía estar más que presente en nuestra conversación. Chase esbozó una sonrisa de disculpa y yo fingí que repasaba mis deberes. Sabía que no iba a servir para nada, pero era lo único que se me ocurría hacer en aquellos precisos instantes.
Lay frunció las cejas hasta que casi se juntaron. Aún aguardaba una respuesta y yo no era la persona de las que esperaba escucharla.
-Tenemos que hacer un trabajo en grupo –declaró Chase, con un tono de aburrimiento-. El profesor Sharpe me ha emparejado con esta chica… -se giró hacia mí y parpadeó varias veces, confundido.
Sabía que estaba mintiendo y tuve que reconocer que había sido demasiado rápido para encontrar buenas excusas. Lo único que tenía que hacer era seguirle la corriente para que Lay me dejara tranquila y no sospechara nada.
Bajé la mirada, procurando mostrarme intimidada por la presencia allí de Chase y Lay, y respondí con un hilillo de voz:
-Seling. Mina Seling.
Oí que uno de los dos chasqueaba la lengua, con fastidio.
-Vaya mierda, Chase –comentó Lay-. No entiendo por qué coño te han cambiado de clase… y por qué os han puesto ese estúpido trabajo –cuando alcé la mirada, vi que Lay me estaba mirando, pensativo-. ¿Por qué no haces tú sola el trabajo, Maria? –casi se me escapó un grito de frustración por haberse equivocado con mi nombre. Casi me sentí como Caroline cuando uno de los anfitriones de la fiesta la llamó “Cara”.
Chase sonrió con ironía.
-Porque el profesor Sharpe podría darse cuenta, tío –replicó-. Y no quiero ir botando de clase a clase.
Lay se encogió de hombros.
-También tienes razón en eso –concedió-. Espero que no os entretenga mucho, tenemos cosas que hacer –le avisó, lanzándole una extraña mirada.
Esa misma mirada que significaba que aquello ocultaba información de alto secreto que, obviamente, no iban a compartir estando yo delante. Recé para que sonara ya el timbre o para que ocurriera un milagro en el que Lay se marchara por donde había venido y se olvidara de mí. Aunque, el detalle de que ni siquiera se hubiera aprendido mi nombre correctamente, me daba la sensación de que no iba a acordarse de mí. Era demasiado insignificante para él.
-A Lorie no le importará que pospongamos nuestro encuentro –repuso Chase, destilando calma-. ¿Y Betty?
Lay se encogió de hombros y se apoyó en la silla que ocupaba el compañero de mesa de Grace, que seguía sin aparecer, para mi desgracia.
-Betty tiene una de esas aburridas reuniones de animadoras –respondió-. Ésas que únicamente hablan de nosotros, de sus trapitos y de lo que se han hecho o no. Es mortífero…
Ambos se echaron a reír, compartiendo una broma privada, y algo me dijo que aquello no le era extraño a Chase. Él tenía que fingir que estaba interesado en Lorie y eso incluía el acompañarla en cualquier circunstancia, además de dejarse sobar por ella. Eso hizo que me hirviera la sangre.
Al final, Lay se marchó, pidiéndole con la mirada a Chase para que se deshiciera de su obligación de hacer el trabajo que se había inventado y, por ende, de mí. Cuando desapareció por la puerta, solté un hondo suspiro de alivio y miré de forma acusatoria a Chase, que parecía estar igual de relajado que antes.
-Lay es uno de los más simpáticos dentro del grupo –me comentó, de pasada-. Es mi mejor amigo. Es un buen tío.
No entendía por qué me había hecho esa confesión sobre su amigo pero me callé. Supuse que era para demostrarme que no todos eran tan crueles y despiadados como Kai… o el propio Carin.
-Espero que tengas claro que la cita del viernes aún sigue en pie –me cuchicheó mientras el profesor Sharpe entraba en el aula y todos nos callábamos.
Miré los asientos vacíos de Grace y Caroline y me pregunté qué les había pasado.
Cuando llegó el viernes, pensé que había sido un milagro. El encuentro con Lay Pryde me había dejado acongojada y, durante el resto de la semana, no había podido evitar mirar cada pocos minutos hacia la mesa donde Chase comía con su pandilla y con las animadoras. En ningún momento Lay volvió a mirar o a reparar en mi presencia, por lo que pude tranquilizarme.
Grace y Caroline me explicaron que se habían ausentado porque el coche de Caroline parecía haber dado su último esfuerzo y su motor se había apagado para siempre; tuve que reconocer que echaría de menos el escarabajo de Caroline, pero ella me aseguró que su próximo coche iba a ser mejor y que el Volkswagen iba a convertirse en un recuerdo lejano nada más montarme en el nuevo.
Aquella mañana, mamá nos llevó de nuevo, con aquella rutina que parecía habernos envuelto y devuelto a un tiempo pasado, al instituto y yo noté que el corazón se me aceleraba cada vez que me estaba más cerca de clase.
Por desgracia, Grace ya estaba en clase y parecía estar bastante enfrascada en la lectura de un libro al que no conseguí ponerle título debido a la extraña postura que tenía mi amiga para leerlo. Le di un suave golpe en el brazo y me senté en mi asiento.
Grace giró medio cuerpo para poder mirarme.
-Esta tarde tenemos pensado ir a la pizzería del pueblo para tomar algo y después iremos a mi casa para ver una peli, Ocean's Eleven, ¿te apuntas? –me preguntó.
Me encogí de hombros y esbocé una sonrisa de disculpa.
-Tengo planes, lo siento –dije.
Grace enarcó una ceja y me miró con muchísima más atención.
-¿Ah, sí? ¿Con quién?
-Con mi madre –respondí automáticamente-. Quiere que pasemos una noche en familia como… ya sabes… -se me trabó la lengua porque tener que echar mano de aquello me dolía.
Grace captó de inmediato el mensaje y su gesto se suavizó. Incluso me dedicó una sonrisa de ánimo.
-Por supuesto, Mina –dijo-. Ya quedaremos en otra ocasión, entiendo que quieras pasar tiempo con tu familia. Me alegro de que las cosas entre tu madre y tú vayan mejor.
Aunque no se lo había confesado de manera directa, Grace siempre había sospechado que algo no iba bien en mi familia. A veces, cuando tenía que volver a casa a toda prisa por alguna travesura de Avril, veía a Grace mirándome con cierta… comprensión, como si supiera por dónde estaba pasando.
En aquel momento entró Chase en el aula, mirándome fijamente, y Grace le lanzó una rápida mirada antes de volver a sumirse en su lectura.
Le lancé una mirada de aviso cuando se sentó a mi lado y él pareció comprender el mensaje, ya que arrancó un trozo de papel y garabateó:
Esta tarde. A las siete. Seré puntual, te lo prometo.
Sonreí ante su recordatorio y le respondí:
Espero que me invites a un helado de tamaño considerable, ¡he tenido que saltarme una importante cita con Brad Pitt!
Chase ahogó una carcajada con la mano y cogió el trozo de papel, arrugándolo para metérselo en el bolsillo de los vaqueros. Me dirigió una sonrisa traviesa y articuló con los labios: «Tranquila, no te vas a acordar de él en toda esta tarde».
Estuve nerviosa toda la mañana y era incapaz de concentrarme, lo que me acarreó un par de llamadas de atención por parte de mis profesores y la sonrisa de suficiencia por parte de Chase. En la hora de la comida, tanto Grace como Caroline me miraban atentamente, como si estuvieran diagnosticándome algún tipo de enfermedad. En los últimos días, Richard se había sentado con nosotras en la mesa y Grace parecía haberse vuelto de goma. Incluso su grupo de amigos habían venido para sentarse en nuestra mesa, lo que me dejó bastante sorprendida.
Caroline comenzó una discernida conversación sobre sus vacaciones de invierno, en la que iba a ir con sus padres a esquiar, y uno de los amigos de Richard, Kyle Monroe, se fijó en mí y me dedicó una amable sonrisa.
Se me hacía extraño que, en nuestra habitual tranquila mesa, hubiera tanta conversación… y gente.
-Rick va a hacer una pequeña reunión en su casa el sábado –me comentó, mientras Logan y Max se reían de algo que había dicho Caroline (Grace y Richard estaban absortos el uno en el otro)- y me gustaría mucho que vinierais. Grace ya estaba invitada, obviamente.
Parpadeé, gratamente sorprendida de que, de repente, nos hubiéramos anexionado a un grupo como el de Richard. Me sentía feliz por Grace y por Caroline, que parecía haberse olvidado de los Doce, pero yo no tenía muy claro todo aquello.
Richard y sus amigos estaban en la zona media-alta dentro de la jerarquía del instituto donde la cúspide, claro está, estaba ocupada por los Doce y sus respectivas parejas, el equipo de animadoras.
-Tendría que consultarlo con mi madre –respondí, usando la misma excusa de siempre.
La sonrisa de Kyle se hizo más amplia.
-Por supuesto –me concedió-. Aunque estoy seguro de que no tendrá ningún reparo en dejarte asistir; únicamente nos dedicamos a jugar a videojuegos y a meternos los unos con los otros.
Eso me arrancó una risita y Kyle se echó a reír conmigo. Por el rabillo del ojo comprobé que Chase no se perdía ni un gesto de nuestra conversación y que tenía el gesto torcido, como si estuviera molesto por algo. Lorie intentaba llamar su atención y Lay fruncía el ceño, mientras el resto del grupo charlaba entre ellos y soltaban estruendosas carcajadas.
Kyle giró un poco la cabeza y se fijó en Chase, quien desvió la mirada rápidamente y se concentró en algo que le estaba contando Lay, mientras cogía por la cintura a Lorie, que pareció alegrarse de haber recuperado la atención de su chico.
-Son espeluznantes –me dijo, haciendo una mueca-. No entiendo cómo el director aún no los ha echado de este instituto…
Logan, que parecía haberse salido de la conversación que mantenían Max y Caroline, se giró hacia nosotros y esbozó una sonrisa sarcástica.
-La mitad del Consejo son los padres o amigos de esos chicos –repuso, fulminando con la mirada al grupo, como si con ello pudiera hacer que ardieran-. Tienen a todos silenciados y comprados, son los reyes del cotarro –soltó un suspiro de derrota-. No nos sorprendamos cuando decidan comprar el pueblo y cambiarle el nombre.
Kyle y yo nos miramos antes de echarnos a reír junto con Logan, con quien, para mi sorpresa, compartía un par de clases. Después de la comida, los chicos nos acompañaron a la próxima clase mientras Grace y Richard se quedaban rezagados, seguramente «dándose cariño y amor», como lo denominaba Caroline.
Al ver a mi madre esperándome a la salida del instituto, sentí que parte de esa felicidad que había sentido se esfumara. Abrí la puerta y me despedí con un movimiento de mano de Logan y Kyle, quienes me respondieron con otro efusivo movimiento de brazos; ese gesto no se le pasó por alto a mi madre quien, cuando me acomodé en mi asiento, me dedicó una mirada bastante elocuente.
-¿Me vas a comentar quiénes son o voy a tener que hacer de madre obsesa que investiga a los chicos con los que sale su hija? –me preguntó, con un tono de broma.
Aún no me había terminado de acostumbrar a ese cambio en mi madre, quien había ido mejorando conforme había pasado la semana, y tuve que pararme unos segundos para procesar todas aquellas nuevas sensaciones junto a mi milagrosamente recuperada madre.
-Es Kyle Monroe –le expliqué, mientras me ponía el cinturón de seguridad y veía salir el BMW de Carin con Chase mirando por la ventanilla. Me apresuré a bajar la mirada y mi madre siseó-. Como Grace ha comenzado a salir con Richard Doyle, nos han incluido en su grupo a Caroline y a mí. Es bastante… simpático –reconocí.
La sonrisa de mi madre de pura satisfacción me hizo imaginar que estaba bastante contenta de que empezara a comportarme como una auténtica adolescente y que comenzara a interesarme en chicos… chicos que no eran Chase Whitman.
-Parece un chico interesante –comentó, siguiendo con la mirada a Kyle mientras se alejaba hasta su coche.
Me encogí de hombros, evasiva. Sabía perfectamente a dónde quería ir a parar con todo aquel tema, y no estaba preparada para hablar con ella. Y más aún sabiendo que, aunque luego tuviera que tragarme un bote entero de lejía por lo que iba a decir, era muy posible que Chase Whitman me pareciera un chico interesante.
Mi madre captó la indirecta porque, aun con esa sonrisita, arrancó el coche y nos marchamos a toda prisa hacia casa.
No tenía ni idea de lo que iba a decirle sobre mi cita de esa misma tarde.
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