Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

V.

La llamada de Caroline y de Grace no se hizo esperar. Mientras navegaba por internet, una ventanita emergente me informó de que tenía una videollamada; en cuanto la acepté, el chillido que dio Caroline casi provocó que me cayera de la cama. Los rostros demostraban que cada una tenía una opinión muy diferente de lo que había pasado en la fiesta.

Caroline fue la primera en empezar el interrogatorio. Grace, por lo que parecía, estaba un poco resacosa y fuera de juego.

-¿Cómo es que te fuiste de la fiesta, Mina? –empezó, pegando tanto la cara a la webcam que pensaba que iba a traspasarla y presentarse en mi habitación.

-No me sentía muy bien –respondí.

Grace frunció el ceño, no parecía muy convencida con mi respuesta. Caroline, por el contrario, estaba haciendo mohines como una niña pequeña a la que le hubieran dicho que no ante uno de sus caprichos.

-¿No te sentías bien? –repitió Grace-. Desapareciste sin dejar ni rastro, ¡estábamos preocupadas por ti!

Lo dudé. Era posible que, en algún momento de la noche, pudieran haberme echado en falta pero, lo cierto, es que ambas habían parecido bastante divertidas con los chicos que se les habían acercado. Sin embargo, decidí morderme la lengua y encogerme de hombros en su lugar.

-Bajé al lago y estuve un rato allí –les expliqué.

-¿Y quién fue el que te trajo a casa? –preguntó Caroline.

Ahí estaba, la pregunta del millón. Estaba segura de que habrían estado barajando miles de posibilidades antes de hablar conmigo y que ambas tenían sus sospechas; lo que no tenía  muy claro es cuáles eran sus opciones.

Bajé la mirada y oí cómo Caroline contenía la respiración, expectante.

Sabía lo que iba a venir después de que lo confesara.

-Chase Whitman –murmuré.

-¿Cómo has dicho? –inquirió Grace, mirándome con los ojos bien abiertos.

Caroline también me miraba fijamente, esperando a que lo dijera en voz alta y audible. Eso era humillante.

-Chase Whitman –repetí, en voz más audible.

-¡Sí, sí, sííííííííííííí! –gritó Caroline, aplaudiendo como una niña pequeña.

-¡Joder! –exclamó Grace, tapándose la boca con ambas manos. Parecía horrorizada de la idea de que uno de los Doce me hubiera traído a casa.

Sus reacciones fueron de lo más dispares y, de nuevo, fui consciente de las grandes diferencias que había respecto al mismo tema: los Doce. Sin embargo, tras lo sucedido la noche anterior, cada vez estaba más confusa sobre lo que debía pensar respecto a ese grupo tan problemático. Chase me había parecido simpático y un chico más o menos… normal.

Pero confesar eso en voz alta haría que Grace nos mirara como si Caroline y yo nos hubiéramos vuelto completamente locas. Y yo no quería que Grace se fuera de nuestro lado. No podía hacerlo.

-Bueno, bueno, bueno… ¡eso sí que ha sido una bomba informativa! –exclamó Caroline-. Y mira que no quisieron hacernos caso el resto del grupo… ¡Parecían hipnotizados con sus animadoras de plástico!

-Pero… pero eso es imposible –intentó razonar Grace, aún sorprendida-. Los Doce no… no se relacionan con nadie que no sea del grupo. Es como si el resto no existiéramos.

-Chase lo hizo –insistí-. Me llevó en el coche de Carin hasta mi casa…

Caroline movió las cejas en un movimiento que las tres conocíamos muy bien. A ella le gustaba denominarlo como «sé lo que pasó después»; el problema estaba en que se estaba equivocando de cabo a cabo.

-¿Y te llevó a casa y nada más? –preguntó Grace.

Asentí con la cabeza. No quería comentarles el hecho de que me había dejado su número de teléfono y que tenía la esperanza de que volviéramos a hablar en alguna otra ocasión.

-Ahí está la cosa –prosiguió Grace-. Seguramente hizo un buen gesto y se acabó. No tenemos que preocuparnos más por el asunto.

-¡Pero ninguno de los Doce jamás ha hecho algo así! –protestó Caroline-. Eso es bueno. Con eso se demuestra que no son tan horribles como siempre habéis dicho…

Grace levantó ambas manos con un gesto sarcástico.

-¡Oh, por supuesto! Hacen una buena acción por cada quince palizas que dan –ironizó Grace-. Tienen una curiosa forma de demostrar que son unas personas con un gran corazón.

Aquello era lo menos quería: que empezaran una discusión. Sabíamos que el tema era delicado debido a las dos posturas que había dentro del grupo, pero siempre acabábamos terminando de la misma forma. Y esa era otra de las ocasiones que añadir a la larga lista que teníamos.

-¡Basta! –las corté y ambas enmudecieron de golpe-. Todo el pueblo sabe que esos chicos son… problemáticos pero… ¿y si no todos ellos fueran tan problemáticos? Podría existir esa posibilidad, ¿no?

Ahora había conseguido parar la discusión pero que mis dos amigas me miraran con curiosidad y sin entender a qué se debía que me posicionara en una parte “neutral”. Ni yo misma entendía por qué había decidido intervenir.

-¿A dónde quieres ir a parar con todo eso, Mina? –quiso saber Grace-. ¡Esos chicos deberían estar expulsados y fuera de nuestro instituto, pero el director no quiere hacerlo! Y, para colmo, hay gente del pueblo que los defiende. ¡Nos tienen a todos atemorizados!

Caroline tenía el ceño fruncido y los brazos cruzados. Ella era de las que se posicionaban a favor de que los chicos no eran en todas las peleas los incitadores; pero eso era debido a que estaba obsesionada con ellos. Sin embargo, tenía que reconocer que, en parte, tenía razón: Chase me había demostrado que no era para nada violento y problemático.

-A mí me parece que Chase es diferente –opiné-. O eso es lo que me pareció cuando me trajo a casa.

Al final, quedamos en una especie de tregua tácita. Ellas me contaron con todo detalle lo que había sucedido en la fiesta y yo me limité a asentir o a soltar alguna exclamación para darle énfasis a su relato; al parecer, Caroline había terminado con un importante dolor de cabeza y Grace había conseguido ligar con Richard Bold, quien le había prometido invitarla a salir en otra ocasión.

Sentí alivio cuando Caroline y Grace, que parecían haberse olvidado de la discusión de antes, comenzaron a parlotear sobre cuándo o dónde iba a llevarla Richard cuando le pidiera una cita. Yo, por el contrario, no podía dejar de pensar en el mensaje que me había enviado Chase. ¿Me invitaría a salir o aquello había sido para quedar bien conmigo?

Me despedí de ellas con un rápido gesto de lanzarles un beso y apagué el ordenador. Me sentía un poco arrepentida de no haberles contado todo pero, de haberlo hecho, seguramente la bronca habría sido peor. Miré el reloj de mi mesita de noche y vi que era la hora de comer. Era extraño que ninguno de mis hermanos pequeños hubieran decidido irrumpir en mi cuarto por cualquier nimiedad, pero estaba preocupada por ello.

Bajé a toda prisa a la cocina y me topé con una escena que no esperaba encontrarme: tío Henry estaba cocinando pasta mientras Avril leía distraídamente encima de la mesa y Percy estaba jugando con su videoconsola. De mi madre no había ni rastro; era muy posible que hubiera decidido recluirse de nuevo en su cuarto para poder dar rienda suelta a beber y tomar pastillas.

-¡Ya era hora de que salieras de tu cueva, Mina! –me dijo mi hermana-. La comida ya está casi lista.

Tío Henry me miró y me indicó que me sentara en la mesa. Le obedecí sin rechistar y tomé asiento al lado de mi hermano, que me dedicó una sonrisa y me enseñó un poco la pantalla de su videoconsola.

-¡Tío Henry me ha prometido que esta tarde me llevaría a jugar al fútbol con mis amigos! –me contó Percy muy emocionado.

Esbocé una sonrisa.

-Eso es estupendo, Percy –le contesté. Me alegraba de que hiciera cosas normales y que saliera a jugar con sus amigos; desde lo de papá no había tenido ninguna ocasión para poder hacerlo y el hecho de que tío Henry hiciera eso… bueno, me hizo que tuviera mejor impresión de él. Aunque fuera un plasta.

Si el día había mejorado considerablemente, estaba claro que Avril no iba a permitir que siguiera así de bien. Bajó con parsimonia la revista que estaba leyendo y fulminó con la mirada la espalda de tío Henry, que estaba terminando de hacer la pasta, y me miró con enfado.

-A mí, obviamente, no me dejan ir a la fiesta que va a hacer mi amiga Stacy este viernes –me contó en voz lo suficiente alta como para que lo oyera tío Henry-. Ahí es donde se nota dónde se encuentran las preferencias en esta familia.

-Sabes perfectamente que tu madre no te deja ir porque piensa que eres demasiado joven para asistir a una fiesta de ese tipo –contestó tío Henry, que aún seguía de espaldas-. Y porque no es un buen momento.

Avril levantó los brazos.

-¡Nunca es un buen momento! –chilló-. En cambio, si Mina dice que quiere ir a una fiesta, mamá se lo permite; si Percy quiere irse con sus amiguitos a jugar al fútbol, mamá se lo permite… ¿¡Y yo qué!? ¿A mí no se me permite hacer nada?

-Tu madre no cree conveniente que vayas a esa fiesta, Avril –insistió tío Henry.

Tanto Percy como yo estábamos en silencio, como espectadores mudos ante la batalla que se estaba librando entre el titán Avril y el muro Henry. No entendía qué había podido suceder en mi ausencia, pero estaba claro que Avril no quería desaprovechar la oportunidad de montar un numerito con casi toda la familia delante.

-¡Me importa una auténtica mierda lo que crea o no crea conveniente esa loca! –gritó mi hermana-. ¡Quiero ir a esa fiesta e iré! Ella no es nadie para decirme nada después de que decidiera pasar de nosotros.

Tragué saliva. No podía rebatirle ni salir en la defensa de mamá porque, en cierta parte, llevaba razón: cuando murió papá, fue como si apagaran un interruptor en mamá. Se pasaba semanas y semanas sin salir de la habitación y, más tarde, descubrí que únicamente salía para comprar bebidas o ir a la farmacia a por más medicamentos. A veces llamaban del restaurante preguntando dónde estaba o si sabía si iba a ir; las cosas se estaban desmadrando. Hasta que no apareció tío Henry, pensé que nuestras vidas iban a terminar en cualquier orfanato, separados los unos de los otros.

En aquella ocasión, y quizá estando un poco resentida por lo que había sucedido con mi fiesta y su prohibición sobre Chase, me quedé callada.

El fin de semana trascurrió sin muchos incidentes. Quizá mi madre se había propuesto tenerme más vigilada tras nuestra conversación; parecía que no me creyera cuando le dije que no iba a volver a hablar con él. Mentía, lo sé, pero el hecho de que aquello constituyera mi primera “gamberrada” no era tan grave y no necesitaba tanta vigilancia como, por ejemplo, la visita que tuvimos que hacer a urgencias porque Avril había decidido tragarse un bote entero de uno de los medicamentos de mamá.

Cuando me monté en el coche de Caroline, vi por el rabillo del ojo que mi madre estaba asomada por una de las ventanas del salón. Tampoco se les pasó por alto a mis dos amigas, que la saludaron desde el coche.

-Algo me dice que has tenido un problemita con tu madre, ¿a que sí? –canturreó Caroline mientras arrancaba el coche y nos dirigíamos hacia el instituto.

Me encogí de hombros, un tanto evasiva.

-Se ha vuelto muy… muy… -no sabía cómo expresarlo con palabras. Había pasado de vivir en su propio universo a tenerme controlada y vigilar casi todos mis movimientos-. No sé cómo decirlo.

-¿Sobreprotectora? –me ayudó Caroline, mirándome por el espejo retrovisor-. ¿Cargante? ¿Controladora? Es normal, Mina.

-Todos los padres son así, Mina –continuó Grace-. No te preocupes por ello, piensa en lo que nos espera ahora: un infierno con el profesor Sharpe.

El profesor Sharpe impartía la asignatura de Historia y era mortal. Debía rondar por los treinta y tres años y era bastante atractivo, pero eso no quitaba el hecho de que fuera un auténtico suplicio su asignatura; el profesor Sharpe se apoyaba en su escritorio, se cruzaba de brazos y comenzaba a soltar su perorata sobre historia. De vez en cuando, mientras transcurría la clase, se podían escuchar algún que otro suspiro y gemido.

Y aquel lunes nos tocaba a primera hora. Solté un suspiro demasiado sonoro y Caroline soltó una risita.

Caroline aparcó cerca de la entrada del instituto, lo suficientemente cerca que pudimos ver claramente cómo se bajaban los doce de tres coches de alta gama. Reconocí el BMW de Carin, del que se bajaron Chase, el propio Carin y Kai. Me debí quedar mirándoles embobada, porque Grace me dio un codazo en las costillas y me indicó con un gesto de cabeza a que siguiera caminando.

Al desplomarme sobre mi asiento y dejar mi mochila, miré a mis compañeros de clase. Algunos estaban hablando en grupitos; Caroline se apoyó en mi mesa y me dedicó una sonrisa mientras Grace sacaba sus cosas de la mochila y las colocaba sobre su pupitre con máxima concentración.

-Siempre llega tarde –se quejó Caroline, haciendo un mohín.

-Debemos darle las gracias por ello –le respondí, con una sonrisa-. Al menos eso nos quita un par de minutos de su constante verborrea.

Grace se giró sobre su silla y nos dedicó una sonrisa.

-A lo mejor hoy no viene –auguró.

Un conocido carraspeo hizo que toda la clase enmudeciera. El profesor Sharpe nos observaba desde la puerta del aula con su habitual traje de pana y su maletín; pero no solamente se habían callado por la presencia del profesor. Había alguien, alguien que todo el instituto conocía, que estaba detrás de él.

Caroline se escurrió hacia su asiento y me dedicó una mirada cargada de emoción. Grace, por el contrario, se puso tensa; sus hombros se pusieron rígidos y no se giró siquiera para mirarme o hacerme algún de sus comentarios sarcásticos.

El profesor entró en el aula, seguido de Chase, que se colocó a su lado y barrió con su mirada toda la clase. Al llegar hasta donde estaba yo, me ignoró por completo.

-Queridos alumnos –empezó el profesor Sharpe-, tengo la buena noticia de traerles a un nuevo compañero. Por motivos personales del profesorado, hemos decidido cambiarlo a esta clase y, espero, que todos ustedes lo traten como uno más –vi que Chase parecía un tanto acongojado-. ¿Por qué no ocupa el sitio vacío que hay al lado de la señorita Seling, señor Whitman? Le aseguro que es una buena compañera de clase.

Todas las miradas de mis compañeros se clavaron en mí y en el hueco que estaba vacío a mi lado. Caroline levantó los pulgares, dándome ánimos con ello, y Grace frunció el ceño más aún y oí cómo movía su mesa y su silla un par de centímetros delante de la mía.

Contuve la respiración cuando Chase se arrastró con desgana hacia su nuevo sitio y comenzó a sacar sus libros y cuadernos, como si yo no estuviera ahí. Parpadeé varias veces, incapaz de creerme el repentino cambio que había sufrido Chase en aquel fin de semana. Al ver que su actitud de ignorarme por completo proseguía, decidí imitarlo: saque mi propio material y me puse a mirar al profesor Sharpe.

En cuanto comenzó con su charla, desconecté por completo.

Las siguientes clases hasta la hora de la comida se me hicieron eternas por el simple hecho de que me había convertido en el foco de atención de toda mi clase por culpa de que Chase Whitman me lo habían colocado a mi lado. Y eso sin contar con que él me ignoraba ahora por completo, como si no nos conociéramos.

Nada más sentarnos en nuestra habitual mesa del comedor, dejé de malas maneras mi bandeja y solté un bufido que hizo que Caroline y Grace se dirigieran una mirada de «¿y a ésta qué le pasa ahora?».

Lancé una rápida mirada a la mesa que siempre ocupaban los Doce y entrecerré los ojos al comprobar que Chase ya estaba allí, con Lorie encima de su regazo riéndose de algo que debía haberle contado. No parecía el mismo Chase que había conocido en la fiesta.

Cuando volví a centrar mi atención en mi bandeja de la comida, pillé a Grace mirándome con un poco de lástima. Caroline, por el contrario, parecía absorta en su móvil y no nos prestaba atención.

-No quiero decir la frase pero, Mina, sabes que llevaba razón –me dijo Grace en voz baja y me dio un par de palmaditas en la mano-. Piensa que es mejor así: él en su lugar y tú en el tuyo.

Empecé a remover mi plato de ensalada. Había perdido de golpe el apetito. Las palabras de Grace se repetían una y otra vez en mi cabeza; sabía que tenía razón pero… no era capaz de creerme que Chase me ignorara como si no nos conociéramos. Como si fuéramos dos desconocidos.

Quizá fuera mejor así.

-¿A qué vienen esas caras tan largas, chicas? –interrumpió Caroline, que había acabado de trastear con su teléfono móvil.

-Mina no se encuentra cómoda con Chase Whitman sentado a su lado –respondió Grace por mí.

La boca de Caroline formó una diminuta «o» de sorpresa. Me metí un bocado para evitar contestar, no estaba preparada para hablar de ello.

-Lo cierto es que ha sido de lo más descortés al no hablarte, Mina –dijo Caroline y, tanto Grace como yo, la miramos con sorpresa-. Aunque ya sabes cómo son…

-Tú ignóralo, Mina –me recomendó Grace-. Y, si ves que no puedes con la situación, habla con el profesor Sharpe y pídele que le cambie de sitio.

Asentí con la cabeza y volví a centrarme en mi comida.

Ninguna de las tres volvió a hablar en el resto de la hora de la comida.

Cuando volvimos a clase, no pude evitar ponerme rígida al ver que Chase ya había ocupado su lugar, a mi lado. Me despedí de Caroline y Grace, que se habían quedado paralizadas a mi lado y me senté en mi mesa, ignorando deliberadamente a Chase. Si lo había hecho durante tanto tiempo, ¿cómo es que me costaba ahora tanto?

Apreté los labios con fuerza y comencé a sacar mi libro de la mochila, procurando no rozarme con él.

-Parece que estás a punto de vomitar, Seling –el tono burlón de Chase hizo que lo mirara con desconfianza.

Me hice la sorprendida y dije:

-Perdona: ¿me estás hablando a mí?

Era incapaz de creerme que, tras todas las clases que habíamos tenido desde que lo habían cambiado a mi clase que me había ignorado deliberadamente, ahora me hablara como si nada hubiera sucedido.

Chase fingió que mirada en derredor y esbozó una sonrisa juguetona.

-No veo que haya nadie más que se apellide Seling en esta clase –contestó-. Por supuesto que estoy hablando contigo.

Giré mi cuerpo para mirarlo cara a cara. Tenía el pelo revuelto y tenía una ligera idea de cómo había podido sucederle ya que comprobé que tenía un par de marcas rosáceas por el cuello. Sus ojos negros me estudiaron de arriba abajo.

-¿No crees que deberías meterte en tus asuntos? –le espeté-. Como has hecho en las últimas horas.

Chase me miró con sorpresa.

-Es que… es que… -balbuceó, incapaz de pensar una buena excusa.

Levanté una mano y él se calló de golpe. Parecía un poco avergonzado.

-No necesito tus excusas, Whitman –le avisé-. Y, ahora, métete en tus asuntos el resto del curso y olvídame, por favor.

-Antes tenemos que saldar una deuda pendiente –repuso.

-No, Chase –me negué-. No quiero problemas.

-¿Problemas? –repitió, incrédulo-. ¿Por invitarte a un helado en Summerbay’s Creams? Vamos, no seas ridícula.

Aquello me enfadó, así que volví a centrarme en mis cosas mientras él soltaba un bufido de indignación y comenzaba a pasar hojas distraídamente de su libro de texto. Parecíamos dos niños pequeños, pero no iba a permitir que pretendiera jugar conmigo de esa forma.

Cuando suena el timbre que indica el fin de las clases, respiré tranquila. Incluso aliviada. Chase no tardó ni dos segundos en recoger todo su material y salir pitando de clase, permitiéndome respirar. Grace se giró hacia mí y me dedicó una sonrisa de complicidad.

-Me alegro mucho de lo que has hecho, Mina –me felicitó-. Demuéstrale que no puede mangonearte, que no eres una de esas animadoras de cerebros llenos de algodón de azúcar rosa y silicona.

-¿Me has estado escuchando? –le pregunté, mientras terminaba de meter todo en mi mochila y cerraba la cremallera.

-Da las gracias de que he sido la única que lo ha hecho –respondió-. De haberse enterado alguien más hubieras tenido muchos problemas. Sobre todo con Lorie.

Recordé las marcas que había dejado el pintalabios de Lorie en el cuello de Chase. A pesar de haberme asegurado que entre él y ella no había nada… era obvio que me había mentido. Pensé en lo que habría sucedido de haber aceptado la proposición de Chase y en lo que podría haber pasado si alguien lo hubiera oído hizo que me diera cuenta que Grace llevaba razón: aquello habría significado convertirme en la diana de Reece y toda su pandilla.

-Sí, tienes toda la razón, Grace. Es lo mejor –murmuré y Grace asintió, satisfecha.

De camino a casa, ninguna de las tres dijimos nada. Caroline parecía estar preocupada por algo, Grace miraba distraídamente por la ventana mientras tarareaba algo para sí misma y yo no tenía ganas de abrir la boca.

Me despedí de mis amigas con un gesto de mano y me encaminé hacia mi casa. Esperaba no encontrarme con ninguna desagradable sorpresa.

La semana se me hizo eterna. Y que Chase intentara hablar conmigo mientras estábamos en clase tampoco ayudaba mucho; pese a que le había dejado claro que no quería que se dirigiera a mí bajo ningún concepto, Chase no se daba por vencido y, siempre que le surgía alguna oportunidad, intentaba entablar alguna conversación conmigo. Yo, por mi parte, fingía que no lo escuchaba o me centraba más en la conversación que tenía con Grace o Caroline.

El viernes por la tarde, ya en casa, pensé que aquel fin de semana iba a ser mi pequeño oasis, lejos de Chase y sus continuos intentos de arreglar algo que, en mi opinión, no tenía arreglo.

Me tiré sobre el sofá y encendí la televisión; normalmente, los viernes estábamos en casa mis hermanos y yo solos porque mi madre salía con tío Henry a hacer no sé qué. Algo que no me importaba en absoluto. Cogí una de las viejas mantas y me arropé con ella. Era una vieja costumbre que tenía de niña.

Cerré los ojos un segundo y me quedé profundamente dormida.

Me desperté abruptamente cuando alguien me zarandeaba con urgencia. Parpadeé varias veces, intentando situarme, mientras me incorporaba del sofá. Me froté los ojos con insistencia.

-¿Percy? –pregunté, con voz pastosa-. ¿Qué pasa?

Ver a mi hermano enfrente de mí, con los ojos rojos y las mejillas húmedas de tanto llorar provocaron que me despejara de golpe. Me quité la manta de una patada y lo sujeté por los hombros, rezando para que no hubiera sucedido nada grave.

«Por favor, que haya sido una simple pesadilla. Por favor, que se le haya perdido su juguete favorito. Por favor, que no haya pasado nada…», me repetía una y otra vez.

La última vez que había visto así a Percy había sido la semana pasada, cuando Avril se había encerrado en su cuarto y se había cortado de nuevo.

Se me secó la boca.

-¡Por favor, Percy, di algo! –le apremié.

-Avril… se… se ha escapado –lloriqueó mi hermano pequeño, echándose a llorar de nuevo-. La oí… ha… hablando con una de sus amigas; le… le decía que… que le importaba muy poco lo… lo que mamá le dijera… y… y que se iba a ir.

Lo aparté con suavidad y eché a correr hacia la habitación de Avril. Me reprendí por ser tan idiota y por haberme quedado durmiendo; mi hermana habría aprovechado eso para poder marcharse. Abrí la puerta de un tirón y me quedé contemplando como una idiota la habitación totalmente revuelta y vacía de mi hermana pequeña.

Solté un gruñido y me prometí que, en cuanto la pillara, se iba a acordar de este día.

Bajé a toda prisa al salón y cogí el móvil. No podía llamar a mi madre ni a tío Henry; tampoco podía llamar a Caroline porque vivía demasiado lejos; Grace no tenía coche y yo tampoco tenía coche propio para ir a buscarla personalmente.

Mi dedo se quedó clavado sobre la pantalla, mostrándome un nombre.

Me dije que era mi última esperanza. Pero que lo hubiera estado evitando a propósito toda la semana pasada no ayudaba demasiado. ¡No tenía otra opción! Si quería recuperar a mi hermana antes de que mi madre llegara a casa, tenía que acudir a él aunque eso significara retroceder hasta la casilla de salida en mi plan de evitarlo.

Miré unos segundos más la pantalla de mi móvil antes de pulsar el botón de llamada.

Mientras sonaban los tonos, me recordaba que lo hacía por mi hermana, que no tenía a nadie más a quien acudir. Quería hacerme creer a mí misma que aquello no significaba nada, que quizá se negaría a echarme una mano.

Contestó al cuarto timbrazo.

-¿Mina? –preguntó y, por el tono en que lo dijo, supe que lo había despertado. Mierda-. ¿Qué ha pasado?

-Mi hermana… mi hermana se ha escapado –le contesté a toda prisa-. No tengo a nadie más a quien acudir y pensé… pensé que tú podrías ayudarme.

«Por favor, por favor, por favor di que sí».

Oí revuelo al otro lado del teléfono y tuve que apoyarme en la pared para que no me fallaran las piernas.

-Estoy en un momento en tu casa –me respondió y no pude evitar soltar un sollozo de alivio-. Espérame un segundo, Mina.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro