
IV.
No me di cuenta de que Chase se me había quedado mirando fijamente mientras divagaba sobre el futuro de mi familia. Rápidamente me recompuse e intenté pensar en algo ingenioso que decir para poder cambiar de tema. No había hablado con nadie sobre la muerte de mi padre, sobre lo que realmente sentía de su pérdida. Además, las palabras de Chase no me ayudaban.
Apoyé las manos sobre la mesa y cogí aire. Necesitaba cambiar de tema si no quería echarme a llorar delante de él; eso era lo último que quería. Iba a ser más que humillante.
Señalé el plato, con una sonrisa, y dije:
-¿Está bueno, chef?
Chase abrió la boca para responder, pero su móvil comenzó a sonar estruendosamente. Él se apresuró a sacárselo del bolsillo del pantalón y me dirigió una mirada de disculpa mientras pasaba el dedo por la pantalla y se lo llevaba al oído.
Incluso desde donde estaba sentada, era capaz de escuchar la conversación. Si no me equivocada, debía ser su hermano, Carin, y parecía estar que se subía por las paredes.
«¿DÓNDE COÑO ESTÁS, TÍO?». Vaya, ahora entendía de dónde procedía ese lenguaje tan cuidado y pulcro que usaba Chase.
Chase se mordió el labio, como si estuviera dudando de confesarle dónde estaba o mentirle. Era obvio que se iba a decantar por la segunda opción: el grupo en el que estaba era muy cerrado de miras y el hecho de relacionarte con alguien de fuera del grupo era como un pecado capital.
-Estoy… estoy yendo a casa –respondió Chase.
Su hermano le recriminó algo sobre llevarse su coche y desaparecer sin más, incluso hizo mención a Lorie, sobre quién iba a encargarse de llevarla a casa y que se había pasado toda la fiesta preguntando sobre dónde estaba Chase. Si le llegaban a sus oídos que se había pasado casi toda la fiesta conmigo en el lago iba a estar perdida. Y cuando digo perdida quería referirme a más hundida de lo que ya estaba.
-Bueno, habéis traído otros coches, ¿verdad? –dijo Chase-. Podéis llevarla a su casa y mañana hablaré con ella… -más improperios por parte de Carin- Ah, no pienso hacer eso. No estamos preparados. Adiós –colgó de forma tan repentina que me sobresalté.
Fingí que me había pasado toda la conversación mirando mi propia cocina y que no había estado escuchando a hurtadillas. Chase se quedó mirando el plato de brócoli con queso como si ya se le hubiera quitado el hambre. No había logrado escuchar lo que Carin le había pedido que hiciera, pero tenía que ser realmente malo si había conseguido quitarle el apetito a Chase.
Parpadeé varias veces y carraspeé, llamando su atención.
-¿Problemas en el paraíso? –pregunté, con una sonrisita burlona.
-Nada que no pueda arreglarse –me respondió, pero sin ese tono de humor de antes.
Me preguntaba qué le habría dicho Carin para que Chase hubiera cambiado de humor. Ahora no paraba de mover de un lado del plato al otro lo que quedaba del brócoli con queso. El alcohol que había bebido parecía habérseme asentado en el estómago y, para mi horror, había comenzado a sentir un auténtico malestar. Temía ponerme a vomitar ahí, delante de Chase.
Respiré hondo y pensé en otra cosa que no fuera verme a mí misma llenando de vómito a Chase.
-Quizá haya llegado el momento de marcharte a casa –comenté, mirándome intencionadamente las uñas.
Cuando levanté la mirada de mis uñas, vi que Chase se me había quedado mirando fijamente. Abrió y cerró las bocas varias veces, asemejándose a un pobre pez que intentaba conseguir más oxígeno. Parecía necesitarlo.
-Sí, creo que va a ser lo mejor –dijo al final, como agradeciéndome que lo hubiera dicho yo primero.
Quise añadir algo más, pero un movimiento en mi estómago que no auguraba nada bueno me obligó a echar a correr hacia el baño que había en la planta baja. Me dio tiempo para apoyarme sobre el retrete y expulsar todo lo que mi estómago contenía hasta el momento. Se me saltaron las lágrimas del escozor que sentía y recordé, cuando era mucho más pequeña, que había caído enferma. Mi padre me había sujetado el cabello para evitar que me lo manchara con vómito… Cuánto lo echaba de menos en aquellos momentos.
Cuando terminé, me atusé un poco el pelo y me miré al espejo, comprobando mi aspecto y pensando en la excusa que podía darle a Chase por aquella huida tan precipitada. Al entrar en la cocina vi que Chase había desaparecido. No grité su nombre por temor a levantar a mi familia, pero lo busqué por toda la planta baja.
Se había ido.
Me dejé caer sobre el taburete que había ocupado Chase y apoyé la barbilla sobre mis manos, completamente abatida. Tendría que habérmelo imaginado; la llamada de su hermano lo había puesto nervioso y había aprovechado la primera oportunidad que se le había presentado para largarse. Ahí terminaba nuestra «relación», si es que podía denominársele de ese modo. Seguramente, cuando volviera al instituto, él estaría de nuevo con su grupito, con Lorie sentada en su regazo, y yo con mis amigas, criticándolos.
Un sonido (más exactamente el tono que tenía puesto en mi móvil para los mensajes) hizo que brincara como lo había hecho Chase cuando había arrancado el coche de su hermano. Cogí el móvil con el corazón martilleándome en el pecho y arrastré un dedo por la pantalla.
ChaseWhitmanJ: He pensado que podríamos intercambiarnos los números de teléfono :P
Tuve que taparme la boca para ahogar la risita que se me había escapado. Después de todo, Chase había tenido el pequeño detalle de dejarme su número grabado en mi móvil y haber conseguido el mío. Quizá él fuera diferente…
Con una sonrisa en los labios, tecleé una respuesta.
M.: ¿Cogiendo mi teléfono? Pensaré que eres un pervertido si consigues así los números de todas las chicas que conoces…
Empecé a dar pequeños botecitos en mi asiento mientras esperaba que Chase me respondiera. Estaba segura de que, cuando se lo contara a Caroline y Grace, iban a quedarse sorprendidas, pero no de la misma forma: Caroline me animaría y me diría que había hecho bien en dejar de mostrarme de forma tan cerrada con los Doce, pero Grace me miraría como si hubiera cometido el peor pecado del mundo.
Me tapé la cara con las manos. ¿Qué iba a hacer?
ChaseWhitmanJ: Solamente cojo los teléfonos de las chicas interesantes. Por cierto, bonito fondo de pantalla.
Miré mi fondo de pantalla y me sonrojé de inmediato: era una vieja foto de Caroline, Grace y mía en el lago, cuando sus padres decidieron llevarnos allí de excursión. Todas íbamos en bikini y sonreíamos como bobas a la cámara, unidas las tres. Eso fue antes de que mi padre muriera.
M.: Espero que me compenses de alguna forma…
En esta ocasión, la respuesta se hizo más de esperar y, cuando llegó, me dejó bastante sorprendida y un poco entristecida.
ChaseWhitmanJ: Mi hermano acaba de llegar. Tengo que irme, ¡pero prometo compensarte el doble!
Cogí mi bolso, limpié un poco la cocina y subí a mi habitación procurando hacer el mínimo ruido posible. Había algunas tablas que crujían cuando las pisabas, pero tantos años viviendo allí me habían hecho que me las supiera de memoria. Fui a saltitos hacia mi habitación y entrecerré la puerta.
Me desplomé sobre la cama y me quedé pensativa. ¿Cómo estarían Caroline y Grace? ¡Caroline y Grace!
Me incorporé de inmediato y cogí mi móvil a toda prisa. Chase había decidido quedarse en su casa y no volver a la fiesta, de modo que no había podido decirles a ninguna de las dos que me había llevado a casa sana y salva. Desbloqueé la pantalla a toda prisa y les mandé un rápido mensaje a ambas.
M.: No os preocupéis por mí, alguien me ha traído a casa. ¡Disfrutad de la fiesta! Mañana os contaré los detalles, os lo prometo. Besos.
Volví a dejar el móvil sobre la mesita y me acurruqué, dejando que los párpados se me cerraran. Ni siquiera me importó que durmiera con un vestido que me había costado lo mío y que era demasiado frágil como para dormir con él puesto.
A la mañana siguiente me levanté con un fuerte dolor de cabeza y como si todos mis huesos se hubieran vuelto de hierro. Me froté los ojos con insistencia, sabiendo que con eso había conseguido transformarme en algo parecido a un mapache, y me quedé mirándome el vestido, que se me había subido por completo.
La casa permanecía en silencio, pero tenía claro que mi hermano Percy estaría despierto. Y Avril… bueno, seguramente estuviera en su habitación haciendo quién sabe qué. Aunque esperaba que no tuviera nada que ver con cuchillas u objetos afilados.
La experiencia de ayer se mantenía, para mi sorpresa y regodeo, bastante fresca y era capaz de recordar todo con una buena claridad. Recordaba que Chase Whitman se me había acercado para hablar conmigo, me había acompañado a casa y me había dado su teléfono. ¡A Caroline iba a darle un ataque cuando se enterara! Y Grace… esperaba que me comprendiera o que, al menos, fuera suave cuando se lo contara.
Me quité la funda nórdica de encima de una patada y me dirigí a toda prisa a mi armario. Empecé a rebuscar y saqué un viejo pantalón y una camiseta que me había regalado mi padre cuando me llevó de excursión a un museo natural en la ciudad.
Justo cuando estaba quitándome el vestido, mi hermana hizo acto de aparición y se me quedó mirando fijamente, con una sonrisa burlona. Aquella era su señal para informarme que sus intenciones no eran buenas.
-¿Qué quieres, Avril? –pregunté, con cautela.
-Me ha sorprendido gratamente verte en casa, la verdad –comentó, ignorando por completo mi pregunta-. Pero me ha sorprendido aún más verte anoche acompañada de ese guapetón. ¿Tuviste que emborracharlo o lo hipnotizaste con tu historia de «pobre desvalida que tiene que encargarse de sus hermanos pequeños porque su madre se ha convertido en una incompetente, además de una borracha dro…»?
-¡No hables así de mamá! –chillé. No había tardado ni un segundo en enfadarme con sus hirientes palabras-. Sabes perfectamente que no está bien y que no es culpa suya…
-¡Oh, por supuesto que no! Igual que no es culpa mía que Percy adore robarme mi maquillaje.
Me giré como un resorte y me acerqué a ella, que había comenzado a husmear entre mi escritorio con un aspecto aburrido. Se había puesto sus mitones favoritos que tapaban por completo sus cortes. Cuando se giró para mirarme, vi que lo hacía con odio… incluso repugnancia. ¿Qué le había sucedido para que hubiera decidido cambiar tanto? ¿Por qué parecía querer hundirnos a todos con sus hirientes palabras?
-Deja de hablar así de mamá y de Percy –le advertí-. No entiendo qué es lo que te pasa, Avril. Apenas te reconozco…
Me fulminó con la mirada.
-Quizá nunca me conociste lo suficiente –me espetó.
Aquello me dolió. Por supuesto que la conocía… o creía conocerla: Avril, antes de la muerte de papá, era una niña que adoraba ser el centro de atención con sus dulces palabras o haciendo cualquier cosa que pudiera llamar nuestra atención. Jamás había acudido a las cuchillas o a esa extraña moda. No la reconocía.
Mi hermana pequeña había desaparecido por completo, dejando en su lugar a esa persona que era una completa desconocida para todos nosotros.
Me quité el vestido y lo lancé de malas maneras al fondo del armario mientras Avril seguía estudiándome con todo ese odio contenido. Me puse el pantalón y la camiseta y decidí cambiar de tema. No quería seguir discutiendo con ella, cada vez iba más allá con sus palabras.
-¿Dónde está mamá? –pregunté-. ¿Y Percy?
Avril se cruzó de brazos y me repasó con la mirada con desagrado.
-Mamá se ha ido con tío Henry al restaurante –respondió-. Y Percy se ha encerrado en su habitación y no me obedece. Y, claro, como tú estabas durmiendo después de haberte traído a casa a ese chico no he podido hacer nada. ¿Te divertiste anoche?
Me estaba desafiando de nuevo. Y estaba demasiado anonadada de que hubiera sabido que Chase había estado en casa como para poder responderle.
Mi silencio debió de convencerla de algo, porque asintió con gravedad.
Eso me sacó de quicio y me hizo reaccionar.
-¡No hicimos nada malo! –grité-. ¡Me acompañó a casa porque la fiesta me aburría y porque no encontraba a Caroline y Grace!
La sonrisa ladina de mi hermana me hizo temerme lo peor. Y no me equivocaba.
-Eso tendrás que contárselo a mamá –me dijo-. Porque esta mañana lo he comentado.
Antes de que pudiera abalanzarme sobre ella o siquiera responderle, salió de mi habitación riéndose y sin darme opción a nada.
Cerré la puerta con un fuerte golpe y me dirigí hecha una furia al baño. Que mi hermana hubiera hecho eso, aun sabiendo que no había pasado nada, significaba que nos había estado espiando. Lo que no tenía muy seguro es cuánto tiempo había estado escuchando a escondidas.
Me apoyé sobre el lavabo y me aferré con fuerza al borde. Los nudillos se me pusieron blancos, pero no me importó en absoluto. No quería ni imaginarme lo que sucedería cuando me encontrara con mi madre; en su estado, era capaz de hacer cualquier cosa. Y no quería que Percy lo viera. Abrí el grifo y dejé que el agua corriera mientras me devanaba los sesos en busca de una solución.
Alguien comenzó a llamar con insistencia a la puerta y, por un momento, me temí que fuera mi madre. ¡No estaba mentalizada ni preparada para lo que me esperaba!
-Mina, ábreme, por favor. Soy yo –la voz era inconfundiblemente de Percy.
Cerré el grifo y quité el pestillo, abriendo una rejilla. Mi hermano me miraba fijamente, aún con el pijama puesto y sujetando su peluche favorito. Aquello volvió a hacerme sentir fatal; tendría que haberme quedado en casa y no haber asistido a la fiesta. Así no habría tenido tantos problemas.
-¿Qué ocurre, Percy? –le pregunté-. ¿Por qué no sigues durmiendo un poquito más?
-He oído tu pelea con Avril –respondió, con timidez-. Y… y quiero que sepas que, a pesar de ello, estoy muy contento de que fueras a esa fiesta. Me alegro mucho, de verdad.
-Muchas gracias, Percy –le dije en voz baja.
-Mamá no tardará en volver –siguió mi hermano pequeño-. Y viene con tío Henry. Cuando les he oído hablar, mamá parecía muy nerviosa por lo que Avril le ha contado. Ella ha dicho…
-¿Por qué no bajamos a desayunar y me cuentas qué hiciste anoche? –le propongo, abriendo de par en par la puerta del baño.
Percy echa a trotar alegremente hacia las escaleras mientras lo sigo. Desde que nuestro padre murió, las cosas han ido de mal en peor; vivo con el temor de, al volver a casa, encontrarme con que se han llevado a mis hermanos pequeños y que vienen a por mí. Tengo miedo de que mi madre no vuelva a ser la de antes, de haberla perdido como a mi padre. Y, el hecho de que Chase Whitman decidiera hablar conmigo, solamente podía significar que las cosas habían comenzado a cambiar. Quizá a mejor… o quizá a peor. No lo sabía.
Al entrar en la cocina, Avril, que se había encaramado a la encimera y devoraba una caja de cereales, nos dirigió su habitual mirada de indiferencia. Noté que Percy intentaba ocultarse de su vista detrás de mí.
-¿Vas a presentarle a mamá ese novio tuyo que has mantenido escondido durante tanto tiempo? –me preguntó, con malicia-. Y tú, Percy, ¿te has divertido con mis viejas muñecas?
Mi hermano hizo un sonidito de horror y se escudó más en mí. Odiaba que Avril nos tratara así a sus propios hermanos, que sabíamos por lo que estaba pasando y que teníamos nuestros propios fantasmas con los que luchar.
Ignoré por completo los cuchillos que nos había lanzado y me senté sobre la silla que había ocupado Chase la noche anterior y le indiqué a Percy que se sentara a mi lado. Avril, por el contrario, se acomodó aún más en su sitio y nos observó como si fuera un búho.
Un segundo después, se oyó la puerta de la entrada y todos soltamos un respingo. La voz de tío Henry inundó toda la planta baja de la casa. Mi madre seguramente iría tras él, como una zombie.
-¡Ya estamos aquí!
Cuando irrumpieron en la cocina, tío Henry llevaba de la cintura a mi madre, que tenía un gesto de pasividad propio de ella. Avril fulminó con la mirada la mano que rodeaba a mi madre y Percy se encogió sobre sí mismo. Desde que mi padre había desaparecido, tío Henry parecía estar dispuesto a ocupar el hueco que papá había dejado. Era entendible, ya que él había sido el mejor amigo de papá, pero se había vuelto demasiado pesado.
En cuanto mi madre y tío Henry me miraron fijamente, supe que se me iba a caer el cielo encima. Aunque la mirada de mi madre parecía vacía, en el fondo podía percibir que se sentía dolida. Tío Henry, por el contrario, parecía estar entusiasmado con la idea de echarme una bronca por lo que creía que había sucedido.
-Buenos días, Mina –me saludó mi madre, sentándose enfrente de Percy y de mí-. Pensaba que ibas a quedarte en casa de Caroline anoche…
-Hubo un cambio de planes, mamá –la interrumpí-. Un compañero de instituto me trajo a casa antes de tiempo y…
-¡Y se lo trajo a casa para poder fornicar con él! –chilló Avril, echándose a reír.
La reacción no se hizo esperar. Mi madre me miró completamente horrorizada y traicionada, con los ojos bien abiertos; mi hermano Percy se tapó los oídos y soltó un gemido que hizo que mi hermana se echara a cacarear con una risa ronca; tío Henry me miró como si hubiera asesinado a alguien, y no entendía por qué me miraba así cuando él no era de la familia técnicamente, y yo miré a Avril con ganas de asfixiarla con mis propias manos. No podía creerme que mi propia hermana, que casi había criado yo sola, estuviera haciéndome eso.
Sin poder evitarlo, me sonrojé. Lo que provocó que mamá soltara un gemido ahogado y se tapara la cara con las manos. La subsiguiente reacción de tío Henry hizo que me sintiera aún peor: abrazó a mi madre por los hombros, sin dejar de mirarme y negando con la cabeza. Parecía decepcionado. ¡Como si él fuera mi padre!
Di un golpe en la mesa sin poderlo evitar. Estaban sacando la situación fuera de contexto y, todo ello, cuando nada de lo que pensaban era verdad.
-¡¡No pasó nada!! –grité-. No pasó nada, ¿vale?
-Entonces, ¿qué pasó exactamente Mina? –me interrumpió tío Henry, mientras le daba unas palmaditas en el hombro a mi madre.
No quería hablar delante de él porque, aunque se empecinara en inmiscuirse en nuestros problemas, no era de la familia. Se había vuelto demasiado sobreprotector con nosotros pero, aunque se lo agradecíamos por ayudarnos tanto, se había vuelto demasiado cargante. Era obvio que el papel de «padre sustituto» le venía demasiado grande.
Además, por muchos esfuerzos que hiciera, jamás lograría ocupar el sitio que había dejado mi padre.
No me quedaba otro remedio. Mientras mi madre seguía negando con la cabeza, con la cara tras las manos, el único que parecía estar atento a lo que tenía que decir era él.
Bajé la mirada.
-Fuimos a la fiesta y, pasado un tiempo, comencé a sentirme mal –mi hermana dijo algo que sonó a «borracha», que intentó disimular con una tos y una sonrisa viperina-. Me encontré con un compañero de instituto que se ofreció a traerme a casa y acepté; me trajo y le pregunté si quería pasar, para agradecerle que me hubiera traído hasta aquí. Le di algo de beber y luego se marchó –relaté, omitiendo el detalle de que, en mitad de nuestra interesante conversación, me había tenido que marchar corriendo al baño a vomitar y que, al volver, ya se había marchado-. Pero no pasó nada. Lo prometo.
Cuando alcé la mirada, vi que Henry me miraba fijamente, como si estuviera dudando entre creerme o no. No pude evitar sentirme molesta: era la primera vez que salía desde hacía mucho tiempo y no había hecho nada malo. Era una chica responsable que cuidaba de mis hermanos y que sacaba buenas notas. No podían tener ninguna queja sobre mí.
Pero ahí estaba, ese brillo dubitativo en los ojos de tío Henry y los gemidos ahogados de mi madre. Parecía que le hubiera confesado que estaba embarazada o algo peor. No podía creerme que mi propia madre se pusiera así por eso. No era la misma. Y eso me lo dejaba cada vez más claro.
-No ha pasado nada, Regina –consoló tío Henry a mi madre-. No ha pasado nada –repitió con dulzura.
Entrecerré los ojos. Mi reacción fue la misma en mi hermana Avril, a la que pillé mirando con odio a tío Henry; Percy, por el contrario, nos miraba a todos con esa inocencia infantil característica en él. Poco a poco iba dándose cuenta de lo que sucedía en nuestra familia.
Por fin, mi madre se dignó a mirarme fijamente. Sus ojos azules, iguales que los de Percy y Avril, se clavaron en los míos. Había un rastro de sospecha y eso me dolió profundamente. Mi propia madre, que tenía que conocerme, desconfiaba de mi palabra. No me creía.
-Lo… Lo siento, Mina –se disculpó, aunque sonó demasiado forzado-. No entiendo qué… qué ha podido pasarme.
Tío Henry le sonrió con cariño y a mí se me revolvieron las tripas, como si hubiera comido algo en mal estado.
-Es una reacción completamente normal –le aseguró y se giró hacia mis hermanos-. ¿Por qué no os vais al salón a ver un poco la televisión? Esto es una conversación entre adultos.
Aunque parecía, en principio, una sugerencia, en el fondo se veía que era una orden. Percy se apresuró a salir a toda prisa de la cocina, un tanto aliviado de poder marcharse de allí; Avril, por el contrario, bajó de un salto de la encimera y fulminó con la mirada a mi madre y a tío Henry. Después, para mi sorpresa, me hizo un gesto con la cabeza, como dándome ánimos.
Cuando nos quedamos los tres solos, me temí lo peor.
Quizá me someterían al tercer grado. Era obvio que no iba a librarme tan fácilmente de alguna charla.
Al menos me quedaba el consuelo de que me habían denominado adulta. Algo era algo, dentro de lo que cabía.
Cogí aire y me preparé para lo peor.
Tío Henry se cruzó de brazos mientras mi madre se enderezaba en la silla, mirándome fijamente.
-¿Quién te trajo a casa, Mina? –me interrogó.
Mi mirada fue de mi madre hasta tío Henry, incapaz de podérmelo creer. ¿A qué venía eso? La mirada dura de mi madre me sorprendió y me hizo responder, con un hilillo de voz, como si estuviera confesando un delito:
-Chase Whitman.
Mi madre ahogó un grito y Henry se aferró con tanta fuerza a la mesa de la cocina que me temí que rompiera un trozo de ella. No me esperaba aquella reacción… no tenía sentido. Todos en el pueblo sabíamos que los hermanos Whitman y su grupo eran unos alborotadores y les gustaba meterse siempre en líos pero Chase me había demostrado que había estado equivocada, al menos, respecto a él.
-No me gusta ese chico. Sabes perfectamente lo que dicen en el pueblo de él; es un salvaje… Le encanta las peleas callejeras y seguramente se drogue. No deberías haber aceptado, Mina –me amonestó tío Henry-. No quiero que vuelvas a acercarte a él.
Miré a mi madre, pidiéndole con la mirada que me defendiera, que no dejara que Henry me mangoneara de aquella forma. Ella negó varias veces con la cabeza.
-Estoy de acuerdo con él, cariño –se excusó-. No es una buena compañía y no quiero que tengas nada que ver con él, ¿vale?
Aquello fue la gota que colmó el vaso. Que ahora decidiera interpretar el papel de madre me ponía furiosa y más aún que me dijera aquellas cosas cuando, era evidente, que no conocían en absoluto a Chase.
-Él no es como su hermano o como su grupo de amigos –le defendí, apretando con fuerza los dientes-. Es un chico bastante simpático que tiene problemas para relacionarse con otra gente debido a que Kai, el cabecilla de su grupo, se lo tiene prohibido. A mí me cayó bien –declaré.
-Me da igual que te lo pareciera, Mina –insistió mi madre-. No quiero que tengas nada que ver con esos chicos, ¿me has entendido? Se acabó Chase Whitman; te trajo a casa, me parece bien, pero ahí se acaba la historia.
Sentí que los ojos comenzaban a escocerme. Ella no era nadie para decirme con quién podía o no podía tener como amigo. Que le hubiera dado un descanso a las pastillas y a la bebida para poder solucionar los miles de problemas y facturas sin pagar que teníamos no la capacitaba para tener que decirme cómo vivir mi vida.
Había perdido ese derecho cuando decidió cambiarnos por las pastillas y la bebida.
Miré a tío Henry y me sorprendí cuando vi que me miraba con los labios y las cejas fruncidos. Entendía en parte su preocupación, claro que sí, pero Chase me había demostrado que él no era así. Que estaba estereotipado por culpa de su hermano y su pandilla.
Al ver que no decían nada más, dando por finalizado el asunto y la conversación, me levanté y salí de la cocina.
Subí directamente a mi habitación.
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