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VI.

Tuve que reconocer que, al menos, estaba agradecida de ir vestida en vez de llevar el pijama. Percy estaba sentado en el sofá, llorando sin consuelo, y me acerqué a él. Le pasé un brazo por los hombros mientras pensaba frenéticamente dónde podía estar Avril. La única pista que tenía era que la fiesta se celebraba en casa de su amiga Stacy. ¡Pero no sabía quién era esa Stacy!

Miré el reloj de mi móvil y solté una imprecación que hizo que mi hermano pequeño me mirara, horrorizado.

-¿Qué sabes de la amiga de Avril, la chica que ha montado la fiesta? –le pregunté, sin rodeos. El tiempo corría en mi contra y no era momento de hablarle con sutilezas.

Percy se sorbió los mocos y se secó las mejillas, mientras sollozaba.

-No lo sé –reconoció-. Esa niña iba con Avril al colegio y… y no sé. No sé quién es. Stacy.

-¿No te sabes siquiera el apellido? –le interrogué, poniéndome nerviosa.

Percy negó con la cabeza, pesaroso.

-Lo siento –se disculpó en voz baja.

Alguien llamó insistentemente a la puerta y le aseguré que no pasaba nada, también le avisé que había traído a un amigo que podría ayudarnos a encontrar a Avril. Dejé a mi hermano en el sofá, meciéndose y murmurando para sí mismo. En cuanto abrí la puerta, sentí una sensación de alivio que me inundó por completo, como si supiera que todo iba a salir bien ahora que Chase estaba allí.

Le hice pasar y cerré la puerta tras él. Se notaba a la legua que se había vestido a toda prisa, y todo por mí. Además, aún llevaba el pelo completamente revuelto.

-Gracias por venir tan deprisa –le agradecí-. No… no tenía a quién acudir…

Chase me cortó con un gesto de mano.

-No importa, Mina. Tenemos que encontrar a tu hermana. Eso es lo único que debemos preocuparnos ahora mismo.

Percy se asomó tímidamente y observó a Chase hasta que él se dio cuenta de su presencia.

-Es mi hermano pequeño, Percy –le presenté y comencé a retorcerme las manos.

Tenía miedo de lo que podría haberle sucedido a mi hermana menor y, de nuevo, me asaltaron las dudas y los malditos «¿y si…?»; es como si hubiera retrocedido en el tiempo y estuviera reviviendo de nuevo lo que había sentido al enterarme que mi padre había muerto.

No podía perder a mi hermana.

Eso terminaría de hundir a nuestra familia.

Acabaría con nuestra madre.

Contuve un sollozo mientras Chase se había quedado rígido y parecía estar… ¿olfateando el aire? Percy lo miraba con cierta sorpresa y admiración.

-¿Qué haces? –le cuchicheé a Chase.

-¿Dónde está la habitación de tu hermana? –preguntó, a su vez.

Miré a mi hermano y después volví a mirar a Chase.

-En la planta superior –respondí, con un hilo de voz.

Asintió con severidad.

-Voy a subir un momento –me avisó-. Quedaos aquí un minuto, por favor.

Mi hermano y yo contemplamos, asombrados, cómo ascendía por la escalera y desaparecía en la habitación de mi hermana, un dato que no se me pasó por alto puesto que no le había dicho exactamente dónde se encontraba. Percy comenzó a gimotear de nuevo y yo me agaché hasta ponerme a la altura de sus ojos. Me partía el alma verlo así.

-No va a pasar nada –le aseguré, procurando que no notara mi propio nerviosismo-. Esto es una más de las travesuras de Avril.

Las lágrimas volvieron asomar por los ojillos de mi hermano pequeño y vi que estaba intentando contenerlas. Quería parecer fuerte, pero solamente era un niño. Él no tenía por qué estar viviendo todo eso, se merecía algo mejor. Pero eso significaba, en todo caso, separarse de nosotros. Algo que no iba a permitir.

-Avril siempre está haciendo cosas malas –respondió, con un hilillo de voz-. Y también dice cosas malas, ya no parece ella misma… Ha cambiado.

A pesar de mis intenciones de que mis hermanos y yo mantuviéramos la paz, era obvio que no había funcionado. Avril seguía siendo un foco problemático que no quería medir sus palabras y que disfrutaba infligiendo daño con ellas. Estaba dolida por la muerte de papá y quería sacar su dolor de aquella forma tan horrible. Pero, por lo que suponía, lo que más le dolía de todo era la indiferencia con la que nos había tratado mamá desde entonces; se había vuelto una extraña y parecía haberse centrado en su propio mundo. Y luego estaba el extraño comportamiento que había con tío Henry.

Y mi pobre hermano pequeño se había cansado de los continuos ataques por parte de Avril. Se había cansado de esa familia que no se consideraba ya familia.

-La muerte de papá nos ha cambiado a todos, Percy –intenté de explicarle, lanzando de vez en cuando un rápido vistazo al pasillo de arriba, esperando ver aparecer a Chase-. Pero no por eso debemos guardarle rencor, ¿vale? Ella no sabe cómo… cómo sacar afuera sus sentimientos. Avril nos quiere, estoy segura de ello.

Ambos alzamos la mirada cuando oímos los pasos apresurados de Chase. Bajó la escalera como una exhalación y me cogió por los hombros; había algo en su mirada, algo que me hizo que me echara a temblar y que Percy se escudara aún más contra mis piernas. Estaba oscuro, pero juraría que sus ojos se habían vuelto de color carmesí.

Tragué saliva.

-¡Tengo una forma de encontrarla, vamos! –dijo, intentando arrastrarme hacia la puerta.

Le dirigí a mi hermano pequeño una mirada preocupada.

-¡No puedo dejar a mi hermano pequeño aquí solo! –protesté, liberando el brazo.

Chase inspiró con fuerza y miró a Percy durante unos segundos, buscando una solución al problema que se nos acababa de plantear y que nos retrasaba en nuestros planes de encontrar a mi hermana.

-Está bien, ¡que venga! –respondió, con fastidio.

Cogí a mi hermano por la manita y seguimos en silencio a Chase. Cerré la puerta con cuidado y procuré llevarme el móvil y las llaves, por lo que pudiera pasar; mi hermano tiró insistente de mi mano y señaló con la cabeza el coche que nos esperaba frente a nuestra casa y al que se dirigía Chase.

Agradecí profundamente que Chase hubiera decidido dejarle el BMW a su hermano porque, en esta ocasión, temía que fuera a vomitar de verdad. Nos acercamos al Mini negro con motivos que lo asemejaban a un tablero de ajedrez y esperamos a que Chase se montara en el asiento del conductor. Abrí la puerta de atrás con cuidado y le indiqué a Percy que montara.

Cuando me hube subido al sitio del copiloto, Chase arrancó con fuerza y salimos disparados de allí. Oí en el asiento de atrás que mi hermano había dejado de lloriquear y que parecía estar disfrutando del trayecto; yo, por mi parte, recé para que nadie nos viera o, al menos, que nadie nos reconociera. No sabía qué iba a decirle a mi madre en caso de que se enterara de que le había pedido ayuda a Chase Whitman para ir a buscar a mi hermana, que se había escapado en un acto de rebeldía para asistir a una fiesta que no tenía muy buen aspecto.

Contuve un gemido y me masajeé las sienes. Chase me dirigió una mirada preocupada, pero no dijo nada. En vez de dirigirse a mí, miró por el espejo retrovisor y le dedicó una sonrisa tranquilizadora a Percy.

-Tranquilo, chaval –empezó, con un tono jovial que no tenía nada que ver en aquella situación-. Encontraremos a tu hermana pequeña y le demostraré a tu hermana mayor que no soy tan mal tío como ella piensa.

Lo fulminé con la mirada y él se encogió de hombros.

-Yo creo que eres muy guay –opinó Percy, con timidez-. Y tu coche mola mucho.

Vi que Chase sonreía ahora con socarronería.

-Gracias, chico –le agradeció-. Pero en esta ocasión, he tenido que tomar prestado el coche de mi madre.

Aquella fue mi oportunidad para devolverle la jugada.

-¿Y cuándo podremos ver tu flamante coche? –le pregunté, con sarcasmo.

-No tengo coche propio –contestó, encogiéndose de hombros otra vez-. Como tengo un hermano que se encarga de llevarme al instituto, mi madre cree que no es necesario tener más coches.

A Percy se le escapó una risita que intentó ahogar poniéndose las manos.

-Yo creo que no es un mal tío –comentó Percy, copiando las palabras que había usado antes Chase-. Y yo creo que Mina tampoco piensa eso.

Me giré un poco en mi asiento para poder lanzarle una mirada de aviso, pero Chase ya había empezado a sonreír ampliamente, como si las palabras de Percy lo hubieran animado de repente. Percy me pidió disculpas con la mirada y se pegó más a su asiento, como si quisiera fundirse con él.

Casi salí disparada de mi asiento cuando Chase frenó delante de una casa donde, era más que obvio, se estaba celebrando una fiesta. Se oía demasiado jaleo y el estilo de música era inconfundiblemente como el de Avril. Me pregunté cómo habría averiguado Chase dónde se celebraba la fiesta, pero estaba tan nerviosa por coger a mi hermana de allí  y regresar a casa, que no le pregunté.

Chase miró a Percy y luego me miró a mí. Capté de inmediato el mensaje; miré a mi hermano pequeño unos segundos.

-Percy, tienes que quedarte aquí, ¿vale? –le ordené, con suavidad-. Chase y yo vamos a por Avril, no tardaremos mucho, te lo prometo.

Mi hermano asintió varias veces.

Bajamos del coche y miré por última vez a mi hermano pequeño, que nos observaba desde el asiento trasero del Mini, con un gesto cargado de preocupación. El parecido con mi padre era asombroso en esos precisos momentos: la arruga que se le formaba en los rabillos del ojo y la forma en la que se mordía el labio inferior. Aquello hizo que se me encogiera un poco el corazón.

Seguí a Chase, que se había puesto a caminar delante de mí, y esperé a que llamara a la puerta. De manera inconsciente comencé a morderme las uñas. Nos abrió una chica con los ojos completamente pintados de negro y los labios de morado; el vestuario parecía haber sido sacado de un funeral.

Nos estudió de arriba abajo y se entretuvo más en Chase, a quien le dedicó una sonrisa de lo más coqueta.

-¿Habéis venido a la fiesta? –nos preguntó, aunque parecía que se estuviera refiriendo únicamente a Chase. Sus ojos se entretuvieron, primero en nuestra ropa (que no pegaba en aquel ambiente), y después en Chase.

Me coloqué delante de la chica y cogí aire.

-Estoy buscando a mi hermana pequeña –respondí.

La sonrisa que se formó en la cara de aquella chica hizo que se me pusiera el vello de punta. Ahora entendía de dónde salía todos esos gestos tan horribles.

La chica se apoyó en el marco de la puerta, como si estuviera pensando si debía respondernos o no.

-¿Y quién es tu hermana, si se puede saber? –preguntó, con aburrimiento.

A pesar de ser unos años más pequeña que yo, aquella chica destilaba altanería. Seguramente era la Reece Douglas del colegio de Avril. Chase se colocó a mi lado y le dedicó una encantadora sonrisa que hizo que la chica terminara de derretirse por él.

Carraspeé, un tanto incómoda por el ambiente tan cargado que parecía haberse instalado entre Chase y esa chica.

Ella me miró con fastidio.

-Es Avril Seling –dije.

Por la sonrisa que me dedicó, supe que no le sorprendía y que había oído hablar de mí en más de una ocasión.

-Ah, ya sé quién eres. Tu hermana no para de hablar de ti.

No me importó en absoluto lo que le dijera o no, la aparté de mi camino con un empujón y me metí de lleno en la fiesta. Tuve que meterme entre la multitud, que bailaban demasiado pegados e intenté encontrar a mi hermana. Alguien me cogió del hombro y me giré, dispuesta a decirle que no estaba de humor para bailar con niños.

Era Chase.

Me miraba con preocupación. Con auténtica preocupación.

-¡No la encuentro! –gemí, poniéndome cada vez más nerviosa-. ¿Y si no está aquí? ¿Y si ésta no es la fiesta? –se me hizo un nudo en la garganta y supe que iba a ponerme a llorar.

Chase también debió darse cuenta, porque me cogió de la mano y me arrastró hacia las escaleras que conducían al piso de arriba. En ellas habían parejas que, o bien charlaban con sus vasos en la mano, o bien estaban enrollándose. Observé frenéticamente a cada una de ellas, intentando descubrir si mi hermana estaba entre ellas.

-Tranquila, Mina. Sé que está aquí.

Subimos hasta la planta de arriba y nos quedamos mirando todas las puertas que había. No era tan idiota para no saber qué pasaba en las habitaciones en las fiestas, pero esperaba que mi hermana no fuera tan idiota como para que estuviera haciendo algo que no debía hacer.

Seguí a Chase por el pasillo hasta que se quedó quieto frente a una puerta cerrada. La puerta tras la que estaba mi hermana. Miré a Chase, dubitativa, y sentí que me fallaban las piernas: mi hermana estaba ahí, y no tenía muy claro qué estaba haciendo, mientras que mi hermano pequeño nos esperaba en el coche de Chase. Nunca creí que me vería en una situación así.

Dejé que Chase abriera la puerta y ambos nos colamos en la habitación. No estaba lo suficientemente oscura como para poder ver a una pareja que se besaba apasionadamente; lo peor de todo es que reconocía a la chica. Tenía el cabello rubio completamente alborotado y tenía la ropa arrugada.

Quería desmayarme allí mismo.

Cuando la pareja se dio cuenta de nuestra presencia, la chica abrió mucho los ojos y gritó:

-¿Qué coño haces tú aquí?

Su tono enfadado y avergonzado me espabilaron. Me acerqué hacia ella y la miré, dolida. No podía creerme que, a su edad, decidiera escaparse de casa para beber y enrollarse con chicos. Aquella no era la Avril que conocía.

-He venido a por ti –le respondí, con frialdad-. Te has escapado de casa, has desobedecido a mamá y has hecho que Percy se ponga peor. Estás consiguiendo hundirnos, Avril. Tú, no mamá.

El compañero de Avril nos miraba boquiabierto, como si creyera que toda esa escena era producto del alcohol. Chase, por el contrario, se había quedado en la puerta y nos miraba a mi hermana y a mí con el ceño fruncido. Parecía estar recordando algo. Fue entonces cuando me acordé que él me había comentado que su madre había pasado por una etapa similar a la que estaba viviendo la nuestra.

Él nos entendía. Me entendía.

Cogí a mi hermana por la muñeca y tiré de ella hasta que se puso en pie. Su mirada destilaba puro odio, pero no me importó: había conseguido encontrarla y me la iba a llevar de allí quisiera o no. Ya en casa tendríamos una conversación.

-Nos vamos a casa. Ahora –le avisé, con un tono que no admitía réplica.

Por primera vez desde que papá murió y provocó que cambiara hasta tal punto, no dijo nada. Salimos de la habitación, dejando al chico completamente asombrado, y bajamos hasta la planta de abajo, donde la chica que nos había recibido nos esperaba con una mirada divertida.

Fue al verla cuando Avril me apartó de un empujón y alzó la barbilla, como si todo aquello no fuera con ella. Chase iba detrás de nosotras.

-¿Te marchas ya a casa, Avril? –se interesó, con una mirada burlona.

Mi hermana se encogió de hombros y puso los ojos en blanco.

-Ya has visto –respondió-. La amargada de mi hermana ni siquiera deja disfrutar de un poco de diversión a sus hermanitos pequeños. Quiere que nos volvamos como ella.

Sus palabras me hirieron. Me dolía que mi propia hermana creyera que era una amargada y que estaba haciendo todo eso porque no sabía cómo divertirme. Me empezaron a escocer los ojos de la rabia que sentía por lo mucho que me odiaba mi hermana. Los ojos de Stacy se clavaron en los míos y su sonrisa se volvió mucho más cruel.

-No parece que sea tan amargada si ha venido con Chase Whitman –apuntó, con malicia.

Avril miró por encima del hombro a Chase y luego volvió a clavar su mirada en su amiga. Se encogió de hombros, como si no le diera importancia.

-Seguramente quiera tirársela –le explicó, como si ninguno de los dos perjudicados estuvieran allí presentes. Como si yo no existiera-. Se conocieron en una fiesta y él la trajo a casa con la esperanza de poder follársela; pero, como habrás podido comprobar, no pudo ser. Por eso está aquí: para ganarse su confianza y llevársela a la cama. Ya sabes lo que dicen de él y sus amiguitos –añadió, en voz baja.

Aquello fue el colmo. Noté cómo se me ruborizaban las mejillas y decidí que había llegado el momento de largarnos de aquí. Agarré a mi hermana por los hombros y la empujé, mientras Stacy se apartaba de nuestro camino, sin despegar los ojos de nosotros. Cuando le dimos la espalda, lo último que oímos fue su risa.

Le di un involuntario empellón para que bajara las escaleras mientras sentía que la ira empezaba a hervir dentro de mí. Quería gritarle y echarle en cara que había sido una inconsciente, que iba a contárselo todo a mamá, pero no pude.

Percy nos esperaba en la misma posición que cuando nos habíamos ido. Al ver a Avril, se apartó de la ventanilla; abrí la puerta de atrás y le di otro empujón para que entrara de una vez.

Al girarme, pillé a Chase mirándome fijamente, como si quisiera decir algo pero no supiera qué palabras utilizar exactamente. Debía tener una pinta horrible y quería llegar a casa cuanto antes. Estaba completamente avergonzada de lo que había dicho e insinuado mi hermana sobre él.

-Lo siento –me disculpé, bajando la mirada.

No me respondió y, al alzar la mirada, vi que estaba rodeando el morro del coche para meterse en el asiento del conductor. No había dicho ni una palabra y parecía tenso; estaba enfadado. Y todo por mi culpa.

No debería haberle pedido ese favor. Tendría que haber intentando encontrar la solución de traer a Avril a casa de otra forma. Las palabras de Avril sobre Chase lo habían enfurecido, cosa que no me extrañaba.

Aquello era el fin.

Me subí al coche y me puse el cinturón de seguridad. Mis hermanos estaban en silencio en el asiento de atrás, igual que Chase. Abrí la boca, pero volví a cerrarla porque no se me ocurría nada que decir.

Arrancó el coche y el silencio quedó ahogado por el sonido de la radio.

Al aparcar delante de nuestra casa, comprobé que no había luces, lo que significaba que aún no habían regresado mamá y tío Henry. Les pedí a mis dos hermanos que fueran ellos primeros, para poder intentar, al menos, dejar las cosas como estaban con Chase. Prefería mil veces su indiferencia, tal y como había sido antes de conocernos en la fiesta, a que me odiara. Cuando comprobé que habían entrado ambos en casa y que se encendían las luces del salón, me giré de nuevo hacia Chase, dispuesta a disculparme de nuevo.

Aquel silencio se estaba convirtiendo en algo incómodo y pesado.

-Lo siento –repetí de nuevo-. Lamento mucho lo que ha dicho mi hermana sobre ti y sobre tus amigos…

Chase apagó el motor y se cruzó de brazos, pensativo.

-El problema es que, técnicamente, tenía razón, Mina –abrí mucho los ojos debido a la sorpresa-. ¡Oh, no, no, no! –negó vehementemente con la cabeza-. No me refiero a que quisiera acostarme contigo –se me escapó un suspiro de alivio que no pasó inadvertido-, pero es cierto que mi grupo… tiene cierta fama.

Estaba confusa. En el instituto corría el rumor que todas las animadoras, las doce, estaban saliendo con los Doce. Una animadora para un chico problemático; incluso decían que parecían felices. El hecho de que Chase me confirmara que sus amigos y él les divertía engañar a sus respectivas parejas… fue demasiado.

Ahora era capaz de entender por qué se me había acercado. Me había mentido respecto a muchas cosas y no sabía si me había ayudado a encontrar a mi hermana para luego cobrarse el favor.

-Entonces me has mentido –dije, parpadeando para retener las lágrimas-. ¿Por qué has aceptado a ayudarme? ¿Para luego pedirme cualquier cosa?

Chase se mostró horrorizado.

-¡Por supuesto que no, Mina! –exclamó-. Te estoy intentando demostrar que soy diferente, que puedes confiar en mí.

Recordé el aspecto que tenía en clase: el pelo alborotado y las marcas rosáceas. ¿Cómo podía confiar en alguien que me había mentido respecto a tantas cosas? Sin embargo, el hecho de que no hubiera dudado en echarme una mano con el asunto de mi hermana me dejaba un tanto confusa.

-¿Cómo puedo confiar en ti si me has mentido en tantas cosas? –musité.

Los ojos de Chase se abrieron desmesuradamente. Aquello me confirmó todas las dudas que podría albergar.

Deslicé mi mano hacia la manecilla de la portezuela, pero no conseguí abrir la puerta. Había cerrado el coche. Me giré de nuevo a Chase, que me miraba con un gesto desolado.

-Mina, no es lo que tú piensas –se excusó-. En mi familia… tenemos ciertas tradiciones que no podemos desobedecer, ¿entiendes?

No, era obvio que no conseguía entender qué quería decirme. ¿Acaso estaba insinuando que su familia aún tenía la mentalidad de la Edad Media y elegían las parejas a sus hijos? Me froté el puente de la nariz con insistencia. Me había aparecido un débil dolor de cabeza.

-No, Chase, no consigo entenderlo –respondí-. ¿Acaso tienes que estar obligatoriamente con Lorie? ¿Es eso lo que quieres decirme? –aventuré.

Chase se apoyó en el volante y sus hombros sufrieron una pequeña convulsión, como si hubiera empezado a llorar.

-Mi familia cree que es la mejor opción para mí –me confesó-. Pero yo no la quiero… Soy el único en la familia que no ha caído rendido a los pies de su pareja; cuando veo a Carin y a Sabin juntos, felices, no puedo evitar envidiarlos. ¿Qué no funciona dentro de mí? ¿Por qué soy el único que no lo ha conseguido? Lo intento con Lorie, de verdad, pero no funciona.

Estaba claro que no había hablado de esto con nadie antes. Y yo no tenía ni idea de cómo consolarlo. Era incapaz de imaginarme a mi madre obligándome a salir con alguien porque creyera que era idóneo para mí; sin embargo, mi madre me había prohibido ver a Chase por motivos que aún no lograba comprender. Así que era algo parecido. Le di un par de golpecitos en el hombro, sin saber muy bien qué decir.

Aquello no se parecía en nada a intentar consolar a mi hermano Percy. Me sentía un tanto perdida.

-Quizá deberías hablarlo… con tu familia –le recomendé, esperando que aquello fuera suficiente.

Chase giró la cabeza sobre el volante para mirarme fijamente. Sus ojos negros, esos que parecían pozos infinitos, se mostraban atormentados, como si todo aquello le hiciera sufrir mucho. Me mordí el labio, compadeciéndome de él.

-Si hiciera eso, mi familia enloquecería –murmuró-. Es una tradición desde… desde hace tanto tiempo… sería como fallarles. Pero ya les he fallado –gimió.

Era la primera vez que alguien que no fueran Grace y Caroline me contaba sus propios problemas; unos problemas que eran igual de pesados que los míos. Y eso me estaba empezando a agobiar demasiado. Era como si mis problemas y su peso se hubieran duplicado y me intentaran hundir.

Sentí que se me obstruía la garganta.

Tenía que salir de allí cuanto antes. Me estaba agobiando demasiado y no quería que Chase me viera hundirme. Era como si hubiera retrocedido en el tiempo y la muerte de papá fuera reciente.

Me sentía como Chase: muchos días, al levantarme, pensaba que le había fallado a papá y a mamá, que no había conseguido cumplir lo que le había prometido que iba a hacer.

Tenía que pensar en otra cosa.

-Tú… tú puedes… intentar… no sé… muchas parejas empiezan a enamorarse pasado un tiempo –no sabía si aquello era cierto o no, pero no sabía qué decir en esa situación-. Date un tiempo, Chase. Además, Lorie parece una buena chica.

No lo pensaba realmente: Lorie era como una clon un poco más bajita que Reece, pero con la misma maldad y crueldad que ella y el resto de animadoras. Disfrutaba haciendo sufrir a la gente y si ella misma era la que infligía ese dolor, lo saboreaba. No podía imaginarme qué habrían visto en Lorie la familia Whitman. Sin embargo, yo no era nadie para cuestionar sus decisiones.

Además, mis palabras no parecían haber surtido ningún efecto en Chase, que parecía más deprimido aún.

-No puedo, Mina –murmuró, alicaído-. No tengo tiempo. Cuando terminemos el instituto seguramente quieran que nos casemos o alguna locura por el estilo; y si lo hacemos, deberá ser para siempre. Y yo no me imagino atado a Lorie por toda la eternidad.

Clavé mi mirada en mis manos. Si mi familia había llegado a ser un ente extraño, la familia de Chase tenía problemas más graves que la mía; que obligaran a sus hijos a compartir su vida con personas que, a lo mejor y como en el caso de Chase, no parecían ser su alma gemela era horrible. Y lo peor de todo es que estaba obligado moralmente y por su familia. Me devané los sesos intentando encontrar algo que pudiera animarlo.

-Oye, Whitman –empecé, intentando sonreír-, no puedo creerme que uno de los Doce esté lloriqueando delante de una chica tan rara y estirada como yo –conseguí que Chase me mirara, sorprendido-. Así que, para evitar que se lo vaya contando a todo el instituto y te tomen por un débil, te propongo que me invites a algo –le dije.

Eso pareció subirle un poco la moral, quizá por el hecho de que no me veía yendo por todo el instituto contando que había sido testigo de cómo Chase Whitman, uno de los famosos y temidos Doce, se ponía a lloriquear delante de mí. Verle sonreír de nuevo hizo que se me quitara un poco el peso que se me había instalado en el corazón, al recordar cómo me había sentido a la muerte de mi padre.

-¿El viernes en la heladería del viejo Johns? –me propuso, con los ojos iluminados.

Le tendí la mano.

-Espero que seas puntual –le advertí-. Te quiero aquí a las siete, ¿vale? Y evita venir con el coche de tu hermano, por favor.

Nada más estrecharme la mano, cerrando el trato, esbozó una sonrisa traviesa.

-Tengo en mente algo mucho mejor que el coche de mi hermano –me aseguró.

Nos despedimos con un rápido «buenas noches» y regresé a toda prisa a casa. No tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado desde que les había pedido a mis hermanos que entraran en casa, pero rezaba para que no hubieran destrozado la cosa con otra de sus discusiones. Cuando entré al salón, me quedé paralizada de la sorpresa: mis dos hermanos me miraban fijamente, sentados el uno al lado del otro en el sofá. Se habían puesto ya el pijama y Avril se había quitado el maquillaje y se había recogido el pelo. Por un momento, pude ver a la pequeña Avril antes de que esbozara una sonrisa pícara.

Avril le dedicó una mirada cómplice a Percy antes de decir:

-Las despedidas no suelen durar tanto como las tuyas, Mina. ¿Qué habéis estado haciendo todo ese tiempo?

Todo el enfado que había guardado para este momento se esfumó de golpe: ver a mi hermana como lo había sido antes de la muerte de papá hizo que se me saltaran las lágrimas. Parpadeé para retenerlas y le devolví una sonrisa torcida.

-Quizá haya aceptado a salir con él este viernes –dije, encogiéndome de hombros.

Percy y Avril se miraron unos segundos antes de estallar en carcajadas. Con señas, me indicaron que me sentara entre ellos para que les contara todos los detalles. Acudí trotando como si fuera una niña pequeña y me acomodé, mientras ellos se apoyaban en mí.

Por un momento, era como si papá no hubiera muerto y todo siguiera como antes: con mamá bien, con Avril siendo normal y Percy sonriendo todo el tiempo. Cerré los ojos y pedí en silencio que todo volviera a la normalidad. Como en aquel momento.

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